El Vaticano y los Grandes Genocidios del Siglo XX (2)
Los grandes genocidios medievales.
Bastante conocidos son los grandes genocidios de la Edad Media perpetrados por el papado romano mediante guerras expansionistas de exterminio en la segunda mitad del primer milenio cristiano, y mediante los tribunales de la Inquisición durante la mayor parte del segundo milenio. Esos genocidios “cristianos” comenzaron en el S. VI con la exterminación de los paganos y arrianos que se negaban a aceptar el cristianismo católico romano, igualándolos y hasta sobrepasándolos en crueldad y brutalidad. Mediante reyes paganos que se “convertían” al cristianismo católico, y exigían luego a todos sus súbditos elegir entre la nueva religión o la decapitación, el papado fue despejando su camino y expandiendo su “autoridad” por todo el continente europeo y el norte de Africa.
Apenas comenzado el segundo milenio cristiano (mayormente en el S. XIII), el pontificado romano lanzó cruzadas de exterminio contra los cátaros, albigenses y waldenses. Los cátaros habían llegado a contar en Europa con más de un millón de adherentes que fueron borrados del mapa mediante la decapitación y la hoguera. A menudo los destruían en masa, con sus mujeres y sus niños. Aunque muy diezmados, los waldenses fueron los únicos que lograron sobrevivir en las más altas montañas del Piamonte (entre Italia y Francia).
Una vez exterminados los cátaros les tocó el turno a los (presuntos) brujos y hechiceros del S. XIV, con más de un millón de gente decapitada y quemada en la hoguera durante los siglos que siguieron. También les tocaría a los judíos y musulmanes de ese siglo y los siguientes, ser deshalojados, expulsados de los territorios presuntamente cristianos (católico-romanos, para ser más exactos), y quemados en la hoguera. Con la aparición de los Protestantes en el S. XVI, las hogueras y decapitaciones se multiplicaron por toda Europa y los países católicos del Nuevo Mundo. Todo esto continuó así hasta que en el S. XVIII, llegaron los tiempos modernos con la abolición de tales métodos de exterminio y genocidio medieval.
Las dos grandes corrientes libertadoras que forjaron la civilización moderna fueron la protestante y la secular. Ambas tuvieron que librar grandes batallas de liberación ante monarcas y papas que no querían ceder su autoridad suprema. Ambas tuvieron sus puntos débiles que fueron perfeccionando a medida que aprendían a vivir en libertad, y generaban gobiernos cada vez más libres y democráticos. Mientras que los gobiernos protestantes lograron establecer en forma notable la libertad de conciencia y de religión (su expresión máxima se dio hasta hoy en la Constitución de los EE.UU), los gobiernos seculares puramente seculares no se preocuparon tanto de la libertad religiosa, sino mayormente de la civil.
En síntesis, ¿qué podemos decir del S. XIX? Que aunque quedaban para entonces sus buenas batallas por librarse en los dos terrenos de liberación mencionados—protestante y secular—en especial en los países católicos de Europa y América Latina, ese fue uno de los siglos más benignos de la historia. A la luz de los grandes genocidios medievales y modernos, el S. XIX marcó un paréntesis. En él millones encontraron un oasis de libertad inigualables en la historia de la humanidad.
¿Qué podía augurarse, entonces, para el S. XX? ¿No podía esperarse que el último siglo del segundo milenio cristiano continuara así, con tan buenos antecedentes del siglo anterior? Los triunfos tan notables logrados en pro de la libertad y de los derechos humanos en la mayoría de los países civilizados parecían, en efecto, señalar una era extraordinaria de libertad y progreso para el S. XX. Y, aunque mucho de todo eso iba a darse, en especial en todo el continente americano, ¿quién podría predecir para entonces, brotes tan espantosos de regresión medieval en el viejo continente, con sus típicos exterminios en masa de gente indeseable, y con genocidios millonarios que se irían extendiendo hasta el dormido continente asiático?
Bastante conocidos son los grandes genocidios de la Edad Media perpetrados por el papado romano mediante guerras expansionistas de exterminio en la segunda mitad del primer milenio cristiano, y mediante los tribunales de la Inquisición durante la mayor parte del segundo milenio. Esos genocidios “cristianos” comenzaron en el S. VI con la exterminación de los paganos y arrianos que se negaban a aceptar el cristianismo católico romano, igualándolos y hasta sobrepasándolos en crueldad y brutalidad. Mediante reyes paganos que se “convertían” al cristianismo católico, y exigían luego a todos sus súbditos elegir entre la nueva religión o la decapitación, el papado fue despejando su camino y expandiendo su “autoridad” por todo el continente europeo y el norte de Africa.
Apenas comenzado el segundo milenio cristiano (mayormente en el S. XIII), el pontificado romano lanzó cruzadas de exterminio contra los cátaros, albigenses y waldenses. Los cátaros habían llegado a contar en Europa con más de un millón de adherentes que fueron borrados del mapa mediante la decapitación y la hoguera. A menudo los destruían en masa, con sus mujeres y sus niños. Aunque muy diezmados, los waldenses fueron los únicos que lograron sobrevivir en las más altas montañas del Piamonte (entre Italia y Francia).
Una vez exterminados los cátaros les tocó el turno a los (presuntos) brujos y hechiceros del S. XIV, con más de un millón de gente decapitada y quemada en la hoguera durante los siglos que siguieron. También les tocaría a los judíos y musulmanes de ese siglo y los siguientes, ser deshalojados, expulsados de los territorios presuntamente cristianos (católico-romanos, para ser más exactos), y quemados en la hoguera. Con la aparición de los Protestantes en el S. XVI, las hogueras y decapitaciones se multiplicaron por toda Europa y los países católicos del Nuevo Mundo. Todo esto continuó así hasta que en el S. XVIII, llegaron los tiempos modernos con la abolición de tales métodos de exterminio y genocidio medieval.
Las dos grandes corrientes libertadoras que forjaron la civilización moderna fueron la protestante y la secular. Ambas tuvieron que librar grandes batallas de liberación ante monarcas y papas que no querían ceder su autoridad suprema. Ambas tuvieron sus puntos débiles que fueron perfeccionando a medida que aprendían a vivir en libertad, y generaban gobiernos cada vez más libres y democráticos. Mientras que los gobiernos protestantes lograron establecer en forma notable la libertad de conciencia y de religión (su expresión máxima se dio hasta hoy en la Constitución de los EE.UU), los gobiernos seculares puramente seculares no se preocuparon tanto de la libertad religiosa, sino mayormente de la civil.
En síntesis, ¿qué podemos decir del S. XIX? Que aunque quedaban para entonces sus buenas batallas por librarse en los dos terrenos de liberación mencionados—protestante y secular—en especial en los países católicos de Europa y América Latina, ese fue uno de los siglos más benignos de la historia. A la luz de los grandes genocidios medievales y modernos, el S. XIX marcó un paréntesis. En él millones encontraron un oasis de libertad inigualables en la historia de la humanidad.
¿Qué podía augurarse, entonces, para el S. XX? ¿No podía esperarse que el último siglo del segundo milenio cristiano continuara así, con tan buenos antecedentes del siglo anterior? Los triunfos tan notables logrados en pro de la libertad y de los derechos humanos en la mayoría de los países civilizados parecían, en efecto, señalar una era extraordinaria de libertad y progreso para el S. XX. Y, aunque mucho de todo eso iba a darse, en especial en todo el continente americano, ¿quién podría predecir para entonces, brotes tan espantosos de regresión medieval en el viejo continente, con sus típicos exterminios en masa de gente indeseable, y con genocidios millonarios que se irían extendiendo hasta el dormido continente asiático?
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