El Culto a los Muertos



La mayor parte de los pueblos paganos primitivos cree en la existencia de espíritus, buenos y malos, y muchos consideran que entre ellos se encuentran los espíritus de los muertos. El deseo de promover el bienestar de los espíritus benevolentes y aplacar la ira de los malevolentes a menudo lleva a promover el “culto a los muertos”, en el que con los fines mencionados se realizan servicios tales como dar sepultura apropiada y proveer de alimentos y bebidas. No obstante, el culto abierto a los muertos, en el sentido de adoración o aun de deificación, es relativamente raro; el ejemplo más conocido es el de la China confucionista. Por lo tanto, sería más apropiado hablar de “culto a los muertos” en lugar de “culto a los antepasados”, ya que este último no se menciona en la Biblia.

A fines del ss. XIX y principios del XX los informes de los viajeros y misioneros sobre las creencias de los pueblos primitivos modernos permitió a los antropólogos especular sobre la “evolución” de la religión. Se volvió a examinar la Biblia a la luz de las teorías resultantes, y se descubrieron los supuestos rastros de etapas primitivas en el desarrollo de la religión de los israelitas. Entre ellos se encontraron indicaciones del culto a los antepasados. Así se llegó a afirmar que una prueba de ello lo constituía el traslado de Enoc, porque “le llevó Dios” (Gn. 5.24), lo cual sería indicación de que fue deificado, pero se trata de una suposición completamente gratuita. También se ha sugerido que los Enoc eran adorados originalmente como imágenes de los antepasados, pero nuevamente carecemos de fundamento para tal noción.

Con el redescubrimiento de las antiguas civilizaciones del Cercano Oriente, el ambiente en el cual se desenvolvió el AT, se vio que las costumbres de los pueblos primitivos modernos no tenían mayormente nada que ver con aquéllas, pero muchas de las teorías relativas al desarrollo de la religión permanecieron, aunque se comenzó a considerar que la religión del AT era una amalgama de las creencias y prácticas de los pueblos de los alrededores.

En el antiguo Cercano Oriente la creencia en la vida después de la muerte llevó a prácticas cúlticas muy difundidas en relación con los muertos. El aprovisionamiento que hacían los egipcios para asegurar el bienestar de los muertos, en lo que se creía era una existencia futura básicamente agradable, era bastante complejo. Menos se conoce de los ritos fúnebres individuales mesopotámicos, pero se tenía una idea pesimista de la vida venidera, y en consecuencia era importante asegurar, mediante la provisión para las necesidades, como así también mediante el ritual y la liturgia, que los muertos no volvieran como espíritus insatisfechos a molestar a los vivos. El caso de los reyes era diferente, y había una tendencia, en lo externo por lo menos, a deificarlos. Los nombres, por ejemplo, de gobernantes primitivos como Lugalbanda y Gilgamés fueron escritos con el determinativo divino, honor que también se acordó especialmente a los reyes de la 3» dinastía de Ur, y en algunas ocasiones se les dirigía oraciones. También está bien probada la existencia de un culto a los muertos en Siria, como, por ejemplo, en los descubrimientos en Ras Shamra, donde se encontraron tumbas dotadas de cañerías y canales para posibilitar el derramamiento de libaciones, desde la superficie, hacia el interior de las tumbas.

Se han excavado pocos cementerios o tumbas del período israelita en Palestina, pero las que lo han sido muestran, quizás, una decadencia en el mobiliario de la edad del bronce cananea o, en otras palabras, una declinación del culto a los muertos. No obstante, la Biblia establece claramente que los israelitas se desviaban continuamente del camino recto y adoptaban las prácticas religiosas de sus vecinos. Es de suponer que entre estas prácticas se hayan encontrado algunas relacionadas con el culto a los muertos. Así las declaraciones en Dt. 26.14 sugieren que se hizo necesario prohibir las ofrendas a los muertos; parecería que se esperaba que se quemaría incienso para (le) Asa cuando fue sepultado (2 Cr. 16.14), y en el funeral de Sedequías (Jer. 34.5); y Ez. 43.7–9 da a entender que existía un culto a los cadáveres de los reyes. La práctica de la necromancia (Adivinación) también está probada (1 S. 28.7), aunque se la condena claramente (Is. 8.19; 65.4).

A veces se citan otros pasajes bíblicos como prueba de que se toleraban esas prácticas o se las aceptaba como legítimas. Así vemos que en Gn. 35.8 se indica que se llamó Alón-bacut, “encina del llanto”, a la encina bajo la cual estaba sepultada el ama de Rebeca, y en Gn. 35.20 Jacob coloca una Columna sobre la tumba de Raquel. Se han tomado estas acciones como indicativas de una creencia en la inviolabilidad de las tumbas, y como consecuencia, en las prácticas cúlticas relacionadas con los muertos. Pero el llorar por los muertos bien podía ser una expresión genuina tanto como ritual, y no hay indicaciones de que la colocación de una columna o pilar memorial necesariamente indicara una práctica cúltica. La práctica del levirato (Dt. 25.5–10; Matrimonio, IV) ha sido interpretada como parcialmente destinada a que alguien se encargara de llevar a cabo el culto a los muertos para el extinto. Esta interpretación, sin embargo, una vez más, excede el simple testimonio que ofrece el texto. A pesar de las diversas teorías, la participación en los sacrificios familiares (p. ej. 1 S. 20.29) no ofrece pruebas del culto a los muertos. Se ha sugerido, además, que algunas de las costumbres funerarias (Columna) muestran señales de un culto, o incluso adoración, dirigido a los muertos. Pero tales prácticas, en la medida en que eran legítimas (cf. Lv. 19.27–28; Dt. 14.1) bien pueden ser explicadas como manifestaciones de pena por la pérdida de un ser querido.

Resulta claro entonces que ni el culto a los antepasados ni el culto a los muertos tuvieron papel alguno en la verdadera religión de Israel.

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