“Enemistad Pondré...”




El relato de la caída de nuestros primeros padres en el pecado es conmovedor. Pero más conmovedor es aún el relato de la promesa divina de restaurarlos al “señorío primero”. En la narración de la caída de nuestros primeros padres hay una hay algunas cosas maravillosa que quisiera que analizáramos detenidamente.
En el momento en que el hombre y la mujer desobedecen misteriosamente a Dios, se produce un cambio radical. Ya no piensan ni sienten como antes. En lugar de ascender a un lugar más elevado, al lugar de Dios, han descendido a un nivel más bajo. De administradores de todo cuanto había en el planeta, a esclavos del enemigo de toda verdad y justicia. Dice el apóstol Pedro: “El que es vencido por alguno es esclavo del que lo venció” (2 Ped. 2:19). El mismo Cristo expresó: “El que practica el pecado, esclavo es del pecado” (Juan 8:32). Y el apóstol Pablo en conformidad con esto también declara: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavo para obedecerle, sois esclavo de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte o de la obediencia para justicia?” (Rom. 6:16). No hay término medio entre estas dos verdades, somos libres o esclavos.

“Cuando Dios crea al hombre, este era amigo perfecto de Dios y enemigo perfecto de Satanás. Cuando el hombre pecó se convirtió en amigo perfecto de Satanás y enemigo completo de Dios”.1

El Espíritu de Profecía nos dice al respecto:

“Cuando el hombre quebrantó la Ley divina, su naturaleza se hizo mala y llegó a estar en armonía y no en divergencia con Satanás. No puede decirse que halla enemistad natural entre el hombre pecador y el autor del pecado. Ambos se volvieron malos a consecuencia del pecado”.2 “En términos prácticos se podría decir que hoy (?) se hablaría de Dios como nuestro ‘enemigo’ ”.3

También se nos dice:

“El hombre... era perfecto y estaba en armonía con Dios... Pero por la desobediencia, sus facultades se pervirtieron y el egoísmo suplantó el amor. Su naturaleza quedó tan debilitada por la transgresión que ya no pudo, por su propia fuerza, resistir el poder del mal”.4

Hay aun otras declaraciones que merece nuestra atención:

“Después de su pecado Adán y Eva no pudieron seguir morando en el Edén... se les dijo que su naturaleza humana se había depravado por el pecado, que había disminuido su poder para resistir el mal, y que habían abierto la puerta para que Satanás tuviera fácil acceso a ellos. Si siendo inocentes habían cedido a la tentación; ahora, en su estado de consciente culpabilidad, tendrían menos fuerzas para mantener su integridad”.5

El propósito de Satanás al tentar y provocar la caída del hombre era que este se le uniera en su guerra contra el Cielo. Después de debilitar la naturaleza del hombre con la desobediencia pretendía someter absolutamente su voluntad para se le uniera en la rebelión sin oposición alguna. Pero no todo termina allí. Pero el Dios infinito tiene siempre una salida. Y este caso no era la excepción. Fue allí donde Dios pronunció las palabras que leeremos a continuación:

“Jehovah dijo a la Serpiente... enemistad pondré ti y la mujer, entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tu le herirás en el calcañar” (Gén. 3:14,15, la cursiva es nuestra).

La Versión Dios Habla Hoy traduce la última parte de esta versículo así: “Su descendencia te aplastará la cabeza, y tu le morderás el talón” (cf. Rom. 16:20). Al oír estas palabras Satanás reaccionó espantado.

“Se dio cuanta - dice el Espíritu de Profecía - de que su obra de depravación de la naturaleza humana sería interrumpida; que de alguna manera el hombre sería capacitado para resistir su poder”.6

Ahora, yo quiero que veamos cual es el significado de la “enemistad” que Dios prometió al hombre.

“El término ‘pondré’ indica una actuación deliberada de parte de Dios. Al mismo tiempo sugiere que nada ‘natural’ crearía la ‘enemistad’ entre el hombre y la Serpiente”.7

En relación a la manera en la que esta “enemistad” es puesta en el hombre, el Espíritu de Profecía nos informa lo siguiente:

“Esa enemistad es puesta sobrenaturalmente”.8

“La gracia que Cristo derrama en el corazón es la que crea en el hombre enemistad contra Satanás. Sin esta gracia transformadora y este poder renovador, el hombre seguiría siendo esclavo de Satanás, siempre listo para ejecutar sus órdenes”.0

“No hay otro fundamento para la paz. La gracia de Cristo, aceptada en el corazón, vence la enemistad, apacigua la lucha y llena el alma de amor”.10

Así podemos ver que el proceso por el cual la “enemistad” que Dios prometió entre la mujer y la Serpiente, y entre la simiente de la mujer y la simiente de la Serpiente, es un acto milagroso creado y originado por Dios mismo. “Dios crearía enemistad contra Satanás, manifestando su amor, derramando su gracia en el corazón de Adán y Eva”.11

¿Cómo Implanta Dios la Enemistad?
Veamos la aplicación práctica del “amor” y “gracia”, de este poder “transformador” y “renovador”. En Génesis 3:21 leemos: “Y Jehovah Dios hizo al hombre y su mujer túnicas de pieles, y los vistió”.

“Aquí encontramos a Dios, Él mismo, vistiendo a nuestros primeros padres. No se necesita ser tan dramático para poder imaginarse a Dios tomándoles los pies, alzándoles los brazos, colocándoles las túnicas, en fin, vistiendo a Adán y a Eva. El Dios ‘mal comprendido’ vistiendo a sus enemigos. ¿Qué pensamientos pasaron por las mentes de Adán y Eva? ¿Era este el Dios egoísta de quién les había hablado la Serpiente? La ingratitud del pecado fue tan sofocada por este derroche de amor, que al terminar este acto divino, Adán y Eva pensaban diferente de Dios... y de la Serpiente. Comenzaron a sentir la enemistad prometida.

“Desde ese momento toda la familia humana ha sentido en su vida la presencia de dos poderes en pugna. Aunque dominados por Satanás, sienten un poder extraño que les insta a resistirlo”.12

Con el paso del tiempo, Satanás se dio cuenta de que “no ejercía dominio absoluto sobre el mundo. Veía en los hombres la obra de un poder que resistía a su autoridad”.13 “El poder que Cristo comunica habilita al hombre para resistir al tirano y usurpador”.14
Pero, el paso del tiempo también sirvió para que Satanás se fortaleciera en su rebelión porque aunque encontraba “enemistad” (resistencia y oposición) en los hombres y mujeres, ninguno, absolutamente ninguno había resistido completamente sus tentaciones. En algo habían fallado. Unos en una cosa y otros en otra. Pero habían fallado.
Cuando Adán y Eva pecaron Satanás declaró que “sus planes habían tenido éxito en la tierra, y que cuando Cristo tomase la naturaleza humana, Él también podría ser vencido, y así se evitaría la redención de la raza caída”.15

La Superioridad del Amor Sobre el Poder del Pecado
Y “cuando llegó el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley, para que redimiese a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiesen la adopción de hijos” (Gál. 4:4,5). El nacimiento de Cristo fue un motivo de preocupación para Satanás y sus planes malévolos. Entonces redobló los esfuerzos. Usó todo medio posible desde su niñez para inducirle a apartarse de la voluntad de Dios.
Algo que le había dado gran éxito a Satanás era inducir a los hombres a la mundanalidad. Envolvía la mente y el corazón de ellos en el amor al mundo y a los placeres. De esta manera les robaba el interés por las cosas celestiales. “Fue en este punto - dice el Espíritu de Profecía - donde Satanás pensó vencer a Cristo. Pensó que Cristo podía ser vencido fácilmente en su humanidad... Pero Cristo quedó inconmovible. Sintió la fuerza de esa tentación, pero le hizo frente por nosotros y venció”. Es en este contexto que Elena de White hace la siguiente declaración:

“Al tomar sobre Sí la naturaleza humana en su condición caída, Cristo no participó de su pecado en lo más mínimo. Estuvo rodeado de las flaquezas y debilidades que rodean al hombre,... Fue conmovido por el sentimiento de nuestras debilidades y fue en todo tentado a nuestra semejanza. Y, sin embargo no conoció pecado... Nuestra fe debe ser inteligente; debemos mirar a Jesús con perfecta confianza, con fe plena y entera en el sacrificio expiatorio”.16

En la vida de Cristo se demostró de una manera extraordinaria y nunca vista la “enemistad” prometida contra Satanás y su reino de iniquidad. “Nunca esa enemistad llegó hasta un grado tan notable como cuando Cristo se convirtió en habitante de esta tierra. Nunca antes había un ser en la tierra que aborreciera el pecado con un odio tan perfecto como el de Cristo”.17 El testimonio de las Escrituras sobre Cristo en este particular es: “Has amado la justicia y aborrecido la maldad” (Heb. 1:9).
La naturaleza de la “enemistad” de Cristo contra Satanás y el pecado debemos ver ahora. Según el testimonio unánime de las Escrituras, en la encarnación, Cristo asumió la naturaleza humana que le es común a todo ser humano: la naturaleza humana pecaminosa (Heb. 2:14-17; Rom. 8:3; 15:3; Gál. 4:4). Esta es la razón de la siguiente declaración:

“La enemistad puesta entre la simiente de la Serpiente y la simiente de la mujer era sobrenatural. La enemistad era natural en el caso de Cristo, en otro sentido era sobrenatural, puesto que estaban combinadas la humanidad y la divinidad”.18

¿Cuál es la razón por la que la “enemistad” era “natural” y “sobrenatural” en Cristo? El mismo pasaje nos dice que era así porque en Él estaban “combinadas la humanidad y la divinidad”. En Dios, como ser divino, es “natural” que halla enemistad contra el Diablo y el pecado porque Dios ni siquiera “puede ser tentado por el mal” (Sant. 1:13). Pero en la humanidad que Cristo asumió para poder redimirla, sí es “sobrenatural” que existiera enemistad contra el pecado, porque era una humanidad pecaminosa, una humanidad que empujaba en dirección contraria a la voluntad de Dios. Y como esta “enemistad” no existe de manera “natural” en la naturaleza humana, cuando existe es algo “sobrenatural”. Ha sido implantada por Dios. En efecto, nadie, absolutamente nadie a parte de Cristo ha experimentado a tal punto esa “enemistad”. Cristo siempre dijo “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Luc. 22:42; Juan 5:30). Esta es la razón por la que Pablo dice que Cristo “no se agradó así mismo” y que “condenó el pecado en la carne” (Rom. 15:3; 8:3).
El extremo de la fuerza de la tentación en la naturaleza humana caída para que Cristo se apartara de la voluntad de Dios la experimentó Él en el Getsemaní. Allí, por “tres veces rehuyó su humanidad el último y culminante sacrificio”.19 Pero el extremo de la resistencia del que es capaz el poder del amor ágape de Dios se expresó también allí en las siguientes palabras: “Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, si no como tú [quieres]... hágase tu voluntad” (Mat. 26: 39,42). Aquí aparecen dos voluntades. Una que no debe hacerse y otra que sí debe cumplirse. Cristo sometió y venció el poder reinante en la naturaleza humana. Y hoy, su victoria es nuestra.
Cristo venció al diablo, al mundo y al pecado (Juan 14:30; 16:33; Rom. 8:3) con el solo objetivo de hacernos a nosotros vencedores en el conflicto contra tales cosas. Apoc. 3:21 dice: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono”. Se no dice que “la humanidad de Cristo estaba unida a la divinidad. Fue hecho idóneo para el conflicto mediante la permanencia del Espíritu Santo en Él. Y Él vino a hacernos participantes de la naturaleza divina”. Entonces se nos asegura: “Mientras estemos unidos a Él por la fe, el pecado no tendrá dominio sobre nosotros. Dios extiende su mano para alcanzar la mano de nuestra fe y dirigirla a asirse de la divinidad de Cristo, a fin de que nuestro carácter pueda alcanzar la perfección”.20 Antes de concluir meditemos en la siguiente cita:

“Dios fue manifestado en carne para condenar al pecado en la carne, manifestando una perfecta obediencia a toda la Ley de Dios. Cristo no pecó, ni fue hallado engaño en su boca. No corrompió la naturaleza humana (con la desobediencia), y aunque en la carne, no transgredió la Ley de Dios en ningún particular. Más aún, eliminó toda posible excusa que el hombre caído pudiera evocar, a modo de razón para no obedecer la Ley de Dios... Este testimonio concerniente a Cristo muestra llanamente que condenó el pecado en la carne”.21

Mi ruego en esta ocasión es que Dios pueda llevar a feliz término en nuestra experiencia la “enemistad” prometida y reproducir en nosotros el carácter perfecto de Cristo. Es así como estaremos listo para la traslación (Apoc. 19:7-9).

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