El Vaticano y los Grandes Genocidios del Siglo XX (14)

El Vaticano durante la guerra misma. En 1938 Hitler amenazaba al gobierno checo porque “los judíos en Checoeslovaquia estaban todavía envenenando la nación”. El 15 de marzo del año siguiente ordenó la invasión de Praga y el desmembramiento del país. En una abierta advertencia a Hitler, el primer ministro inglés garantizó entonces la independencia de Polonia y prometió ayuda en caso de ser invadida.

En ese contexto, el papa reveló cuán partidario podía ser al intentar seguir una política pacificadora que favorecía a Hitler, y al mismo tiempo enviar un telegrama a Franco, felicitándolo por “la victoria católica” en España. Mientras guardaba silencio con respecto a las violaciones humanas de Hitler, había estado instando a Franco a pelear para derrocar el régimen socialista de España. La “victoria católica” en España había costado medio millón de vidas e iba a costar una gran cantidad más todavía. Públicamente, sin embargo, Pacelli exhortaba a Franco mediante la radio vaticana, a ejercer una política pacificadora “de acuerdo a los principios enseñados por la Iglesia y que el generalísimo había proclamado con tanta nobleza”.

Hiter invadió Polonia el 1 de Septiembre de 1939, con el propósito de abrirse un corredor para invadir Rusia. Pío XII había insistido a la católica Polonia en no intervenir, ni contrariar a Hitler. También había procurado que Francia no se opusiese a una inminente invasión alemana sobre Francia, para salvaguardar la paz. En realidad, lo que el Vaticano quería era recuperar a Francia del socialismo secular que la gobernaba, reemplazándolo por un gobierno fascista dirigido por Pétain, equivalente al de Hitler y al de Mussolini. Al mismo tiempo, el papa soñaba con evangelizar a Rusia mediante la invasión nazi. Pero al invadir Hitler Polonia, Francia e Inglaterra le declararon la guerra a Alemania, y Rusia comenzó a invadir Polonia desde el lado oriental. Esa guerra le costó a Polonia más de seis millones de vidas.

Para entonces, aunque sin perder las esperanzas en su triunfo, Pío XII comenzó a dudar del éxito del Tercer Reich en su campaña contra el comunismo. El führer se había negado a pactar con Inglaterra y los demás poderes occidentales para invadir Rusia y, por el contrario, daba evidencias de intentar pactar con Rusia, mientras preparaba hipócritamente su campaña militar para invadirla. Por consiguiente todos, inclusive el papa de a momentos, sentían que debían deshacerse de él.

g. El complot para matar a Hitler. Dos meses después de invadir Hitler Polonia, el papa se veía involucrado en un complot secreto para matar a Hitler, conocido como Orquesta Negra. Su papel principal y clave era interceder ante Inglaterra para impedir que los Aliados invadiesen Alemania en el caso de que Hitler fuese derrocado. Quería a toda costa evitar, como se vio de nuevo después de la guerra, que la sección central de Europa fuese dominada por gobiernos no católicos. Esa era otra de las razones, al mismo tiempo, por las que el Vaticano seguía siendo el único Estado que no condenaba públicamente a Hitler.

El complot para derrocar y matar a Hitler fue demorándose por varias razones. Los Aliados no creían demasiado en el éxito de la Orquesta Negra (que en Alemania quería lograr, a través del Vaticano, un tratado de paz con los Aliados para cuando derrocasen a Hitler). Por esta razón, los Aliados decidieron finalmente sacrificar el plan. Hitler para entonces ya había invadido los Balcanes y establecido allí gobiernos nazis. En la primavera de 1942, después del freno sufrido por Alemania en Stalingrado, el Vaticano pasó a ser de nuevo intermediario de la Orquesta Negra, en otro complot que buscaba, de parte de Hungría y Rumania, establecer también un tratado de paz secreto con los Aliados, antes de romper sus lazos con Hitler.

En un arreglo entre Moscú y los poderes occidentales (EE.UU. había ingresado en la guerra en Diciembre de 1941, luego que los japoneses bombardearan Peal Harbor), se decidió hacer filtrar ese plan secreto de paz del Vaticano con esos países Balcanes. El propósito era enfurecer a Hitler quien cayó en la trampa, y decidió quitar una de sus tres mejores divisiones de Francia para enviarlas allí. Poco después, las tropas Aliadas entraban en Normandía y libraban la batalla más cruenta de la segunda guerra mundial. Pretendiendo jugar el papel principal en la política internacional, el papa Pío XII terminó siendo usado como peón de los principales poderes de la época (UT, 281).

En la última parte del Tercer Reich, los nazis comenzaron a perseguir en Polonia no solamente a los judíos, sino también a sacerdotes y monjas católicas que efectuaban actos de caridad para con los oprimidos del nazismo. Hasta entonces, tanto el papa como Hitler habían estado reclamando que se cumpliese lo estipulado en el concordato, en donde el papel político-social de la Iglesia de Roma no había quedado bien establecido, y se prestaba a diferentes interpretaciones. Hitler tenía pruebas bien claras del doble juego papal que lo apoyaba públicamente, pero que interfería en su política mediante diferentes formas de espionaje, ignorando su promesa de no intervenir en política firmado en el concordato.

Durante ese tiempo de opresión nazi tampoco recibieron los sacerdotes perseguidos en Polonia intercesión alguna del papa. Mientras que todas las otras naciones condenaban abiertamente a Hitler y estaban en guerra con él, se admiraban de que el único gobernante de un estado geográficamente pequeño, pero de tan enormes repercusiones políticas, no levantase su voz para condenarlo. Se esperaba que hablase, además, porque el nazismo y el fascismo predominaban en países de mayoría católica y que habían firmado un concordato con el Vaticano. Pero Pío XII, en su típico juego ambibalente, todavía veía posibilidades en el éxito de la empresa expansionista de Hitler, y estaba tratando de convencerlo para enviar sacerdotes misioneros con sus tropas para evangelizar Rusia. Quería Pío XII lograr la unión tan anhelada para los papas de la Iglesia de Oriente (Ortodoxa) con la de Occidente (Católica).

El hecho de apoyar el Vaticano un complot para derrocar un gobierno, matando a su líder, es invocado hoy como una prueba de la hipocresía papal que revela normas dobles. Mientras por un lado pretende excluirse de la política (como lo da a entender en los concordatos con Mussolini y Hitler), por el otro obra por debajo para derrocar gobiernos cuando estos ya no le sirven más, o duda que vayan a tener éxito. Mark Aarons y John Loftus, los autores judíos de Unholy Trinity, comentan este hecho de la siguiente manera.

“Si el Vaticano desea ejercer autoridad moral, debe mantenerse inequívoca y verdaderamente como neutral. Sólo de esa manera puede permanecer por encima de los asuntos temporales. El mundo necesita diplomáticos cuya agenda sea realmente paz sobre la tierra y buena voluntad para toda la humanidad”, no sólo para los católicos. “Hay demasiados complotadores” en la humanidad. “Si el Vaticano respalda asistencia diplomática encubierta para derrocar a dictadores, ¿dónde se pone la línea? Si combatir a Hitler rompe las reglas, qué decir acerca de” otros gobiernos en el resto del mundo, que caigan bajo el descrédito del Vaticano? (UT, 280-281).

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