¿Quién enseñó a hablar a Adán?

El habla es el mejor espectáculo que presenta el hombre. Es su propia «actuación» en el escenario de la evolución, en el que aparece ante el trasfondo cósmico y «presenta su función». (Benjamin Lee Whorf, Language, Thought and Reality)

Introducción

HACE MUCHOS AÑOS Humboldt observó que si hubo una transición de animal a hombre, esta transición tuvo lugar con la adquisición del habla.[1] Pero añadió, con un profundo criterio, que para poder hablar, el hombre ya tenía que ser humano. Así, el problema de explicar el origen del habla se le aparecía como irresoluble. Y aparte de la revelación, lo sigue siendo.
Debido a la influencia de las teorías de Darwin, por un tiempo pareció innecesario poner en tela de juicio que el habla humana hubiera derivado de gritos de animales. Esencialmente las dos cosas eran lo mismo; se trataba solo de una cuestión del grado de complejidad. Siguiendo en los pasos de los primeros antropólogos sociales, que estaban ordenando las diversas culturas primitivas en una secuencia de más simple a más compleja, con lo que se ilustraba la supuesta ascensión del hombre al Parnaso, los que filosofaban sobre el lenguaje daban por supuesto que los extraños gruñidos, chasquidos y muecas de los «salvajes» más inferiores constituían evidencia de que el habla, como todo lo demás, había evolucionado mediante pasos apenas perceptibles de lo simple a lo complejo.[2]

Dos explicaciones

1. La explicación evolucionista

Pero poco a poco se fue haciendo evidente que el problema era más difícil. Para empezar, unos estudios más prolijos de las sociedades más primitivas, realizados por estudiosos que permanecieron suficiente tiempo sobre el terreno para aprender el uso de los lenguajes nativos que estaban estudiando, comenzaron a desvelar que, lejos de ser simples, eran lenguajes sumamente complejos.[3] Lo cierto es que en muchos casos resultaron ser tan ricos en léxico que una autoridad como Levy-Bruhl llegó incluso a dudar (quizá de forma injustificada) si pensaban como nosotros. La diferencia ya no podía medirse más en términos de «elevado» e «inferior», sino como de diferentes maneras de concebir la realidad, y desde luego, desde cierto punto de vista, de una forma más compleja de contemplarla.[4] G. G. Simpson observó con razón:[5]
«En la actualidad no hay lenguas primitivas en el sentido de que estén significativamente cercanas a los orígenes del lenguaje. Incluso los grupos humanos con la cultura menos compleja poseen lenguajes sumamente sofisticados, con una gramática compleja y con grandes vocabularios capaces de designar y discurrir acerca de cualquier cosa que se dé en el ámbito ocupado por sus hablantes.»
Eric Lenneberg ha dicho que las lenguas primitivas demandan en realidad más inteligencia para aprender que nuestros lenguajes con toda la consideración que reciben de sofisticados.[6] Recientemente parece haber quedado confirmado que el lenguaje de una naturaleza sumamente abstracta tiene que haber acompañado al hombre en tiempos muy tempranos, según comunicación de Alexander Marshack[7] de lo que parece tratarse claramente de notaciones matemáticas sobre unos fragmentos óseos datados (aproximadamente) entre 15.000 y 13.000 a.C.
En realidad, cuanto más simple la cultura, tanto más complejo en este sentido iba a resultar su lenguaje. Evidentemente, por tanto, todo el concepto de disponer estas culturas a lo largo de una escala evolutiva era totalmente erróneo.[8] El abandono de este principio abrió el camino para una investigación más cuidadosa del origen del habla humana, y la atención se dirigió al problema desde varias perspectivas diferentes. Para empezar, se buscó una respuesta a estas preguntas: ¿Cuál es la naturaleza del habla humana?, y ¿«hablan» los animales entre sí en absoluto? Si es así, ¿están relacionadas ambas formas de comunicación, o son comparables? Si no es así, no podemos derivar fácilmente la una de la otra. Debido a que varios investigadores llegaron a una conclusión negativa, como veremos, el origen del habla humana permaneció como un profundo misterio.
Un adicional trabajo de investigación pronto desveló otras complicaciones. Siempre se había supuesto que el habla era instintiva. Pero el descubrimiento ocasional de niños «salvajes» o ferales sin habla demostraba de forma clara que el lenguaje surge solo donde ha habido contacto social. Además, este contacto se debe establecer con individuos hablantes, porque se descubrió también que alguna otra persona tiene que iniciar el proceso para cada uno de nosotros. La mera compañía no inicia la comunicación mediante el habla. Sin la chispa procedente de una parte ya poseedora de esta facultad, no hay conversación.
Tras haber llegado a este punto, se pensó que los seres humanos deberían ser capaces de alentar a hablar a los animales, a no ser que los órganos del habla fuesen diferentes en éstos. Con el curso del tiempo se concluyó, tras investigar la anatomía de los simios superiores, que los órganos de ciertos animales no son fundamentalmente diferentes, y que por ello mismo deberían poder llegar a hablar como nosotros.[9] Y desde luego hay algunas criaturas como los loros que, aunque no se encuentran evolutivamente en la línea directa de la ameba al hombre, pueden aprender con éxito a reproducir todos los sonidos del habla común. Sin embargo, los simios y los monos no pueden hablar. ... Y como observó con razón J. B. Lancaster:[10]
«Cuanto más se sabe acerca (del sistema de comunicación de los monos y de los simios), tanto menos parecen servir de ayuda estos sistemas para ayudar en la comprensión del lenguaje humano.»
Y G. G. Simpson, comentando acerca de esto, escribió:[11]
«Se han hecho muchos otros intentos por determinar el origen evolutivo del lenguaje y todos han fracasado.»
¡Quizá el lenguaje no surgió en absoluto por evolución!
Por otra parte, la historia pronto proporcionó casos de seres humanos que carecían de todas las facultades normales del habla, esto es, vista, oído y voz, y que sin embargo aprendieron a hablar (con los dedos, naturalmente) y a comunicar ideas a un nivel sumamente elevado de abstracción. Esto, de nuevo, parecía indicar que el verdadero secreto reside en la estructura del cerebro, o en alguna otra cualidad de la naturaleza humana, y no en los órganos vocales.
Por ello, se concluyó que debió aparecer de repente alguna novedad genética que alterase la estructura del cerebro humano de alguna forma actualmente desconocida, abriendo el camino para el surgimiento de esta facultad peculiarmente humana.[12] Pero esto no da respuesta al problema principal, incluso si se pudiera demostrar la existencia de una mutación de esta naturaleza. Porque tenemos el registro del caso de dos niñas ferales, que crecieron totalmente en un ambiente salvaje, sin ninguna compañía humana aparte de que estaban juntas en su aislamiento, que nunca entre ellas hablaban una sola palabra de ninguna forma. Así, encontramos que incluso la presencia de otro ser humano, y la posesión de un cerebro verdaderamente humano (porque posteriormente se les enseñó a hablar, aunque aprendieron con limitaciones) no constituyen por sí mismos el marco suficiente dentro del que el habla tenga que surgir de manera inevitable.
Así que seguimos todavía con el problema de quién inició el proceso, porque alguien tiene que iniciar el proceso. Aunque es cierto que algunas autoridades creen que la raza humana puede ser una amalgama de diversas líneas distintas y de origen independiente que surgieron de formas inferiores de vida, hay muchos otros que también proponen un origen evolutivo para el hombre, pero que mantienen que tiene que haber derivado de una sola línea.[13] En esta sola línea debemos tener un primer hombre y una primera mujer. Poco importa el nombre que les demos, sea Adán (que sencillamente significa «hombre») y Eva (que realmente significa «portadora de niños», esto es, «madre»), o alguna designación más técnica, seguimos tratando con las mismas dos personas. ¿Qué explica que comenzasen a hablar entre sí, y que esto haya continuado allí adonde se encuentran sus descendientes? Y ello sin excepción, porque no se conoce ningún pueblo sobre la tierra sin un lenguaje plenamente desarrollado. Se conocen grupos humanos en una u otra parte del mundo carentes de casi todas las facultades que consideramos como esencialmente humanas, incluso sin afecto materno, pero no se ha encontrado ningún grupo humano carente de la facultad del habla.
Así, se puede plantear con toda sencillez que científicamente esta cuestión está fuera de nuestro alcance. Prácticamente, todo lo que las investigaciones pueden hacer es demostrar cuál no puede ser el origen.

2. La explicación bíblica

Pero en Génesis se revela la historia de la primera conversación sobre la tierra. Y por cuanto es la única historia que da atisbos de la naturaleza de los primeros pasos del hombre en la comunicación, tiene un interés peculiar, aparte de que se considere como fantasía o como realidad, porque todo a nuestro alrededor, cada día, tenemos niños que están aprendiendo a hablar por primera vez y que manifiestan de forma constante una cierta dinámica de aprendizaje que por su misma persistencia nos lleva a suponer que es la única dinámica por la que el hombre llegó a aprender a hablar. Y no es meramente el tema de conversación de la primera pareja lo que es de verdadera significancia para todos los que en la actualidad estamos interesados en este problema de la naturaleza y conducta humana, sino sus consecuencias, y las circunstancias en las que tuvo lugar. Porque es la capacidad humana del habla la que le ha posibilitado hacer lo que ha hecho y ser lo que es, para bien o para mal. La capacidad del habla involucra la capacidad de abstracción y de introspección, y de reacción y decisión reflexionadas. En resumen, ha hecho del hombre en parte un agente libre. Pero también le ha capacitado a aprender de una manera singular y a transmitir la sustancia de su aprendizaje, de modo que la cultura ha llegado a ser acumulativa

Los sonidos del habla: Signos, símbolos y palabras

Pero volvamos atrás una vez más, y consideremos los puntos suscitados antes con mayor detalle. Es extraño que tan frecuentemente aquello que es aparentemente cierto resulta falso. Durante siglos era evidente para todos que el sol se movía alrededor de la tierra; y hasta que la aceptación de este hecho evidente no quedó totalmente refutada, no fue posible ningún progreso adicional en astronomía.
Que los animales se hablaban entre sí era igualmente evidente. En tiempos de peligro se emitía una estridente advertencia, y los que oían la señal tomaban la correspondiente precaución de huir, lo que evidentemente indicaba que habían comprendido con claridad lo que se les había «dicho».

Signos en contraste a símbolos
Cosa curiosa, algunas de las más profundas observaciones respecto a la verdadera naturaleza de la llamada habla animal nos han venido finalmente no de un naturalista, sino de alguien que era fundamentalmente un filósofo interesado en la naturaleza del hombre. George Herbert Mead[14] demostró de una manera que prácticamente obliga al asentimiento que los animales no tienen conciencia del yo, y que por ello solo pueden emitir señales que no son expresiones de reflexión o de emoción. Estas señales son emitidas involuntariamente, como el “oh” o “ah” de un hombre demasiado conmovido para poder hablar. El gemir excitado de un perro que espera la comida no significa que la mente del perro exprese expectativa, sino que es un reflejo expresado. El perro no expresa emoción de una manera consciente, sino que la emoción se expresa a sí misma. Raymond Pearl ha observado que los jefes de manadas no son jefes en el sentido en que lo pueden ser los seres humanos, porque no hay involucrados ni pensamiento ni razonamiento,[15] y la posición que ocupan como jefes es en cierto sentido un accidente de los procesos biológicos. Así, Mead distingue entre un sonido que es una señal, y un sonido que es un símbolo. Lo primero es compartido por todas las criaturas capaces de expresar emociones, incluyendo temor e ira, odio y amor, y naturalmente, en el hombre, la risa. Pero una señal de esta naturaleza es, como norma, involuntaria; siempre involuntaria en el caso de los animales, pero no siempre en el caso del hombre, que es un actor prodigioso. El «Ay» de un hombre que sufre una herida no está «pensado». Se expresa. Naturalmente, lo entendemos todo: el chillido de terror, la carcajada de la risa, ambas se perciben, pero ni lo uno ni la otra son verdadero lenguaje. Mead observa que no es hasta que el niño descubre cuál es el significado de su propio sonido para los demás, y que luego produce deliberadamente dicho sonido con este significado unido al mismo, que el niño habla. En este sentido, se podría considerar que el habla comienza cuando un niño descubre que puede llorar (sin compulsión) meramente para conseguir atraer la atención de los demás. Esta actitud surge de la propia conciencia del yo, y de la conciencia de los demás como similar a la propia.

Palabras: emocionales en contraste a proposicionales

Así, un niño que descubre el truco de llamar la atención se convierte en un actor. Darwin estaba interesado en la cuestión de la «actuación» porque creía que daba luz acerca del origen del lenguaje.[16] Él pensaba que el actor, al «hacer una mueca» para indicar ira estaba haciendo sencillamente lo mismo que un perro al enseñar los dientes para asustar a su enemigo. Pero esto daba por supuesto que el perro es consciente de la cara que pone y que se da cuenta de que con ello puede asustar a su contrario. En realidad parece bien seguro ahora que para el perro «la cara se pone ella sola», y que no hay involucrada ninguna conciencia de ello. Pero debido a que el originador está movido por una emoción y no por un pensamiento abstracto o consciente de sí mismo, no hay involucrada ninguna habla. Es una señal y no un símbolo, porque los símbolos tienen una naturaleza asignada de forma arbitraria (y por ello consciente) por el usuario y lector a la vez. El actor hace un gesto facial consciente, sabiendo que se interpretará de una forma determinada, y su pensamiento, expresado así de forma simbólica, leído y comprendido por la audiencia, se comunica de forma deliberada mediante lo que se debe designar como lenguaje simbólico, pero parece deseable distinguir entre lo que en realidad es un lenguaje simbólico, por una parte, y, por la otra, una señal inconsciente de ira que un animal pueda expresar en presencia de un enemigo.
Que los gritos de los animales son solo emocionales, no conceptuales, es ahora la opinión meditada de los que han estudiado esta cuestión. Cassirer observó esto:[17]
«Todos los que examinan las diferentes tesis y teorías psicológicas con una mente exenta de prejuicios y de forma crítica han de llegar al menos a la conclusión de que este problema no se puede resolver mediante una mera referencia a formas de comunicación animal y a ciertos logros que los animales consigan mediante entrenamiento y amaestramiento. Todos estos logros admiten las interpretaciones más contrapuestas. De modo que es necesario, en primer lugar, encontrar un punto de partida lógico correcto que pueda conducirnos a una interpretación natural y sana de los hechos empíricos. Este punto de partida es la definición del habla. ... El primer y más fundamental estrato es evidentemente el lenguaje de las emociones. Una gran parte de todas las expresiones humanas siguen perteneciendo a este estrato. Pero hay una forma de habla que es de una clase totalmente diferente. Aquí, la palabra no es en absoluto una mera interjección; no se trata de una expresión involuntaria de los sentimientos, sino una parte de una oración que posee una estructura sintáctica y una lógica definidas. ... Por lo que respecta a los chimpancés, Wolfgang Koehler afirma que llegan a un considerable grado de expresión gestual. La rabia, el terror, la desesperación, el dolor, el ruego, el deseo, el juego y el placer se expresan fácilmente de esta manera.
»Sin embargo, está ausente en ello un elemento que es característico e indispensable para todo el lenguaje humano; no encontramos señales que tengan una referencia o un significado objetivos. “Se puede considerar como demostrado de forma positiva”, dice Koehler,[18] “que su gama fonética es totalmente subjetiva y que solo pueden expresar emociones, nunca designar ni describir objetos. Pero poseen tantos elementos fonéticos comunes con los lenguajes humanos que su falta de habla articulada no puede atribuirse a limitaciones secundarias (glosolabiales). Además, sus gestos faciales y corporales, al igual que sus expresiones sonoras, nunca designan ni describen objetos".»
Cassirer añadía,[19]
«Aquí incidimos en el punto crucial en todo nuestro problema. La diferencia entre el lenguaje proposicional y el lenguaje emocional es la verdadera frontera entre el mundo humano y el animal. Todas las teorías y observaciones acerca del lenguaje animal yerran el blanco si dejan de constatar esta diferencia fundamental. En toda la literatura acerca de esta cuestión no parece haber una sola prueba concluyente de que ningún animal haya hecho nunca el paso decisivo de lo subjetivo a lo objetivo, del lenguaje afectivo al proposicional. Koehler insiste enfáticamente en que el habla está decididamente fuera de las capacidades de los simios antropoides. Mantiene que la carencia de esta invalorable ayuda técnica y la gran limitación de estos componentes fundamentales del pensamiento, las llamadas imágenes, constituyen las causas que impiden que los animales puedan alcanzar siquiera el más mínimo comienzo de un desarrollo cultural.»
El neurólogo inglés Jackson introdujo el término de lenguaje «proposicional» para explicar algunos fenómenos patológicos de sumo interés. Descubrió que muchos pacientes que sufrían de afasia no habían perdido en absoluto el uso del habla, sino que no podían emplear sus palabras con un sentido objetivo, proposicional. Así, algo había reducido su habla al nivel de un sonido animal que, como el grito del loro, ya no era lenguaje humano.
Mientras tanto, los chasquidos y gruñidos que en la imaginación popular se consideraba que formaban una parte principal de algunas lenguas primitivas resultaron tener en realidad un lugar muy secundario en la estructura de dichos lenguajes. Se puede decir que las lenguas de los pueblos más primitivos, como por ejemplo los aborígenes australianos, están sumamente llenas de términos, y que son extremadamente concretas y específicas. En realidad, están tan repletas de términos y designaciones para cosas que el pensamiento abstracto llega a ser casi imposible, porque no existen cosas tan simples como «clases»; todo es individual y específico.[20] De nuevo podemos citar a Cassirer:[21]
«Hammer-Purgstall ha escrito un artículo en el que da una lista de los diversos nombres para el camello en árabe. Hay no menos de cinco o seis mil términos que se dan para describir al camello; pero ninguno de ellos nos comunica un concepto biológico general. Todos ellos expresan detalles concretos tocantes a su forma, tamaño, color, edad y andadura del animal. ... En muchas tribus amerindias encontramos una asombrosa variedad de términos para una acción determinada, por ejemplo para andar o golpear. Estos términos tienen entre sí una relación más bien de yuxtaposición que de subordinación. Un golpe con el puño no se puede describir del mismo modo que un golpe con la palma de la mano, y un golpe con un arma exige otro nombre que el dado con un látigo o con una vara. En su descripción de la lengua bakairi —idioma hablado por una tribu india en el centro del Brasil— Karl von den Steinen refiere que cada especie de loro y de palmera tienen su nombre individual, mientras que no existe ningún nombre para expresar el género «loro» o «palmera». «Los bakairi», dice, «se fijan tanto en los numerosos rasgos particulares que no se interesan en las características comunes. Se ahogan bajo la abundancia del material y no pueden gestionarlo de manera económica. Tienen solo una moneda de baja denominación, pero se debe decir que son excesivamente ricos y no pobres.»
En todas las partes del mundo, las lenguas de los pueblos primitivos exhiben esta misma asombrosa riqueza. Aquí la objetividad es una característica en exceso. Lo que está específicamente ausente por ello en las formas animales de comunicación se ejemplifica aquí en un grado enorme ... y sin embargo se había creído antes que estas sociedades nos proporcionarían los eslabones necesarios entre el hombre civilizado y los primates por debajo del mismo.
Levy-Bruhl ha tratado este tema con mucho detalle. Es cierto que sus puntos de vista acerca de la mentalidad primitiva son cuestionados en muchos ámbitos, pero el interrogante se levanta en contra del uso que él hace del concepto de pensamiento «prelógico». Él argüía que los pueblos nativos no empleaban la clase de estructuras lógicas que usamos nosotros. Pero es bien evidente en la actualidad que ellos son tan capaces de pensamiento lógico como nosotros, aunque sus premisas son diferentes. Aparte de este concepto erróneo, si es que lo es, sin embargo Levy Bruhl ha rendido un gran servicio al exponer el asombroso grado de desarrollo lingüístico que caracteriza a los grupos humanos más primitivos que conocemos. Desde luego, estas personas no nos proporcionan un eslabón perdido entre los gruñidos y gritos animales y el habla culta. Así, Levy-Bruhl escribió:[22]
«Este concepto, de que en la evolución del pensamiento lo más simple es lo primero, es un concepto que indudablemente procede de la filosofía de Spencer, pero esto no lo hace nada más cierto. No creo que pueda demostrarse en el mundo real, y en lo que conocemos del mundo del “pensamiento” los hechos parecen contradecirlo. Sir James Frazer (que estaba comprometido con el principio evolucionista) parece estar confundiendo aquí lo simple con lo indiferenciado. Sin embargo, encontramos que las lenguas que hablan los pueblos menos desarrollados que conocemos —los aborígenes australianos, los abipones, los habitantes de las islas de Andaman, los fueguinos, etc.— exhiben una gran complejidad. Son mucho menos simples que el inglés, aunque mucho más primitivas.»
De forma semejante, citaba la experiencia de Livingstone en África del Sur:[23]
«No es la carencia de nombres, sino su sobreabundancia lo que extravía a los viajeros, y los términos empleados son tan diversos que los mejores estudiosos apenas podrán captar algo más que el sentido general de la conversación. Hemos oído acerca de una veintena de palabras para indicar diversas variedades de andadura —uno anda inclinado hacia adelante, o hacia atrás; balanceándose de lado a lado; de forma distraída o erguida; pomposamente; balanceando los brazos; solo un brazo; con la cabeza gacha o la mirada elevada, o de alguna otra forma, y cada uno de estos modos de andar iba expresado con un verbo particular.»
Levy-Bruhl resaltó la especificidad de las lenguas nativas de diversas partes del mundo, recurriendo a las comunicaciones de muchos viajeros del siglo xix.[24]
Eyre observa lo siguiente acerca de los aborígenes australianos. Dice que les faltaban términos genéricos como árbol, pez, pájaro, etc., aunque aplicaban términos específicos a cada variedad de árbol, pez o pájaro. ... En el oeste de Australia, los nativos tienen nombres para todas las estrellas destacadas, para cada rasgo natural del terreno, cada colina, pantano, recodo de un río, etc., pero no para el río mismo. Finalmente, para no prolongar la lista indebidamente, en el distrito del Zambeze, cada otero, colina, monte y pico en una sierra tienen su nombre, lo mismo que cada curso fluvial, valle y llanura. De hecho, cada rasgo o porción del país está tan distinguido por nombres apropiados, que exigiría toda una vida descifrar el significado de los mismos.
Podríamos continuar indefinidamente. Los indios aymaras de Chuciutu en Perú tienen 209 términos diferentes para las patatas, y pueblos septentrionales como los esquimales del Canadá y los chuckchee de Siberia tienen una cantidad casi ilimitada de nombres para la nieve y el hielo, en cada forma concebible, pero ni una sola palabra que designe «nieve». Por ello, será suficiente con decir que las lenguas primitivas pueden ser primitivas solo hasta allí donde no permitan el refinamiento de ideas abstractas, como aquel refinamiento esencial para la construcción de una ciencia pura. Pero esta carencia no implica en absoluto que tengan una lengua deficiente. Sus términos para tratar con los objetos exceden muchas veces a los nuestros; en consecuencia su diccionario tendría un tamaño muchas veces mayor al nuestro.

El habla: ¿instintiva o aprendida?

Hemos observado que no hay nadie sin una lengua. A partir de esta observación y debido a que todos los individuos investigados hasta hace unos pocos años habían poseído la capacidad del habla con independencia de lo primitiva que fuese su cultura, se suponía que el habla era instintiva.[25] Pero llegó el momento en que se hizo evidente que no era así. Podemos repetir que a lo largo de siglos de registros históricos, ha habido historias de niños designados como «salvajes» o ferales. No fue hasta un tiempo relativamente reciente que se encontraron esta clase de niños y que fueron estudiados por hombres con un criterio y erudición suficientes para ponerlos en guardia en contra de conclusiones sensacionalistas pensadas para estimular la imaginación del público. Estos niños siempre se han descubierto sin habla.
Recientemente J. A. K. Singh y Robert M. Zingg volvieron a publicar un trabajo muy completo acerca de todos los casos conocidos de niños ferales hasta 1966 bajo el título Wolf-Children and Feral Man.[26] En total, se tratan con cierto detalle 36 casos que se creen razonablemente bien documentados. Muchos tienen una buena base testifical, otros menos, pero el efecto cumulativo es el de evidenciar que, debido a un temprano aislamiento total, estos niños han sido criados por animales que incluyen lobos, osos, cerdos, un chacal e incluso un leopardo. Sin excepción alguna, no aprendieron a hablar en absoluto en el ambiente natural, y casi nada incluso cuando posteriormente se realizaron intentos para reeducarlos.
Susanne Langer observó en relación con esto:[27]
«Los únicos casos bien testificados son el del niño salvaje Peter, descubierto en los campos de Hanover en 1723; de Victor, conocido como el “Sauvage de Aveyron”, capturado en aquel distrito del sur de Francia en 1799; y de dos niñitas, Amala y Kamala, encontradas en las cercanías de Midnapur, India, en 1920. De todos estos casos, solo Victor ha sido estudiado y descrito de forma científica.
»Sin embargo, sí que sabemos una cosa de cierto acerca de todos ellos: ninguno de estos niños podía hablar en ningún idioma, recordado ni inventado (su énfasis). Naturalmente, un niño sin compañeros humanos no encontraría respuesta a su conversación; pero si el habla fuese un instinto genuino, esto no debería significar una gran diferencia. Los niños civilizados le hablan al gato sin saber que es solo un soliloquio, y un perro que responde con un ladrido es un buen interlocutor; además, Amala y Kamala se tenían la una a la otra. Sin embargo, no hablaban. ¿Dónde, pues, está el instinto que lleva al lenguaje a los niños muy pequeños?»
Es como si la Providencia nos hubiera proporcionado mediante un «accidente» histórico los materiales que necesitábamos en particular para poner a prueba todas estas hipótesis. Si solo tuviésemos registrados los casos de niños desamparados solitarios como Peter y Victor, pudiéramos haber argüido sin embargo que no hablaban porque carecían de compañía. Bien aparte de la observación que hace Langer —de que los niños hablan a los animales sin sentir ninguna incongruidad (¡al igual que los adultos!)— tenemos también el registro en tiempos muy recientes del hallazgo de dos niñas que compartieron su extraña crianza en la selva y que sin embargo nunca se dijeron una palabra entre sí. Además, todos los esfuerzos posteriores para enseñar al muchacho Victor a usar el lenguaje fracasaron claramente, y cuando se plantea la pregunta, ¿por qué falló, cuando otros lo lograron en parte (aunque de forma muy inadecuada), la respuesta parece ser la que da el mismo Langer, «Porque ya tenía doce años ...». En otras palabras, cuando Victor fue descubierto, había ya pasado la etapa de desarrollo en la que podía aprender una lengua, mientras que los otros niños eran todavía lo suficientemente jóvenes, en grado diverso, para poder aprender al menos unas pocas palabras y expresiones, aunque ninguno de ellos se desarrolló hasta la normalidad.
De todo esto podemos sacar una conclusión adicional, de que en cada niño hay la capacidad latente para el aprendizaje de una lengua, incluso para los que crecen en estado salvaje, pero que esta capacidad no garantiza que el lenguaje vaya a surgir espontáneamente. Al contrario, en cada uno de los cuatro niños que conocemos, no apareció ningún lenguaje de forma espontánea. Fue solo después que se les habló que ellos hablaron a su vez, e incluso entonces solo en tanto que la capacidad de adquirir la facultad de pensar en palabras no se hubiera ya perdido por haberse ellos desarrollado sin emplearla.[28]



Cómo los sonidos se convierten en habla

Tras haber llegado a este punto, de inmediato se suscitó la cuestión de si podría ser posible enseñar a los animales a hablar como hablan los hombres. Ya hemos mencionado que la ausencia de habla entre los animales no se puede atribuir a la ausencia de las estructuras anatómicas secundarias glosolabiales, porque poseen muchos elementos fonéticos comunes a las lenguas humanas. Concediendo que algunos de los sonidos que emitimos puedan estar fuera de la capacidad de algunos animales, al menos podrían reproducir algún dialecto propio. Pero nunca lo hacen. Se cree, por lo tanto, que tiene que deberse a alguna carencia en el cerebro. Antes se solía suponer que la diferencia esencial en los procesos pensantes entre los animales y los humanos era solo de grado. Pero en la actualidad se ve que más bien parece cualitativa. Briffault observó esto hace algunos años:[29]
«Hay un gran abismo entre la constitución mental de los salvajes más toscos y la de cualquier animal, incluyendo los antropoides, y este abismo se corresponde con más que una diferencia en grado, constituye una diferencia de clase. Primordialmente esta diferencia depende del carácter conceptual de la mentalidad humana.»
Este carácter conceptual en el hombre le permite el habla.
De nuevo, de la pluma de Henri Bergson:[30]
«Esta misma impresión surge cuando comparamos el cerebro humano y el de los animales. Al principio, la diferencia parece ser solo de tamaño y complejidad. Pero, a juzgar por la función, parece haber alguna otra cosa adicional. ... entre el hombre y los animales la diferencia ya no es más de grado, sino de clase.»
Se han realizado esfuerzos durante años, y se siguen realizando, para abrir líneas de comunicación con los animales. Las prodigiosas y pacientes labores de Kellogg (1933),[31] Hayes (1951),[32] Gardner (1967)[33] y Premack (1969)[34] han desvelado algunos hechos sorprendentes. Es cosa cierta que los animales se comunican entre sí con éxito, y el hombre debería por ello ser capaz de establecer contacto por este medio, como desde luego puede hacerlo con su caballo o su perro. Pero, aparentemente, estos animales que parecen por ello capaces de comprender el habla, ellos mismos no tienen la capacidad de hablar. Seres como los chimpancés de Premack «hablaban» mediante signos, pero la vocalización ha resultado quedar totalmente fuera de su capacidad fisiológica hasta ahora. En cambio, aves que pueden vocalizar de manera significativa para el oyente, parecen sin embargo carecer de la dotación mental para que esta capacidad les sea útil. Otros animales puede que tengan la dotación mental pero ningunos órganos vocales adecuados para comunicar sus pensamientos de forma útil para el hombre.[35] En el tiempo presente no parece que ningún sistema de comunicación animal pueda explicar en absoluto el humano. Es así como concluía Eric Lenneberg:
«La muy extendida creencia de que muchos animales poseen un lenguaje de una clase muy primitiva y limitada (o de que los alumnos animales de lengua inglesa puedan entrar en la primera etapa de adquisición de la lengua) queda fácilmente refutada mediante una comparación con los comienzos del aprendizaje humano de la lengua.»
Los animales no hablan, y por ello no se les ha enseñado a hablar, no porque carezcan de los medios mecánicos, de los músculos en la lengua y la garganta, etc., sino evidentemente porque no poseen la estructura cerebral necesaria que admita el pensamiento conceptual.
En cambio, y esto es de gran importancia, un ser humano puede carecer de todos los requisitos normales para el habla y, sin embargo, debido a la estructura del cerebro, se pueden vencer las dificultades mecánicas y secundarias, y se puede llevar a cabo una abstracción a un nivel muy elevado. Parece como si de nuevo la Providencia estuviera obrando en la historia, porque tenemos dos ejemplos de personas ciegas y sordomudas, y que sin embargo desarrollaron un elevado grado de comprensión y educación, convirtiéndose una de ellas en una portavoz internacionalmente famosa en favor de sus compañeros de infortunio. Tanto el hecho de que estas personas con estas carencias pudieran aprender a comunicar ideas como las circunstancias que rodearon los primeros pasos mediante los que aprendieron a hablar tienen una gran relevancia para nuestros propósitos. Además, cuando se descubre que ambas personas pasaron de la incapacidad verbal al habla mediante la misma clase de proceso, esto se convierte en una cuestión del más profundo interés.
Estas dos personas ciegas y sordomudas se llamaban Helen Keller y Laura Bridgeman. Su historia, hasta allí donde nos interesa de forma inmediata, se cuenta mejor con las palabras de sus maestras y las suyas propias. Es deseable comentar que en la experiencia de ambas muchachas, ellas aprendieron a golpetear con sus manos ciertos signos que comunicaban necesidades según éstas iban surgiendo. En la experiencia de ambas, llegó el día en que cada una de ellas descubrió a su vez el significado real de estos signos.
Miss Sullivan, la maestra de Helen Keller, anotó la fecha exacta en la que la niña comenzó a comprender el sentido y la función del lenguaje humano:[36]
«5 de abril de 1887 — Tengo que escribirte unas líneas esta mañana, porque ha sucedido algo muy importante. Helen ha dado el segundo gran paso en su educación. Ha aprendido que cada cosa tiene su nombre, y que el alfabeto manual es la clave para todo lo que ella quiere saber.
»Esta mañana, mientras se estaba aseando, quería saber el nombre para “agua”. Cuando quiere saber el nombre de cualquier cosa, la señala y me da una palmada sobre la mano. Le deletreé a-g-u-a y ya no pensé más acerca de ello hasta después del desayuno. ... (Posteriormente) fuimos al cobertizo donde está la bomba de agua, e hice que Helen sostuviera su tazón debajo de la boca de la bomba mientras yo la accionaba. Al salir la fría agua, llenando el tazón, deletreé a-g-u-a en la mano libre de Helen. La inmediatez de la palabra a la sensación del agua fría corriendo sobre su mano pareció sobresaltarla. Dejó caer el tazón y se irguió como maravillada. Una nueva luz iluminó su rostro. Deletreó “agua” diversas veces. Luego se sentó sobre el suelo y pidió saber su nombre, y señaló a la bomba y al enrejado, y, de repente, volviéndose, pidió saber mi nombre. Deletreé «maestra». Todo el camino de vuelta de la casa estuvo muy entusiasmada, y aprendió el nombre de cada objeto que tocaba, de modo que en pocas horas había añadido treinta nuevas palabras a su vocabulario. ...
»P. S.—No terminé la carta a tiempo para enviarla anoche, así que añadiré unas líneas. Esta mañana se ha levantado como un hada radiante. Ha ido revoloteando de objeto a objeto pidiendo el nombre de cada cosa y besándome de felicidad. ...
»[De una carta siguiente] Ahora, cada cosa ha de tener un nombre. Allí adonde vamos me pregunta anhelante los nombres de cosas que no ha aprendido en casa. Está deseosa de que sus amigas le deletreen, y anhelante de enseñar las letras a todos aquellos con los que se encuentra. Abandona los signos y las pantomimas que usaba antes en el momento en que tiene palabras para tomar su lugar, y la adquisición de nuevas palabras le causa el más vivo placer. Y vemos que su cara se vuelve más expresiva cada día.»
¡Qué relato tan sencillo, éste, y sin embargo cuán dramático! ¡Es casi como estar presente en el nacimiento de un alma! ¡Y qué significado que adquieren los nombres de las cosas! Cómo debe llamarse esto, y qué aquello, es ahora de suprema importancia, porque el nombre de la cosa es la cosa misma. Poseer el nombre es poseer el objeto mismo.
Pero tenemos también el relato de la misma Helen acerca de esta experiencia:[37]
«Nos dirigimos por el sendero al cobertizo del pozo, atraídas por toda la fragancia de la madreselva de la que estaba cubierto. Alguien estaba sacando agua, y mi maestra me puso la mano bajo la boca de la bomba. Mientras caída la fría corriente sobre mi mano, ella deletreó en la otra la palabra “agua”, primero lentamente, después deprisa. Me quedé parada, con toda mi atención en el movimiento de sus dedos. De repente sentí como una nebulosa conciencia de algo olvidado, el entusiasmo de un pensamiento que volvía; y de alguna manera me fue revelado el misterio del lenguaje. Supe que a-g-u-a significaba el maravilloso frío algo que estaba corriendo sobre mi mano. Aquella palabra viviente despertó mi alma, le dio luz, esperanza, gozo, la liberó. Cierto, todavía había barreras, pero eran unas barreras que a su tiempo podrían ser derribadas.
»Salí del cobertizo del pozo anhelando aprender. Todo tenía un nombre, y cada nombre daba nacimiento a un nuevo pensamiento. Mientras volvíamos a la casa, cada objeto que tocaba parecía tener un pálpito de vida. Esto era porque lo veía todo con la extraña nueva visión que me había venido.»
Parece presuntuoso tratar de interpretar la experiencia de Helen, tal como sería insensato por parte de un ciego describir el color de una puesta de sol. Pero parece que Helen se dio cuenta por primera vez de que a-g-u-a no era una secuencia de golpecitos que indicaban su necesidad, sino una sustancia que existía aparte de su necesidad, aunque también podía satisfacerla. Era independiente de su necesidad, objetivamente—era la sustancia de su propia existencia objetiva. A-g-u-a no era su provisión, sino agua, tanto si salía de la bomba como si estaba en un vaso, o en la lluvia, o en un arroyo. Los naturalistas observan frecuentemente que uno de los principales placeres de un paseo por el campo es poder identificar las plantas y los animales de los que conocen el nombre. Cuando conocemos el nombre, de alguna forma peculiar comprendemos la naturaleza de la cosa. Es esta clase de convicción la que impulsó a Moisés a preguntar a Dios Su nombre. Para la mayoría de los pueblos primitivos un nombre es un gran secreto, porque cuando uno ha obtenido el nombre de una persona, ha obtenido un poder peculiar sobre la misma. Por ejemplo, si un niño en sus primeros meses de vida resulta estar constantemente enfermizo, los chukchee de Siberia creen que la recibido un nombre equivocado, y lo cambiarán. Los esquimales no creen que el niño tiene alma hasta que tiene nombre, y por ello el infanticidio entre ellos no es asesinato en tanto que el niño no haya recibido un nombre todavía. Recientemente se registró el caso de una niña en un pabellón de psiquiatría que tras haber alcanzado un cierto punto en su recuperación, decidió cambiar de nombre; y nadie pudo persuadirla para que retuviera el nombre que tenía antes.[38] Es extraño cuán a menudo los nombres concuerdan con las personas, y sin embargo es evidente que el nombre se da antes que se desarrolle la personalidad para concordar con él. Edward Sapir observó acerca de esto:[39]
«El lenguaje es heurístico ... en que sus formas nos predeterminan ciertos modos de observación e interpretación. ... Existe un extendido sentimiento, en forma particular entre los pueblos primitivos, de la identidad virtual o estrecha correspondencia entre las palabras y las cosas, lo que conduce a la magia de los encantamientos. ... Muchos amantes de la naturaleza, por ejemplo, no piensan que están verdaderamente en contacto con ella hasta que han dominado los nombres de una gran cantidad de flores y de árboles, como si el principal ámbito de la realidad fuese el verbal, y como si uno no pudiera aproximarse a la naturaleza a no ser que se domine la terminología que de alguna forma mágica la expresa.»
Cassirer nos comunica el relato de la experiencia de Laura Bridgeman:[40]
«Mucho antes de que Laura Bridgeman hubiera aprendido a hablar, había desarrollado un modo muy curioso de expresión, un lenguaje peculiar. Este lenguaje no se componía de sonidos articulados sino solo de diversos ruidos que se describen como «sonidos emocionales». Tenía la costumbre de emitir estos sonidos en presencia de ciertas personas. Así, quedaban completamente individualizados. Cada persona de su ambiente recibía el saludo de un sonido especial. «descubrí que siempre que se encontraba de manera inesperada con una persona conocida», escribe el doctor Lieber, «emitía repetidas veces la palabra para aquella persona antes de que la misma comenzase a hablar. Era la expresión de un alegre reconocimiento». Pero cuando la niña llegó a reconocer el significado del lenguaje humano por medio del alfabeto de los dedos, la situación cambió. Ahora el sonido realmente se transformó en un nombre; y este nombre no quedaba ligado a una persona individual, sino que podía cambiar si las circunstancias parecían demandarlo. Un día, por ejemplo, Laura Bridgeman recibió una carta de su anterior profesora, Miss Drew, que para aquel entonces se había casado y se había convertido en la señora Morton. En esta carta se le comunicaba la invitación a visitar su maestra. Esto le dio una gran alegría, pero le disgustó que Miss Drew firmase la carta con su viejo nombre en lugar de usar el nombre de su marido. Incluso dijo que ahora tendría que encontrar otro sonido para su maestra, porque el de Miss Drew no podía ser el mismo que el de la señora Morton. Queda claro que los anteriores «sonidos» han cambiado ahora de significado de una forma importante y muy interesante. Ya no se trata de expresiones especiales, inseparables de una situación concreta y determinada. Se han convertido en nombres abstractos. Porque el nuevo nombre inventado por la niña no designaba a una nueva persona individual, sino a la misma persona bajo una nueva relación.»
Posteriormente, Laura Bridgeman estudió aritmética y geografía, y llegó finalmente a ser una eficaz maestra para otras ciegas y sordas de nacimiento, y, lo mismo que Helen Keller, vivió abiertamente una vida asombrosamente plena, interesante y genuinamente rica.
Hay mucho que podemos aprender de estos dos ejemplos. En primer lugar, parece haber alguna especie de capacidad innata para emitir sonidos emocionales, y esto está compartido por los animales. Y es evidente que esto no depende de ninguna mímica por el hecho de que animales criados en cautividad en un total aislamiento hacen todos los gritos y todas las llamadas de sus especies, aunque los animales amaestrados y domesticados desarrollan ciertos sonidos o gritos adicionales o variantes. Por ejemplo, está generalmente aceptado que los perros solo ladran cuando están domesticados, y que aúllan cuando son totalmente salvajes. Lo segundo que podemos observar es que ambas niñas desarrollaron una personalidad totalmente diferente, y puede decirse que específicamente humana, cuando hubieron adquirido una genuina capacidad del habla. Además, en las etapas iniciales de esta adquisición, fue un hambre de los nombres de las cosas lo que edificó con mayor rapidez la capacidad del habla, y no el deseo de comprender las cosas que podían nombrar.
Esto es característico de todos los niños. Acerca de esto, el doctor David Major escribió:[41]
«Hacia los inicios de su vigésimo tercer mes, nuestro niño había desarrollado una obsesión acerca de nombrar cosas, como para comunicar a otros los nombres de las mismas o para llamar nuestra atención a las cosas que se examinaban. Dirigía la mirada hacia un artículo, lo señalaba o ponía su mano sobre el mismo, decía su nombre, y luego miraba a sus acompañantes.»
Comentando acerca de esto, Cassirer observó:
«El hambre por los nombres que aparece a cierta edad en cada niño normal y que ha sido descrita por todos los estudiosos de la psicología infantil demuestra ... que aprende a formar los conceptos de estos objetos, a entrar en relación con el mundo objetivo.
»A partir de este momento, el niño se encuentra sobre una base más firme. Sus vagas, inciertas y cambiantes percepciones y sus inseguros sentimientos comienzan a adoptar una nueva forma. Se puede decir que cristalizan alrededor del nombre como un centro fijo, un centro del pensamiento. Sin la ayuda de un nombre, cada nuevo avance que se hiciera en el progreso de la objetivación correría siempre el riesgo de perderse al siguiente momento.»
Como lo ha observado Eric Lenneberg,[42] durante el período de la filosofía clásica en Grecia, la relación del nombre de una cosa con la cosa nombrada era el punto focal de las consideraciones acerca del lenguaje. La cuestión planteada era: ¿Acaso el objeto predeterminó el nombre de alguna manera? Pero el objeto difícilmente puede hacer tal cosa, por cuanto diferentes lenguajes le asignan sus propias etiquetas de identificación apropiadas a su visión del mundo como lenguajes. En su diálogo «Cratilo», Platón (427-347 a.C.) buscaba una solución a esta relación entre nombre y cosa, pero sus respuestas no clarifican realmente en problema en la actualidad, y desde luego no estamos más cerca de resolver el problema de los orígenes en nuestro caso.

Entonces, ¿quién habló primero?
Este interrogante sigue con nosotros, al considerar este extraordinario rasgo de la naturaleza humana, que durante tanto tiempo se ha pasado por alto o minimizado: ¿Dónde y cómo comenzó todo esto? Tenemos el caso de dos niñas indias, Amala y Kamala, que nunca se habían cruzado una palabra, aunque se acompañaban la una a la otra. Volviendo a la primera de todas las parejas, a la que podemos referirnos de forma totalmente razonable como Adán y Eva para el propósito de identificación, ¿quién o qué los indujo al principio a hablarse entre sí?
Los nombres denotan procesos, y el hecho de conocer el nombre parece engañarnos a pensar que comprendemos el proceso. Los que han adoptado la idea de un origen evolutivo para el hombre tienen que apoyarse en el uso de una palabra mágica para la aparición de la clase especial de cerebro que posee el hombre y que le hace posible el habla. ¡Nos dicen que fue una «mutación» de alguna clase! Y con ello tenemos toda la «explicación». Pero incluso si un nombre fuese una explicación, todavía no nos han dicho quién habló primero para desencadenar el proceso, ni se nos dice qué clase de conversación hubiera sido la más probable—aunque ahora ya podríamos haber supuesto que quien comenzó el proceso ha de ser uno diferente de Adán y Eva, anterior a ellos, y que tiene que haber sido ya una persona hablante. Y podríamos haber supuesto también que las primeras palabras serían una lista de los nombres de las cosas.
En el primer capítulo de Génesis se nos dice constantemente: «Dijo Dios ...», no meramente que Dios hizo.[43] Además, en la creación del hombre tiene lugar un cambio peculiar en la narrativa, porque, después de observar la repetitiva frase «Produzcan las aguas», o «Produzca la tierra», como dando instrucciones a lo inanimado para que obedeciera a la palabra pronunciada, cuando se introduce la creación del hombre nos encontramos de inmediato con una conversación en el cielo.[44] Queda claro que Dios no estaba hablando a la hueste celestial de los ángeles cuando dijo «Hagamos al hombre ...» por el hecho de que el hombre iba a ser hecho a imagen de Dios y según Su semejanza. Esto denota claramente que el hombre fue hecho a semejanza de Dios, no a semejanza de los ángeles. Así, cuando Dios dijo, «hagamos al hombre a nuestra imagen ...» no se estaba dirigiendo en absoluto a los ángeles. Esta conversación, por tanto, se originó y realizó en el seno de la Deidad. Quien habló primero a Adán fue Dios, que ya había estado conversando acerca de él.
Lo que sigue en la historia tiene una importancia capital. Cualquier lector reflexivo tiene que sentirse afectado por la frecuencia con que aparece la idea de «nombrar» cosas en esta antigua narración. En algunos libros uno encuentra un glosario de términos al final. Aunque se necesita para comenzar, es descorazonador encontrarse con una lista así antes que se haya suscitado un cierto interés en el tema del libro. Pero, en este caso, y por razones que son evidentes a la luz de lo que ahora conocemos acerca de la facultad del habla que se ha dado al hombre, se le dieron con cierto detalle el significado de las primeras palabras y los nombres de los fenómenos ordinarios acerca de los que Dios deseaba informar a Adán. Así, se da nombre a los cielos y a la tierra, haciendo más específica la referencia a los mismos en Génesis 1:1. Es como si Dios hubiera dicho: «Ahora quiero hablarte acerca de estos fenómenos, y así, a partir de ahora me referiré al cielo como tal, y al suelo que pisas como tierra, a la luz como día y a las tinieblas como noche, a las aguas como mares, a la atmósfera como la expansión, y daremos nombres a los ríos, al sol y a la luna, e incluso a las estrellas». Luego se identifican dos árboles, que reciben nombres compuestos, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
Luego Adán recibió su propio nombre. Pero hay una interrupción en este punto de la narración. Tras haber establecido un marco de referencia, ahora se invitaba a Adán a que hablase por sí mismo.[45] A la mayoría de nosotros nos gusta nombrar a nuestros animales de compañía. Parte de la comisión dada a Adán fue que gobernase a los animales, y era natural, por ello, que se le invitase a que los nombrase él mismo. Ninguno de ellos tenía nombre hasta entonces, y así, con una sencillez desprovista de artificio, la narración dice que todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese fue su nombre a partir de entonces.
Ahora bien, no se nos dice cómo los nombró. No sabemos si fue guiado por sus colores, tamaños, formas o por los gritos que emitiesen. Pero lo que siguió a esta ceremonia de otorgamiento de nombres parece implicar que había una razón más significativa para darle esta tarea. Algunos creen que Adán era meramente uno de muchos representantes de criaturas humanoides, quizá un Homo sapiens especial señalado por el Creador, que le dio entonces el beneficio de un espíritu singular. Pero la narración parece hacer todos los esfuerzos para poner en claro que Adán era el único hombre viviente en aquel tiempo. En Génesis 2:5 se nos dice que «no había hombre para que labrase la tierra». En Génesis 2:18 se nos dice que Dios había observado que «no es bueno que el hombre esté solo». En Génesis 2:20 se nos dice que «para Adán no se halló ayuda idónea para él». Y, finalmente, en Génesis 3:20 se nos dice que Eva vino a ser la madre de todos los vivientes. Parece claro por la redacción de Génesis 2:18-23 que Dios quería que Adán descubriese por sí mismo que entre las formas inferiores de vida nunca podría encontrar una compañía adecuada en su soledad. Parece también patente que si Adán hubiera sido una criatura encorvada y medio simia, Dios le habría podido presentar otras criaturas poco diferentes de él de entre los grupos de primates, que hubiera sido suficiente para su mente medio inteligente como una compañera idónea. Sin embargo, con un apropiado discernimiento, Adán puso nombres a los animales que le fueron presentados, con lo que significaba de alguna manera su reacción y su evaluación de la posición relativa de los tales respecto a él mismo.
Parece bien claro que esto es así cuando se lee lo que siguió a este proceso de asignación de nombres, porque, inducido a un estado de inconsciencia, quizá fatigado por el ejercicio de su criterio en una cuestión tan crucial, es «dividido», y de él mismo se toma una verdadera ayuda idónea. Despertado de su sueño, y con mucha probabilidad suponiendo todavía que tiene que proseguir con el proceso de dar nombres, se le presenta esta criatura en la que instantáneamente reconoce a una verdadera ayuda idónea, y una verdadera parte de sí mismo.
Toda esta narración está escrita de una forma tan sencilla y tan profunda en su penetración en la naturaleza del habla y de las formas que adopta al principio en la infancia, y del verdadero significado del uso de los nombres para las cosas, que es casi como si Dios hubiera conformado la narración de esta forma de manera deliberada para que arrojase su propia luz sobre uno de los misterios más profundos. En todo caso, es la única luz que tenemos. No hay ninguna procedente de ninguna otra fuente.
Por todo ello, fue una admisión significativa la que hizo Susanne Langer cuando escribió:[46]

«El lenguaje, aunque normalmente se aprende en la infancia sin compulsión ni instrucción formal, es sin embargo el producto de un intenso aprendizaje, un arte transmitido de generación en generación, y donde no hay maestro no hay aprendizaje ...
»Esto nos retrotrae a un antiguo y enigmático problema. Si no encontramos ningún prototipo de habla en los animales superiores, y el hombre no es susceptible de pronunciar ni siquiera la primera palabra por instinto, entonces, ¿cómo adquirieron todas sus tribus sus diversos lenguajes? ¿Quién inició el arte que ahora tenemos que aprender? ¿Y por qué no está limitado a las razas cultas, sino que es posesión de todas las familias primitivas, desde la más negra África hasta las soledades árticas? Incluso las más simples artes prácticas, como el vestido, la cocina o la cerámica, brillan por su ausencia en algunos u otros grupos humanos, o al menos se encuentran en estado muy rudimentario. El lenguaje ni está ausente, ni es arcaico en ninguno de ellos.
»Este problema es tan desconcertante que ya no se considera respetable.»
A riesgo de sobrecargar un artículo ya bastante cargado de citas, por valiosas que sean, no puedo dejar de dar una última de Roger Brown en su obra Words and Things, en la que recapitula la situación de forma muy efectiva:[47]
«Ni el hombre feral ni el aislado crean su propio lenguaje en el tiempo presente, pero, ¿no debió haberlo hecho algún hombre así en algún tiempo prehistórico, y de este modo iniciar el lenguaje? En realidad, las circunstancias en las que tuvo que comenzar el lenguaje representan una combinación para la que no podemos proporcionar ninguna clase de ejemplos.
»Tenemos animales entre animales, animales en comunidades lingüísticas, y humanos entre animales; pero en ninguno de estos casos se desarrolla el lenguaje. Tenemos humanos criados en comunidades lingüísticas, y en estas circunstancias el lenguaje sí se desarrolla. ¿Y qué de un humano que nazca en una sociedad humana que carezca de lenguaje? No conocemos a ninguna sociedad así, de modo que no conocemos a ningún individuo de esta clase. Pero éstas han de haber sido las circunstancias del origen del lenguaje.»
La revelación es todo lo que nos queda, y esta revelación nos ha sido expuesta con unos términos claros y simples. Dios habló primero a Adán. Y a su debido tiempo Adán aprendió a hablar con Dios. Esta es la singular relación que el hombre tiene con Dios, la capacidad de una comunión y comunicación conscientes, y todo lo que las mismas implican.
Es para esta comunión que fue creado, y sin ella es como un niño feral, un huérfano y en terrible soledad. Para comunicarse con los demás hay necesidad de la generación de un alma en el sentido personal del término. Para comunicarse con Dios es necesario que esta alma tenga verdadera vida, y esta clase de comunicación involucra una comunión que esté fundamentada en una verdadera reconciliación entre Dios y el hombre.

[1] Esta observación la cita Lyell en su Antiquity of Man, 4ª ed., 1873, p. 518. Un pasaje muy útil de Buffon acerca de esta misma cuestión fundamental lo cita J. C. Greene, The Death of Adam, Iowa State Univ. Press, 1959, pp. 202, 203.
[2] A. Goldenweiser exhibe una excelente ilustración de este principio: «¿Cuál es la justificación teórica para designar como histórica, es decir, real, una serie de ejemplos jamás observada en esta forma sucesiva en la historia? La única respuesta que podría dar el evolucionista aquí sería que según los principios generales de la evolución las etapas fueron así, y que ahora quedaban correctamente ilustradas; por ello la hipótesis evolucionista es correcta. ... Aquí, por tanto, tenemos un argumento circular; algo que se tiene que demostrar, o una parte inherente de este algo a demostrar, se da por supuesto para poder hacer que la prueba sea válida. El evolucionista, imposibilitado de descubrir sus etapas en la perspectiva histórica de una cultura tribal, por la sencilla razón de que tal perspectiva nunca está disponible excepto en forma fragmentaria, toma un ejemplo que se da en una tribu como una etapa posterior a otro ejemplo que se toma de otra tribu, y procede de este modo hasta completar toda la serie. Por ello mismo, la resultante colección de ejemplos es, históricamente, un revoltijo. Lo que hace de esta colección una serie histórica o supuestamente histórica es una vez más la presuposición de uniformidad de desarrollo que hace que el evolucionista se sienta con libertad para llenar con ejemplos los vacíos en la serie, procedan de donde procedan. ... En todo ello entonces encontramos que aquello que se ha de demostrar ya se ha dado por supuesto para validar la demostración» (énfasis nuestro). Anthropology, Crofts, N.Y., 1945, p. 508.
[3] A. L. Kroeber observa en relación con esto: «Los diccionarios recopilados por misioneros o filólogos de lenguajes anteriormente no escritos dan cifras sorprendentes. Así, la cantidad de palabras registradas para el klamath, la lengua de una tribu amerindia culturalmente tosca, es de 7.000; para el navajo, 11.000; para el zulú, la cifra asciende a 17.000; el dakota tiene 19.000; el maya, 20.000; el nahuatl 27.000. Se puede estimar con certidumbre que cada lengua en existencia, por muy toscos que puedan parecer sus hablantes en su civilización general, posee al menos un vocabulario de 5.000 a 10.000 palabras». Kroeber añade luego esta nota: «Jesperson, que cuenta 20.000 palabras para Shakespeare y 8.000 para Milton, cita 26.000 como el vocabulario de los campesinos suecos». Anthropology, Harcourt, Brace, N.Y., 1948.
[4] Su libro, How Natives Think, traducido por Lilian A. Clare, Allen and Unwin Londres, 1926, está repleto de un fascinante material que ilustra este punto.
[5] Simpson, G. G., «The Biology of Natural Man», Science 152 (1966), p. 477.
[6] Lenneberg, Eric, The Biological Foundations of Language, Wiley, 1967, p. 264
[7] Marshack, Alexander, «Upper Paleolithic Notation and Symbol», Science, 178, (1972), p. 817ss.
[8] Clyde Kluckhohn observa, en su libro galardonado Mirror for Man, McGraw Hill, N.Y., 1969, p. 148: «En contraste con el curso general de la evolución cultural, los lenguajes van de complejos a simples» (nuestro énfasis).
[9] A. L. Kroeber observa, «Todo indica que ningún animal subhumano tiene jamás impulso alguno a pronunciar o comunicar tal información. Esto parece ser cierto tan esencialmente de los perros como de los simios, e igualmente de los loros y de los insectos. ... Los chimpancés, con laringe, lengua y labios semejantes a los nuestros, ni siquiera intentan aprender a reproducir palabras humanas a las que responden con su conducta. Hay un antiguo epigrama de que la razón de que los animales no hablan es que no tienen nada que decir. La psicología del mismo es algo tosca, pero es fundamentalmente correcta». Anthropology, Harcourt, Brace, N.Y., 1948, p. 41.
Munro Fox pregunta, «¿Pueden jamás los animales aprender a comprender nuestro lenguaje humano? La mayoría de personas encariñadas con sus animales de compañía responderían en sentido afirmativo. Pero por lo general un perro aprende el tono de la voz, no las palabras mismas. Si le dices a un perro con una voz cariñosa, “te voy a dar unos azotes”, meneará la cola, satisfecho. Si le dices en tono amenazador, “tengo un hueso para ti”, pondrá la cola entre las piernas». The Personality of Animals, Pelican Books, Londres, 1952, p. 28
[10] Lancaster, J. B., The Origin of Man, ed. P. L. DeVose, Wenner-Grenn Foundation, N.Y., 1965.
[11] Simpson, G. G., ref. 5, p. 477.
[12] Cassirer, Ernst, An Essay on Man, Yale, 1948, p. 31: se debería observar que este autor tiene que recurrir al concepto de alguna insólita mutación que nunca se vuelve a repetir.
[13] La declaración oficial de la UNESCO es a efectos de que la raza humana tiene que haber derivado de una sola línea. Man, Roy. Anthrop. Instit., Londres, Junio de 1952, p. 90, sección 125. En Europa hay algunas voces disidentes, aunque en el Nuevo Mundo casi todas las autoridades muestran su acuerdo.
[14] Mead, George Herbert, Mind, Self, and Society, Univ. Chicago Press, 7ª ed., 1948.
[15] Pearl, R., Man the Animal, Bloomington, Ind., 1946, p. 115.
[16] En su libro, The Expression of the Emotions in Man and Animals [La expresión de las emociones en el hombre y en los animales], Darwin expone que los sonidos o acciones expresivas proceden del dictado de ciertas necesidades biológicas, y que se emplean según unas reglas biológicas determinadas. Así, consideraba que una mueca desdeñosa era el remanente del «enseñar los dientes», etcétera. Sin embargo, en la actualidad se reconoce que Darwin pecó de simplificar en demasía el problema del habla al identificarlo con la capacidad de emitir sonidos y expresar emociones. Su libro se publicó en 1872.
[17] Cassirer, Ernst, ref. 12, pp. 28, 29.
[18] Koehler, W., The Mentality of Apes, Harcourt, Brace, N.Y., 1925, p. 317.
[19] Cassirer, E., ref. 12, p. 30. De modo similar, Munro Fox, ref. 9, pp. 22, 23: «nosotros mismos, naturalmente, tenemos que aprender a hablar, pero los bebés no aprenden a hacer voces de diversas clases que se correspondan con sus sentimientos. Estos gritos de bebés no se aprenden, sino que se hacen por instinto. Esto nos lleva a una pregunta de la mayor importancia. ¿Sabe un simio, por su parte, cómo hacer sus diversos gritos y muecas por instinto innato, sin ningún aprendizaje, o aprende su “lenguaje” de su madre? Esta pregunta ha recibido respuesta con el expediente de mantener un simio totalmente en solitario desde su nacimiento hasta la edad de cinco años. Durante los primeros cinco años de su vida este simio no oyó ni vio otros simios. El investigador halló que el animal podía expresarse en el lenguaje simio igualmente de bien que cualquier otro simio de aquella especie. Todos sus gritos y expresiones se daban por instinto; no por aprendizaje. Está claro que el lenguaje de estos animales no tiene nada en común con nuestra habla; se parece a gritos que podemos hacer como “Oh” y “Ah”, o a gritar de alegría, o a llorar.»
Luego escribe en la página 29: «la principal diferencia entre el lenguaje de sonidos de los animales y el lenguaje humano es que mientras que los sonidos o gestos del animal son expresión de sus sentimientos, y que así puede comunicar sus sentimientos e intenciones a sus compañeros, nosotros hacemos más que esto. Tenemos palabras para cosas, palabras para pensamientos, y transformamos estas palabras en oraciones. Naturalmente, en el caso de los animales no es así. Si quitamos un plátano a un chimpancé, él podrá demostrar que está enfurecido; si quiere un plátano, puede mostrar que tiene hambre; si recibe un plátano, puede mostrar que está contento. Sus movimientos y expresiones indican que está airado, que tiene hambre o que se siente alegre, incluso si aparecen inconscientemente. Pero el chimpancé no puede decir nada acerca de un plátano. Los animales no tienen conversación».
[20] Se puede citar a Levy-Bruhl en relación con esto: «Estas lenguas (australianas) dan testimonio acerca de esto, porque se da una ausencia casi total de términos genéricos que se correspondan con ideas generales, y al mismo tiempo hay una extraordinaria abundancia de términos específicos, que designan a personas o cosas que aparecen, o bien ellas o una imagen clara y específica de las mismas en la mente en el momento de ser mencionadas. Eyre ya había observado esto, y señalado que no había términos como árbol, pájaro, etc., aunque se aplicaban términos específicos para cada variedad de árbol, pez o pájaro». Lucien Levy-Bruhl, How Natives Think, traducción de Lilian A. Clare, Knopf, N.Y., 1925, p. 170.
[21] Cassirer, Ernst, ref. 12, p. 135.
[22] Levy-Bruhl, Lucien, ref. 20, p. 21.
[23] Livingstone, David, The Zambesi and Its Tributaries, 1865, p. 537.
[24] Levy-Bruhl, Lucien, ref. 20, pp. 170-174.
[25] Edward Sapir, un erudito sin par en lingüística, escribió: «El don del habla y una lengua bien estructurada son características de cada grupo conocido de seres humanos. Nunca se ha descubierto ninguna tribu carente de lenguaje, y todas las declaraciones en sentido contrario pueden desecharse como mero folklore. ... La realidad es que el lenguaje es un medio esencialmente perfecto de expresión y comunicación entre todos los pueblos conocidos». Artículo «Language», Encycl. of the Social Sciences, Macmillan, N.Y., 1933
[26] Singh, J. A. L. y Robert M. Zingg, Wolf-Children and Feral Man, Archon Books, 1966, xli y 379 pp., ilustr., con prefacios de R. Rugglesgate, Arnold Gesell, F. N. Maxfield y K. Davis.
[27] Langer, Susanne, Philosophy in a New Key, Mentor Books, New American Library, N.Y., 1952, p. 87.
[28] Véase J. W. Tomb, «On the Intuitive Capacity of Children to Understand Spoken Language», Brit. Jour. Psychiatry, 16 (1925): 553-55.
[29] Briffault, Robert, «Evolution of Human Species», en The Making of Man, Modern Library, Random House, N.Y., 1931, p. 762.
[30] Bergson, Henri, Creative Evolution, Mod. Library, Random House, N.Y., 1944, pp. 200, 201.
[31] Kellogg, W. N. and L. A., The Ape and the Child: A Study in Environmental Influence on Early Behaviour, McGraw Hill, N.Y., 1933.
[32] Hayes, K. J. and C, The Ape in our House, Harper, N.Y. 1951.
[33] Gardner, R. A. y B. T., comunicado en un artículo, "Teaching Sign Language to a Chimpanzee," Science, 165 (1969), p. 664-672.
[34] Premack, David, «Language in Chimpanzee?» Science, 172 (1971), p. 802-822.
[35] Véase el artículo de Doorway, «Is Man an Animal?» en el volumen IV.
[36] Sullivan, Anne M., en Supplement to The Story of My Life, por Helen Keller, Grosset & Dunlap, N.Y., 1905, p. 315.
[37] Keller, Helen, The Story of My Life, ref. 36, pp. 23, 24.
[38] Bettelheim, Bruno, «Schizophrenic Art: A Case Study», Sci. American, 1952, p. 31ss.
[39] Artículo «Language», en Encyclopedia of Social Sciences, Macmillan, N.Y., 1933, p. 157.
[40] Cassirer, Ernst, ref. 12, p. 37. Cita a su maestra, Miss Drew (p. 35). «Nunca olvidaré», escribe Miss Drew, «la primera comida después de llegar a la apreciación del alfabeto de los dedos. Cada artículo que tocaba tenía que tener un nombre y me vi obligada a llamar a otra persona que me ayudase a atender a las demás niñas mientras ella me mantenía ocupada deletreándole nuevas palabras» (véase Mary Swift Lamson, Life and Education of Laura Bridgeman, the Deaf, Dumb and Blind Girl, Houghton Mifflin Co., Boston, 1881, pp. 7ss.).
[41] Major, David, First Steps in Mental Growth, Macmillan, N.Y., 1906.
[42] Lenneberg, Eric, ref. 6, p. 445.
[43] Génesis 1:3, 5, 6, 8, 9, 10, 14, 20, 22 y 24.
[44] Génesis 1:26.
[45] Génesis 2:19.
[46] Langer, Susanne, ref. 27, pp. 87, 88.
[47] Brown, Roger, Words and Things, Free Press, Collier-Macmillan, Londres, 1968, p. 192.

Fuente: Genesis and Early Man, vol. 2 of the Doorway Papers, 1975. — Copyright © 1988Evelyn White. All rights reserved
Copyright © 2005 Santiago Escuain para la traducción. Se reservan todos los derechos

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