"El alma no pueden matar" Mateo 10:28.

Me han enseñado que el alma es inmortal, pero encuentro en Mateo 10: 28 que, aparentemente, Jesús se contradice, porque primero dice que el alma no se puede matar y luego afirma que se la puede destruir en el infierno.

¿Cómo se entiende esto?

La contradicción existe cuando se sostiene una enseñanza que no es bíblica: "la inmortalidad del alma". No hay tal entidad en el ser humano que sea inmortal por naturaleza. El hombre perdió su derecho a la vida eterna, o sea a la inmortalidad, por causa del pecado, cuya "paga" es la muerte (Romanos. 6:23). Desde que perdió la inmortalidad, tiene el privilegio de buscarla de nuevo (Romanos. 2: 7), y solamente le será devuelta por Jesucristo "el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio" (2 Timoteo. 1: 10).
Ante lo dicho, analicemos el texto. Descubrimos primeramen­te que la palabra "auna" que ha sido traducida de la palabra griega "psuche", es la misma que en otros lugares se la traduce por 'Vida" o "vidas" (Mat. 6:25; 16:25, etc.). Varias veces por "persona" o "personas" (Hech. 7: 14; 27: 37, etc.). Y aun otras veces por pronombres, o la mente, o el corazón, etc., pero nunca se refiere a una entidad separada del cuerpo que sobreviva a la persona al morir. (Véanse las preguntas 35 y 41.).
La palabra "infierno" fue traducida de la griega geenna, que en nuestro idioma se escribe "gehenna", y que es la transliteración de la palabra hebrea "ge'hinnon", o sea el "vallede Hirmom", que era un valle al suroeste de Jerusalén, donde se echaban la basura de la ciudad, los animales muertos y aun los cuerpos de maleantes ajusticiados, y donde el fuego se mantenía encendido a fin de evitar la contaminación del ambiente. Quizá por eso "gehenna" llegó a ser un símbolo del fuego final
Nótese ahora que desde el versículo 16 de Mateo 10, Jesús advierte a sus discípulos acerca de las severas persecuciones a las que iban a ser sometidos, que para muchos de ellos significarían el martirio. En efecto, todos los discípulos murieron por su fe, excepto Juan, al que Dios libró milagrosamente de una muerte violenta. En vista de ese futuro peligroso, para alentar a sus discípulos les recordó que no necesitaban temer a los que mataban el cuerpo, porque el "alma", o sea la vida, no puede ser destruida por el hombre. En cambio, convenía confiar definidamente en quien no solamente puede destruir el cuerpo, sino también el "alma"; o sea, "la vida" o la "persona", lo cual significaría la pérdida de la vida eterna prometida por el dador de la vida (Juan 1:4; 3:16). Este acontecimiento trágico sucederá el día cuando los que no creyeron serán echados "al fuego preparado para el diablo y sus ángeles" (MaL 25: 41). Ese será el "gehenna" o infierno donde serán destruidos para siempre los que rechazaron la inmor­talidad que les fue ofrecida por el Evangelio.
Todos los mártires que murieron por su fe, no fueron destrui­dos, pues recibirán de nuevo la vida en el día de la resurrección, cuando lo "mortal se vista de inmortalidad" (1 Cor. 15:51-55). Los que no se interesaron por la vida eterna, porque amaron más al pecado que a su Salvador, quedarán destruidos y no recibirán la vida, porque "el que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida" (Juan 3: 36). Serán destruidos por el fuego eterno, que será eterno en sus resultados. Lo que queme lo quemará o destruirá eternamente.

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