El Reino De Israel



Las secciones anteriores de este artículo han abarcado la historia de Egipto y Mesopotamia hasta el siglo VII AC. Esta sección trata de los 120 años de la historia de Israel bajo sus primeros tres reyes, cada uno de los cuales reinó aproximadamente 40 años (2 Sam. 5: 4; 1 Rey. 11: 42; Hech. 13: 21). Las secciones XII y XV tratarán la historia de los reinos separados de Judá e Israel.
Desde su invasión a Canaán, los hebreos habían crecido lentamente en poder y se habían arraigado por medio de luchas continuas con las naciones que vivían dentro y alrededor de Palestina. Habían vivido en el país durante unos tres siglos y medio cuando sintieron la necesidad de un gobierno unificado. Hasta ese entonces habían sido guiados por hombres dirigidos por el Espíritu, llamados jueces, sin la seguridad de que continuaría una dirección competente después de la muerte de cada juez. Desde el punto de vista político estrictamente humano el deseo popular de tener una monarquía hereditaria, expresado en tiempos de Samuel (1 Sam. 8: 5), no era sino natural. Si Israel había de alcanzar su propósito, debía poseer el país en forma permanente; y a fin de conseguirlo, necesitaba la unidad, la continuidad de la dirección y un gobierno estable. Esta eventualidad había sido prevista por Moisés, quien estableció los principios en armonía con los cuales deberían gobernar los reyes (Deut. 17: 14-20).
Con Saúl el reino permaneció débil debido a la inexperiencia y falta de madurez de carácter del joven rey. Su sucesor, David, guerrero infatigable y político capaz, levantó un imperio formidable. Aunque no podía compararse con los imperios situados sobre el Nilo y el Eufrates, era impresionante, y ejerció el control de la mayoría de las naciones de Palestina y Siria. Formado por el genio de David bajo la bendición de Dios, ayudado por la debilidad de las otras naciones grandes de su tiempo, el imperio de Israel permaneció intacto por más o menos medio siglo. Las debilidades se hicieron evidentes aun bajo el reinado relativamente pacífico de Salomón, y su reino se desmenuzó cuando la muerte eliminó la mano fuerte del rey.
Sin embargo, además del recuerdo de un pasado glorioso bajo dos grandes reyes, fue de valor permanente el establecimiento de Jerusalén como centro religioso y político para la nación. El significado de su nombre, "ciudad de paz", ha ejercido una influencia mágica en la mente del pueblo hebreo de todas las generaciones. Puesto que las promesas de la venida del Mesías estaban relacionadas por la Inspiración con la casa real de David, nunca se perdió de vista la idea de un reino establecido y guiado por Dios.
Saúl (c. 1050-1011 AC).
Saúl, hijo del benjamita Cis, hombre escogido por Dios a causa de su naturaleza profundamente religiosa (1 Sam. 10: 7, 10, 11; 14: 37), su humildad (1 Sam. 10: 22) y una tendencia a la generosidad (1 Sam. 11: 13), primeramente fue ungido en secreto por Samuel (1 Sam. 10: 1), proclamado rey en Mizpa (1 Sam. 10: 17-24), y confirmado en su cargo en Gilgal después de tener éxito en el rescate de Jabes de Galaad de manos de los amonitas (1 Sam. 11). Su reino consistió en una unión algo débil de tribus que lo seguían como rey en tiempos de emergencia, pero que fuera de eso decidían sus asuntos internos sin interferencia de un gobierno central. A principios de su reinado, su actuación difirió poco de la de un juez. Aún después de ser proclamado rey, entre otras cosas todavía cuidaba su propio ganado.
Sin embargo, la idea de una monarquía real se desarrolló gradualmente. Saúl tenía el plan de que su reino fuese hereditario. En su capital, construyó un castillo en el predio de una hectárea, "Gabaa de Saúl", ahora Tell el-Fûl, a unos 61/2 km al norte de Jerusalén. Su ciudadela de dos pisos que medía aproximadamente 52 m por 35 m, cuyos muros exteriores tenían de 1,80 a 2,10 m de espesor, ha sido excavada por W. F. Albright. Con sus muros fortificados y torres en las esquinas, representa la construcción hebrea típica de la época. La sala más grande, que era probablemente la sala de audiencia donde David tocaba su lira ante el rey, medía unos 2,10 por 7,60 m.
Fue Saúl quien creó el primer ejército regular, aunque pequeño, mantenido por Israel. Constaba de 3.000 hombres ubicados como guarnición en tres ciudades (1 Sam. 13: 2), con su tío -o tal vez primo- Abner, como comandante en jefe (1 Sam. 14: 50).
El nuevo rey, instalado en el trono durante el período difícil cuando los filisteos, apoyados en sus armas y experiencia militar superiores, trataron de subyugar a los hebreos, a menudo se halló luchando contra ellos como también contra otras naciones. Dio la primera prueba de sus condiciones de general cuando rescató de los amonitas la ciudad de Jabes de Galaad, en Transjordania (1 Sam. 11: 1-11). También sostuvo guerras victoriosas contra los amalecitas (1 Sam. 15: 4-8) y los idumeos en el sur, los moabitas en el este, y los arameos del Estado sirio de Soba (1 Sam. 14: 47).
Con todo, la amenaza permanente para la existencia de Israel provino de los filisteos (1 Sam. 14: 52), que mantuvieron guarniciones en varias ciudades hebreas, aun en algunas cercanas a la capital de Saúl. Los filisteos tenían el monopolio de la manufactura y afilación de armas y herramientas, de manera que en determinado momento en todo Israel solamente Saúl y Jonatán poseían armas de hierro (1 Sam. 13: 19-22). Aterrorizaron de tal manera a los hebreos, que éstos se vieron obligados habitualmente a refugiarse en cuevas y lugares inaccesibles de las montañas (vers. 6).
La primera gran victoria israelita sobre los filisteos, la que causó su expulsión de la región montañosa oriental, fue más bien un episodio militar que una batalla real. Cuando los filisteos habían ocupado las colinas de Benjamín y habían tomado a Micmas, los israelitas retrocedieron en desorden (vers. 5-11). Micmas queda a 11 km al norte de Jerusalén, a una altitud de 620 m sobre una colina que domina la profunda garganta del Wadi ets-Tsuwenît hacia el sur, que formaba el paso de Micmas. Mientras Saúl estaba acampado con 600 hombres en Gabaa, separado de los filisteos por el Wadi ets-Tsuwenît, Jonatán y su escudero descendieron por la roca Sene en la cual estaba construida Gabaa, cruzaron el wadi, y luego escalaron la escarpada roca Boses, sobre la cual estaban acampados los filisteos en Micmas (1 Sam. 13: 15, 23; 14: 4, 5). El ataque sorpresivo de Jonatán en el campamento filisteo creó gran confusión, la que aumentó cuando los hebreos acudieron en ayuda de Jonatán; entonces los filisteos huyeron aterrados (1 Sam. 14: 11-23).
El primer gran encuentro entre los hebreos y los filisteos durante el reinado de Saúl se realizó en la región montañosa occidental entre Soco y Azeca, a mitad de camino entre Jerusalén y Ascalón. La victoria de David sobre Goliat en esa ocasión fue el comienzo de una gran serie de victorias sobre los odiados filisteos. Los principales resultados fueron una mayor libertad para los hebreos y considerable riqueza obtenida del saqueo a los filisteos (1 Sam. 17).
Por desgracia para la nación y la casa real, Saúl, que tenía un carácter indisciplinado, se hizo despótico después de sus victorias. A causa de su violación de la ley levítica y de órdenes divinas, no sólo perdió el reino sino también el juicio. Sus últimos años -no se sabe cuántos- pasaron bajo la sombra de la locura, que a su vez lo llevó a continuas tentativas de matar a David, de quien él sabía estaba destinado a ser su sucesor. Habiendo perdido la amistad y la mano guiadora de su viejo consejero Samuel (1 Sam. 15: 17-23, 35), cometió crímenes de los más necios y atroces, tales como la matanza de los sacerdotes inocentes de Nob (1 Sam. 22: 11-21), y hasta intentó matar a su propio hijo Jonatán (1 Sam. 20: 30-33). Aunque conocido por su celo en desarraigar el espiritismo, pidió consejo a una bruja el día antes de su muerte (1 Sam. 28: 3-25).
En una batalla reñida en las montañas de Gilboa, en el extremo oriental de la llanura de Esdraelón, Saúl y sus hijos perdieron la vida luchando contra los filisteos (1 Sam. 31: 1-6). Esa batalla fue tan desastrosa que todas las ganancias del largo reinado de Saúl se perdieron ante los filisteos, quienes una vez más ocuparon las ciudades de Israel y arrojaron a los aterrorizados habitantes a sus antiguos refugios de las montañas (vers. 7).
David (1011-971 AC).
Después de la muerte de Saúl, David fue coronado rey sobre Judá en Hebrón (2 Sam. 2: 3, 4). En tiempos pasados había sido capitán en el ejército de Saúl, y por un tiempo fue yerno de Saúl (1 Sam. 18: 27), pero había vivido como proscrito en los bosques y las cavernas de las montañas del sur de Judá, y en una ciudad filistea durante los últimos años del reinado de Saúl (1 Sam. 19 a 29). David, ungido secretamente por el profeta Samuel poco después del rechazo de Saúl como rey, estaba excepcionalmente dotado como guerrero, poeta y músico (1 Sam. 17; 2 Sam. 1: 17-27; 1 Sam. 16: 14-23). Era también profundamente religioso, y aunque cayó en un grave pecado, se arrepintió y recuperó el favor divino (ver el Sal. 51). Por lo tanto, se le confirmó el trono a perpetuidad a él y a su posteridad, lo que culminaría con el reino eterno del Mesías, que fue descendiente de David según la carne (Rom. 1: 3).
Los primeros siete años del reinado de David se limitaron a Judá, mientras que Is-boset, cuarto hijo de Saúl, reinó sobre el resto de las tribus desde su capital, Mahanaim, en Transjordania. Las relaciones entre los dos reyes rivales fueron amargas, e hicieron crisis en forma de luchas y derramamientos de sangre (2 Sam. 2: 12-32). Abner, comandante del ejército de Saúl, era el que realmente sostenía el trono de Is-boset, hombre débil que cayó víctima de unos asesinos inmediatamente después que Abner le retiró su apoyo (2 Sam. 3 y 4). Su verdadero nombre parece haber sido Es-baal, "hombre de Baal" (1 Crón. 8: 33; 9: 39), lo que sugiere que cuando nació, Saúl se había alejado tanto de Dios que adoraba a Baal. Al escritor inspirado de 2 Samuel, este nombre le resultaba tan vergonzoso que nunca lo usó; por eso a Es-baal, "hombre de Baal", siempre prefirió llamarlo Is-boset, "hombre de vergüenza".
David había hecho de Hebrón su capital, y allí, después de la muerte de Is-boset, fue coronado rey sobre todo Israel, lo cual señaló el fin de la breve dinastía de Saúl. Después que David hubo reinado durante siete años y medio, se propuso establecer una nueva capital. Demostró notable sabiduría política al elegir como capital una ciudad que hasta ese momento no había pertenecido a ninguna tribu, y que por lo tanto sería aceptable para todos. Al conquistar la fortaleza Jebusea de Jerusalén, en la frontera entre Judá y Benjamín, y al establecer el centro político y religioso del reino en una ubicación central, lejos de las principales carreteras internacionales que atravesaban el país, David demostró una previsión política digna de encomio. Desde entonces Jerusalén ha sido una ciudad importante y ha desempeñado un papel destacado en la historia del mundo.
El reinado de David se distingue por una cadena ininterrumpida de victorias militares. Derrotó repetidas veces a los filisteos (2 Sam. 5: 17-25; 21: 15-22; 23: 13-17) y logró libertar completamente a Israel de la influencia de ellos. Los limitó a una región costera próxima a las ciudades de Gaza, Ascalón, Asdod, Gat y Ecrón. También subyugó a los moabitas, amonitas y edomitas (2 Sam. 8: 2, 14; 10: 6 a 11: 1; 12: 26-31; 1 Crón. 18: 2, 11-13; 19: 1 a 20: 3), y sometió a los arameos de Damasco y Soba (2 Sam. 8: 3-13; 1 Crón. 18: 5-10). Otras naciones procuraron su amistad mediante el envío de presentes -como lo hizo el rey de Hamat (2 Sam. 8: 9, 10) -o mediante la firma de tratados, como en el caso del rey fenicio de Tiro (2 Sam. 5: 11). De esta manera David pudo reinar sobre toda Palestina occidental y orienta, con excepción de la región costera, e indirectamente también sobre grandes secciones de Siria. Prácticamente todo el territorio entre el Eufrates y Egipto era administrado por los gobernadores de David, o le era favorable, o le pagaba tributo.
La política interna de David no siempre tuvo tanto éxito como su política exterior. Para fijar impuestos o para hacer un cálculo del potencial humano de su reino, hizo levantar un censo que ofendió a Joab, su general, y también a Dios (2 Sam. 24; 1 Crón. 21 y 22). David, como otros estadistas fuertes antes y después de él, también cayó ocasionalmente víctima de sus concupiscencias -véase por ejemplo el episodio de Betsabé (2 Sam. 11: 2 a 12: 25)-, y como polígamo compartió los tristes resultados de esa costumbre. Uno de sus hijos cometió incesto (2 Sam. 13); otro, Absalón, llegó a ser fratricida y más tarde se rebeló contra su propio padre, pero murió en la batalla que siguió (2 Sam. 13 a 19). La rebelión del benjamita Seba también causó serias dificultades y derramamiento de sangre (2 Sam. 20); y poco antes de la muerte de David, Adonías, uno de sus hijos, hizo un intento infructuoso para ocupar el trono mediante una revolución en el palacio (1 Rey. 1). Sin embargo, la recia personalidad de David, junto con el resuelto apoyo de los que le fueron leales, le permitió vencer todas las fuerzas divisivas. El reino fue transferido a Salomón como una sólida unidad.
La lealtad básica de David para con Dios y su disposición a arrepentirse y aceptar el castigo por el pecado, le ganaron el respeto de los profetas Natán y Gad, y le atrajeron promesas y bendiciones divinas de una naturaleza singular. No pudo realizar uno de sus mayores deseos: construir un templo para el Dios que amaba. Sin embargo, se le prometió que construiría el templo su hijo, cuyas manos no estaban manchadas de sangre como las suyas. Por lo tanto, David compró el terreno, mandó hacer el plano y reunió los fondos para ayudar a Salomón en la realización del plan (2 Sam. 7; 1 Crón. 21: 18 a 22: 5).
Salomón (971-931 AC).
Salomón, tercer gobernante del reino unido de Israel, cuyo nombre era también Jedidías, "al cual amó Jehová" (2 Sam. 12: 24, 25), parece haber seguido la costumbre oriental de tomar un nombre para ocupar el trono: Salomón, "pacífico". Su reinado hizo que este título no fuese sólo apropiado, sino también popular.
Por razones no especificadas, Dios escogió a Salomón para que fuese el sucesor de David, y éste lo proclamó rey durante una revolución de palacio que tenía el propósito de colocar en el trono a su hermano mayor Adonías (1 Rey. 1: 15-49). Aunque Salomón pareció al principio demostrar clemencia para con Adonías, no se olvidó del incidente. Por lo general, el menor error que cometieron los opositores de Salomón les costó la vida. De ahí que tanto Joab, instigador del complot, como Adonías fueran finalmente ejecutados, mientras que Abiatar, el sumo sacerdote, fue depuesto (1 Rey. 2).
Demostrando una piedad desusada para sus años, y comprendiendo al parecer la dificultad de sus problemas políticos, Salomón pidió a Dios sabiduría en la difícil tarea de gobernar el nuevo imperio. Su sabiduría, de la cual tenemos ejemplos en los Proverbios, Eclesiastés y Cantares, excedió a la de todos los demás sabios famosos de la antigüedad (1 Rey. 3: 4 a 4: 34). Esta fama atrajo a su corte a los intelectuales de varias naciones. De esas visitas, la de la reina árabe de Sabá parece haber sido la que hizo mayor impresión sobre sus contemporáneos (1 Rey. 4: 34; 10: 1-10).
El reino que Salomón heredó de su padre se extendía desde el golfo de Akaba, al sur, hasta casi el Eufrates, al norte. Nunca antes ni después tuvo tanta extensión el territorio israelita. Siendo que tanto Asiria como Egipto estaban muy débiles en esta época, Salomón no encontró verdadera oposición de parte de sus vecinos, y aprovechando esa situación, se aventuró en grandes empresas comerciales por tierra y por mar que le reportaron riquezas nunca antes vistas por su pueblo. De ahí que el esplendor de su reinado se hiciera legendario, como lo testifica Mat. 6: 28, 29.
Puesto que los fenicios ya controlaban el comercio del Mediterráneo, Salomón se dirigió hacia el sur y realizó empresas comerciales con Arabia y el Africa oriental, llevando a cabo sus expediciones marítimas con la ayuda de marinos de Tiro (1 Rey. 9: 26-28). La ciudad de Ezión- geber en el golfo de Akaba no sólo sirvió de puerto principal para estas expediciones, sino también, aparentemente, como un centro comercial del cobre extraído en el Wadi Arabá (la zona entre el mar Muerto y Ezión-geber). Como además controlaba muchas rutas comerciales terrestres, Israel llegó a ser el gran mercado de compra y venta de carros y lino egipcios, caballos de Cilicia y diversos productos de Arabia. Prácticamente nada entraba en Egipto desde el oriente, o en Mesopotamia desde el suroeste, sin enriquecer los cofres de Salomón (1 Rey. 4: 21; 10: 28, 29).
El rey emprendió también grandes construcciones. Sobre el monte Moriah, en el norte de la antigua Jerusalén, edificó una acrópolis que comprendía el magnífico templo, edificado en 7 años (1 Rey. 6: 37, 38), y su propio palacio, cuya construcción llevó 13 años (1 Rey. 7: 1). También construyó el millo'o "relleno", que algunos creen que estuvo entre Sion y Moriah, y reparó el muro de Jerusalén (1 Rey. 9: 15, 24). A lo largo del país se construyó una cadena de ciudades para sus carros a fin de garantizar la seguridad nacional, y esto requirió un gran ejército regular y muchos caballos y carros, costosos rubros del presupuesto nacional (1 Rey. 4: 26; 9: 15-19; 10: 26; 2 Crón. 9: 28). Las excavaciones de Gezer y Meguido han comprobado plenamente estas afirmaciones bíblicas.
Para sus múltiples empresas, el rey dependía del trabajo forzado (1 Rey. 5: 13-18; 9: 19-23), y de los fenicios, para conseguir obreros adiestrados y marineros (1 Rey. 7: 13; 9: 27). Los magníficos proyectos de construcción y las grandes exigencias del ejército fueron una carga tan pesada para la economía israelita, que aun los inmensos ingresos de Salomón resultaron insuficientes para financiar el programa, con el resultado de que en una ocasión tuvo que ceder 20 pueblos galileos a Fenicia en pago de la madera y del oro que necesitaba (1 Rey. 9: 10-14).
Siguiendo la costumbre de los monarcas orientales, Salomón tuvo un gran harén, y procuró fomentar la buena voluntad internacional casándose con princesas de la mayoría de las naciones circunvecinas, incluso Egipto, y permitió que se edificasen en Jerusalén santuarios dedicados a deidades extranjeras (1 Rey. 11: 1-8). La princesa egipcia, que trajo como dote la ciudad de Gezer que su padre había conquistado de los cananeos, parece haber sido su reina favorita por cuanto le construyó un palacio separado (1 Rey. 3: 1; 9: 16, 24).
Pero la gloria exterior del reino, el suntuoso ceremonial de la corte, las nuevas y poderosas fortalezas en todo el país, el fuerte ejército y las grandes empresas comerciales no podían ocultar el hecho evidente de que el imperio de Salomón estaba por desintegrarse. Había inquietud entre los israelitas a causa de los altos impuestos y el trabajo forzado requerido, y las naciones subyugadas sólo esperaban una señal de debilidad para independizarse de Jerusalén. Aunque la Biblia sólo menciona por nombre a tres rebeldes que se manifestaron en abierta oposición a Salomón: Hadad edomita, Rezón hijo de Eliada, y el efrainita Jeroboam (1 Rey. 11: 14-40), los sucesos que ocurrieron inmediatamente después de la muerte de Salomón implican que debe haber habido considerable desasosiego aun durante su vida.
Los escritores bíblicos, que se preocuparon más de la vida religiosa de sus héroes, dan como razón principal de la decadencia del poder de Salomón y la desintegración de su imperio, el hecho de que el rey se hubiera apartado del camino recto de sus deberes religiosos. Aunque había construido el templo de Jehová y en su dedicación ofreció una oración que reflejaba profunda experiencia espiritual (1 Rey. 8: 22-61), cayó en una poligamia e idolatría sin precedentes (1 Rey. 11: 9-11) que provocaron la prosecución de una política insensata que apresuró la caída de su reino.
No bien hubo cerrado los ojos Salomón, las tribus de Israel se separaron en dos bandos y varias de las naciones sometidas proclamaron su independencia.

XII. El reino de Judá desde 931 a 608 AC y el de Israel, 931-722 AC
Los reyes de Judá; Roboam (931-913 AC).
Con Roboam, el imprudente hijo de Salomón, el reino hebreo unido llegó a su fin para nunca resurgir. Cuando Roboam fue a Siquem para la coronación, se enteró del descontento profundo que existía entre sus súbditos a causa de las excesivas cargas de impuestos y el trabajo forzado que su padre había introducido. Rechazando las advertencias de consejeros experimentados para que accediese a las demandas razonables del pueblo, lo amenazó con aumentar sus cargas; de esta manera provocó la franca revuelta de sus súbditos del norte y del este bajo la dirección de Jeroboam, quien al enterarse de la muerte de Salomón había regresado del destierro (1 Rey. 12: 1-20).
Aunque atendió el consejo del profeta Semaías de no luchar contra sus hermanos al separarse las diez tribus, es evidente que Roboam sostuvo posteriormente varias guerras sangrientas con Jeroboam (1 Rey 12: 24; 14: 30). También en su quinto año sufrió el ataque histórico de Sheshonk (Sisac) I de Egipto (1 Rey. 14: 25-28), respecto del cual todavía da testimonio el relieve de la victoria de Sheshonk que se halla en el muro del templo de Karnak. Este ataque puede explicar por qué el rey de Judá fortaleció las defensas de una cantidad de pueblos que protegían los caminos que llevaban a Jerusalén (2 Crón. 11: 5-12).
Siendo quizá hijo de una mujer amonita, Roboam imitó a su padre al tener un numeroso harén y al fomentar la adoración de dioses paganos, con todos sus ritos abominables (1 Rey. 14: 22-24; 2 Crón. 11: 21).
Abiam y Asa (913-869 AC).
El siguiente rey, Abiam, reinó brevemente (913-911 AC), sostuvo una guerra con Jeroboam I e imitó a su padre en todos sus vicios (1 Rey. 15: 1-8).
Con Asa, hijo de Abiam, llegó nuevamente al trono un buen rey (911-869 AC). Eliminó la influencia de su abuela, que había levantado una imagen para Asera, y desterró a los sodomitas como también el culto de los ídolos (vers. 10-13). Después de los primeros años pacíficos de su reinado, que dedicó a reformas religiosas, Asa fue atacado por los etíopes comandados por Zera, que eran probablemente cusitas de la costa oriental del mar Rojo (2 Crón. 14: 9-15). Cuando Baasa de Israel ocupó parte del norte de Judá, probablemente 36 años después de la división del reino (2 Crón. 16: 1), Asa no se atrevió a enfrentar al ejército septentrional con sus propias fuerzas inferiores en número, sino que indujo a Ben-adad de Siria a atacar y debilitar a Israel. Por esta falta de fe en la ayuda de Jehová, Asa fue severamente reprendido por el profeta Hanani (vers. 1-10).
Los últimos años de Asa se caracterizaron por su mala salud (vers. 12), y por lo tanto designó a su hijo Josafat como corregente, según lo indican los datos cronológicos.
Desde Josafat hasta Ocozías (872-841 AC).
Josafat (872-848 AC) continuó las reformas religiosas de su buen padre. Aunque no quitó todos los altos, se lo encomia por haber ordenado que los levitas y sacerdotes recorriesen el país para predicar la ley (1 Rey.22: 43; 2 Crón. 17: 7-9). El terminó la larga querella entre Judá e Israel al aliarse con la dinastía de Omri, y casó al príncipe heredero Joram de Judá con Atalía, hija de Acab (2 Rey. 8: 18, 26), unión que por desgracia abrió la puerta para el culto de Baal en Judá. Josafat también ayudó a los reyes del norte en sus campañas militares. Con Acab fue contra Ramot de Galaad (2 Crón. 18: 28), y con Joram, rey de Israel, contra Moab (2 Rey. 3: 4-27). También luchó contra una fuerte confederación de los idumeos, moabitas y amonitas (2 Crón. 20: 1-30). Por otra parte, algunas naciones, como los filisteos y los árabes, quedaron tan impresionadas con las hazañas de Josafat que procuraron su amistad. Su intento de restablecer las expediciones de Salomón a Ofir fracasó cuando sus barcos naufragaron en Ezión-geber (vers. 35-37).
Joram (854-841 AC), que no debe ser confundido con su contemporáneo, Joram de Israel, compartió el trono con su padre Josafat. No se dice nada bueno de Joram. Influido por su esposa malvada e idólatra, fomentó el culto a Baal en Judá (2 Rey. 8: 18), riñó infructuosas guerras con los filisteos y los árabes (2 Crón. 21: 16, 17; 22: 1), y murió de una enfermedad incurable, según lo había predicho Elías (2 Crón. 21: 12-19).
Ocozías (841 AC) siguió los caminos corruptos de sus padres, acompañó a su tío Joram de Israel en una guerra infructuosa contra los sirios (2 Rey. 8: 26-29), y fue mortalmente herido en el complot de Jehú contra Joram de Israel. Murió en Meguido, adonde había huido para restablecerse (2 Rey. 9: 14-28)
Los reyes de Israel; Jeroboam I (931-910 AC).
Al separarse de la dinastía de David, todas las tribus hebreas salvo Judá y Benjamín llamaron a Jeroboam, exiliado político que acababa de volver de Egipto, adonde había huido de Salomón (1 Rey. 12: 19, 20). Jeroboam era un caudillo efrainita que había servido a Salomón como capataz de una cuadrilla de obreros ocupados en trabajos de construcción en Milo. Resentido por la política interna de Salomón, se había rebelado. Animado por el profeta Ahías de Silo, es evidente que se volvió osado en su oposición y fue probablemente denunciado ante Salomón, por lo que huyó a Egipto para salvar la vida (1 Rey. 11: 26-40).
Jeroboam I reinó sobre el reino septentrional como su primer rey durante 22 años (931-910 AC). Hizo de Siquem su primera capital, pero más tarde la trasladó a Tirsa. Tirsa no ha sido identificada aún definitivamente, pero puede haber estado en el montículo actual de Tell el-Fâr'ah, a unos 11 km al noreste de Nablus. Se han llevado a cabo excavaciones en este montículo que es más grande que el de Meguido, pero no se han hallado aún indicios definidos para lograr su identificación.
Jeroboam tuvo que sostener continuas guerras con sus vecinos descontentos del sur, primero contra Roboam y luego contra Abiam (1 Rey. 14: 30; 15: 7). Su tierra parece también haber sido devastada durante la campaña del rey egipcio Sheshonk, aunque la Biblia sólo menciona a Judá y a Jerusalén como víctimas del ataque. Sin embargo, la evidencia demuestra claramente que Sheshonk también invadió el reino septentrional, porque inscribió los nombres de muchas ciudades del norte en su relieve de Karnak. También se descubrió una estela de la victoria de Sheshonk en las ruinas de la ciudad de Meguido, perteneciente a Jeroboam. Puede ser que Jeroboam no hubiera cumplido las promesas hechas a Sheshonk, y así hubiera provocado esta acción militar emprendida contra él. De lo contrario no es claro por qué Sheshonk, que había otorgado asilo a Jeroboam como refugiado político, se volviera tan rápidamente contra él una vez que llegó a ser rey.
Por razones políticas, Jeroboam introdujo ritos y prácticas religiosas que constituyeron una desviación del culto puro a Jehová. En Bet-el y Dan construyó templos e hizo dos becerros para representar a Jehová en forma visible (1 Rey. 12: 27-31). Durante dos siglos el culto de estos becerros de oro fue conocido como el "pecado de Jeroboam". De todos sus sucesores en el trono de Israel, excepto tres, se dice que lo siguieron en esta apostasía. La inscripción de un fragmento de alfarería hallado en Samaria proyecta una luz curiosa sobre este culto de un becerro. Tiene el nombre de un hombre llamado Egelyau, que significa "Jehová es un becerro", lo que demuestra que los israelitas adoraban a Jehová bajo la forma de un novillo de la misma manera en que los cananeos creían que su dios El era un toro.
Jeroboam también cambió el mes principal de fiestas -el séptimo del calendario eclesiástico hebreo- al octavo (vers. 32, 33). El estudio de la cronología israelita también pareciera indicar que entonces se introdujo un calendario civil que comenzaba en primavera [del hemisferio norte], a diferencia del que se usaba en el reino meridional, donde el año civil comenzaba en el otoño. Siendo que los reyes del sur usaban el sistema del año de ascensión al trono al calcular los años de su reinado, Jeroboam introdujo el sistema egipcio que no toma en cuenta el año de la ascensión al trono, y probablemente lo hizo sin otra razón que la de ser diferente.
Jeroboam, que comenzó su reinado como rebelde contra Roboam, y que también se rebeló contra Dios y su forma de culto, estableció su reino sobre el fundamento más débil posible. Esto fue cierto tanto en sentido político como espiritual. Ni su dinastía, que llegó a su fin con la muerte de su hijo, ni ninguna de las dinastías posteriores, duraron más que unos pocos años. El reino de Israel tuvo 10 dinastías y 20 reyes en los 208 años de su existencia. Además, la nación nunca escapó del callejón sin salida respecto a la religión al cual la condujo Jeroboam. Hundiéndose cada vez más profundamente en el lodo de la idolatría e inmoralidad paganas, fue despedazada por sus enemigos, Siria y Asiria, y finalmente desapareció.
Desde Nadab hasta Zimri (910-885 AC).
El impío reinado de Nadab (910-909 AC), hijo de Jeroboam, se interrumpió cuando fue asesinado por Baasa en la ciudad filistea de Gibetón. Así terminó la primera dinastía (1 Rey. 15: 25-29). Este terrible precedente se repitió vez tras vez, hasta que diez dinastías distintas hubieron reinado sobre Israel. Baasa (909-886 AC) continuó hostigando a Judá, pero perdió el territorio que había ganado cuando fue atacado por Ben-adad de Damasco, que había recibido cohecho de Asa, rey de Judá (1 Rey. 15: 16 a 16: 7). La dinastía de Baasa terminó como la anterior. Su hijo Ela (886-885 AC) fue asesinado por Zimri, uno de sus generales, en su capital Tirsa, después de un reinado de menos de dos años (1 Rey. 16: 8- 10). Zimri ocupó su corto reinado de sólo siete días en matar a todos los parientes y amigos de Baasa. Entonces Omri, otro general de Ela que fue proclamado rey por el ejército israelita, ocupado en ese momento en una campaña contra los filisteos, marchó contra Tirsa y tomó la ciudad. Comprendiendo que la resistencia era inútil, Zimri rehusó rendirse a Omri, prendió fuego al palacio y pereció en las llamas (vers. 11-18).
Omri (885-874 AC).
Omri llegó a ser el fundador de una dinastía, cuatro de cuyos reyes ocuparon el trono a través de un período de 44 años (885-841 AC). Al principio Omri tuvo que luchar con otro aspirante al trono, Tibni, que tenía considerable apoyo de parte del pueblo. Sólo después de cuatro años de lucha interna, Omri pudo exterminar a Tibni y a sus seguidores (vers. 21-23). Esto resulta claro por las declaraciones cronológicas de los vers. 15 y 23, que asignan los 7 días del reinado de Zimri al año 27 de Asa, y la ascensión de Omri al trono -como monarca único- al año 31 de Asa.
El reinado de 12 años de Omri fue políticamente más importante que lo que indican los registros bíblicos. Al escoger una ubicación estratégica para su capital, Samaria, hizo por Israel lo que David había hecho al elegir a Jerusalén. Esta colina, de unos 120 m de altura, estaba situada en una llanura en forma de taza y podía ser defendida con facilidad. Aparentemente nunca fue tomada por la fuerza de las armas, y sólo se rindió por falta de agua o alimento. Las excavaciones han confirmado el hecho insinuado en los registros bíblicos de que el sitio no había sido habitado antes del tiempo de Omri. Al trasladar su capital a ese lugar, él comenzó a construir grandes defensas que fueron completadas por su hijo Acab.
No se sabe si Omri personalmente tuvo encuentros con los asirios, pero durante los siguientes 100 años los registros asirios se refieren a Israel como "la tierra de la casa de Omri", aun mucho después de que hubo desaparecido la dinastía de Omri. Su personalidad, su éxito político o sus empresas comerciales lo deben haber hecho famoso a la vista de sus contemporáneos y de las generaciones posteriores.
Omri entabló relaciones cordiales con sus vecinos fenicios, y casó a su hijo Acab con Jezabel, hija del rey de Tiro. Esta alianza introdujo el culto de Baal y Asera en Israel en un grado anteriormente desconocido (1 Rey. 16: 25). También concedió franquicias económicas a Damasco y permitió que comerciantes sirios tuviesen puestos en los bazares de Samaria (1 Rey. 20: 34). Puesto que Israel recibió privilegios similares en Damasco sólo después de una victoria militar sobre los sirios, parece que Omri fue vencido por los sirios, les cedió cierta parte de su territorio y les otorgó las concesiones económicas mencionadas.
Sin embargo, Omri pudo subyugar a Moab, como lo admite la larga inscripción de la famosa Piedra Moabita, donde Mesa rey de Moab dice: "Omri, rey de Israel, afligió muchos días a Moab, porque Quemos estuvo airado con su tierra" (ver t. I, pág. 128). Cuán valiosa fue la posesión de Moab para Israel puede verse por el tributo pagado por Moab a Acab, hijo de Omri. Se dice que dicho tributo ascendió -probablemente cada año- a "cien mil corderos y cien mil carneros con sus vellones" (2 Rey. 3: 4).

Acab (874-853 AC).
Con Acab, el siguiente rey, llegó al trono de Israel un gobernante débil. No tenía fuerza para resistir a su esposa fenicia de recia voluntad, que estaba resuelta a exaltar al máximo su propia religión. Al traer desde su patria hasta la mesa real a centenares de sacerdotes y profetas de Baal y Astarté, al introducir los ritos inmorales del sistema de culto cananeo y al perseguir y matar a los adoradores del verdadero Dios, Jezabel causó una crisis religiosa de primera magnitud (1 Rey. 18: 4, 19). A causa de esta crisis, y debido a que algunos de los más grandes dirigentes espirituales del AT, Elías y Eliseo, vivieron y trabajaron en Israel en esa época, la Biblia dedica mucho espacio a Acab.
Elías fue llamado por Dios para luchar por la supervivencia de la verdadera religión. Una larga sequía de tres años y medio, predicha por el profeta como castigo de Jehová, llevó la tierra de Acab al borde de la ruina económica. La sequía llegó a su fin con la victoria de Elías sobre los sacerdotes de Baal en el monte Carmelo, donde se realizó una competencia entre el poder de Jehova y el de Baal (vers. 17-40). Pero mientras reinó Acab, floreció el culto pagano de Baal. Es notable que Acab no se atreviera a dar nombres de Baal a sus hijos; todos los nombres conocidos de éstos: Ocozías, Joram y Atalía, contienen la forma abreviada de Jehová. Sin embargo, sus súbditos tuvieron menos escrúpulos en esto. Numerosos nombres personales de ese período y otros subsiguientes estaban relacionados con Baal -Abibaal, Baala, Baalzamar, Baalzakar y otros- según lo demuestran las inscripciones de fragmentos de alfarería hallados al excavar en Samaria.
Acab se hizo famoso por la "casa de marfil" que construyó (1 Rey. 22: 39; Amós 3: 15). Gran número de placas de marfil hermosamente talladas, que se hallaron en la excavación en Samaria, revelan que el interior de su palacio probablemente estuvo decorado con marfil. Los diseños son semejantes a los que se hallan en decoraciones hechas con marfil en Siria y Asiria.
Como guerrero, Acab tuvo un éxito limitado. Dos veces derrotó a los sirios. El botín de estas dos guerras victoriosas lo enriqueció mucho, y le valió concesiones económicas en Damasco (1 Rey. 20: 21, 34). De ahí que, por un tiempo, llegase a ser uno de los monarcas más poderosos al occidente de Asiria. Cuando Salmanasar III avanzó por Siria, Acab se unió con sus anteriores enemigos para hacer causa común contra los asirlos, y reunió más carros que cualquiera de los aliados. Esto se ve en la lista que da Salmanasar de sus adversarios en la batalla de Qarqar, conservada en una inscripción histórica grabada en una roca en la parte superior del Tigris. La inscripción declara que de los 3.940 carros que peleaban contra los asirios, 2.000 pertenecían a Acab, mientras que los otros 10 aliados habían reunido solamente 1.940. De los 52.900 soldados de infantería, Acab proporcionó 10.000. Cuando la batalla de Qarqar detuvo el avance de Salmanasar, Acab, consciente de su fuerza, se volvió inmediatamente contra Damasco para recuperar la posesión de la ciudad de Ramot de Galaad, en Transjordania; pero perdió la vida en esa batalla (1 Rey. 22).
Ocozías y Joram (853-841 AC).
Durante el corto reinado del hijo de Acab, Ocozías (853-852 AC), que fue tan corrupto como había sido su padre, no sucedió nada de importancia, salvo tal vez la expedición abortada a Ofir hecha en cooperación con Josafat de Judá (2 Crón. 20: 35-37). Puesto que Ocozías no tuvo hijos, lo sucedió en el trono su hermano Joram (852-841 AC). En sus días se rebeló Mesa de Moab, y emprendió una expedición militar en cooperación con Josafat de Judá, con resultados desastrosos para Moab. Sin embargo, Israel no pudo restablecer su dominio sobre dicho país, según lo da a entender el registro bíblico (2 Rey. 3: 4-27) y lo afirma la inscripción de la Piedra Moabita.
Joram sostuvo varias guerras contra los sirios. Gracias a la intervención del profeta Eliseo, dos veces se evitó un desastre inminente (2 Rey. 6 y 7), pero el intento de Joram de recuperar a Ramot de Galaad de manos de los sirios fracasó, así como había fracasado el de su padre Acab. Herido por Hazael de Siria, fue a la fértil Jezreel para recuperarse, y allí fue asesinado por Jehú, el comandante de su ejército. Este último procedió a extirpar a toda la familia de Omri, incluso Jezabel, y luego usurpó el trono (2 Rey. 8: 28, 29; 9: 24 a 10: 17).
La dinastía de Jehú (841-752 AC).
Jehú (841-814 AC), que había sido ungido por un mensajero de Eliseo en Ramot de Galaad, no sólo puso fin a la dinastía idólatra de Omri sino que erradicó el culto de Baal hasta donde le fue posible. Por este celo justiciero fue encomiado por el profeta, y se le prometió que sus descendientes se sentarían sobre el trono de Israel hasta la cuarta generación (2 Rey. 10: 30). Por consiguiente, su dinastía reinó sobre el país durante unos 90 años, casi la mitad del período de existencia de la nación. Sin embargo, Jehú no terminó con el culto del becerro de Jeroboam, y su reforma por lo tanto fue incompleta.
Rompiendo con la política de sus predecesores, Jehú voluntariamente se hizo vasallo de Salmanasar III y pagó tributo tan pronto como ascendió al trono. Este suceso está representado en los cuatro lados del obelisco negro de Salmanasar, ahora en el Museo Británico. El rey hebreo -el primero de quien existe una representación de su misma época- aparece arrodillado ante Salmanasar, mientras que su séquito lleva como tributo "plata, oro, un tazón de saplu de oro, una vasija de oro con fondo puntiagudo, vasos de oro, baldes de oro, estaño, un báculo para rey y puruhtu de madera" (aún se desconoce el significado de las palabras en cursiva). Probablemente Israel cambió su política para con Asiria a fin de obtener la ayuda de ésta contra Hazael de Siria, principal enemigo de Israel.
Los 17 años del reinado de Joacaz (814-798 AC) se caracterizaron por guerras continuas contra los sirios, los cuales oprimieron a Israel, primero bajo Hazael, y luego bajo su hijo Ben-adad III (2 Rey. 13: 1-3). El resultado fue que Israel perdió mucho de su territorio y su ejército, de manera que sólo le quedaron 10 carros, 50 jinetes y 10.000 infantes (vers. 7). Una comparación de los 10 carros de Joacaz con los 2.000 de Acab revela la gran pérdida de poder que había sufrido el reino en 50 años. No se sabe quién rescató a Israel de su triste suerte, porque no se identifica al "salvador" del vers. 5. Puede haber sido su hijo Joás (ver vers. 25), un rey de Asiria, alguna otra persona.
El siguiente rey de Israel, Joás (798-782 AC), tuvo más éxito en sus guerras contra los sirios que el que había tenido su padre, y al vencerlos tres veces recuperó todo el territorio perdido por Joacaz (vers. 25). Desafiado por Amasías de Judá, contra su voluntad tuvo que luchar contra el reino del sur: la primera guerra en 100 años entre las dos naciones hermanas. Venció al ejército de Judá en la batalla de Bet-semes, tomó cautivo al rey, y entró victoriosamente en Jerusalén. Derribó parte de las defensas de la ciudad, y se llevó vasos del templo, tesoros reales y algunos rehenes a Samaria (2 Rey. 14: 8-14).
Los datos cronológicos exigen una corregencia entre Joás y su hijo, Jeroboam II, durante unos 12 años, la única corregencia de la cual haya evidencia en Israel. Joás puede haber tomado esta medida por prudencia política. Conociendo el peligro que experimenta un Estado cuando repentinamente queda vacante el trono, probablemente designó a su hijo Jeroboam como gobernante asociado y sucesor cuando comenzó sus guerras de liberación contra Siria. Así quedaba asegurada la continuidad de la dinastía aun cuando el rey perdiera la vida durante una de sus campañas.
Se registran 41 años de reinado de Jeroboam (793-753 AC), incluyendo 12 años de corregencia con su padre, Joás. Por desgracia poco se sabe de su reinado, que evidentemente fue próspero. La Biblia sólo dedica siete versículos a su vida (vers. 23-29), pero ellos indican que recuperó tanto territorio perdido, que su reino casi igualó en extensión al imperio de David y Salomón. Con excepción del territorio ocupado por el reino de Judá, la extensión de su reino era prácticamente la misma que la de aquellos grandes reyes. Restauró el gobierno israelita sobre las regiones costeras y las del interior de Siria, conquistó Damasco y Hamat, y ocupó el sur de Transjordania hasta el mar Muerto, lo que significa probablemente que hizo tributarios de Israel a Amón y Moab. Estas grandes ganancias sólo fueron posibles porque Asiria atravesaba por un período de debilidad política y no pudo interferir.
Jeroboam II fue evidentemente un gobernante fuerte, pero careció de la prudencia y la previsión de su padre. De ahí que no tomara ninguna medida para garantizar la continuidad de su gobierno, y su reino se derrumbó casi inmediatamente después de su muerte. Su hijo Zacarías sólo reinó seis meses (753-752 AC), y cayó víctima del complot asesino de Salum (2 Rey. 15: 8-12). Así terminó la dinastía de Jehú, y de allí en adelante el reino volvió rápidamente a la impotencia política que lo había caracterizado durante la mayor parte de su corta historia.
El reino de Judá desde 841 a 750 AC, desde Atalía hasta Azarías (Uzías).
El período que consideramos ahora abarca la historia de Judá, y es contemporáneo con la dinastía de Jehú en Israel. El fin del reinado de Azarías (Uzías) no ocurrió en 750 AC, pero esta fecha señala el principio aproximado del nuevo imperio asirio, cuando Israel y Judá quedaron fatalmente implicados en las conquistas asirias, cada vez más abarcantes. Siendo que Jotam, hijo de Azarías, fue nombrado corregente con su padre en 750 AC, esta fecha es un hito conveniente para este estudio de la historia del reino de Judá.
Cuando Ocozías de Judá fue muerto por Jehú en 841 AC, Atalía, la madre de Ocozías, se apoderó del trono durante seis años (841-835 AC). Hija de la cruel e inescrupulosa Jezabel de Israel, hizo exterminar a "toda la descendencia real" a fin de asegurar su propio gobierno. Sin embargo, sus secuaces pasaron por alto al principito Joás, que fue rescatado por el sumo sacerdote Joiada y su esposa Josaba, hermana del extinto rey (2 Rey. 11: 1-3).
Joás (835-796 AC), educado en el hogar de Joiada, fue puesto en el trono por éste a la edad de siete años, y el ejército mató a la malvada reina Atalía (2 Rey. 11: 4-21). Mientras el joven rey permitió que Joiada guiase sus asuntos, actuó en una forma prudente y piadosa; eliminó el culto a Baal y realizó extensas reparaciones en el templo (2 Rey. 12: 1-16; 2 Crón. 24: 1-14). Sin embargo, después de la muerte de Joiada, Joás se volvió indiferente, y hasta hizo morir apedreado a Zacarías, hijo de su benefactor, por haberle reprochado sus malas obras (2 Crón. 24: 15-22). Cuando Hazael de Damasco marchó contra Joás, éste trató de apaciguarlo dándole algunos de los tesoros del templo. Este acto de cobardía, junto con el asesinato de Zacarías y agravios domésticos y religiosos, evidentemente dio como resultado una profunda oposición. Fue asesinado por sus propios siervos y sepultado en la ciudad de David, pero no en los sepulcros reales (2 Rey. 12: 17-21; 2 Crón. 24: 25).
Su hijo Amasías (796-767 AC) eliminó primeramente a los asesinos de su padre y se consolidó en su puesto. En sus planes para reconquistar a Edom, que antes había pertenecido a Judá, contrató a 100.000 mercenarios, pero más tarde los despidió por indicaciones de un varón de Dios. Con sus propias fuerzas judías obtuvo una victoria sobre los edomitas y conquistó la capital edomita, Sela o Petra. Mientras tanto, los mercenarios despedidos saqueaban las ciudades del norte de Judá. Como resultado de su victoria sobre los edomitas, Amasías se ensoberbeció y desafió a Joás de Israel para que pelease con él. Esta imprudencia tuvo resultados desastrosos, porque Judá se convirtió prácticamente en un vasallo de Israel. Habiéndose apartado también del verdadero Dios, perdió la confianza de su pueblo. Fue asesinado en Laquis (2 Crón. 25: 1-28).
A Amasías le sucedió su hijo Azarías, cuyo segundo nombre -probablemente nombre de gobierno- fue Uzías (790-739 AC). Su reinado se describe como justo y próspero. Fomentó el desarrollo económico del país (2 Crón. 26: 10), y reunió un ejército grande y bien equipado (2 Crón. 26: 11- 15). Esto le permitió llevar a cabo campañas victoriosas contra los filisteos y árabes (vers. 7), y recuperar a Elat (Ezióngeber) sobre el golfo de Akaba (2 Rey. 14: 22), como también, probablemente, el territorio edomita que se hallaba entre Judá y el golfo mencionado. Los amonitas creyeron prudente comprar su favor por medio de obsequios (2 Crón. 26: 8). Durante su reinado debe haber ocurrido un gran terremoto que fue recordado durante siglos como un suceso extraordinario (Amós 1: 1; Zac. 14: 5).
La debilidad política de Egipto y Asiria, que había ayudado a Jeroboam II a hacer de Israel una nación próspera y poderosa, favoreció igualmente a Uzías, con el resultado de que en 750 AC los dos reinos combinados tenían aproximadamente la misma extensión que habían tenido los reinos de David y Salomón. Este fue el último período de prosperidad hebrea. La ascensión al trono de Tiglat-pileser en 745 AC y el renacimiento consiguiente del imperio asirio señalaron el principio de una rápida decadencia del poder tanto de Israel como de Judá.
Los últimos años del reino de Israel (752-722 AC), desde Salum hasta Oscas.

Después del asesinato de Zacarías de Israel, último rey de la poderosa y longeva dinastía de Jehú, siguió un período de 30 años de anarquía y decadencia política, que causó la rápida disolución y la extinción final del reino. Salum, el asesino de Zacarías, después de un reinado de sólo un mes (752 AC) fue, a su vez, asesinado por Manahem (2 Rey. 15: 8-15). Manahem (752-742 AC) fue un gobernante cruel que sofocó toda oposición a su gobierno con medidas extremadamente severas (vers. 16). Es seguro que para entonces se habían perdido definitivamente los extensos territorios sirios que Jeroboam II había dominado una vez, aunque esto no se menciona en la Biblia. Reconociendo que no podría resistir el poderío de Asiria, Manahem procedió con la mayor sabiduría posible en esas circunstancias, y pagó voluntariamente ingentes sumas de tributo a fin de que Tiglat-pileser III lo dejase en paz. Este último estaba entonces restaurando el dominio asirio de grandes secciones de territorio sirio. El tributo de Manahem, recogido de la población mediante un impuesto especial, se menciona tanto en la Biblia (vers. 19, 20) como en los registros asirios.
Pekaía, hijo de Manahem, pudo retener el trono sólo durante dos años (742-740 AC), cuando fue asesinado, como muchos otros reyes de Israel antes de él. Su asesino, Peka, que computó sus años de reinado desde el tiempo de la ascensión de Manahem al trono, según lo indican los datos cronológicos, puede haber tenido relación con la dinastía de Jehú o con el rey Salum, y por lo tanto desconoció a los dos últimos gobernantes al incluir los 12 años de reinado de éstos como parte de su propio reinado. Otra posible explicación de los problemas planteados por los datos cronológicos de Peka puede ser que reinó sobre una parte insignificante del país y no reconoció a Manahem ni a Pekaía como gobernantes legítimos. Fueran cuales fuesen sus razones para usurpar los años de reinado de sus antecesores, es muy cierto que sólo disfrutó de unos ocho años de reinado absoluto (740-732 AC).
Peka abandonó la política proasiria de sus predecesores y afirmó una alianza antiasiria con Rezín II de Damasco y otros gobernantes sirios. Luego avanzó contra Judá para obligarla a participar en la liga antiasiria. Esta campaña se conoce como la guerra siroefrainita. Aunque los confederados infligieron grandes daños a Judá y se anexaron parte de su territorio, no lograron su propósito. Acaz de Judá solicitó y recibió la ayuda de Tiglat-pileser de Asiria, quien penetró en el reino de Peka, ocupó la mayor parte de Galilea y Galaad, y deportó a los habitantes de estas regiones hacia el oriente (2 Rey. 16: 5-9; 15: 27-29). Esta inesperada invasión asiria quebrantó la alianza forzosa entre Israel y Siria, tanto más cuanto que Tiglat-pileser también marchó contra los sirios, conquistó a Damasco, y capturó al rey Rezín II (732 AC). Siria y las partes conquistadas de Israel, convertidas entonces en provincias asirias, fueron administradas después por gobernadores asirios.
Oseas (732-722 AC).
El infortunado reinado de Peka finalizó en el desastre a manos de un asesino, Oseas, que ascendió al trono de Israel como su 20.º y último rey (732-722 AC). Tiglat-pileser III afirma haber puesto a Oseas en el trono, e indica que el gobierno de Peka fue derrocado por sus súbditos como resultado de su desastrosa política. Oseas pagó fuertes tributos a Tiglat-pileser para que éste lo tolerara como rey vasallo de Asiria. La cantidad del tributo anual debe haber sido una carga casi insoportable para el pequeño Estado, que entonces constaba de sólo una porción insignificante del reino anterior, y por esta razón Israel se rebeló. La desesperación puede haber sido el motivo principal de Oseas para formar, contra Asiria, una impotente alianza con So, débil rey de la 24.º dinastía de Egipto, que gobernaba parte de ese país en esa época. Salmanasar V, que mientras tanto había sucedido en el trono de Asiria a su padre, Tiglat-pileser III, sitió a Samaria y tomó esa ciudad fuertemente fortificada después de tres años (2 Rey. 18: 10). La caída de la ciudad ocurrió probablemente en el último año de Salmanasar V (723-722 AC). Sargón 11, que en inscripciones muy posteriores afirma haber tomado a Samaria durante el primer año de su reinado, probablemente no tenía derecho a hacer esa afirmación, por lo menos como rey. Evidentemente era el comandante del ejército de Salmanasar, y como tal pudo haber realizado la conquista de la ciudad y la deportación de los 27.290 cautivos israelitas.
La caída de Samaria señaló el fin del reino septentrional de Israel después de una historia trágica de poco más de dos siglos. Concebida y nacida en el espíritu de la rebelión, no tenía posibilidades de sobrevivir. Veinte reyes, con un promedio de 10.5 años de reinado, ocuparon el trono, 7 de ellos como asesinos de sus predecesores. El primer rey -Jeroboam- había introducido un culto corrupto, levantando representaciones idolátricas de Jehová, y todos los gobernantes que lo sucedieron lo imitaron en este "pecado", añadiendo algunos el culto de Baal y Astarté. Si no hubiese sido por el ministerio incansable de reformadores tales como Elías, Eliseo y otros profetas, el reino de Israel no habría durado lo que duró.
El reino de Judá de 750 a 731 AC, desde Azarías (Uzías) hasta Jotam.
Después de un reinado largo y próspero, Uzías contrajo lepra, que le vino como castigo por haber entrado en el templo a ofrecer incienso (2 Crón. 26: 16-20). Su hijo Jotam entonces fue designado como corregente (2 Rey. 15: 5), medida sabia para garantizar la continuidad de la dinastía. La política de nombrar como corregente al príncipe heredero fue seguida por más de un siglo desde Amasías hasta Manasés.
El registro de la lepra de Uzías muestra que se imponía una cuarentena al que contraía esa enfermedad, y que hasta del rey se requería que se sometiese a un aislamiento riguroso en vida y que se le daba una sepultura separada cuando moría. En 1931 se halló una tablilla en la colección del Museo Arqueológico Ruso del Monte de los Olivos en Jerusalén, que contiene la siguiente inscripción en arameo: "Hasta aquí fueron traídos los huesos de Uzías, rey de Judá -¡no disturbéis!" La forma de la escritura muestra que la tablilla fue grabada alrededor del tiempo de Cristo o poco antes, probablemente cuando, por alguna razón desconocida, los huesos de Uzías fueron trasladados a un nuevo lugar de reposo.
Jotam (750-731 AC), después de haber gobernado por su padre leproso durante 12 años, en su 16.º año nombró a su hijo Acaz como gobernante. Jotam vivió sólo cuatro años más (ver 2 Rey. 15: 33 cf. vers. 30). Como su padre, Jotam fue un gobernante comparativamente recto. Los tres profetas hebreos contemporáneos, Isaías, Oscas y Miqueas probablemente ejercieron una buena influencia sobre él. Fue testigo de la invasión frustrada de Rezín, rey de Siria, y Peka rey de Israel (vers. 37), y probablemente por esta razón designó a Acaz como corregente; pero la mayor amenaza contra la existencia de Judá apareció después de esta época.
Acaz (735-715 AC).
Acaz, hijo de Jotam, permaneció impasible frente a la influencia de los profetas y adoró a los ídolos. "Y aun hizo pasar por fuego a su hijo... Asimismo sacrificó y quemó incienso en los lugares altos, y sobre los collados, y debajo de todo árbol frondoso" (2 Rey. 16: 3, 4). Desconfiando, y rechazando la ayuda divina en la guerra siroefrainita (Isa. 7: 3-13), se volvió a Tiglat-pileser III y compró su ayuda con tesoros tomados del templo y del palacio (2 Rey. 16: 7, 8). Cuando Tiglat-pileser conquistó a Damasco, Acaz apareció en su séquito. En Damasco se familiarizó con el culto asirio y procedió inmediatamente a introducirlo en su propio reino. Por lo tanto, envió desde Damasco instrucciones a Jerusalén para que le preparasen un altar asirio, como el que había visto allí. Este nuevo altar reemplazó al que había levantado Salomón para los holocaustos, y fue usado durante algún tiempo (vers. 10-16).
Acaz, como sus predecesores, parece haber nombrado a su hijo Ezequías (729-686 AC) como corregente cuando vio que el reino de Judá se vería envuelto probablemente en dificultades con Asiria. Existe considerable información respecto al reinado de Ezequías tanto en la Biblia como en fuentes seculares. Los sucesos descritos en 2 Rey. 18 al 20 tienen un paralelo en Isa. 36 al 39 y 2 Crón. 29 al 32. En Jer. 26: 17-19 se da otra información respecto a los mensajes del profeta Miqueas en tiempos de Ezequías, y las inscripciones de Sargón II y Senaquerib sirven como fuentes de información, ajenas a la Biblia, para las dos campañas asirias de dicho período.
Ezequías (729-686 AC).
Ezequías fue un buen gobernante e inició una serie de reformas religiosas, probablemente después de la muerte de su malvado padre en 715 AC. Por esto lo elogia mucho el escritor bíblico (2 Rey. 18: 3, 4). También estableció una fiscalización sobre regiones de Filistea, fortaleció el sistema de defensa nacional, y fomentó el comercio y la agricultura al construir almacenes y apriscos para los ganados (2 Rey. 18: 8; 2 Crón. 32: 28, 29). Una notable realización técnica de su reinado fue la excavación de un túnel de 582 m de longitud, desde el manantial de Gihón en el valle del Cedrón hasta un estanque más bajo dentro de la ciudad de Jerusalén (2 Crón. 32: 4, 30; 2 Rey. 20: 20). De esa manera le aseguró a Jerusalén una provisión continua de agua. Aún ahora, después de más de 2.500 años, las aguas de Gihón fluyen por este túnel hasta el estanque de Siloé.
En 1880, unos niños que caminaban en las aguas del túnel descubrieron, accidentalmente, una inscripción grabada en la roca una vez que se concluyó la obra. Esta inscripción, que se halla ahora en el Museo Arqueológico de Estambul, dice así:
[El túnel] fue perforado. Y ésta fue la manera en que fue cortado. Mientras [los obreros] estaban aún [levantando] hachas, cada uno hacia su vecino, y mientras faltaba cortar todavía tres codos, [se oyó] la voz de uno que llamaba al otro, pues había una grieta en la roca del lado derecho [y en el izquierdo]. Y cuando el túnel fue perforado, los picapedreros dieron hacha contra hacha, cada uno hacia su compañero; y el agua fluyó desde el manantial hasta el estanque por 1.200 codos, y la altura de la roca sobre las cabezas de los picapedreros era de 100 codos.
Sin embargo, Ezequías es mejor conocido por su fe en Jehová en ocasión de una de las invasiones de Judá hecha por Senaquerib, que terminó con la destrucción milagrosa de un gran ejército asirio. Ezequías había heredado de su padre el sometimiento al vasallaje asirio, pero mientras los reyes asirios estaban ocupados en Mesopotamia, Ezequías fortaleció sus defensas con la esperanza de sacudir el yugo asirio con la ayuda de los reyes etíopes de la XXV dinastía egipcia. El profeta Isaías se opuso vehementemente a tal política (Isa. 18: 1-5; 30: 1-5; 31: 1-3), pero no pudo disuadir a Ezequías. El rey estaba resuelto a romper con Asiria a cualquier precio, y por eso cortó sus relaciones con el imperio. Como resultado, experimentó varias invasiones asirias.
Sin embargo, la primera invasión de Palestina hecha por Sargón II no fue acompañada de graves resultados. Judá no perdió más que su región costera. Entre tanto, Isaías caminaba por las calles de Jerusalén, y solemne, aunque infructuosamente, proclamaba sus profecías contra Egipto y sus aliados (Isa. 20). El primer gran golpe llegó en 701 AC, cuando Senaquerib invadió a Palestina. Su ejército pasó por el país como una aplanadora dejando tras sí sólo destrucción y ruina. Demasiado tarde, Ezequías cambió de política y envió tributo a Senaquerib en Laquis. Sin embargo, Senaquerib exigió la rendición incondicional de Jerusalén. Sus propias palabras confirman que no tomó la ciudad, pues no pretende más que haberle puesto sitio. Sucesos ocurridos en otras partes de su vasto dominio evidentemente se volvieron más apremiantes, por lo cual levantó el sitio y regresó a Asiria.
La enfermedad de Ezequías, descrita en 2 Rey. 20, debe haber ocurrido alrededor del mismo tiempo que la invasión asiria de su 14.º año, 15 años antes de su muerte (2 Rey. 18: 13; 20: 6; 18: 2). El hecho de que Isaías, al prometerle la curación a Ezequías, le asegurase también que la ciudad no sería tomada (2 Rey. 20: 6), implica que la enfermedad ocurrió poco antes de la campaña de Senaquerib. Esto explica por qué Ezequías fue tan cordial con los mensajeros de Merodac-baladán (Marduk-apaliddina), rey exiliado de Babilonia a quien, como enemigo acérrimo de Asiria, probablemente Ezequías consideró como un bienvenido y posible aliado en su lucha por la independencia. Sin embargo, Isaías, que lo había amonestado contra una alianza con Egipto, se oponía de la misma manera a que se aliara con el rey de Babilonia en el exilio.
Unos diez años más tarde, cuando Taharka, rey de Egipto, había subido al trono, Senaquerib despachó primero una carta en la que exigía la rendición de Ezequías. El rey dejudá, apoyado por Isaías, rehusó esa demanda y vio recompensada su fe con la segura promesa de la intervención divina, hecha por Isaías. El gran ejército asirio sufrió un terrible desastre frente a las puertas de Jerusalén (2 Rey. 18 y 19).
Desde Manasés hasta Josías (697-609 AC).
Durante sus últimos 15 años de vida, Ezequías probablemente se dedicó a reconstruir su devastado país. Unos 10 años antes de su muerte designó a su hijo Manasés como corregente, como lo indican los datos cronológicos. El largo reinado de Manasés, de 55 años (697-642 AC), estuvo lleno de maldad. Reconstruyó los altares de Baal, sirvió a Astarté, practicó la hechicería, sacrificó niñitos y "adoró a todo el ejército de los cielos" (2 Crón. 33: 1-10). Los reyes asirios Esar-hadón y Asurbanipal mencionan a Manasés como vasallo. Debe haberse rebelado en algún momento, porque uno de estos dos reyes asirios aprisionó "con grillos a Manasés, y atado con cadenas lo llevaron a Babilonia" (vers. 1 1). Aunque parece extraño que los asirios lo llevasen a Babilonia, en vez de Nínive, debe recordarse que los reyes asirios de esta época consideraban a Babilonia como su segunda capital. El delito de Manasés no debe haber sido tan grave, porque Dios le perdonó y lo restauró a su puesto (vers. 12, 13). Mientras tanto, funcionarios asirios habían administrado el país y probablemente lo habían saqueado cabalmente. Gracias a un documento de dicha época, resulta claro que Manasés, al regresar de Babilonia a Judá, encontró al país extremadamente empobrecido. En ese documento se hace notar que la tierra de Amón pagó un tributo de 2 minas de oro, y Moab, 1 mina de oro, mientras que la pobre Judá sólo pagó 10 minas de plata. Las aflicciones que experimentó Manasés, por lo menos lo indujeron a convertirse (vers. 12-20).
A su hijo Amón (642-640 AC), tan impío como él antes de su conversión, lo mataron sus siervos después de un breve reinado de dos años (2 Rey. 21: 19-26; 2 Crón. 33: 21-25).
El joven hijo de Amón, Josías (640-609 AC), ascendió al trono al ser asesinado su padre. Siendo de inclinación religiosa, introdujo una cantidad de reformas. A la temprana edad de 15 ó 16 años comenzó a abolir los altos, las columnas sagradas paganas y los altares de Baal (2 Crón. 34: 3). Mientras se realizaban trabajos de reparación en el templo durante el 18.º año del reinado de Josías (623-622 AC), se halló "el libro de la ley" (ver PR 289). Al familiarizarse con sus preceptos, inició una erradicación completa del paganismo y la idolatría en todo el reino de Judá y regiones adyacentes del anterior reino de Israel (2 Rey. 22 y 23; 2 Crón. 34: 6, 7). Esto indica que había establecido algún control político sobre un territorio que, desde 722 AC, había sido provincia asiria. Debido a la impotencia de Asiria después de la muerte de Asurbanipal en 627 AC (?) y la rápida desintegración del imperio asirio, el antiguo territorio de las diez tribus parece haber caído en manos de Josías como una manzana más que madura. Dedicó su poder e influencia a efectuar reformas religiosas en toda Palestina, y podría haber tenido éxito si no hubiese sido por su muerte prematura.
Este breve examen de la historia de Judá durante el tiempo del nuevo imperio asirio, desde los últimos años de Azarías hasta Josías, revela un cuadro sombrío. Aunque Judá escapó de la triste suerte sufrida por el reino del norte, el país fue desangrado por los pesados tributos exigidos por Asiria. En días de Ezequías se experimentó una liberación gloriosa y milagrosa, pero aun entonces se pagó un precio terrible por errores políticos anteriores, y Judá se halló devastada desde un extremo hasta el otro. Sólo Jerusalén escapó a la destrucción. Los escritores de la Biblia, que contemplan la historia política de su nación a la luz de la fidelidad o desobediencia a Dios, muestran cómo las muchas desgracias que sufrió Judá fueron resultado de la apostasía. Siendo que la mitad de los reyes que reinaron durante este período fueron infieles a Dios, no es sorprendente que no hubiera prosperado la nación.
Bibliografía
Los siguientes libros, aunque no necesariamente están de acuerdo con las opiniones presentadas en este comentario, son útiles -por lo menos parcialmente- como referencia sobre algunos aspectos del período tratado en este artículo.
Bright, John. A History of Israel, 2da. ed., Filadelfia, Westminster Press, 1972. Escrita por un erudito de tendencia conservadora moderada; difiere en algunos puntos de la interpretación de la historia que se presenta en este comentario, tal como ocurre en el caso de la fecha del éxodo o del orden de sucesión de los ministerios de Esdras y Nehemías.
The Cambridge Ancient History. Tomos I y II, 3ra. ed.; tomo III, ed. original.
Capart, Jean y Contenau, Georges. Historia del Antiguo Oriente. Barcelona, Editorial Surco, 1958. 374 págs. Bajo este título se han reunido dos autorizadas obras: Historia del Egipto de los Faraones, por Jean Capart, historiador y egiptólogo francés, e Historia del Asia occidental antigua, por Georges Contenau, arqueólogo, profesor y conservador del Museo del Louvre.
Contenau, Georges. La vida cotidiana en Babilonia y Asiria. Barcelona, Editorial Mateu, 1962. 311 págs. Trata ampliamente todos los aspectos humanos de los dos países. Presenta una abundante bibliografía en cada capítulo, y termina con una tabla de referencias bibliográficas también para cada capítulo.
Crónica Babilónica. Véase la referencia bajo el nombre de Wiseman.
Gardiner, Sir Allien H. Egypt of the Pharaohs: An Introduction (El Egipto de los faraones: una introducción). Oxford, Inglaterra, Clarendon Press, 1961. 461 págs. La historia definitiva del antiguo Egipto.
Hallo, W. W. y Simpson, W. K. The Ancient Near East: A History (El antiguo Cercano Oriente: una historia). New York, Harcourt and Brace, 1971. 319 págs. A pesar de ser corto, este libro presenta un panorama completo y bastante detallado de la historia del Cercano
Oriente.
Montet, Pierre. La vida cotidiana en el antiguo Egipto. Barcelona, Editorial Mateu, 1961. 398 págs. Montet, afamado arqueólogo y egiptólogo francés, presenta todo lo referente a la vida egipcia. Interesará particularmente lo que atañe al culto egipcio, sus conceptos de la muerte y sus prácticas funerarias. En un amplio apéndice da las referencias bibliográficas de cada capítulo.
Noth, Martin. The History of Israel. 2da. ed., New York, Harper and Row, 1960. 479 págs. Obra escrita por un erudito liberal; difiere en muchos aspectos de las opiniones de Bright y de las que se presentan en este comentario, pero es hoy día la obra más difundida y usada para la historia de Israel.
Olmstead, A. T. History of Palestine and Syria to the Macedonian Conquest. New York, Charles Scribner's Sons, 1931. 664 págs. Reimpresión: Westport, CT: Greenwood Press, 1972. Libro meritorio, porque su autor describe a los hebreos como parte del mundo antiguo y no los trata como si hubieran vivido aislados. Por pertenecer a la alta crítica, el autor trata muy liberalmente el material bíblico.
Parker, Richard A. y Dubberstein, W. H. Babylonian Chronology, 626 B.C.-A.D. 75. Providence, R. I., Brown University Press, 1956. 47 págs. Tomando fuentes documentales, este libro reconstruye el sistema cronológico babilónico que fue adoptado por los persas y seléucidas. Sus tablas de calendario permiten convertir fácilmente cualquier fecha babilónica en su equivalente AC con bastante exactitud.
Parrot, André. Mundos sepultados. Barcelona, Ediciones Garriga S. A., 1961. 159 págs. Tal vez Parrot es el más brillante arqueólogo francés. Dirigió numerosas y exitosas expediciones arqueológicas. Por ejemplo, las de Biblos (1928), Tello (la antigua Lagash, en 1931), Larsa (1933), Mari (desde 1934 y por más de 20 años). Fruto de esta experiencia son varias obras que ofrece Ediciones Garriga como parte de una colección titulada "Cuadernos de arqueología bíblica", integrada por ocho tomos.
-Nínive y el Antiguo Testamento. Barcelona, Ediciones Garriga S. A., 1962. 85 págs.
-Samaria, capital del reino de Israel. Barcelona, Ediciones Garriga S. A., 1963. 122 págs.
Rolla, Armando. La Biblia frente a los últimos descubrimientos. Florida (Bs. As.), Ediciones Paulinas, 1961. 422 págs. Rolla es un erudito del Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Esta edición fue traducida de la tercera edición italiana (1959). Da a conocer con datos arqueológicos exactos el "alma" de los pueblos de antaño del Cercano Oriente, con quienes se vincularon los hebreos. Un índice de referencias bíblicas, otro analítico, un nutrido apéndice bibliográfico de cada capítulo, algunos mapas y una tabla de sincronismo histórico oriental realzan los méritos de esta obra.
Saggs, H. W. F. The Greatness that was Babylon (La grandeza pasada de Babilonia). New York, Hawthorn Books, 1962. 535 págs. Una obra abarcante y minuciosa, digna de confianza.
Thiele, Edwin R. The Mysterious Numbers of the Hebrew Kings. Grand Rapids, Mich., William B. Eerdmans Publishing Company, 1965. 232 págs. Esta obra, fruto de un erudito adventista, trata de la cronología hebrea del período de los reyes de Judá e Israel, desde la muerte de Salomón hasta la caída de Jerusalén. Es importante para la cronología de la historia de ese período.
Vaux, Roland de. Historia antigua de Israel. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1975, 2 tomos (t. I, 475 págs. Desde los orígenes hasta la entrada en Canaán; t. II, 366 págs. Desde el asentamiento y período de los jueces hasta Jefté).
Wiseman, D. l., ed. Chronicles of Chaldaean Kings (625-556 B. C.) in the British Museum. London, The Trustees of the British Museum, 1961. 99 págs., 21 pl. Texto y traducción de tablillas cuneiformes (1ra. cd., 1956) con la añadidura de partes hasta entonces desconocidas de registros de cronistas que son llamados la Crónica Babilónica (véase la nota adicional al pie; también la pág. 167). Estos textos son de suma importancia para un período de la historia neobabilónica para la que hasta se disponía de pocos documentos históricos: los primeros y los últimos años de Nabopolasar y los primeros once años de Nabucodonosor.
-Peoples of Old Testament Times (Pueblos de los tiempos del Antiguo Testamento). Oxford, Clarendon, 1973. 402 págs. Una valiosa colección de estudios que resumen la historia, la religión, las costumbres y la literatura de la mayoría de los pueblos vecinos o conquistadores de Israel.
NOTA ADICIONAL
Las nuevas porciones de la Crónica Babilónica (véase más arriba la referencia bajo Wiseman) proporcionan informaciones adicionales sobre tan importante período de la historia bíblica en el cual hay muchos sincronismos entre acontecimientos bíblicos y babilonios. Esto ha significado el cambio de un año en la fecha asignada a algunos acontecimientos y años de reinados, especialmente para Judá y Egipto. Otras fechas se han confirmado. Por ejemplo, el año dado en este comentario para la captura de Joaquín -597 AC- se ha confirmado con la nueva prueba (que establece la fecha del 2 de Adar, aproximadamente el 16 de marzo de 597 AC), definiendo así una controversia entre eruditos en cuanto a si había ocurrido en 598 ó 597 AC. Por otro lado, la fecha de la batalla de Carquemis, que se fijaba en 604 AC, ahora se sabe que ocurrió en el segundo trimestre o comienzos del tercero de 605 AC. Además, estas nuevas tablillas, al mencionar una campaña egipcia en 609 y ninguna en 608, confirman la fecha de 609 para la batalla de Meguido, en vez de 608. La fecha de la muerte de Joacim y las fechas de los últimos reinados de Judá no se han alterado.

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