Antisemitismo Vaticano en medio del genocidio judío. Sorprende que en plena guerra mundial, y en el corazón mismo del Vaticano, la Iglesia romana haya continuado ofreciendo testimonios tan flagrantes de antisemitismo. El principal teólogo dominico y neotomista, Garrigou-Lagrange, era consejero teológico de Pacelli y al mismo tiempo entusiasta admirador de Pétain, el líder fascista y católico francés. También era muy amigo del embajador ante la Santa Sede del gobierno central francés (que operaba en la sección no ocupada de Francia llamada Vichy). Ese diplomático francés envió un mensaje a su gobierno en Vichy, diciendo que la Santa Sede no objetaba la legislación antijudía francesa, y fundamentó su informe con notas de Tomás de Aquino que habían sido juntadas por los neotomistas de Roma. Debemos recordar que, durante la Edad Media, el teólogo por excelencia de la Iglesia Católica, Tomás de Aquino, sirvió de fundamentación teológica a la Inquisición, para justificar la exterminación no sólo de los judíos, sino también de los cátaros, valdenses, protestantes y musulmanes.
Pétain fue confrontado finalmente por el nuncio francés, quien a su vez informó a Pío XII sobre las deportaciones judías que se llevaban a cabo allí. Pero ni Pétain ni Pío XII le hicieron caso. En su lugar, el papa “alabó calurosamente la obra del Marshal [Pétain] y manifestó un interés entusiasta en las acciones gubernamentales que son una señal del renovamiento afortunado de la vida religiosa en Francia”. ¡Qué oportunidad extraordinaria se le estaba ofreciendo a la Iglesia Católica, marcada sin duda por la Providencia (perdón por la ironía), para recuperar a esa nación del socialismo ateo que le había dado su golpe de gracia en la Revolución Francesa!
También en Croacia se había levantado un gobierno fascista conducido por Ante Pavelic, que decidió no sólo exterminar a los judíos, sino también a más de dos millones de ortodoxos. Por ser católico y obligar a poblaciones enteras a elegir entre renunciar a su fe y convertirse al catolicismo romano o morir baleado, degollado o enterrado vivo después de cavar sus propias fosas comunes, no podía el papado condenarlo. La iglesia madre lo contemplaba con indulgencia y hasta ponderaba su entrega a la misión de la Iglesia. En vano se le presentaron al papa testimonios de las masacres que allí se llevaban acabo, y en vano se intentó hacerlo definirse con respecto a esos crímenes. [Después de la guerra, Pavelic encontraría refugio en el Vaticano, donde también se le darían documentos falsificados para escapar a Argentina. El general Domingo Perón lo nombraría consejero personal de su gobierno].
Llama la atención, en este contexto, que las peores masacres judías se llevasen a cabo en países con dictadores católicos o de población mayoritaria católica como Francia, Rumania, Polonia, Eslovaquia y Croacia, amén de las ejecuciones efectuadas en Alemania con la mitad de la población católica después de la anexión de Austria y otras regiones de raza germana. En Eslovaquia, por ejemplo, subió al poder un dictador católico y sacerdote llamado Josef Tito. El fue el único a quien el papa aconsejó moderación en su campaña antisemítica, no un abandono total de su actitud.
Por tales razones, en Gran Bretaña y en otros lugares, el papa Pío XII se volvió para esa época muy impopular. La mayoría creía que el Vaticano se negaba a pronunciarse contra el genocidio judío porque apostaba a que Los Ejes (la alianza alemana, italiana y japonesa más los otros países satélites de Europa central), iban a ganar la guerra. Creyendo que se trataba simplemente de un acto de cobardía, el presidente Roosevelt de los EE.UU., decidió entonces enviar a Myron Taylor el 17 de Septiembre de 1942, para asegurarle a Pío XII que América estaba en lo correcto, y que debido a eso y a “que tenemos total confianza en nuestra fuerza, estamos determinados a seguir adelante hasta obtener una victoria completa” (HP, 289). Pero el intento de hacerlo definirse con respecto al genocidio judío volvió a fracasar.
El embajador inglés en el Vaticano concluyó entonces que “una política de silencio con respecto a las ofensas contra la conciencia del mundo debe involucrar necesariamente una renuncia al liderazgo moral y a una atrofia consecuente de la influencia y autoridad del Vaticano...”, ya que únicamente expresándose en tal contexto es que se puede ofrecer una contribución “al reestablecimiento de la paz mundial”. Ese estigma de pecado sobre el papa Pío XII y su reino en el Vaticano, definido por muchos como de “omisión”, se ve patéticamente reflejado en un film francés titulado “Amén”.
Llegó la Navidad de 1942. ¿Qué homilía o mensaje daría el papa al mundo? Declaró que los males que han venido al mundo en las últimas décadas tenían que ver con una subordinación de todos al propósito del lucro. Pero no se definió con respecto al totalitarismo y la democracia, la democracia social y el comunismo, el capitalismo y el capitalismo social. En cambio insistió en la vieja premisa de los papas medievales que había sido reafirmada por sus antecesores del S. XIX y comienzos del XX. Lo que al mundo le faltaba era el ordenamiento pacífico de la sociedad por su afiliación y lealtad a la Santa Madre Iglesia, esto es, al primado de Pedro. El ordenamiento social, según ya vimos, tiene que ver con la visión piramidal del papado, en donde el alma juzga al cuerpo, y no viceversa.
Después de tantas presiones internacionales, finalmente se expresó en un lenguaje ambiguo, como se ha demostrado, si se tiene en cuenta la dimensión tan dramática de los eventos. “La humanidad debe este voto a los cientos de miles que, sin ninguna falta propia, a veces únicamente debido a su nacionalidad o raza, son marcados para muerte o extinción gradual”. ¿Quiénes eran esos “inocentes” que morían? Según el pensamiento imperante que ya vimos en el Vaticano, los judíos morían por su propia culpa. ¿Se trataría, entonces, de las masacres llevadas a cabo por el comunismo en tantos lugares de la tierra?
Como era de esperarse, en el contexto internacional en que se vivía, Pío XII no satisfizo a nadie con ese discurso. Todos esperaban una definición, y no sus típicas generalidades. El mismo Mussolini se burló de la homilía papal, diciendo que “el Vicario de Dios, quien es el representante en la tierra del Gobernante del Universo, nunca va a hablar; va a permanecer siempre en las nubes. Este es un discurso de tópicos que pueden ser mejor dados por un sacerdote párroco de Predappio” (la aldea atrazada donde nació Mussolini).
Mientras los alemanes cometían las peores atrocidades contra los comunistas civiles de Eslovenia, el obispo Gregorio Rozman daba un apoyo entusiasta a los nazis, con numerosos llamados a “pelear del lado de Alemania”. El 30 de Noviembre de 1943, escribió una carta pastoral exhortando a sus fieles a pelear por Alemania, destacando que “mediante esta valiente pelea y obra industriosa para Dios, para el pueblo y la patria, aseguraremos bajo el liderazgo de Alemania nuestra existencia y un mejor futuro, en la pelea contra la conspiración judía”. Este mismo obispo se hizo cargo, durante la guerra, del partido clerical esloveno.
f. Negativa del mundo en recibir inmigración judía. En abril de 1943 se dio una conferencia de oficiales ingleses y norteamericanos que decidieron que nada podía hacerse sobre el Holocausto, y que era ilegal todo plan de rescate masivo (UT, 13). Ambos países se alarmaban con la idea de que Hitler pudiese detener las cámaras de gas para deportar los judíos hacia sus países respectivos, en cantidades tan alarmantes. Ni Inglaterra, ni los EE.UU., querían recibir repentinamente millones de inmigrantes para los cuales no tendrían trabajo inmediato.
En norteamérica, los judíos quisieron abogar en favor de sus hermanos de raza europeos. Pero también se manifestaron los sentimientos en contra de otros sectores tradicionalmente racistas, inclusive de los sindicatos. Cada país insinuaba que se los enviase a otro país: a los EE.UU., a Canadá, al Africa, a Australia. Pero la respuesta era por todos lados la misma. No estaban en condiciones de recibir tal avalancha de gente en sus países.
Uno queda impresionado al ver en el museo del Holocausto en Washington, los diferentes videos tomados de la época, de los testimonios públicos de los diferentes líderes políticos de EE.UU. y de Inglaterra que daban las razones por las cuales no los podían recibir. Muchos judíos no están dispuestos a disculpar tampoco a los países Aliados por esa actitud, ni en el día de hoy.
g. La ocupación nazi de Roma. Roma fue bombardeada a mediados de Julio de 1943, a pesar de los intentos del papa por evitarlo. El Gran Concilio Fascista se reunió una semana más tarde y destituyó a Mussolini. En su lugar puso como rey a Vittorio Emanuele III. Hitler decidió entonces invadir Italia, y ocupó Roma el 11 de septiembre de ese año, rescatando a Mussolini y reestableciéndolo al norte de Italia. Siete mil judíos vivían entonces en Roma, como sobrevivientes de la larga persecución que habían tenido por más de dos mil años. No sabían que la suerte estaba sellada sobre ellos, y que iban a sufrir la deportación y muerte como los demás judíos de los otros países que habían caído bajo ocupación nazi.
Los alemanes exigieron a los judíos cincuenta kilos de oro que debían pagar en 36 hs. Los judíos, a su vez, solicitaron ayuda al papa quien autorizó un préstamo, aclarando enfáticamente que era un préstamo y no una donación. Los judíos no aceptaron y lograron juntar suficiente dinero como para comprar por sí mismos el oro requerido. No les dieron ningún recibo, ya que no correspondía dar recibos a los enemigos. El oro fue enviado a Berlín en donde permaneció intacto hasta la conclusión de la guerra. Adolf Eichmann se hizo cargo de deportarlos sin importarle el pago efectuado por ellos.
Nuevamente comenzaron las presiones para que el papa se expresase a favor de los judíos de Roma. Hasta los mismos alemanes esperaban que lo hiciera, y se sorprendían porque no protestaba. Los italianos estaban ayudando a todo judío que podían para escapar, y los alemanes temían una reacción popular. Fueron ellos los que demoraron la deportación, advirtiendo por su cuenta a Berlín de una posible amenaza de denuncia de parte del papa, algo que de ninguna manera esperaba hacer Pío XII. Cuando el tren que deportaba a los judíos comenzó su marcha el 19 de noviembre, el papa manifestó su temor de una reacción judía mancomunada con los partidarios del comunismo, y pidió a los alemanes que reforzaran la guardia. Pío XII se preocupaba más por lo que los comunistas italianos podían hacer que por la vida de tantos judíos que eran llevados a los campos de exterminio.
Cincuenta días después que partió el tren, más de 1000 de esos judíos morían en las cámaras de gas de Auschwitz y Birkenau, y 149 hombres y 47 mujeres eran sometidos a tareas de esclavitud. Sólo quince de ellos sobrevivieron. Posteriormente otros 1084 judíos fueron arrestados y enviados a Auschwitz donde, con excepción de pocos, corrieron la misma suerte. Otros judíos lograron escapar escondiéndose en el Vaticano, cuyo territorio gozaba de inmunidad extraterritorial. Para ello contaron con la ayuda de la población en conjunto con algunos clérigos. El papado no se opuso a una ayuda humanitaria conducida en forma personal, y en ocasiones dio cierto apoyo a ese tipo de actividades en otros lugares.
Hitler quiso apresar al papa en su momento y llevarlo a Alemania, pero los alemanes apostados en Italia le advirtieron que la población era católica, y la reacción popular era impredecible. Lo que ni Hitler ni sus generales en Italia sabían era que la herida mortal del papado había iniciado su proceso de curación, y que nada iba a impedir su lenta pero segura recuperación hasta que consumase su obra profetizada en el Apocalipsis, y fuese destruida para siempre. “Porque Dios ha puesto en sus corazones ejecutar lo que él quiso, ponerse de acuerdo y dar a la bestia el poder de reinar, hasta que se cumplan las palabras de Dios. Y la mujer que viste es aquella gran ciudad que impera sobre los reyes [gobernantes] de la tierra” (Apoc 17:15-18).
30 de septiembre de 2009
El Vaticano y los Grandes Genocidios del Siglo XX (19)
Después de la guerra. Cuando se anunció la muerte de Adolf Hitler, Adolf Bertram, cardenal arzobispo de Berlín, ordenó que todos los curas párrocos “participasen de un solemne requiem en memoria del führer y de todos los miembros del Wehrmacht que habían caido en la lucha por nuestra patria alemana, junto con las más sinceras oraciones por el pueblo y la Patria y el futuro de la Iglesia Católica en Alemania”.
No fue sino hasta el 3 de Agosto de 1946, bastante después que había terminado la guerra, que Pío XII se expresó en forma definida, diciendo que condenaba el recurso a la fuerza y a la violencia, “como condenamos en varias ocasiones las persecuciones que un antisemitismo fanático infligió al pueblo Hebreo”. A la luz de todo lo visto, este testimonio posterior lo revela como falso e hipócrita.
Por su parte, la única mujer sobreviviente de ese primer tren fatídico de Roma declaró a la BBC de Londres en 1995: “Volví [a Roma] de Auschwitz por mi cuenta. Perdí a mi madre, mis dos hermanas, una sobrina y un hermano. Pío XII podía habernos advertido acerca de lo que estaba pasando. Hubiéramos podido escapar de Roma... El jugaba bien en las manos de los alemanes. Todo ocurrió bajo sus narices. Pero era un papa antisemítico, un papa progermano. No arriesgó nada. Y cuando dicen que el papa es como Jesucristo, no es verdad. No salvó a ningún niño. Nada”.
Cuando Pacelli visitó Argentina, en calidad de Secretario de Estado del Vaticano, el presidente y general Agustín Pedro Justo Roca, salió a su encuentro en el barco militar 25 de Mayo para saludar a Pacelli con las siguientes palabras: “Vuestra Eminencia, lo saludo en la persona de un legado papal como al más grande soberano del mundo, ante cuya autoridad espiritual todos los otros soberanos se postran en veneración”. Al regresar, Pacelli visitó Río de Janeiro, y desde entonces comenzó a pararse ante las multitudes con los brazos extendidos en una imitación exacta de la posición que vio en la estatua del Cristo Redentor. Esa postura continuó usándola ante las masas durante todo su pontificado. Al ser poco después elegido papa, y en armonía con sus convicciones de pasar a ser el Vicario del Hijo de Dios, se atribuyó el título de “Pastor angelicus”. Pero, ¿qué es lo que dijo Jesús del verdadero pastor? Arriesga todo por salvar hasta la oveja más descarriada (Luc 15:4-5). Incluso, “da su vida por sus ovejas” (Juan 10:11).
En el año santo de jubileo católico de 1950, el 24 de Junio, Pío XII canonizó a María Goretti, una mujer que estuvo dispuesta a dar su vida antes que condescender a ser víctima del sexo. El papa preguntó a la multitud que se juntó para la ceremonia: “Quieren tomarla como ejemplo?” Era ya tiempo de paz, y se sentía libre de aconsejar el martirio para los que eran provocados sexualmente, antes de ceder en su moralidad. ¿Por qué no hizo lo mismo durante la guerra, donde aconsejó “neutralidad” y “silencio” ante el genocidio nazi de millones de inocentes, con el presunto propósito de evitar represalias para los católicos?
Mientras que el Vaticano siguió apoyando a gobiernos fascistas católicos en el Asia y en América Latina después de la guerra, siguió soñando con el derrocamiento del comunismo en los países del Este. Para ello trató de organizar a los criminales nazis y fascistas que habían sobrevivido, de los países católicos en donde habían actuado, para infiltrarlos en forma organizada en los gobiernos comunistas que habían ocupado su lugar, con el propósito de derrocarlos. Con tal propósito, puso todo su peso político en rescatar y esconder a los principales genocidas de la guerra que habían sido leales a la Iglesia Católica, para que pudiesen escapar al juicio que les esperaba. Al mismo tiempo, logró camuflar con nombres y documentación falsa a 30.000 criminales de guerra para que se fugasen, en su mayor parte a Argentina, aunque también lograron ir a Australia, Canadá, EE.UU., Inglaterra y otros países de latinoamérica.
Indudablemente, un cuerpo tan leal a la Iglesia, aunque criminal, debía ser mantenido para frenar el comunismo en otros lugares, y conformar centros de apoyo a su política expansionista en Europa y el resto del mundo. Lo que no hizo en favor de los judíos apresados y deportados para su exterminio durante la guerra, trató de hacerlo en favor de los fascistas y militantes nazis y ustashis una vez que cayeron bajo la condenación mundial. Hay más, sin embargo, para decir con respecto al papel cómplice e inmoral del Vaticano y la Iglesia Católica en materia de genocidios en otros países de Europa durante la guerra, antes de ocuparnos del papel post-guerra del papado y de sus políticas de gobierno actuales.
i. Estadísticas del genocidio ejecutado por los nazis. En casi igual proporción al genocidio nazi de los judíos, murieron como “enemigos del estado” alemán los gitanos, los discapacitados, los crimninales y renegados sociales, los enfermos mentales, homosexuales, Testigos de Jehová, y criminales políticos como los comunistas y socialistas. Los gitanos terminaron siendo considerados como no asimilables socialmente, y entraron dentro de la solución final de exterminio de los judíos. Entre 200.000 y 500.000 gitanos murieron, según las estimaciones propuestas. Algunos creen que decidieron exterminarlos, además, por razones equivalentes a las que llevaron a los nazis a querer destruir finalmente a todos los polacos, esto es, por no pertenecer a una raza pura.
Mientras que los judíos llevaron la peor parte, con un saldo de alrededor de seis millones y medio de víctimas, todos los otros grupos juntos que fueron muertos llegaron a ser unos cinco millones y medio, totalizando doce millones de personas masacradas en los actos de barbarie más grande conocidos en la historia de la humanidad. A esto se suman los millones que murieron de europeos, civiles y soldados, durante la guerra y por efecto mismo de la guerra.
j. Posición actual del Vaticano. El Concilio Vaticano II (1962-1965), reconsideró la acusación histórica hecha en contra de los judíos como asesinos de Cristo, declarando que esa acusación no puede caer indiscriminadamente sobre todos los judíos, ni sobre los judíos de hoy. Así terminaron rechazando en ese concilio, el antisemitismo y toda otra acción genocida de la humanidad. Pero los católicos tradicionalistas no están de acuerdo con esa decisión liberal de ese concilio, convocada por el papa Juan XXIII, quien cambió aún la política intransigente del Vaticano para con los países comunistas y entabló relaciones diplomáticas con ellos.
Al terminar el S. XX, Juan Pablo II pretendió “purificar la historia” criminal de la Iglesia Católica en relación no sólo con el Holocausto del S. XX, sino también y mayormente con la obra de la Inquisición durante toda la Edad Media. Quería cerrar la historia del milenio y del siglo para festejar su año santo de jubileo. Juan Pablo II lamentó lo sucedido y rechazó nuevamente la mala interpretación que muchos hicieron durante la historia del cristianismo sobre lo que el Nuevo Testamento dijo de los judíos. Pero negó categóricamente que la Iglesia Católica hubiese estado involucrada en esa mala interpretación, en la típica actitud apologista que busca, contra toda evidencia, mantener la infalibilidad del Magisterio de la Iglesia. Los que erraron fueron, en sus palabras, los hijos de la Iglesia a quienes la Santa Madre Iglesia Católica Romana perdona también, por haber obrado con los mejores intereses para expandir su reino. Claro está, lamenta sus excesos aunque, termina arguyendo el papa, no se los puede condenar tampoco porque el juicio le corresponde a Dios (cf. A. R. Treiyer, Jubilee and Globalization, 127-129).
El 12 de marzo de 1998, Juan Pablo II escribió una carta pública al Cardenal Edward Idris Cassidy, presidente de la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, con un documento que tituló: “Recordamos: Una reflexión sobre la Shoah”. Así como culpó a la mentalidad de la época medieval por los crímenes de la Inquisición (impersonalizando las masacres católicas medievales), así también culpó la mentalidad de las fuerzas destructoras de la época que produjeron el Holocausto en el S. XX. Sus condolencias se dieron por “la mentalidad prevaleciente a lo largo de los siglos” por los “sentimientos anti-judaicos en algunos rincones cristianos”, pero rechazando nuevamente que la Iglesia Católica hubiese justificado esa actitud malinterpretando el Nuevo Testamento. Siendo que el énfasis de la carta fue puesto sobre el genocidio judío de la Segunda Guerra Mundial, la reacción negativa judía no se dejó esperar, ya que no pidió perdón, ni reconoció la implicación de la Iglesia Católica en el genocidio. Su carta fue “recordamos”, no “pedimos perdón”.
Durante el mes de septiembre y octubre, el órgano informativo del Vaticano por internet, Zenit, así como L’Osservatore Romano, estuvieron tratando de defenderse del libro de John Cornwell, Hitler’s Pope. The Secret History of Pius XII (1999). Para ello trataron por todos los medios desprestigiar esa obra, pero sin ofrecer argumentos sustanciales en su contra. Malinterpretando el propósito del periodista católico (Cornwell), la Santa Sede declaró que esa obra buscaba difamar la institución papal. ¿Por qué? Porque demostraba cuán lejos estaba el papa Pío XII de la infalibilidad que reclama el papado hasta el día de hoy. Buscando salvar sus apariencias, la Iglesia sacrifica la honestidad de uno de sus hijos. Es más, el mismo papa Juan Pablo II, con el apoyo cardinalicio del Vaticano, terminó canonizando a Pío XII. [Mientras discutían los cardenales sobre su canonización, uno de ellos intervino argumentando que era ridículo discutir en la tierra si canonizarlo o no, cuando Pacelli debía estar ya en la misma gloria disfrutando de la compañía de los benditos. Ese argumento fue decisivo en el voto que lo hizo santo].
En la actualidad, la Santa Sede busca ignorar los crímenes que la comprometen y resaltar todo acto positivo que puedan encontrar del catolicismo durante la Segunda Guerra Mundial, en su típico esquema compensatorio que piensa que con buenas obras se pueden purgar las malas obras, y sin reconocer su propia falta como institución papal en esas malas obras. Es tal vez para evitar confrontaciones con esa clase de vindicación del Vaticano que el museo del Holocausto en Washington DC no vincule al papado con los crímenes nazis y clero-fascistas, sino errónea e injustamente con las víctimas.
Esta actitud papal de intentar limpiarse del veredicto de la historia pidiendo perdón por los hijos de la Iglesia y lamentando la mentalidad de la época, es otro testimonio claro de falacia y doble moral del Vaticano, que mantiene a las puertas mismas del S. XXI. Durante la Edad Media eran los papas quienes determinaban lo que los sacerdotes inquisidores debían hacer. Estos, a su vez, luego de torturar sus víctimas horriblemente, los entregaban al brazo secular para que los ejecutasen, procurando de esa manera lavarse las manos y terminar negando participación en el genocidio. Hoy, ya entrando en el tercer milenio cristiano, vuelve el papado a hacer lo mismo, negando todo cargo y echando la culpa a las ideologías seculares y cristianas descarriadas, a la mentalidad de la época, o a cualquier cosa que pueda levantar como cortina de humo para esconder su complicidad y responsabilidad en el crimen.
Siempre dentro del mismo contexto de descaro y falsedad, está el reclamo que el papado hace hoy a los poderes seculares de reconocimiento, como forjadora de los derechos humanos de los que gozan hoy los países democráticos occidentales. Esos derechos humanos fueron logrados por el protestantismo y el secularismo, anteponiéndolos a los abusos tan despiadados que caracterizaron a las monarquías europeas en comunión con el papado romano, durante toda la Edad Media. En otras palabras, lo que la Santa Sede está haciendo ahora es pretender y sin vergüenza alguna, que las libertades que hoy se gozan provinieron del cristianismo medieval y papal. Esto es lo que hace al requerir a la comunidad europea no olvidar las tradiciones cristianas que la forjaron, a la hora de establecer los principios fundamentales de la Constitución Europea. Esa tradición tiene que ver con la Iglesia de Roma involucrada en los gobiernos europeos en una relación de alma y cuerpo. ¿Cuántos papas medievales, aún los del S. XIX y la primera mitad del XX que ya vimos, negaron y condenaron esos derechos humanos que garantizan la libertad en las constituciones modernas?
Asimismo pretende el papado, y sin inhibición alguna, negar su participación velada y abierta—con su típica doble moral—en los genocidios del S. XX de judíos, ortodoxos, y socialistas de izquierda. De esta manera, la Santa Sede pretende ser reconocida también como gestora y partícipe de la liberación que los Aliados mayormente protestantes trajeron a Europa en la Segunda Guerra Mundial. Mientras que el papado mismo inspiró los gobiernos fascistas mediante sus encíclicas de comienzos del S. XX, los apoyó e hizo concordatos con ellos, pretende hoy desprenderse de sus crímenes en los que participaron los prelados papales en forma abierta y violenta. ¿Cómo? De la misma manera en que lo hizo luego de la Edad Media, al echarle la culpa a los poderes civiles a quienes no les daba otra chance que obedecer sus mandatos presuntamente divinos.
Los sueños papales de expandir su poder e influencia, así como su predominio político-religioso final sobre toda la tierra, permanecen intactos, junto con la presunción de poseer la infalibilidad. ¡Bendita farsa y santa mentira del Vaticano! ¡Maldita ingenuidad y profana ceguera de quienes están dispuestos a creerla!
Conclusión.
En todo esto debemos aclarar lo que dijimos al principio. Muchos católicos hicieron lo que pudieron, a título personal, por salvar a tantos judíos como les fuese posible, y arriesgaron su vida en la empresa. Todos esos ejemplos nobles individuales, inspirados sin duda por Dios, más algunos testimonios aislados del papado de apoyo a esos actos humanitarios, los usa hoy el Vaticano como cortina de humo para cubrir su complicidad con el nazismo y la exterminación de los judíos, comunistas y ortodoxos que se llevaron a cabo en los países católicos fascistas. El Vaticano da publicidad, por ejemplo, al hecho de que la mayoría de los que rescataron a los judíos fueron católicos, pero no aclara que ese genocidio se efectuó en países mayormente católicos o dominados por católicos. ¿Había de extrañarnos, en ese contexto, que Dios hubiese tocado a cierto número de personas sinceras dentro de la gente que había allí, para hacer una obra humanitaria que debiera haber sido la tarea de la mayoría y todos los católicos?
Lo que el Vaticano no dice en toda esa cobertura política, es que inmensamente mayor fue también la proporción de religiosos católicos que participaron en la difusión de las ideas nazis y en el exterminio de pueblos enteros que no querían convertirse a la fe católica. También buscan ocultar el hecho de que todos esos criminales no recibieron durante la guerra la condenación de la Iglesia, sino por el contrario, su aprobación y estímulo en la catolización de los países a los que representaban y ocupaban. Y lo que es peor, según veremos más en detalle luego, recurrieron al fraude y al lavado de dinero para lograr sus objetivos, usufructuaron el oro quitado a las víctimas judías por los nazis, fraguaron documentos y dieron protección diplomática vaticana para lograr la fuga de todos esos criminales buscados por la justicia.
Tampoco dicen los que defienden al papado durante la guerra, que tanto en la época de la Reforma en los S. XVI y XVII, como en las décadas de los 30 y 40 del S. XX, los judíos buscaban refugio del genocidio nazi en los países protestantes, especialmente en los EE.UU. Los libertadores no fueron católicos, sino mayormente protestantes. Aunque esos países protestantes libertadores se opusieron en su momento, a la perspectiva de una inmigración repentina y masiva de millones de judíos a sus países, no debe pasarse por alto que los perseguidos por el nazismo no recurrían a los países católicos en busca de protección. En cambio los criminalis nazis y fascistas, aún los peores y que habían llevado la mayor parte de la responsabilidad en el genocidio nazi, sabían después de la guerra que el único camino de la liberación pasaba por Roma, lugar ineludible para poder evadir la justicia. ¿Dónde está la “Línea de Ratas”, término empleado para describir la fuga vía Vaticano de los criminales de guerra católicos, organizada por el papado para lograr el escape de los judíos a otros países? El caso aislado de unos pocos judíos de Roma que lograron refugiarse en el Vaticano con la ayuda de los italianos y el apoyo de algunos clérigos, no tiene parangón alguno con esa Ratline creada después para salvar sus verdugos.
El Vaticano se expresó claramente contra el exterminio nazista de los discapacitados, a pesar de oponerse con ello a las políticas nazistas de Alemania. Y en ese respecto tuvo ciertos logros. ¿Por qué no hizo lo mismo para oponerse al exterminio de los judíos? Si pretendía evitar males peores (represalias contra los católicos), como adujo después, ¿por qué condenó el comunismo y exigió la oposición determinada de los católicos en los países que ocupaban los rusos, a costo de tantas vidas católicas? ¿No convenía también, en esos casos, guardar silencio con respecto a los gobiernos comunistas, y mantenerse por encima de toda entidad política, esto es, sin intervenir? Esa moral selectiva e interesada del papado es la que condenan los historiadores modernos, tan ajena a la moral de los evangelios que presume representar.
Mientras que las iglesias protestantes pidieron perdón después de la guerra, y trataron de indemnizar a los judíos que sobrevivieron, un problema mayor se levanta cuando se trata de la Iglesia Católica. Los protestantes no se creen ni nunca se creyeron infalibles. Por consiguiente no hacen ningún esfuerzo por justificarse. El Vaticano, en cambio, mantiene su pretensión de infalibilidad y terminó llevando al podio de la santidad al papa de Hitler. Eso significa que los católicos y el mundo en general, deben mirar a ese papa y a lo que hizo, según la Iglesia Católica, como ejemplo de cristianismo y de santidad.
La doble moral tantas veces representada en el papado—según la conveniencia del momento—más su presunción de infalibilidad, hacen de sus proclamas de buena voluntad y libertad una farsa. ¿Quién puede asegurar que no volverá a hacer lo mismo, si las condiciones vuelven a presentársele para cumplir con su papel añorado por siglos, de ser el primado de toda la tierra? Si la Iglesia Católica nunca erró ni puede errar, esto es, el Magistrado de la Iglesia Romana, ¿quién puede garantizar que no volverá a recurrir otra vez al uso del poder civil o militar para que se ejecuten sus dogmas y juicios políticos, pretendiendo que como ella no los ejecuta, no es la agencia criminal misma? ¿Podemos realmente creer que va a mantener todas sus proclamas actuales en favor de los derechos humanos, cuando esas dos caras se ven en las encíclicas y discursos que el papa de turno continua emitiendo? Nadie puede creer honestamente en las “buenas intenciones” y “perdones” papales pedidos por lo que hicieron otros, mientras continúe pretendiendo infalibilidad, un título que sólo le corresponde a Dios.
Corresponde ahora considerar el papel más directo que ejerció el papado romano en los genocidios efectuados por los gobiernos clero-fascistas, y en donde el clero que los llevó a cabo tuvo el pleno respaldo del papa Pío XII.
No fue sino hasta el 3 de Agosto de 1946, bastante después que había terminado la guerra, que Pío XII se expresó en forma definida, diciendo que condenaba el recurso a la fuerza y a la violencia, “como condenamos en varias ocasiones las persecuciones que un antisemitismo fanático infligió al pueblo Hebreo”. A la luz de todo lo visto, este testimonio posterior lo revela como falso e hipócrita.
Por su parte, la única mujer sobreviviente de ese primer tren fatídico de Roma declaró a la BBC de Londres en 1995: “Volví [a Roma] de Auschwitz por mi cuenta. Perdí a mi madre, mis dos hermanas, una sobrina y un hermano. Pío XII podía habernos advertido acerca de lo que estaba pasando. Hubiéramos podido escapar de Roma... El jugaba bien en las manos de los alemanes. Todo ocurrió bajo sus narices. Pero era un papa antisemítico, un papa progermano. No arriesgó nada. Y cuando dicen que el papa es como Jesucristo, no es verdad. No salvó a ningún niño. Nada”.
Cuando Pacelli visitó Argentina, en calidad de Secretario de Estado del Vaticano, el presidente y general Agustín Pedro Justo Roca, salió a su encuentro en el barco militar 25 de Mayo para saludar a Pacelli con las siguientes palabras: “Vuestra Eminencia, lo saludo en la persona de un legado papal como al más grande soberano del mundo, ante cuya autoridad espiritual todos los otros soberanos se postran en veneración”. Al regresar, Pacelli visitó Río de Janeiro, y desde entonces comenzó a pararse ante las multitudes con los brazos extendidos en una imitación exacta de la posición que vio en la estatua del Cristo Redentor. Esa postura continuó usándola ante las masas durante todo su pontificado. Al ser poco después elegido papa, y en armonía con sus convicciones de pasar a ser el Vicario del Hijo de Dios, se atribuyó el título de “Pastor angelicus”. Pero, ¿qué es lo que dijo Jesús del verdadero pastor? Arriesga todo por salvar hasta la oveja más descarriada (Luc 15:4-5). Incluso, “da su vida por sus ovejas” (Juan 10:11).
En el año santo de jubileo católico de 1950, el 24 de Junio, Pío XII canonizó a María Goretti, una mujer que estuvo dispuesta a dar su vida antes que condescender a ser víctima del sexo. El papa preguntó a la multitud que se juntó para la ceremonia: “Quieren tomarla como ejemplo?” Era ya tiempo de paz, y se sentía libre de aconsejar el martirio para los que eran provocados sexualmente, antes de ceder en su moralidad. ¿Por qué no hizo lo mismo durante la guerra, donde aconsejó “neutralidad” y “silencio” ante el genocidio nazi de millones de inocentes, con el presunto propósito de evitar represalias para los católicos?
Mientras que el Vaticano siguió apoyando a gobiernos fascistas católicos en el Asia y en América Latina después de la guerra, siguió soñando con el derrocamiento del comunismo en los países del Este. Para ello trató de organizar a los criminales nazis y fascistas que habían sobrevivido, de los países católicos en donde habían actuado, para infiltrarlos en forma organizada en los gobiernos comunistas que habían ocupado su lugar, con el propósito de derrocarlos. Con tal propósito, puso todo su peso político en rescatar y esconder a los principales genocidas de la guerra que habían sido leales a la Iglesia Católica, para que pudiesen escapar al juicio que les esperaba. Al mismo tiempo, logró camuflar con nombres y documentación falsa a 30.000 criminales de guerra para que se fugasen, en su mayor parte a Argentina, aunque también lograron ir a Australia, Canadá, EE.UU., Inglaterra y otros países de latinoamérica.
Indudablemente, un cuerpo tan leal a la Iglesia, aunque criminal, debía ser mantenido para frenar el comunismo en otros lugares, y conformar centros de apoyo a su política expansionista en Europa y el resto del mundo. Lo que no hizo en favor de los judíos apresados y deportados para su exterminio durante la guerra, trató de hacerlo en favor de los fascistas y militantes nazis y ustashis una vez que cayeron bajo la condenación mundial. Hay más, sin embargo, para decir con respecto al papel cómplice e inmoral del Vaticano y la Iglesia Católica en materia de genocidios en otros países de Europa durante la guerra, antes de ocuparnos del papel post-guerra del papado y de sus políticas de gobierno actuales.
i. Estadísticas del genocidio ejecutado por los nazis. En casi igual proporción al genocidio nazi de los judíos, murieron como “enemigos del estado” alemán los gitanos, los discapacitados, los crimninales y renegados sociales, los enfermos mentales, homosexuales, Testigos de Jehová, y criminales políticos como los comunistas y socialistas. Los gitanos terminaron siendo considerados como no asimilables socialmente, y entraron dentro de la solución final de exterminio de los judíos. Entre 200.000 y 500.000 gitanos murieron, según las estimaciones propuestas. Algunos creen que decidieron exterminarlos, además, por razones equivalentes a las que llevaron a los nazis a querer destruir finalmente a todos los polacos, esto es, por no pertenecer a una raza pura.
Mientras que los judíos llevaron la peor parte, con un saldo de alrededor de seis millones y medio de víctimas, todos los otros grupos juntos que fueron muertos llegaron a ser unos cinco millones y medio, totalizando doce millones de personas masacradas en los actos de barbarie más grande conocidos en la historia de la humanidad. A esto se suman los millones que murieron de europeos, civiles y soldados, durante la guerra y por efecto mismo de la guerra.
j. Posición actual del Vaticano. El Concilio Vaticano II (1962-1965), reconsideró la acusación histórica hecha en contra de los judíos como asesinos de Cristo, declarando que esa acusación no puede caer indiscriminadamente sobre todos los judíos, ni sobre los judíos de hoy. Así terminaron rechazando en ese concilio, el antisemitismo y toda otra acción genocida de la humanidad. Pero los católicos tradicionalistas no están de acuerdo con esa decisión liberal de ese concilio, convocada por el papa Juan XXIII, quien cambió aún la política intransigente del Vaticano para con los países comunistas y entabló relaciones diplomáticas con ellos.
Al terminar el S. XX, Juan Pablo II pretendió “purificar la historia” criminal de la Iglesia Católica en relación no sólo con el Holocausto del S. XX, sino también y mayormente con la obra de la Inquisición durante toda la Edad Media. Quería cerrar la historia del milenio y del siglo para festejar su año santo de jubileo. Juan Pablo II lamentó lo sucedido y rechazó nuevamente la mala interpretación que muchos hicieron durante la historia del cristianismo sobre lo que el Nuevo Testamento dijo de los judíos. Pero negó categóricamente que la Iglesia Católica hubiese estado involucrada en esa mala interpretación, en la típica actitud apologista que busca, contra toda evidencia, mantener la infalibilidad del Magisterio de la Iglesia. Los que erraron fueron, en sus palabras, los hijos de la Iglesia a quienes la Santa Madre Iglesia Católica Romana perdona también, por haber obrado con los mejores intereses para expandir su reino. Claro está, lamenta sus excesos aunque, termina arguyendo el papa, no se los puede condenar tampoco porque el juicio le corresponde a Dios (cf. A. R. Treiyer, Jubilee and Globalization, 127-129).
El 12 de marzo de 1998, Juan Pablo II escribió una carta pública al Cardenal Edward Idris Cassidy, presidente de la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, con un documento que tituló: “Recordamos: Una reflexión sobre la Shoah”. Así como culpó a la mentalidad de la época medieval por los crímenes de la Inquisición (impersonalizando las masacres católicas medievales), así también culpó la mentalidad de las fuerzas destructoras de la época que produjeron el Holocausto en el S. XX. Sus condolencias se dieron por “la mentalidad prevaleciente a lo largo de los siglos” por los “sentimientos anti-judaicos en algunos rincones cristianos”, pero rechazando nuevamente que la Iglesia Católica hubiese justificado esa actitud malinterpretando el Nuevo Testamento. Siendo que el énfasis de la carta fue puesto sobre el genocidio judío de la Segunda Guerra Mundial, la reacción negativa judía no se dejó esperar, ya que no pidió perdón, ni reconoció la implicación de la Iglesia Católica en el genocidio. Su carta fue “recordamos”, no “pedimos perdón”.
Durante el mes de septiembre y octubre, el órgano informativo del Vaticano por internet, Zenit, así como L’Osservatore Romano, estuvieron tratando de defenderse del libro de John Cornwell, Hitler’s Pope. The Secret History of Pius XII (1999). Para ello trataron por todos los medios desprestigiar esa obra, pero sin ofrecer argumentos sustanciales en su contra. Malinterpretando el propósito del periodista católico (Cornwell), la Santa Sede declaró que esa obra buscaba difamar la institución papal. ¿Por qué? Porque demostraba cuán lejos estaba el papa Pío XII de la infalibilidad que reclama el papado hasta el día de hoy. Buscando salvar sus apariencias, la Iglesia sacrifica la honestidad de uno de sus hijos. Es más, el mismo papa Juan Pablo II, con el apoyo cardinalicio del Vaticano, terminó canonizando a Pío XII. [Mientras discutían los cardenales sobre su canonización, uno de ellos intervino argumentando que era ridículo discutir en la tierra si canonizarlo o no, cuando Pacelli debía estar ya en la misma gloria disfrutando de la compañía de los benditos. Ese argumento fue decisivo en el voto que lo hizo santo].
En la actualidad, la Santa Sede busca ignorar los crímenes que la comprometen y resaltar todo acto positivo que puedan encontrar del catolicismo durante la Segunda Guerra Mundial, en su típico esquema compensatorio que piensa que con buenas obras se pueden purgar las malas obras, y sin reconocer su propia falta como institución papal en esas malas obras. Es tal vez para evitar confrontaciones con esa clase de vindicación del Vaticano que el museo del Holocausto en Washington DC no vincule al papado con los crímenes nazis y clero-fascistas, sino errónea e injustamente con las víctimas.
Esta actitud papal de intentar limpiarse del veredicto de la historia pidiendo perdón por los hijos de la Iglesia y lamentando la mentalidad de la época, es otro testimonio claro de falacia y doble moral del Vaticano, que mantiene a las puertas mismas del S. XXI. Durante la Edad Media eran los papas quienes determinaban lo que los sacerdotes inquisidores debían hacer. Estos, a su vez, luego de torturar sus víctimas horriblemente, los entregaban al brazo secular para que los ejecutasen, procurando de esa manera lavarse las manos y terminar negando participación en el genocidio. Hoy, ya entrando en el tercer milenio cristiano, vuelve el papado a hacer lo mismo, negando todo cargo y echando la culpa a las ideologías seculares y cristianas descarriadas, a la mentalidad de la época, o a cualquier cosa que pueda levantar como cortina de humo para esconder su complicidad y responsabilidad en el crimen.
Siempre dentro del mismo contexto de descaro y falsedad, está el reclamo que el papado hace hoy a los poderes seculares de reconocimiento, como forjadora de los derechos humanos de los que gozan hoy los países democráticos occidentales. Esos derechos humanos fueron logrados por el protestantismo y el secularismo, anteponiéndolos a los abusos tan despiadados que caracterizaron a las monarquías europeas en comunión con el papado romano, durante toda la Edad Media. En otras palabras, lo que la Santa Sede está haciendo ahora es pretender y sin vergüenza alguna, que las libertades que hoy se gozan provinieron del cristianismo medieval y papal. Esto es lo que hace al requerir a la comunidad europea no olvidar las tradiciones cristianas que la forjaron, a la hora de establecer los principios fundamentales de la Constitución Europea. Esa tradición tiene que ver con la Iglesia de Roma involucrada en los gobiernos europeos en una relación de alma y cuerpo. ¿Cuántos papas medievales, aún los del S. XIX y la primera mitad del XX que ya vimos, negaron y condenaron esos derechos humanos que garantizan la libertad en las constituciones modernas?
Asimismo pretende el papado, y sin inhibición alguna, negar su participación velada y abierta—con su típica doble moral—en los genocidios del S. XX de judíos, ortodoxos, y socialistas de izquierda. De esta manera, la Santa Sede pretende ser reconocida también como gestora y partícipe de la liberación que los Aliados mayormente protestantes trajeron a Europa en la Segunda Guerra Mundial. Mientras que el papado mismo inspiró los gobiernos fascistas mediante sus encíclicas de comienzos del S. XX, los apoyó e hizo concordatos con ellos, pretende hoy desprenderse de sus crímenes en los que participaron los prelados papales en forma abierta y violenta. ¿Cómo? De la misma manera en que lo hizo luego de la Edad Media, al echarle la culpa a los poderes civiles a quienes no les daba otra chance que obedecer sus mandatos presuntamente divinos.
Los sueños papales de expandir su poder e influencia, así como su predominio político-religioso final sobre toda la tierra, permanecen intactos, junto con la presunción de poseer la infalibilidad. ¡Bendita farsa y santa mentira del Vaticano! ¡Maldita ingenuidad y profana ceguera de quienes están dispuestos a creerla!
Conclusión.
En todo esto debemos aclarar lo que dijimos al principio. Muchos católicos hicieron lo que pudieron, a título personal, por salvar a tantos judíos como les fuese posible, y arriesgaron su vida en la empresa. Todos esos ejemplos nobles individuales, inspirados sin duda por Dios, más algunos testimonios aislados del papado de apoyo a esos actos humanitarios, los usa hoy el Vaticano como cortina de humo para cubrir su complicidad con el nazismo y la exterminación de los judíos, comunistas y ortodoxos que se llevaron a cabo en los países católicos fascistas. El Vaticano da publicidad, por ejemplo, al hecho de que la mayoría de los que rescataron a los judíos fueron católicos, pero no aclara que ese genocidio se efectuó en países mayormente católicos o dominados por católicos. ¿Había de extrañarnos, en ese contexto, que Dios hubiese tocado a cierto número de personas sinceras dentro de la gente que había allí, para hacer una obra humanitaria que debiera haber sido la tarea de la mayoría y todos los católicos?
Lo que el Vaticano no dice en toda esa cobertura política, es que inmensamente mayor fue también la proporción de religiosos católicos que participaron en la difusión de las ideas nazis y en el exterminio de pueblos enteros que no querían convertirse a la fe católica. También buscan ocultar el hecho de que todos esos criminales no recibieron durante la guerra la condenación de la Iglesia, sino por el contrario, su aprobación y estímulo en la catolización de los países a los que representaban y ocupaban. Y lo que es peor, según veremos más en detalle luego, recurrieron al fraude y al lavado de dinero para lograr sus objetivos, usufructuaron el oro quitado a las víctimas judías por los nazis, fraguaron documentos y dieron protección diplomática vaticana para lograr la fuga de todos esos criminales buscados por la justicia.
Tampoco dicen los que defienden al papado durante la guerra, que tanto en la época de la Reforma en los S. XVI y XVII, como en las décadas de los 30 y 40 del S. XX, los judíos buscaban refugio del genocidio nazi en los países protestantes, especialmente en los EE.UU. Los libertadores no fueron católicos, sino mayormente protestantes. Aunque esos países protestantes libertadores se opusieron en su momento, a la perspectiva de una inmigración repentina y masiva de millones de judíos a sus países, no debe pasarse por alto que los perseguidos por el nazismo no recurrían a los países católicos en busca de protección. En cambio los criminalis nazis y fascistas, aún los peores y que habían llevado la mayor parte de la responsabilidad en el genocidio nazi, sabían después de la guerra que el único camino de la liberación pasaba por Roma, lugar ineludible para poder evadir la justicia. ¿Dónde está la “Línea de Ratas”, término empleado para describir la fuga vía Vaticano de los criminales de guerra católicos, organizada por el papado para lograr el escape de los judíos a otros países? El caso aislado de unos pocos judíos de Roma que lograron refugiarse en el Vaticano con la ayuda de los italianos y el apoyo de algunos clérigos, no tiene parangón alguno con esa Ratline creada después para salvar sus verdugos.
El Vaticano se expresó claramente contra el exterminio nazista de los discapacitados, a pesar de oponerse con ello a las políticas nazistas de Alemania. Y en ese respecto tuvo ciertos logros. ¿Por qué no hizo lo mismo para oponerse al exterminio de los judíos? Si pretendía evitar males peores (represalias contra los católicos), como adujo después, ¿por qué condenó el comunismo y exigió la oposición determinada de los católicos en los países que ocupaban los rusos, a costo de tantas vidas católicas? ¿No convenía también, en esos casos, guardar silencio con respecto a los gobiernos comunistas, y mantenerse por encima de toda entidad política, esto es, sin intervenir? Esa moral selectiva e interesada del papado es la que condenan los historiadores modernos, tan ajena a la moral de los evangelios que presume representar.
Mientras que las iglesias protestantes pidieron perdón después de la guerra, y trataron de indemnizar a los judíos que sobrevivieron, un problema mayor se levanta cuando se trata de la Iglesia Católica. Los protestantes no se creen ni nunca se creyeron infalibles. Por consiguiente no hacen ningún esfuerzo por justificarse. El Vaticano, en cambio, mantiene su pretensión de infalibilidad y terminó llevando al podio de la santidad al papa de Hitler. Eso significa que los católicos y el mundo en general, deben mirar a ese papa y a lo que hizo, según la Iglesia Católica, como ejemplo de cristianismo y de santidad.
La doble moral tantas veces representada en el papado—según la conveniencia del momento—más su presunción de infalibilidad, hacen de sus proclamas de buena voluntad y libertad una farsa. ¿Quién puede asegurar que no volverá a hacer lo mismo, si las condiciones vuelven a presentársele para cumplir con su papel añorado por siglos, de ser el primado de toda la tierra? Si la Iglesia Católica nunca erró ni puede errar, esto es, el Magistrado de la Iglesia Romana, ¿quién puede garantizar que no volverá a recurrir otra vez al uso del poder civil o militar para que se ejecuten sus dogmas y juicios políticos, pretendiendo que como ella no los ejecuta, no es la agencia criminal misma? ¿Podemos realmente creer que va a mantener todas sus proclamas actuales en favor de los derechos humanos, cuando esas dos caras se ven en las encíclicas y discursos que el papa de turno continua emitiendo? Nadie puede creer honestamente en las “buenas intenciones” y “perdones” papales pedidos por lo que hicieron otros, mientras continúe pretendiendo infalibilidad, un título que sólo le corresponde a Dios.
Corresponde ahora considerar el papel más directo que ejerció el papado romano en los genocidios efectuados por los gobiernos clero-fascistas, y en donde el clero que los llevó a cabo tuvo el pleno respaldo del papa Pío XII.
El Vaticano y los Grandes Genocidios del Siglo XX (20)
Los genocidios clero-fascistas.
El nazismo de Alemania mantuvo cierta independencia política del clero católico. Por tal razón, algunos consideran el nazismo alemán como ejemplo de un gobierno puramente fascista. No obstante, según ya vimos, el Concordato que firmó el Vaticano con Hitler tuvo como propósito transformar toda Alemania en un estado clero-fascista. En el sentido más estricto, sus 33 artículos principales fueron “ordenanzas clero-fascistas”. Mediante concordatos con los gobiernos autoritarios y dictatoriales, el Vaticano esperaba terminar fundiendo la sociedad con la Iglesia Católica, al imponer la enseñanza de la religión en todas las instituciones educativas del estado y lograr solventarlas con fondos del estado, así como del clero y otras instituciones de la Iglesia.
“¿Queremos contribuir con los valiosos y constructivos bloques católicos para construir la nueva sociedad” de Alemania?, se preguntaba el obispo Kaller en el año del concordato. “Recurramos a la encíclica Quadragesimo Anno de Pío XI”. Pero aunque los nazis favorecieron el sistema de educación católica y subvencionaron el obispado alemán, no se ajustaron en todo lo que respecta al ejercicio de la autoridad, a los principios de la Ley Canónica que el papado quería implementar en cada gobierno europeo. Por el contrario, quisieron ser ellos los protagonistas de la nueva realidad.
Si a pesar de esa diferenciación entre el fascismo “puro” de los nazis, el Vaticano no puede librarse aún hoy de haber sido cómplice en los genocidios perpetrados por los nazis contra los judíos, menos aún puede librarse de su complicidad con los genocidios clero-fascistas en los que participó activamente el clero romano. Tanto el clero como las autoridades civiles perpetraron las peores masacres en esos estados, sin recibir la condenación del Vaticano. Antes bien, contaron con el apoyo abierto y entusiasta hasta del mismo papa Pío XII.
1. El clero-fascismo de Austria.
Distinto a la Alemania nazi fue el caso de Austria, donde por primera vez se usó el término clero-fascismo para referirse al gobierno de Kurt von Schuschnigg (1932-1934). Su gobierno se sometió definidamente a los principios políticos que proponía la encíclica papal Quadragesimo Anno (1931). Primeramente el canciller Engelbert Dollfuss usó el término clero-fascismo para definir su papel como canciller de Austria. Seguidamente el dictador Schuschnigg usaría el término para precisar la implementación de los principios políticos-sociales-económicos de la encíclica papal que tendría el nuevo gobierno, y terminar así con el sistema parlamentario democrático que se volvía inservible para Austria—según los términos usados—“en su hora de necesidad”.
a. Uso del término. El término clero-fascismo no fue usado, pues, peyorativamente ya que, para entonces, muchos miraban un sistema de gobierno tal como salvador frente a la anarquía que, según se argüía, creaban los partidos de izquierda. La prensa austríaca y los discursos populares lo usaron durante todo 1930, para describir el movimiento político austríaco que intentaba combinar esa encíclica papal con el principio de gobierno autoritario del führer. Posteriormente, el obispo Alois Hudal recurrió a ese término para referirse tanto al fenómeno austríaco, como a su propia misión en el Vaticano. En realidad, Hudal citó a Mussolini, quien había descrito al gobierno austríaco en 1930 como “el sistema clerical Dollfuss”. También usó el término clero-fascismo una revista comunista en 1949, para identificar la posición política pro-nazi que había tenido el primado de Austria, Teodoro Innitzer.
¿Qué haría Schuschnigg para gobernar Austria bajo un sistema clero-fascista? Cambiar la constitución de tal manera que se ajustase a la encíclica del papa Pío XI. De esta forma, y a diferencia de otros estados en donde los mismos dictadores serían clérigos, el sistema de gobierno austríaco fue clero-fascista por constitución. El prelado y dictador Ignaz Seipel dedicó los últimos años de su vida a implementar esa reforma constitucional en armonía con la encíclica papal. Así, el 1 de mayo de 1934, Austria se transformaba en un estado “corporativo” que operaría bajo un liderazgo autoritario y fiel a la Iglesia Católica. Según lo había expresado Pío XI en el Osservatore Romano (31 de junio, 1931), su encíclica era “un signo de atención bienintencionada para el comercio de Italia y las entidades corporativas”.
b. Relación con el capital. El clericalismo mantiene, en un estado clero-fascista, una relación de mala fe con el capital, inspirado en las encíclicas papales Rerum Novarum y Quadragesimo Anno. Predica contra el materialismo de la sociedad capitalista pero busca involucrarse en la economía. El problema, según este concepto, no pasa tanto por la propiedad y la producción, sino por la distribución de las riquezas. De acuerdo a las encíclicas papales de entonces y de hoy, el mejor sistema social es el que permite que los ricos mantengan a los pobres en un acto de solidaridad social, y en el que, por consiguiente, el pueblo dependa de la obra social de la Iglesia para sobrevivir. Los problemas que tuvo la Iglesia con Hitler en Alemania y posteriormente con Perón en Argentina, se dieron más bien con los beneficios políticos de tal sistema. Mientras que la Iglesia quería ser ella la que figurase como benefactora, los dictadores y demagogos no querían que ésta les hiciese sombra, sino obtener sus propios dividendos populares.
Para encubrir su mala fe contra el capitalismo, el clero-fascismo recurre al antisemitismo por su tendencia a no entrar dentro del sistema redistributivo del capital, ni a reconocer la supremacía de la Iglesia en tal sistema de gobierno. Según esta perspectiva, son los judíos los responsables de haber estropeado el capitalismo al introducir un materialismo satánico en la sociedad civil. Los judíos vuelven a desempeñar así, el mismo papel diabólico que, según presumen los clérigos, cumplieron en el Nuevo Testamento. De allí en más, todo lo que implicase una revolución social de corte materialista, terminaría vinculándose con el judaísmo. Y siendo que el enemigo mayor que tenían por delante era el comunismo, cualquier cosa que no entrase dentro del esquema propuesto pasaba a ser enemigo e iba a terminar cayendo dentro de la misma mira condenatoria. Así, el trabajador bolchevique terminaría no siendo otra cosa que un judío internacional.
¿Qué otros enemigos más aparecerían en sistemas cerrados como lo pasaron a ser los gobiernos clero-fascistas? La intolerancia político-religiosa no iba a caer sólo sobre los judíos y los comunistas. Siendo que gobiernos tales se ligan a la Iglesia Católica, todos los extranjeros sufren también, en especial los cristianos y religiosos no católicos, porque pasan a ser considerados en un rango inferior. En efecto, los extranjeros y no católicos no tienen derecho de apelación en las tres clases que caracterizan una sociedad tal: la nobleza, el clero y los ciudadanos. Ese esquema estructural social sigue el esquema jerárquico católico: El papa y el Magisterio, el clero y los laicos. Y como la solución fascista busca soluciones sociales rápidas, se recurre a la exclusión, expulsión y aniquilación en lugar del diálogo y el acuerdo.
c. Relación con los trabajadores. Tanto el clero como el estado en un sistema clero-fascista, pretenden promover la causa del “trabajador”, pero terminan subordinando siempre los intereses de la clase trabajadora al capital. Cuando Schuschnigg reprimió violentamente la insurrección de los trabajadores de oficina en 1934, el cardenal Innitzer defendió la masacre, a pesar de haber pretendido vincularse a sí mismo con los pobres. De allí que se involucre tanto al Estado como a la Iglesia en la gran cantidad de crímenes de guerra que engendran sistemas de gobierno tales. Bajo este contexto, uno se pregunta sobre la verdadera naturaleza que esconde la continua predicación papal, ya comenzado el S. XXI, “en favor de los pobres”.
¿Puede considerarse el clero-fascismo como una versión más santa y atractiva del nazismo, por el hecho de someterse al Vaticano en su forma de gobierno? La historia prueba que no. Por el contrario, ese sistema engendró a menudo crímenes peores que los efectuados por los nazis. Schuschnigg mantuvo un campo de concentración para sus adversarios en Wullersdorf. Los campos de concentración de la vecina Croacia, en especial el de Jasenovac, fueron comandados por sacerdotes que perpetraron tales crímenes que horrorizaron por su barbarie aún a los mismos nazis alemanes. También Italia, España y Ucrania nombraron a un gran número de sacerdotes para que fuesen, realmente, verdaderos criminales de guerra, con pleno respaldo del Vaticano.
2. Otros estados clero-fascistas.
Siendo que la implementación del término se dio mayormente para referirse al fenómeno austríaco, se lo usó a menudo en alemán, sin traducirlo. Pero el Klerofaschismus no se limita a Austria. Es cierto que comprende la política social eclesiástica austríaca de Ignaz Seipel, Engelbert Dollfuss, Kurt von Schuschnigg, Alois C. Hudal y muchos otros. Pero incluye también la política clerical-fascista de los Ustashi en Croacia, con Ante Pavelic como dictador; del falangismo español bajo Francisco Franco; de las políticas estatales de la iglesia fascista italiana de Benito Mussolini; del justicialismo de Juan Domingo Perón en Argentina, así como de otros más. Perón llegó a decir también, poco después de concluída la Segunda Guerra Mundial, en su último discurso político antes de las elecciones, “mi política social está inspirada en las encíclicas”.
El 28 de agosto de 1940, el premier Volpetch Tuka de Eslovaquia se refirió también al clero-fascismo como al “futuro sistema gubernamental de Eslovaquia”, que implicaría “una combinación de nazismo alemán y catolicismo romano”. Consistiría, como en los demás casos, en un pacto entre dos sistemas autócratas, el del papado y el del dictador que gobierna el país. En el arreglo social resultante, toda orden provendría de arriba hacia abajo, y toda responsabilidad de abajo hacia arriba. La encíclica papal debía jugar el mismo papel que los decretos dictatoriales. De allí que, más estrictamente hablando, los gobiernos clero-fascistas adoptaron la Ley Canónica de 1917, preparada por el papado como una especie de constitución de su gobierno.
La prensa católica en Eslovaquia, antes de la guerra, apoyaba la agenda clero-fascista también, así como al “Eje” (gobiernos nazis y fascistas de Europa central), y la limpieza étnica. Cuando se estableció el estado títere de Eslovaquia, la Lista Katolicki lo alabó en los siguientes términos: “En un estado moderno, que pone los intereses del pueblo sobre toda otra consideración, la iglesia y el estado deben cooperar para evitar conflictos y malentendimientos... Los puntos de vista del Dr. Tuka se cumplen en la formación de una Eslovaquia del pueblo, con la aprobación del presidente de la república, monseñor Dr. Josip Tiso... La Iglesia no será perseguida”, sino “los que se oponen al Socialismo Nacional” (Enero, 1940).
Siendo que el enemigo común de todos estos estados era el comunismo, los gobiernos clero-fascistas sintieron que debían coaligarse para defenderse mutuamente, y asumir un papel ofensivo en la recuperación de los valores “cristianos”. Compartiendo la visión del papado de afirmar la presencia católica en el centro de Europa formaron, además, una Confederación Católica en ambas márgenes del río Danubio (Croacia, Austria, Eslovaquia y Alemania). A esa confederación se la llamó en diferentes momentos “El Eje”, la “Confederación del Danubio”, “Triple Alianza”, “Sacro Imperio Romano Reconstruido”, “Confederación Intermarium”, “Imperio Hamburgo Reconstituido” o, más enigmáticamente, “la cuestión de Europa Central”.
Aun después de la guerra, el Vaticano intentó reactivar esa confederación rescatando y reclutando a los criminales de guerra de todos esos países, con el propósito de infiltrar el mundo comunista y desestabilizarlo, recuperándolo para la fe católica. El propio general católico De Gaulle tuvo en Francia, para esa época, un sueño equivalente, que consistía en formar un pacto con todas las naciones centrales de Europa para salvarlas del comunismo, y volverlas a la comunión con el papado romano.
- El culto al dictador.
Un solo líder infalible y un solo dictador que actuasen en armonía bastaban para conformar un estado clero-fascista, y combatir a un enemigo común. Así, no sólo Austria, Croacia y Eslovaquia fueron estados clero-fascistas, sino también España, Portugal, Vichi (gobierno central de Francia durante la guerra: 1940-1944), e Italia, antes y/o durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Según el obispo Hudal, Pío XI se había inspirado en el clero-fascismo turco de Kamal Ataturk, cuya estatua está casi omnipresente en todas las ciudades principales de Turquía hasta el día de hoy.
Llama la atención el hecho de que los sistemas dictatoriales y fascistas se levantan en países cuya religión dominante mantiene un esquema de poder intolerante y de corte medieval. Para liberarse de esos sistemas religiosos autoritarios, los gobiernos seculares que los derrocaron debieron recurrir igualmente a gobiernos autocráticos equivalentes. El sistema totalitario comunista se levantó como alternativa y antídoto para poder derrocar a los gobiernos autoritarios católicos, ortodoxos, musulmanes y otras religiones paganas asiáticas. Ambos constituyen los dos extremos de la misma herradura, y ambos son genocidas por naturaleza, como lo probó su accionar no sólo durante la Edad Media, sino a partir de allí y, en especial, en la mayor parte del S. XX.
Otro aspecto que llama la atención es una especie de culto al dictador. Acostumbrados a venerar un papa, un santo, una virgen, las masas católicas buscan también un líder que ostente igualmente poderes absolutos, hechos a la imagen papal. Por esta razón, todos los dictadores clero-fascistas, incluyendo Hitler mismo, fueron visualizados por muchos bajo un espectro mesiánico-redentor, como profetas que anunciaban la salvación del mundo de los sistemas del mal que buscaban su destrucción, esto es, de las democracias capitalistas occidentales y del comunismo bolchevique oriental. El arzobispo Saric de Sarajevo llegó a publicar una poesía ensalzando al líder ustashi, titulada “Oda a Pavelic”, en donde lo presenta como salvador con términos equivalentes a los que la Biblia usa para referirse a Dios.
Abundan también los términos grandielocuentes con respecto a Franco en España, el hombre “providencial” y hasta “profeta” de la península hibérica. No sólo en vida, sino aún por mucho tiempo después de su muerte, el fervor populista justicialista por Perón en Argentina, se expresa en el canto que las masas le entonan: “Perón, Perón, ¡qué grande sos! Mi general, ¡cuánto valés! Perón, Perón, ¡gran capitán!, sos el primer trabajador”. Ni qué hablar del libro de Evita, su segunda esposa, “La Razón de mi Vida”, para quien su marido es ninguna otra cosa que Dios mismo.
En este culto a los dictadores, el problema se levanta cuando esos dictadores intentan absorver tanto la admiración de las masas hacia ellos, que la Iglesia se sienta excluida del reparto honorífico. Mientras la Iglesia Católica pueda seguir manteniendo su papel privilegiado y supremo en el “correcto” ordenamiento social de alma (Iglesia) y cuerpo (dictador), ese culto es aceptado. De allí que cuando Hitler se negó a ser manipulado por el Vaticano y a permitirle al papado usufructuar plenamente de los beneficios políticos conquistados por su partido nazista, el papa Pío XI emitió su encíclica Mit Brennender Sorge (Con Profunda Ansiedad), en una velada protesta por la deificación de una raza, de un pueblo, y de un estado. ¡Como si la veneración que exige el papa hacia su persona como presunto Vicario de Cristo, y hacia los representantes de su estado clerical, no entrase dentro de ese sistema de deificación hacia una persona humana que ocupa el lugar de Dios!
Así también, Perón comenzó a tener problemas con la Iglesia cuando en su obra social quiso terminar llevándose todo el mérito. Esto se debió a que para entonces no existía en Argentina una doctrina social que no fuese la de la Iglesia Católica, y no cuajaba en la mente del clero que apareciese otra doctrina social que fuese laica. Y cuando Menem, supuesto sucesor espiritual de Perón, le escribió al papa que era católico, pero que por razones históricas debía darse la separación de Iglesia y Estado, encontró una resistencia tan enconada de Roma y del clero que tuvo que desistir de ese plan.
El correcto ordenamiento social y reparto de alabanzas requeridos por los gobiernos cleromonárquicos medievales y clerofascistas modernos, es el mismo en el culto que se tributa al emperador, al papa, al rey y al dictador. Aparecen expuestos con dos milenios de anticipación en el Apocalipsis. “Y adoraron [todos los habitantes de la tierra] al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ‘¿Quién es como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?” (Apoc 13:4). El dragón (el poder político civil representado antiguamente por el César), debe recibir su alabanza en la medida en que da autoridad a la bestia (el poder político-religioso del papado que se levanta en el mismo sitio del César). Claro está, esta predicción apocalíptica no ofrece un sistema tal de gobierno cívico-clerical como ideal y divino, ya que ambos poderes que lo componen se vuelven intolerantes y son inspirados por aquel que comenzó el mismo problema en el cielo, hasta que debió ser expulsado por querer recibir el homenaje que sólo le corresponde a Dios (Apoc 12:7-9; cf. Isa 14:12).
- Intentos renovados actuales de establecer gobiernos clericales. Poco después de la Segunda Guerra Mundial se dio el intento de unir las iglesias en contra del enemigo común que seguía siendo el comunismo ateo. Pero al subir Pablo VI y comenzar a pactar con los gobiernos comunistas, esa tensión se alivió y tales esfuerzos de unión de las iglesias se debilitó. Con la subida del polaco Wojtila a la silla vicaria de Pedro, un nuevo esfuerzo por unificar las iglesias se dio al lograr definir Juan Pablo II, en forma clara, un enemigo común equivalente que es el secularismo. Y esa prédica tiene éxito, ya que todas las iglesias van entrando, poco a poco, en esa misma perspectiva. Las prédicas de los católicos y de los evangélicos hoy apuntan, como en la era fascista, a objetivos comunes. Cada vez toleran menos el ordenamiento social moderno que separa el poder estatal del clerical. Y como en la era fascista, esa soldadura clerogubernamental busca como pantalla honorífica una promulgación de solidaridad en favor de los pobres.
En un libro conjunto que publicaron al terminar el S. XX, titulado Evangélicos y Católicos Juntos, líderes católicos y evangélicos exortan a las iglesias a unirse en los aspectos que tengan en común, para hacer frente a enemigos comunes. Abiertamente se menciona como enemigo común al secularismo que gangrena la sociedad con impiedad. Veladamente entran en la lista de enemigos comunes los grupos religiosos minoritarios proselitistas y disidentes porque se niegan a participar del espíritu ecuménico de la hora. En la actualidad las iglesias ecuménicas argumentan también que así como Europa y el mundo se están uniendo políticamente en acuerdos comunes, así también deben unirse las religiones para salvaguardar la paz. ¿Qué pasará cuando logren esa unión buscada? ¿Pasarán a ser catalogados como “enemigos comunes” los que, a conciencia, no puedan unirse a esa confederación religioso-política babilónica, con el propósito de seguir teniendo un justificativo para mantener esa unión buscada? (Apoc 12:17; 14:8; 18:1-5).
El nazismo de Alemania mantuvo cierta independencia política del clero católico. Por tal razón, algunos consideran el nazismo alemán como ejemplo de un gobierno puramente fascista. No obstante, según ya vimos, el Concordato que firmó el Vaticano con Hitler tuvo como propósito transformar toda Alemania en un estado clero-fascista. En el sentido más estricto, sus 33 artículos principales fueron “ordenanzas clero-fascistas”. Mediante concordatos con los gobiernos autoritarios y dictatoriales, el Vaticano esperaba terminar fundiendo la sociedad con la Iglesia Católica, al imponer la enseñanza de la religión en todas las instituciones educativas del estado y lograr solventarlas con fondos del estado, así como del clero y otras instituciones de la Iglesia.
“¿Queremos contribuir con los valiosos y constructivos bloques católicos para construir la nueva sociedad” de Alemania?, se preguntaba el obispo Kaller en el año del concordato. “Recurramos a la encíclica Quadragesimo Anno de Pío XI”. Pero aunque los nazis favorecieron el sistema de educación católica y subvencionaron el obispado alemán, no se ajustaron en todo lo que respecta al ejercicio de la autoridad, a los principios de la Ley Canónica que el papado quería implementar en cada gobierno europeo. Por el contrario, quisieron ser ellos los protagonistas de la nueva realidad.
Si a pesar de esa diferenciación entre el fascismo “puro” de los nazis, el Vaticano no puede librarse aún hoy de haber sido cómplice en los genocidios perpetrados por los nazis contra los judíos, menos aún puede librarse de su complicidad con los genocidios clero-fascistas en los que participó activamente el clero romano. Tanto el clero como las autoridades civiles perpetraron las peores masacres en esos estados, sin recibir la condenación del Vaticano. Antes bien, contaron con el apoyo abierto y entusiasta hasta del mismo papa Pío XII.
1. El clero-fascismo de Austria.
Distinto a la Alemania nazi fue el caso de Austria, donde por primera vez se usó el término clero-fascismo para referirse al gobierno de Kurt von Schuschnigg (1932-1934). Su gobierno se sometió definidamente a los principios políticos que proponía la encíclica papal Quadragesimo Anno (1931). Primeramente el canciller Engelbert Dollfuss usó el término clero-fascismo para definir su papel como canciller de Austria. Seguidamente el dictador Schuschnigg usaría el término para precisar la implementación de los principios políticos-sociales-económicos de la encíclica papal que tendría el nuevo gobierno, y terminar así con el sistema parlamentario democrático que se volvía inservible para Austria—según los términos usados—“en su hora de necesidad”.
a. Uso del término. El término clero-fascismo no fue usado, pues, peyorativamente ya que, para entonces, muchos miraban un sistema de gobierno tal como salvador frente a la anarquía que, según se argüía, creaban los partidos de izquierda. La prensa austríaca y los discursos populares lo usaron durante todo 1930, para describir el movimiento político austríaco que intentaba combinar esa encíclica papal con el principio de gobierno autoritario del führer. Posteriormente, el obispo Alois Hudal recurrió a ese término para referirse tanto al fenómeno austríaco, como a su propia misión en el Vaticano. En realidad, Hudal citó a Mussolini, quien había descrito al gobierno austríaco en 1930 como “el sistema clerical Dollfuss”. También usó el término clero-fascismo una revista comunista en 1949, para identificar la posición política pro-nazi que había tenido el primado de Austria, Teodoro Innitzer.
¿Qué haría Schuschnigg para gobernar Austria bajo un sistema clero-fascista? Cambiar la constitución de tal manera que se ajustase a la encíclica del papa Pío XI. De esta forma, y a diferencia de otros estados en donde los mismos dictadores serían clérigos, el sistema de gobierno austríaco fue clero-fascista por constitución. El prelado y dictador Ignaz Seipel dedicó los últimos años de su vida a implementar esa reforma constitucional en armonía con la encíclica papal. Así, el 1 de mayo de 1934, Austria se transformaba en un estado “corporativo” que operaría bajo un liderazgo autoritario y fiel a la Iglesia Católica. Según lo había expresado Pío XI en el Osservatore Romano (31 de junio, 1931), su encíclica era “un signo de atención bienintencionada para el comercio de Italia y las entidades corporativas”.
b. Relación con el capital. El clericalismo mantiene, en un estado clero-fascista, una relación de mala fe con el capital, inspirado en las encíclicas papales Rerum Novarum y Quadragesimo Anno. Predica contra el materialismo de la sociedad capitalista pero busca involucrarse en la economía. El problema, según este concepto, no pasa tanto por la propiedad y la producción, sino por la distribución de las riquezas. De acuerdo a las encíclicas papales de entonces y de hoy, el mejor sistema social es el que permite que los ricos mantengan a los pobres en un acto de solidaridad social, y en el que, por consiguiente, el pueblo dependa de la obra social de la Iglesia para sobrevivir. Los problemas que tuvo la Iglesia con Hitler en Alemania y posteriormente con Perón en Argentina, se dieron más bien con los beneficios políticos de tal sistema. Mientras que la Iglesia quería ser ella la que figurase como benefactora, los dictadores y demagogos no querían que ésta les hiciese sombra, sino obtener sus propios dividendos populares.
Para encubrir su mala fe contra el capitalismo, el clero-fascismo recurre al antisemitismo por su tendencia a no entrar dentro del sistema redistributivo del capital, ni a reconocer la supremacía de la Iglesia en tal sistema de gobierno. Según esta perspectiva, son los judíos los responsables de haber estropeado el capitalismo al introducir un materialismo satánico en la sociedad civil. Los judíos vuelven a desempeñar así, el mismo papel diabólico que, según presumen los clérigos, cumplieron en el Nuevo Testamento. De allí en más, todo lo que implicase una revolución social de corte materialista, terminaría vinculándose con el judaísmo. Y siendo que el enemigo mayor que tenían por delante era el comunismo, cualquier cosa que no entrase dentro del esquema propuesto pasaba a ser enemigo e iba a terminar cayendo dentro de la misma mira condenatoria. Así, el trabajador bolchevique terminaría no siendo otra cosa que un judío internacional.
¿Qué otros enemigos más aparecerían en sistemas cerrados como lo pasaron a ser los gobiernos clero-fascistas? La intolerancia político-religiosa no iba a caer sólo sobre los judíos y los comunistas. Siendo que gobiernos tales se ligan a la Iglesia Católica, todos los extranjeros sufren también, en especial los cristianos y religiosos no católicos, porque pasan a ser considerados en un rango inferior. En efecto, los extranjeros y no católicos no tienen derecho de apelación en las tres clases que caracterizan una sociedad tal: la nobleza, el clero y los ciudadanos. Ese esquema estructural social sigue el esquema jerárquico católico: El papa y el Magisterio, el clero y los laicos. Y como la solución fascista busca soluciones sociales rápidas, se recurre a la exclusión, expulsión y aniquilación en lugar del diálogo y el acuerdo.
c. Relación con los trabajadores. Tanto el clero como el estado en un sistema clero-fascista, pretenden promover la causa del “trabajador”, pero terminan subordinando siempre los intereses de la clase trabajadora al capital. Cuando Schuschnigg reprimió violentamente la insurrección de los trabajadores de oficina en 1934, el cardenal Innitzer defendió la masacre, a pesar de haber pretendido vincularse a sí mismo con los pobres. De allí que se involucre tanto al Estado como a la Iglesia en la gran cantidad de crímenes de guerra que engendran sistemas de gobierno tales. Bajo este contexto, uno se pregunta sobre la verdadera naturaleza que esconde la continua predicación papal, ya comenzado el S. XXI, “en favor de los pobres”.
¿Puede considerarse el clero-fascismo como una versión más santa y atractiva del nazismo, por el hecho de someterse al Vaticano en su forma de gobierno? La historia prueba que no. Por el contrario, ese sistema engendró a menudo crímenes peores que los efectuados por los nazis. Schuschnigg mantuvo un campo de concentración para sus adversarios en Wullersdorf. Los campos de concentración de la vecina Croacia, en especial el de Jasenovac, fueron comandados por sacerdotes que perpetraron tales crímenes que horrorizaron por su barbarie aún a los mismos nazis alemanes. También Italia, España y Ucrania nombraron a un gran número de sacerdotes para que fuesen, realmente, verdaderos criminales de guerra, con pleno respaldo del Vaticano.
2. Otros estados clero-fascistas.
Siendo que la implementación del término se dio mayormente para referirse al fenómeno austríaco, se lo usó a menudo en alemán, sin traducirlo. Pero el Klerofaschismus no se limita a Austria. Es cierto que comprende la política social eclesiástica austríaca de Ignaz Seipel, Engelbert Dollfuss, Kurt von Schuschnigg, Alois C. Hudal y muchos otros. Pero incluye también la política clerical-fascista de los Ustashi en Croacia, con Ante Pavelic como dictador; del falangismo español bajo Francisco Franco; de las políticas estatales de la iglesia fascista italiana de Benito Mussolini; del justicialismo de Juan Domingo Perón en Argentina, así como de otros más. Perón llegó a decir también, poco después de concluída la Segunda Guerra Mundial, en su último discurso político antes de las elecciones, “mi política social está inspirada en las encíclicas”.
El 28 de agosto de 1940, el premier Volpetch Tuka de Eslovaquia se refirió también al clero-fascismo como al “futuro sistema gubernamental de Eslovaquia”, que implicaría “una combinación de nazismo alemán y catolicismo romano”. Consistiría, como en los demás casos, en un pacto entre dos sistemas autócratas, el del papado y el del dictador que gobierna el país. En el arreglo social resultante, toda orden provendría de arriba hacia abajo, y toda responsabilidad de abajo hacia arriba. La encíclica papal debía jugar el mismo papel que los decretos dictatoriales. De allí que, más estrictamente hablando, los gobiernos clero-fascistas adoptaron la Ley Canónica de 1917, preparada por el papado como una especie de constitución de su gobierno.
La prensa católica en Eslovaquia, antes de la guerra, apoyaba la agenda clero-fascista también, así como al “Eje” (gobiernos nazis y fascistas de Europa central), y la limpieza étnica. Cuando se estableció el estado títere de Eslovaquia, la Lista Katolicki lo alabó en los siguientes términos: “En un estado moderno, que pone los intereses del pueblo sobre toda otra consideración, la iglesia y el estado deben cooperar para evitar conflictos y malentendimientos... Los puntos de vista del Dr. Tuka se cumplen en la formación de una Eslovaquia del pueblo, con la aprobación del presidente de la república, monseñor Dr. Josip Tiso... La Iglesia no será perseguida”, sino “los que se oponen al Socialismo Nacional” (Enero, 1940).
Siendo que el enemigo común de todos estos estados era el comunismo, los gobiernos clero-fascistas sintieron que debían coaligarse para defenderse mutuamente, y asumir un papel ofensivo en la recuperación de los valores “cristianos”. Compartiendo la visión del papado de afirmar la presencia católica en el centro de Europa formaron, además, una Confederación Católica en ambas márgenes del río Danubio (Croacia, Austria, Eslovaquia y Alemania). A esa confederación se la llamó en diferentes momentos “El Eje”, la “Confederación del Danubio”, “Triple Alianza”, “Sacro Imperio Romano Reconstruido”, “Confederación Intermarium”, “Imperio Hamburgo Reconstituido” o, más enigmáticamente, “la cuestión de Europa Central”.
Aun después de la guerra, el Vaticano intentó reactivar esa confederación rescatando y reclutando a los criminales de guerra de todos esos países, con el propósito de infiltrar el mundo comunista y desestabilizarlo, recuperándolo para la fe católica. El propio general católico De Gaulle tuvo en Francia, para esa época, un sueño equivalente, que consistía en formar un pacto con todas las naciones centrales de Europa para salvarlas del comunismo, y volverlas a la comunión con el papado romano.
- El culto al dictador.
Un solo líder infalible y un solo dictador que actuasen en armonía bastaban para conformar un estado clero-fascista, y combatir a un enemigo común. Así, no sólo Austria, Croacia y Eslovaquia fueron estados clero-fascistas, sino también España, Portugal, Vichi (gobierno central de Francia durante la guerra: 1940-1944), e Italia, antes y/o durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Según el obispo Hudal, Pío XI se había inspirado en el clero-fascismo turco de Kamal Ataturk, cuya estatua está casi omnipresente en todas las ciudades principales de Turquía hasta el día de hoy.
Llama la atención el hecho de que los sistemas dictatoriales y fascistas se levantan en países cuya religión dominante mantiene un esquema de poder intolerante y de corte medieval. Para liberarse de esos sistemas religiosos autoritarios, los gobiernos seculares que los derrocaron debieron recurrir igualmente a gobiernos autocráticos equivalentes. El sistema totalitario comunista se levantó como alternativa y antídoto para poder derrocar a los gobiernos autoritarios católicos, ortodoxos, musulmanes y otras religiones paganas asiáticas. Ambos constituyen los dos extremos de la misma herradura, y ambos son genocidas por naturaleza, como lo probó su accionar no sólo durante la Edad Media, sino a partir de allí y, en especial, en la mayor parte del S. XX.
Otro aspecto que llama la atención es una especie de culto al dictador. Acostumbrados a venerar un papa, un santo, una virgen, las masas católicas buscan también un líder que ostente igualmente poderes absolutos, hechos a la imagen papal. Por esta razón, todos los dictadores clero-fascistas, incluyendo Hitler mismo, fueron visualizados por muchos bajo un espectro mesiánico-redentor, como profetas que anunciaban la salvación del mundo de los sistemas del mal que buscaban su destrucción, esto es, de las democracias capitalistas occidentales y del comunismo bolchevique oriental. El arzobispo Saric de Sarajevo llegó a publicar una poesía ensalzando al líder ustashi, titulada “Oda a Pavelic”, en donde lo presenta como salvador con términos equivalentes a los que la Biblia usa para referirse a Dios.
Abundan también los términos grandielocuentes con respecto a Franco en España, el hombre “providencial” y hasta “profeta” de la península hibérica. No sólo en vida, sino aún por mucho tiempo después de su muerte, el fervor populista justicialista por Perón en Argentina, se expresa en el canto que las masas le entonan: “Perón, Perón, ¡qué grande sos! Mi general, ¡cuánto valés! Perón, Perón, ¡gran capitán!, sos el primer trabajador”. Ni qué hablar del libro de Evita, su segunda esposa, “La Razón de mi Vida”, para quien su marido es ninguna otra cosa que Dios mismo.
En este culto a los dictadores, el problema se levanta cuando esos dictadores intentan absorver tanto la admiración de las masas hacia ellos, que la Iglesia se sienta excluida del reparto honorífico. Mientras la Iglesia Católica pueda seguir manteniendo su papel privilegiado y supremo en el “correcto” ordenamiento social de alma (Iglesia) y cuerpo (dictador), ese culto es aceptado. De allí que cuando Hitler se negó a ser manipulado por el Vaticano y a permitirle al papado usufructuar plenamente de los beneficios políticos conquistados por su partido nazista, el papa Pío XI emitió su encíclica Mit Brennender Sorge (Con Profunda Ansiedad), en una velada protesta por la deificación de una raza, de un pueblo, y de un estado. ¡Como si la veneración que exige el papa hacia su persona como presunto Vicario de Cristo, y hacia los representantes de su estado clerical, no entrase dentro de ese sistema de deificación hacia una persona humana que ocupa el lugar de Dios!
Así también, Perón comenzó a tener problemas con la Iglesia cuando en su obra social quiso terminar llevándose todo el mérito. Esto se debió a que para entonces no existía en Argentina una doctrina social que no fuese la de la Iglesia Católica, y no cuajaba en la mente del clero que apareciese otra doctrina social que fuese laica. Y cuando Menem, supuesto sucesor espiritual de Perón, le escribió al papa que era católico, pero que por razones históricas debía darse la separación de Iglesia y Estado, encontró una resistencia tan enconada de Roma y del clero que tuvo que desistir de ese plan.
El correcto ordenamiento social y reparto de alabanzas requeridos por los gobiernos cleromonárquicos medievales y clerofascistas modernos, es el mismo en el culto que se tributa al emperador, al papa, al rey y al dictador. Aparecen expuestos con dos milenios de anticipación en el Apocalipsis. “Y adoraron [todos los habitantes de la tierra] al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ‘¿Quién es como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?” (Apoc 13:4). El dragón (el poder político civil representado antiguamente por el César), debe recibir su alabanza en la medida en que da autoridad a la bestia (el poder político-religioso del papado que se levanta en el mismo sitio del César). Claro está, esta predicción apocalíptica no ofrece un sistema tal de gobierno cívico-clerical como ideal y divino, ya que ambos poderes que lo componen se vuelven intolerantes y son inspirados por aquel que comenzó el mismo problema en el cielo, hasta que debió ser expulsado por querer recibir el homenaje que sólo le corresponde a Dios (Apoc 12:7-9; cf. Isa 14:12).
- Intentos renovados actuales de establecer gobiernos clericales. Poco después de la Segunda Guerra Mundial se dio el intento de unir las iglesias en contra del enemigo común que seguía siendo el comunismo ateo. Pero al subir Pablo VI y comenzar a pactar con los gobiernos comunistas, esa tensión se alivió y tales esfuerzos de unión de las iglesias se debilitó. Con la subida del polaco Wojtila a la silla vicaria de Pedro, un nuevo esfuerzo por unificar las iglesias se dio al lograr definir Juan Pablo II, en forma clara, un enemigo común equivalente que es el secularismo. Y esa prédica tiene éxito, ya que todas las iglesias van entrando, poco a poco, en esa misma perspectiva. Las prédicas de los católicos y de los evangélicos hoy apuntan, como en la era fascista, a objetivos comunes. Cada vez toleran menos el ordenamiento social moderno que separa el poder estatal del clerical. Y como en la era fascista, esa soldadura clerogubernamental busca como pantalla honorífica una promulgación de solidaridad en favor de los pobres.
En un libro conjunto que publicaron al terminar el S. XX, titulado Evangélicos y Católicos Juntos, líderes católicos y evangélicos exortan a las iglesias a unirse en los aspectos que tengan en común, para hacer frente a enemigos comunes. Abiertamente se menciona como enemigo común al secularismo que gangrena la sociedad con impiedad. Veladamente entran en la lista de enemigos comunes los grupos religiosos minoritarios proselitistas y disidentes porque se niegan a participar del espíritu ecuménico de la hora. En la actualidad las iglesias ecuménicas argumentan también que así como Europa y el mundo se están uniendo políticamente en acuerdos comunes, así también deben unirse las religiones para salvaguardar la paz. ¿Qué pasará cuando logren esa unión buscada? ¿Pasarán a ser catalogados como “enemigos comunes” los que, a conciencia, no puedan unirse a esa confederación religioso-política babilónica, con el propósito de seguir teniendo un justificativo para mantener esa unión buscada? (Apoc 12:17; 14:8; 18:1-5).
El Vaticano y los Grandes Genocidios del Siglo XX (21)
El genocidio ustashi en Croacia.
La campaña de Musolini en Albania que comenzó en octubre de 1940, alegró a los nazis y a un buen número de la curia romana. Era visto como un preludio a la invasión nazi-fascista de Rusia, que todos esperaban, inclusive el mismo papa, para acabar con el comunismo. Sin embargo, no le fue bien a Musolini cuando quiso invadir Grecia, lo que obligaba a Hitler a ir en su ayuda. Para ello necesitaba pasar por Yugoeslavia.
El 6 de abril de 1941, Hitler invadía Yugoeslavia. El 10 de ese mes, los fascistas croatas contaban con su apoyo para establecer un gobierno independiente en Croacia. Las católicas y para entonces igualmente fascistas Italia y Hungría, participaban del reparto de Yugoeslavia que caía el 11 de abril. Para el 12, Ante Pavelic podía establecerse como cabeza del movimiento clero-fascista ustashi (“levantamiento”) en Croacia, como líder o poglavnik del nuevo estado.
Pavelic había estado en Italia bajo la protección de Musolini, mientras era buscado en Francia y en Yugoeslavia por haber asesinado al rey Alejandro de Yugoeslavia y al ministro de relaciones exteriores francés, Luis Barthou. Su nuevo estado de Croacia iba a incluir Eslovenia, Bosnia, Herzegovina y gran parte de Dalmacia. La población de Croacia, principalmente católica, era mayoritaria en comparación con las otras regiones (3.300.000). Los serbios ortodoxos sumaban, sin embargo, 2.200.000; los musulmanes 750.000, los protestantes 70.000, y los judíos 45.000.
El papa Pío XII, estando al tanto de lo que se venía, anticipó el triunfo nacionalista croata ya en noviembre de 1939. En esa oportunidad, el primado de Croacia, Alojzije Stepinac, había venido con peregrinos nacionalistas croatas a Roma para promover la canonización de un mártir franciscano croata. En un rechazo implícito de los serbios ortodoxos, Pío XII les dijo, citando las palabras de León X, que ellos estaban en “un puesto de avanzada del cristianismo”. Con eso ambos papas implicaban que los ortodoxos no eran cristianos. “La esperanza de un futuro mejor”, continuó el papa, “parece estarles sonriendo, un futuro en el que las relaciones entre la Iglesia y el Estado en vuestro país será regulado por una acción armoniosa que será de beneficio para ambos” (HP, 250).
Era evidente que el papa estaba enterado de los planes expansionistas nazis y fascistas que iban a iniciarse el año siguiente. Esa invasión traería, según el papa, “un futuro mejor”, porque permitiría que la Iglesia y el Estado se uniesen, presuntamente, para bendición de los croatas. Dos semanas antes que se formase el nuevo estado croata, el arzobispo Stepinac reveló la xenofobia nacionalista en la que participaba él mismo, al escribir en su diario del 28 de Marzo de 1941, que “el cisma [de la Iglesia Ortodoxa oriental] constituye la más grande maldición de Europa, casi más grande que la del protestantismo. Aquí no hay moral, ni principios, ni verdad, ni justicia, ni honestidad”.
a) Primeras medidas de limpieza étnica. Apenas subió al poder, Ante Pavelic se propuso hacer una limpieza étnica y religiosa no sólo de judíos, sino también de todo serbio ortodoxo y de todo grupo étnico especial como los gitanos, que no se convirtiesen al catolicismo. La identificación con el nuevo estado debía darse sobre la base de la religión católica, no sobre las diferencias étnicas. El 25 de abril de 1941 comenzó decretando que toda publicación serbia fuese proscrita. A esto siguió la legislación antisemítica de mayo, equivalente a la que Hitler había impuesto en Alemania. En ese mismo mes eran deportados los primeros judíos hacia el campo de concentración de Danica. En junio mandó cerrar todas las escuelas primarias y preescolares serbias. Este era el contexto ideal para la labor misionera católica. Ante el peligro inminente, el clero romano comenzó a llamar a los serbios ortodoxos a unirse a la iglesia Católica.
Las masacres comenzaron a darse al mismo tiempo que se promulgaban todos estos decretos. El 28 de abril, una banda ustashi se adelantó a los planes de deportación y exterminio que iban a venir luego contra los serbios y judíos, asaltando seis aldeas en el distrito de Bjelovar. 250 hombres, incluyendo un maestro de escuela y un sacerdote ortodoxo, fueron obligados a cavar una fosa para luego ser enterrados vivos. Ese mismo día, el arzobispo Alojzije Stepinac enviaba una carta pastoral que debía ser leída en todos los púlpitos, llamando al clero y a los fieles a colaborar en la obra de Pavelic.
Unos pocos días después, 331 serbios fueron rodeados en Otocac. De nuevo se los obligó a cavar sus propias fosas para luego matarlos a hachazos. Se reservaron al sacerdote serbio con su hijo para el final, para que el sacerdote recitase las oraciones por los que morían, mientras a su hijo lo cortaban en pedazos. Una vez terminada la matanza torturaron al sacerdote, le arrancaron el cabello y la barba, le extirparon los ojos, y finalmente los despellejaron vivo.
El 14 de mayo, se obligó a cientos de serbios a asistir a una iglesia en Glina para un servicio de agradecimiento por la constitución del nuevo gobierno (NDH). Una vez dentro, entró una banda ustashi con hachas y cuchillos, pidiendo que mostrasen los que tuviesen, sus certificados de conversión al catolicismo. Sólo dos los tenían, y fueron soltados. Cerraron entonces las puertas y, sin tener consideración de que ese era un lugar de culto a Dios, masacraron a todos los demás. Cuatro días después, Pavelic tenía una audiencia “devocional” con Pío XII en el Vaticano, y obtenía el reconocimiento papal para su Estado Independiente de Croacia.
Todos sabían para entonces, que el Estado de Croacia había sido engendrado por una invasión violenta e ilegítima de Yugoeslavia por parte de Hitler y de Musolini, y que Ante Pavelic era un dictador. El papa reconoció su dictadura clero-fascista croata conociendo las leyes antisemíticas y racistas que Pavelic estaba emitiendo. Indudablemente, lo que más le importaba al Vaticano era el puesto de avanzada que ese gobierno croata significaba contra el comunismo, y la expansión de la fe católica.
Los burócratas de la Oficina Británica de Relaciones Exteriores reaccionaron ultrajados por “la recepción papal de un terrorista y asesino notable”, y trataron a Pío XII como “al cobarde moral más grande de nuestra época”. El Vaticano explicó que había recibido a Pavelic en privado, no como cabeza del estado croata. No podían ignorar a un “hombre de estado” católico como Pavelic, “un hombre muy calumniado”. Pero los ingleses dijeron que la recepción que el papa le dio “había dañado su reputación... más que ningún otro acto desde que la guerra comenzó” (UT, 71-72).
El 25 de mayo, en la Acción Católica, el sacerdote Franjo Kralik publicó un artículo justificando la persecución bajo el título “Por qué están siendo perseguidos los judíos”. “Los descendientes de los que odiaron a Jesús, lo condenaron a muerte, lo crucificaron y persiguieron seguidamente a sus discípulos, son culpables de más grandes excesos que sus antepasados... Satanás los ayudó a inventar el socialismo y el comunismo... El movimiento para liberar al mundo de los judíos es un movimiento por el renacimiento de la dignidad humana. El Todopoderoso y el Omnisapiente Dios está detrás de este movimiento”. El primado de Croacia, Stepinac, arzobispo de Zagreb y vicario de las fuerzas armadas y de los ustashis, respaldaba esas declaraciones diciendo que “uno no puede menos que ver la obra de la mano divina” en la formación del nuevo régimen.
Al comenzar el mes de junio, el general plenipotenciario alemán destinado a Croacia, Edmund Glaise von Horstenau, se alarmó diciendo que los “ustashi se habían vuelto furiosamente locos”. El mes siguiente informó sobre la situación embarazosa de los alemanes que miraban espantados “la furia sanguinaria y ciega de los ustashis”. Los alemanes cometían atrocidades también, pero comparado con los croatas, ellos cometían sus crímenes en forma más fría y hasta científica. Por eso les impresionaba la manera apasionada y salvaje en que los croatas arremetían contra los serbios y judíos. Pavelic mismo criticó posteriormente a Hitler de ser “indulgente” en su trato para con los judíos alemanes. Se mofaba de haber resuelto en forma completa el problema judío en Croacia, mientras que algunos judíos todavía quedaban vivos en el Tercer Reich (UT, 74).
También los italianos que ocupaban parte del nuevo estado croata se horrorizaban, y trataban de salvar a todos los serbios y judíos que podían de la masacre. Eso enfureció al arzobispo Stepinac, quien compartió sus sentimientos antiserbios con el obispo de Mostar y se quejó ante el ministro para asuntos italianos en Zagreb por la protección del ejército italiano de serbios y judíos. Un periodista fascista italiano a quien se le permitió entrevistar al poglavnik, se sorprendió ver en su oficina lo que parecía ser un gran recipiente de ostras. Le preguntó entonces a Pavelic si provenían de la costa de Dalmacia. Quedó estupefacto cuando el dictador le respondió que eran cuarenta libras de ojos serbios que le habían enviado sus leales ustashis (UT, 74).
Los ustashis se dieron cuenta pronto de la magnitud del trabajo que tenían para exterminar más de dos millones de serbios y judíos, y de lo pesado de la empresa. Debían emprender, por consiguiente, un plan de extermino masivo equivalente al que estaban llevando a cabo los nazis en los demás países ocupados. En una clara alusión a esos planes de genocidio de no católicos, el ministro de justicia croata informó el 14 de julio a los obispos católicos, que “el gobierno croata no va a aceptar dentro de la iglesia católica ningún sacerdote o maestro o intelectual serbio, ni hombres de negocios o artesanos serbios, para no afectar el prestigio del catolicismo en las ordenanzas que serán promulgadas más tarde con respecto a ellos”. Lo que quería dar a entender era que el bautismo católico no iba a servir de inmunización contra la deportación y exterminio general de serbios y judíos.
El 22 de julio de 1941, Mile Budak, ministro de educación y cultura ustashi, dio un discurso advirtiendo que “para las minorías como los serbios, los judíos y los gitanos, tenemos tres millones de balas. Mataremos una parte de los serbios, deportaremos a otros, y al resto lo forzaremos a aceptar la religión católico-romana. La nueva Croacia espera así desembarazarse de todos los serbios que habitan en su medio para que el 100% sea católico dentro de diez años”. Dos días después, un sacerdote católico de Udbina llamado Mate Mognus—quien más tarde participaría activamente en el genocidio serbio—insistió en que “hasta ahora hemos trabajado para la fe católica con el libro de la oración y la cruz. El tiempo ha llegado de trabajar con el rifle y el revólver” (Bill Stouffer, The Patron Saint of Genocide. Archbishop Stepinac and the Independent State of Croatia (www.pavelicpapers.com). [El método parece haber funcionado, porque el Vaticano emitió recientemente un mensaje en el que se ufana en contar ya comenzado el S. XXI, con el 88% católico de la población en la nueva Croacia].
b) Naturaleza del genocidio. Para matar a los no-católicos, los croatas recurrieron a los métodos medievales más inhumanos como el arrancarles los ojos a las víctimas, cortarles sus narices y orejas y otros miembros, extraerles en vivo los intestinos y otros órganos internos del cuerpo. A otros los mataron como bestias, les cortaron sus gargantas de oreja a oreja con cuchillos especiales, les rompieron sus cabezas a martillazos. Colgaban sus cadáveres en las carnicerías con la inscripción “carne humana”.
Muchos más fueron simplemente quemados vivos. Otras veces quemaban iglesias enteras repletas de gente. También les gustaba a los ustashi combinar las torturas con orgías nocturnas. Incrustaban clavos ardientes bajo las uñas, arrojaban sal sobre las heridas abiertas, cortaban todos los pedazos posibles del cuerpo y competían para ver quién era el que mejor cortaba las gargantas. También atravezaban a los niños con diferentes instrumentos punteagudos.
Ljubo Milos, un oficial jefe de Jasenovac, llevaba a cabo el “ritual de muerte” de los judíos. Cuando el transporte llegaba al campamento, se ponía una bata de médico y ordenaba a los guardias traer a todos los que habían pedido atención hospitalaria. Entonces los cargaba en la “ambulancia”, los ponía frente a la pared, y con un golpe de cuchillo les cortaba la garganta, las costillas y les abría el vientre. También supervisaba otros métodos brutales de exterminio. Desnudaban a los prisioneros y los arrojaban vivos al horno ardiente de una fábrica de ladrillos contigua al campamento, mientras otros eran aporreados a muerte con hierros y martillos (UT, 111).
Los italianos fotografiaron a un ustashi con lenguas y ojos humanos atados a dos cadenas que colgaban de su cuello. En los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Roma se ve una fotografía de una mujer con sus senos cortados, sus ojos quitados, sus genitales mutilados, junto con los instrumentos de la carnicería: cuchillos, hachas y ganchos para colgar carne. Varias de las fotos tomadas entonces de esos crímenes por los italianos y aún por los mismos ustashis, así como de los pueblos que eran obligados a arrodillarse ante un sacerdote que les advertía de las consecuencias de no convertirse al catolicismo, se pueden ver por Google-Images en internet, invocando el término ustashi.
El 14 de agosto de 1942, el presidente de la comunión israelita de Alatri escribió al Secretario de Estado vaticano pidiendo que interviniese en favor de miles de croatas judíos “que eran arrestados sin razón, privados de sus posesiones y deportados”. Le hizo ver también que 6.000 judíos habían sido abandonados en una isla estéril y montañosa junto a las costas de Dalmacia, sin medios de protección para el invierno ni alimento ni agua para poder sobrevivir, con la prohibición de todo intento de ayuda. No hay registro de la respuesta.
La campaña de Musolini en Albania que comenzó en octubre de 1940, alegró a los nazis y a un buen número de la curia romana. Era visto como un preludio a la invasión nazi-fascista de Rusia, que todos esperaban, inclusive el mismo papa, para acabar con el comunismo. Sin embargo, no le fue bien a Musolini cuando quiso invadir Grecia, lo que obligaba a Hitler a ir en su ayuda. Para ello necesitaba pasar por Yugoeslavia.
El 6 de abril de 1941, Hitler invadía Yugoeslavia. El 10 de ese mes, los fascistas croatas contaban con su apoyo para establecer un gobierno independiente en Croacia. Las católicas y para entonces igualmente fascistas Italia y Hungría, participaban del reparto de Yugoeslavia que caía el 11 de abril. Para el 12, Ante Pavelic podía establecerse como cabeza del movimiento clero-fascista ustashi (“levantamiento”) en Croacia, como líder o poglavnik del nuevo estado.
Pavelic había estado en Italia bajo la protección de Musolini, mientras era buscado en Francia y en Yugoeslavia por haber asesinado al rey Alejandro de Yugoeslavia y al ministro de relaciones exteriores francés, Luis Barthou. Su nuevo estado de Croacia iba a incluir Eslovenia, Bosnia, Herzegovina y gran parte de Dalmacia. La población de Croacia, principalmente católica, era mayoritaria en comparación con las otras regiones (3.300.000). Los serbios ortodoxos sumaban, sin embargo, 2.200.000; los musulmanes 750.000, los protestantes 70.000, y los judíos 45.000.
El papa Pío XII, estando al tanto de lo que se venía, anticipó el triunfo nacionalista croata ya en noviembre de 1939. En esa oportunidad, el primado de Croacia, Alojzije Stepinac, había venido con peregrinos nacionalistas croatas a Roma para promover la canonización de un mártir franciscano croata. En un rechazo implícito de los serbios ortodoxos, Pío XII les dijo, citando las palabras de León X, que ellos estaban en “un puesto de avanzada del cristianismo”. Con eso ambos papas implicaban que los ortodoxos no eran cristianos. “La esperanza de un futuro mejor”, continuó el papa, “parece estarles sonriendo, un futuro en el que las relaciones entre la Iglesia y el Estado en vuestro país será regulado por una acción armoniosa que será de beneficio para ambos” (HP, 250).
Era evidente que el papa estaba enterado de los planes expansionistas nazis y fascistas que iban a iniciarse el año siguiente. Esa invasión traería, según el papa, “un futuro mejor”, porque permitiría que la Iglesia y el Estado se uniesen, presuntamente, para bendición de los croatas. Dos semanas antes que se formase el nuevo estado croata, el arzobispo Stepinac reveló la xenofobia nacionalista en la que participaba él mismo, al escribir en su diario del 28 de Marzo de 1941, que “el cisma [de la Iglesia Ortodoxa oriental] constituye la más grande maldición de Europa, casi más grande que la del protestantismo. Aquí no hay moral, ni principios, ni verdad, ni justicia, ni honestidad”.
a) Primeras medidas de limpieza étnica. Apenas subió al poder, Ante Pavelic se propuso hacer una limpieza étnica y religiosa no sólo de judíos, sino también de todo serbio ortodoxo y de todo grupo étnico especial como los gitanos, que no se convirtiesen al catolicismo. La identificación con el nuevo estado debía darse sobre la base de la religión católica, no sobre las diferencias étnicas. El 25 de abril de 1941 comenzó decretando que toda publicación serbia fuese proscrita. A esto siguió la legislación antisemítica de mayo, equivalente a la que Hitler había impuesto en Alemania. En ese mismo mes eran deportados los primeros judíos hacia el campo de concentración de Danica. En junio mandó cerrar todas las escuelas primarias y preescolares serbias. Este era el contexto ideal para la labor misionera católica. Ante el peligro inminente, el clero romano comenzó a llamar a los serbios ortodoxos a unirse a la iglesia Católica.
Las masacres comenzaron a darse al mismo tiempo que se promulgaban todos estos decretos. El 28 de abril, una banda ustashi se adelantó a los planes de deportación y exterminio que iban a venir luego contra los serbios y judíos, asaltando seis aldeas en el distrito de Bjelovar. 250 hombres, incluyendo un maestro de escuela y un sacerdote ortodoxo, fueron obligados a cavar una fosa para luego ser enterrados vivos. Ese mismo día, el arzobispo Alojzije Stepinac enviaba una carta pastoral que debía ser leída en todos los púlpitos, llamando al clero y a los fieles a colaborar en la obra de Pavelic.
Unos pocos días después, 331 serbios fueron rodeados en Otocac. De nuevo se los obligó a cavar sus propias fosas para luego matarlos a hachazos. Se reservaron al sacerdote serbio con su hijo para el final, para que el sacerdote recitase las oraciones por los que morían, mientras a su hijo lo cortaban en pedazos. Una vez terminada la matanza torturaron al sacerdote, le arrancaron el cabello y la barba, le extirparon los ojos, y finalmente los despellejaron vivo.
El 14 de mayo, se obligó a cientos de serbios a asistir a una iglesia en Glina para un servicio de agradecimiento por la constitución del nuevo gobierno (NDH). Una vez dentro, entró una banda ustashi con hachas y cuchillos, pidiendo que mostrasen los que tuviesen, sus certificados de conversión al catolicismo. Sólo dos los tenían, y fueron soltados. Cerraron entonces las puertas y, sin tener consideración de que ese era un lugar de culto a Dios, masacraron a todos los demás. Cuatro días después, Pavelic tenía una audiencia “devocional” con Pío XII en el Vaticano, y obtenía el reconocimiento papal para su Estado Independiente de Croacia.
Todos sabían para entonces, que el Estado de Croacia había sido engendrado por una invasión violenta e ilegítima de Yugoeslavia por parte de Hitler y de Musolini, y que Ante Pavelic era un dictador. El papa reconoció su dictadura clero-fascista croata conociendo las leyes antisemíticas y racistas que Pavelic estaba emitiendo. Indudablemente, lo que más le importaba al Vaticano era el puesto de avanzada que ese gobierno croata significaba contra el comunismo, y la expansión de la fe católica.
Los burócratas de la Oficina Británica de Relaciones Exteriores reaccionaron ultrajados por “la recepción papal de un terrorista y asesino notable”, y trataron a Pío XII como “al cobarde moral más grande de nuestra época”. El Vaticano explicó que había recibido a Pavelic en privado, no como cabeza del estado croata. No podían ignorar a un “hombre de estado” católico como Pavelic, “un hombre muy calumniado”. Pero los ingleses dijeron que la recepción que el papa le dio “había dañado su reputación... más que ningún otro acto desde que la guerra comenzó” (UT, 71-72).
El 25 de mayo, en la Acción Católica, el sacerdote Franjo Kralik publicó un artículo justificando la persecución bajo el título “Por qué están siendo perseguidos los judíos”. “Los descendientes de los que odiaron a Jesús, lo condenaron a muerte, lo crucificaron y persiguieron seguidamente a sus discípulos, son culpables de más grandes excesos que sus antepasados... Satanás los ayudó a inventar el socialismo y el comunismo... El movimiento para liberar al mundo de los judíos es un movimiento por el renacimiento de la dignidad humana. El Todopoderoso y el Omnisapiente Dios está detrás de este movimiento”. El primado de Croacia, Stepinac, arzobispo de Zagreb y vicario de las fuerzas armadas y de los ustashis, respaldaba esas declaraciones diciendo que “uno no puede menos que ver la obra de la mano divina” en la formación del nuevo régimen.
Al comenzar el mes de junio, el general plenipotenciario alemán destinado a Croacia, Edmund Glaise von Horstenau, se alarmó diciendo que los “ustashi se habían vuelto furiosamente locos”. El mes siguiente informó sobre la situación embarazosa de los alemanes que miraban espantados “la furia sanguinaria y ciega de los ustashis”. Los alemanes cometían atrocidades también, pero comparado con los croatas, ellos cometían sus crímenes en forma más fría y hasta científica. Por eso les impresionaba la manera apasionada y salvaje en que los croatas arremetían contra los serbios y judíos. Pavelic mismo criticó posteriormente a Hitler de ser “indulgente” en su trato para con los judíos alemanes. Se mofaba de haber resuelto en forma completa el problema judío en Croacia, mientras que algunos judíos todavía quedaban vivos en el Tercer Reich (UT, 74).
También los italianos que ocupaban parte del nuevo estado croata se horrorizaban, y trataban de salvar a todos los serbios y judíos que podían de la masacre. Eso enfureció al arzobispo Stepinac, quien compartió sus sentimientos antiserbios con el obispo de Mostar y se quejó ante el ministro para asuntos italianos en Zagreb por la protección del ejército italiano de serbios y judíos. Un periodista fascista italiano a quien se le permitió entrevistar al poglavnik, se sorprendió ver en su oficina lo que parecía ser un gran recipiente de ostras. Le preguntó entonces a Pavelic si provenían de la costa de Dalmacia. Quedó estupefacto cuando el dictador le respondió que eran cuarenta libras de ojos serbios que le habían enviado sus leales ustashis (UT, 74).
Los ustashis se dieron cuenta pronto de la magnitud del trabajo que tenían para exterminar más de dos millones de serbios y judíos, y de lo pesado de la empresa. Debían emprender, por consiguiente, un plan de extermino masivo equivalente al que estaban llevando a cabo los nazis en los demás países ocupados. En una clara alusión a esos planes de genocidio de no católicos, el ministro de justicia croata informó el 14 de julio a los obispos católicos, que “el gobierno croata no va a aceptar dentro de la iglesia católica ningún sacerdote o maestro o intelectual serbio, ni hombres de negocios o artesanos serbios, para no afectar el prestigio del catolicismo en las ordenanzas que serán promulgadas más tarde con respecto a ellos”. Lo que quería dar a entender era que el bautismo católico no iba a servir de inmunización contra la deportación y exterminio general de serbios y judíos.
El 22 de julio de 1941, Mile Budak, ministro de educación y cultura ustashi, dio un discurso advirtiendo que “para las minorías como los serbios, los judíos y los gitanos, tenemos tres millones de balas. Mataremos una parte de los serbios, deportaremos a otros, y al resto lo forzaremos a aceptar la religión católico-romana. La nueva Croacia espera así desembarazarse de todos los serbios que habitan en su medio para que el 100% sea católico dentro de diez años”. Dos días después, un sacerdote católico de Udbina llamado Mate Mognus—quien más tarde participaría activamente en el genocidio serbio—insistió en que “hasta ahora hemos trabajado para la fe católica con el libro de la oración y la cruz. El tiempo ha llegado de trabajar con el rifle y el revólver” (Bill Stouffer, The Patron Saint of Genocide. Archbishop Stepinac and the Independent State of Croatia (www.pavelicpapers.com). [El método parece haber funcionado, porque el Vaticano emitió recientemente un mensaje en el que se ufana en contar ya comenzado el S. XXI, con el 88% católico de la población en la nueva Croacia].
b) Naturaleza del genocidio. Para matar a los no-católicos, los croatas recurrieron a los métodos medievales más inhumanos como el arrancarles los ojos a las víctimas, cortarles sus narices y orejas y otros miembros, extraerles en vivo los intestinos y otros órganos internos del cuerpo. A otros los mataron como bestias, les cortaron sus gargantas de oreja a oreja con cuchillos especiales, les rompieron sus cabezas a martillazos. Colgaban sus cadáveres en las carnicerías con la inscripción “carne humana”.
Muchos más fueron simplemente quemados vivos. Otras veces quemaban iglesias enteras repletas de gente. También les gustaba a los ustashi combinar las torturas con orgías nocturnas. Incrustaban clavos ardientes bajo las uñas, arrojaban sal sobre las heridas abiertas, cortaban todos los pedazos posibles del cuerpo y competían para ver quién era el que mejor cortaba las gargantas. También atravezaban a los niños con diferentes instrumentos punteagudos.
Ljubo Milos, un oficial jefe de Jasenovac, llevaba a cabo el “ritual de muerte” de los judíos. Cuando el transporte llegaba al campamento, se ponía una bata de médico y ordenaba a los guardias traer a todos los que habían pedido atención hospitalaria. Entonces los cargaba en la “ambulancia”, los ponía frente a la pared, y con un golpe de cuchillo les cortaba la garganta, las costillas y les abría el vientre. También supervisaba otros métodos brutales de exterminio. Desnudaban a los prisioneros y los arrojaban vivos al horno ardiente de una fábrica de ladrillos contigua al campamento, mientras otros eran aporreados a muerte con hierros y martillos (UT, 111).
Los italianos fotografiaron a un ustashi con lenguas y ojos humanos atados a dos cadenas que colgaban de su cuello. En los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Roma se ve una fotografía de una mujer con sus senos cortados, sus ojos quitados, sus genitales mutilados, junto con los instrumentos de la carnicería: cuchillos, hachas y ganchos para colgar carne. Varias de las fotos tomadas entonces de esos crímenes por los italianos y aún por los mismos ustashis, así como de los pueblos que eran obligados a arrodillarse ante un sacerdote que les advertía de las consecuencias de no convertirse al catolicismo, se pueden ver por Google-Images en internet, invocando el término ustashi.
El 14 de agosto de 1942, el presidente de la comunión israelita de Alatri escribió al Secretario de Estado vaticano pidiendo que interviniese en favor de miles de croatas judíos “que eran arrestados sin razón, privados de sus posesiones y deportados”. Le hizo ver también que 6.000 judíos habían sido abandonados en una isla estéril y montañosa junto a las costas de Dalmacia, sin medios de protección para el invierno ni alimento ni agua para poder sobrevivir, con la prohibición de todo intento de ayuda. No hay registro de la respuesta.
El Vaticano y los Grandes Genocidios del Siglo XX (22)
Dirección y participación sacerdotal en las masacres. Fueron los sacerdotes franciscanos los que tomaron en sus manos el liderazgo de las masacres en Croacia, como lo habían hecho junto con los Dominicos contra los cátaros y judíos desde comienzos del segundo milenio. Esas dos órdenes religiosas fueron levantadas por el papado para cumplir la tarea conjunta de exterminar a los herejes. Ambas órdenes religiosas cumplieron fielmente ese mandato papal durante siglos, hasta que el pueblo no pudo más y dijo ¡basta! Esto último ocurrió en la Revolución Francesa secular de fines del S. XVIII. Ahora, en pleno S. XX, otra vez los sacerdotes católicos acompañaban las procesiones de muerte en Croacia, que iban de aldea en aldea, obligando a todos los ortodoxos a confesarse o a morir de la manera más cruenta. Así como destruyeron toda la población de Albi en la Edad Media mediante una cruzada papal, ciudades enteras eran ahora también arrazadas en las cruzadas católicas ustashis. El historiador Marconi lo admitió. “Es casi imposible”, declaró, “imaginar una expedición punitiva ustashi sin un sacerdote a la cabeza alentándola, usualmente un franciscano”.
El arzobispo Stepinac, primado de Croacia, beatificado por Juan Pablo II recientemente (el paso que precede a la canonización), escribió una larga carta a Pavelic sobre las masacres y conversiones forzadas que efectuaban sobre los serbios, citando los puntos de vista de sus hermanos obispos que las apoyaban, incluyendo una carta del obispo Mostar al Dr. Miscic. En esa carta le expresa la satisfacción tan grande del episcopado croata por las conversiones en masa de los ortodoxos al catolicismo romano. “Nunca se nos dio una oportunidad tan buena como ahora para ayudar a Croacia a salvar innumerables almas”, y comenta con entusiasmo las conversiones masivas.
Stepinac lamenta en esa carta, sin embargo, la “visión estrecha” de las autoridades que se apoderan aún de los conversos y los “cazan como esclavos”. Hace una lista de las masacres conocidas de madres, niñas y niños menores de ocho años que fueron arrojados vivos desde lo alto de los cerros, para morir despedazados en las profundidades de los barrancos. También comenta asombrosamente que “en la parroquia de Klepca setescientos cismáticos [ortodoxos] de las aldeas vecinas fueron degollados. El subprefecto de Mostar... declaró públicamente”, continuó comentando Stepinac a Pavelic, que “setescientos cismáticos habían sido arrojados en un pozo”. A pesar de semejante doblez moral, se atribuyó a Stepinac el haber salvado cierto número de judíos y serbios hacia el final del gobierno ustashi. Aún así, se complotó con los ustashis al concluir la guerra, para contrabandear al Vaticano el oro que había juntado el gobierno ustashi de las víctimas del genocidio croata.
Los obispos respaldaban las conversiones masivas con entusiasmo fanático, aunque algunos admitían que no tenía sentido arrojar vagones cargados de cismáticos en los barrancos. El arzobispo Saric de Sarajevo llegó a publicar una poesía ensalzando al líder ustashi, titulada “Oda a Pavelic”.
“Contra los judíos angurrientos con todo su dinero,
que querían vender nuestras almas,
traicionar nuestros nombres,
¡esos miserables!
“Tú eres una roca sobre la cual descansa
la patria y la libertad en uno.
Proteje nuestras vidas del infierno,
Del marxismo y del bolchevismo”.
Esa oración no fue escuchada por el Dios del cielo, porque después de la guerra cayeron bajo el régimen comunista. Pavelic demostró no ser la roca que podría protegerlos del infierno y del bolchevismo, y garantizarles la libertad. ¡Cuán lejos estaba la católica Croacia de la verdadera Roca que es Cristo Jesús!
El padre Bozidar Bralow, conocido por el revólver automático que lo acompañaba siempre, fue acusado posteriormente de efectuar una danza alrededor de los cuerpos de 180 serbios masacrados en Alipasin-Most. Los franciscanos mataban, incendiaban hogares, saqueaban las aldeas, y desbastaban el país Bosnio a la cabeza de las bandas ustashis. Un periodista testificó haber visto en Septiembre de 1941, a un franciscano arengando al sur de Banja Luka una banda de ustashis con su crucifijo (HP, 254).
El principal campo de concentración responsable de la muerte de cientos de miles de personas, fue dirigido en Croacia por un exfraile franciscano en Jasenovac, Miroslav Filipovic. Este exfraile no sólo dirigió, sino que tomó parte también en los actos de tortura y asesinato masivos de 40.000 hombres, mujeres y niños en ese campamnto. En 1943 Filipovic fue reemplazado en la dirección del campo de concentración en Jasenovac, por otro exsacerdote, Ivica Brkljacic. Las masacres que allí se dieron son indescriptibles. Puede darnos una idea el siguiente testimonio de un criminal genocida ustashi, Mile Friganovic, acerca de cómo el franciscano Pero Bnica, del monasterio de Siroki Brijeg, mató 1.350 prisioneros del campo de concentración en una sola noche. Fue en una noble competencia para saber quién era mejor en degollar las víctimas de Jasenovac.
“El franciscano Pero Bnica, Ante Zrinusic, Sipka y yo apostábamos para saber quién mataría más prisioneros esa noche. La matanza comenzó y poco después de una hora yo había matado mucha más gente que ellos. Me parecía estar en el séptimo cielo. Nunca había sentido tanta felicidad en toda mi vida. Ya después de unas pocas horas había matado 1.100 personas, mientras que los otros habían podido matar sólo 300 o 400 cada uno. Y entonces, cuando estaba experimentando el éxtasis más grande, me dí cuenta que un campesino anciano me estaba mirando de pie, pacíficamente y con calma, cómo yo mataba a mis víctimas que morían con el más grande dolor. Su mirada me sacudió. En medio del más grande éxtasis quedé repentinamente paralizado y por algún momento no pude moverme para nada. Entonces caminé hacia él y descubrí que era algún vukasin (campesino) de la aldea de Klepci, cerca de Capljina, en donde su familia entera había sido muerta. Había sido enviado a Jasenovac después de haber trabajado en los bosques. Me contó esto con una paz incomprensible que me afectó más que los gritos terribles que nos rodeaban. De golpe sentí el deseo de romper su paz torturándolo de la manera más brutal y, mediante su sufrimiento, recuperar mi éxtasis y continuar recogijándome en la inflicción del dolor.
“Lo separé de los demás y lo senté sobre un tronco. Le ordené gritar: ‘¡Larga vida para el poglavnik Pavelic!’ o de lo contrario le cortaría su oreja. El vukasin guardaba silencio. Le arranqué su oreja. No dijo ni una palabra. Le dije una vez más que gritara ‘¡Larga vida para Pavelic!’, o le desgarraría la otra oreja también. Le arranqué la otra oreja. Grité: ‘¡Larga vida para Pavelic!’, o te voy a romper la nariz. Y cuando le ordené por cuarta vez gritar ‘¡Larga vida para Pavelic!’, y lo amenacé con quitarle su corazón con un cuchillo, me miró, esto es, algo a través mío y sobre mí en forma incierta, y lentamente me dijo: ‘¡Haz tu trabajo, hijo!’ Después de eso, sus palabras me dejaron perplejo, quedé paralizado, le arranqué los ojos, su corazón, le corté su garganta de oreja a oreja y lo arrojé a un pozo. Pero algo me quebrantó dentro de mí y no pude matar más gente en esa noche. El sacerdote franciscano ganó la apuesta porque mató 1350 prisioneros y le pagué la apuesta sin discutir”.
d) La aprobación del Vaticano al régimen genocida de Croacia. Ya vimos que el papa Pío XII recibió a Ante Pavelic y bendijo su régimen cuando las matanzas croatas estaban en pleno furor, para asombro y desmayo de los ingleses y del resto del mundo. Estaba plenamente enterado de todo lo que ocurría en Croacia. Su delegado apostólico Marconi iba y venía entre Zagreb y Roma. Los ustashis y el clero ponían a disposición de él los planes militares para que pudiese viajar libremente por la nueva Croacia. Los obispos se comunicaban sin trabas con él, muchos de los cuales formaban parte del parlamento de la nueva nación, y visitaban a menudo al papa en Roma. Todos estaban ávidos por enterarse, cuando venían a Roma, de cómo iban las cosas en Croacia.
La Santa Sede envió un buen número de directivas a los obispos de Croacia para julio de 1941. El Vaticano insistía en que no se debían aceptar conversos potenciales al catolicismo cuando era patente que buscaban el bautismo por razones equivocadas. Lo pavoroso es que esas “razones equivocadas” tenían que ver con el terror y el intento de evitar la muerte. Era obvio que el Vaticano estaba al tanto de lo que estaba teniendo lugar allí.
Ya vimos cómo en Agosto de 1941, los israelitas habían pedido una intervención del gobierno italiano y del papado para rescatar a 6.000 judíos abandonados en una isla estéril sin protección ni alimento ni agua. En septiembre, Branko Bokun, un joven yugoeslavo, fue enviado a Roma por uno de los jefes de inteligencia de su país, creyendo que el papa sería diferente de los otros prelados asesinos de Croacia. Vino con un gran archivo de documentos, testimonios oculares y fotografías de las masacres. Lo remitieron al Secretario de Estado Vaticano, Montini (futuro papa Pablo VI), quien no le dio audiencia. Antes bien, le pidió que dejase su documentación y volviese una semana más tarde, para darle al tema una cuidadosa atención.
Cuando volvió, lo atendió el secretario de Montini, diciéndole que “las atrocidades descritas en su documento son perpetradas por los comunistas, pero maliciosamente atribuídas a los católicos”. En la típica hipocresía del Vaticano, Montini recibía a los representantes de Croacia a quienes comenzaba reprendiéndolos con duras palabras, pero terminaba asegurándoles que el Santo Padre apoyaría a la católica Croacia (UT, 73). Todos los embajadores que venían a la Santa Sede requiriendo la intervención papal para detener las masacres en las católicas Croacia y Eslovenia, eran recibidos de la misma manera. Primero un “ataque simulado, luego una atención paciente [al testimonio y documentación ofrecidos], y finalmente una generosa rendición” frente a los hechos.
Los mensajes de la BBC de Londres eran frecuentes sobre la situación en ese país. Uno de ellos, el 16 de febrero de 1942 puede considerárselo como típico: “Se están cometiendo las peores atrocidades en los alrededores del arzobispo de Zagreb [Stepinac]. Corre a torrentes la sangre hermana. Los ortodoxos son obligados a convertirse al catolicismo, y no escuchamos ninguna voz del arzobispo predicando una revolución. En su lugar, se informa que toma parte en los desfiles nazis y fascistas”. Los prelados católicos y representantes del gobierno ustashi que visitaban el Vaticano decían que eran “calumniados” y se quejaban por considerárselos como “bárbaros y caníbales”. Esto prueba también que la Santa Sede estaba al tanto de lo que pasaba.
A pesar de todas las informaciones sobre los homicidios masivos, en marzo de 1942 la Santa Sede entablaba relaciones oficiales con los representantes de Croacia. Cuando en Mayo de 1943, Pavelic pidió otra audiencia con el papa, el Secretario de Estado del Vaticano para entonces, Maglioni, le respondió que “no había dificultades relacionadas con la visita del poglavnik al Santo Padre, excepto que no podría recibirlo como a un soberano”. Pío XII mismo le prometió su bendición personal de nuevo, a pesar de tener para esa época la información de las peores atrocidades que se habían estado cometiendo durante los dos años del gobierno de Pavelic (UT, 73).
En marzo de 1942, mientras Pavelic tenía conversaciones formales con los diplomáticos croatas, el Congreso Judío Mundial y la comunidad israelita suiza pidió la intervención de la Santa Sede para socorrer a los judíos perseguidos en Croacia. Casi dos meses antes Alemania había bosquejado sus planes para la Solución Final, y esas agencias judías documentaron en su petición, las persecuciones que se llevaban a cabo contra los judíos de Alemania, Francia, Rumania, Eslovaquia, Hungría, y Croacia. Aunque todos eran países católicos (con excepción de Alemania con el 50% católico), los últimos tres países mencionados tenían fuertes relaciones diplomáticas y eclesiásticas con la Santa Sede, por lo que esperaban que el papa hiciese algo por los judíos perseguidos en esos lugares. El manuscrito de esa petición reside en los archivos zionistas de Jerusalén. Pero el Vaticano los excluyó de los once volúmenes que liberó de la época de la guerra, en un intento de ocultar lo que sabía el papado sobre los crímenes de Croacia. Los historiadores dan prueba de otros documentos históricos omitidos por el Vaticano (HP, 259,377).
Una vez que terminó la guerra y los comunistas se apoderaron de Yugoeslavia, incluyendo Croacia, prácticamente el cuerpo entero del gobierno ustashi, con muchos sacerdotes, encontró refugio en el Vaticano. La misma actitud benevolente del papado continuó después de la guerra para ayudarlos a evadir la justicia. Los ustashis confiaron al arzobispo Stepinac el oro que habían juntado de las víctimas judías y ortodoxas. Este logró traerlo, con la ayuda de otros clérigos, de contrabando al Vaticano. Debido a eso, hay una demanda actual al Vaticano en favor de las víctimas del genocidio ustashi, que tiene como propósito forzar a la Santa Sede a liberar sus archivos con respecto al destino de ese dinero (Patron Saint of Genocide, n. 28).
El arzobispo Stepinac, primado de Croacia, beatificado por Juan Pablo II recientemente (el paso que precede a la canonización), escribió una larga carta a Pavelic sobre las masacres y conversiones forzadas que efectuaban sobre los serbios, citando los puntos de vista de sus hermanos obispos que las apoyaban, incluyendo una carta del obispo Mostar al Dr. Miscic. En esa carta le expresa la satisfacción tan grande del episcopado croata por las conversiones en masa de los ortodoxos al catolicismo romano. “Nunca se nos dio una oportunidad tan buena como ahora para ayudar a Croacia a salvar innumerables almas”, y comenta con entusiasmo las conversiones masivas.
Stepinac lamenta en esa carta, sin embargo, la “visión estrecha” de las autoridades que se apoderan aún de los conversos y los “cazan como esclavos”. Hace una lista de las masacres conocidas de madres, niñas y niños menores de ocho años que fueron arrojados vivos desde lo alto de los cerros, para morir despedazados en las profundidades de los barrancos. También comenta asombrosamente que “en la parroquia de Klepca setescientos cismáticos [ortodoxos] de las aldeas vecinas fueron degollados. El subprefecto de Mostar... declaró públicamente”, continuó comentando Stepinac a Pavelic, que “setescientos cismáticos habían sido arrojados en un pozo”. A pesar de semejante doblez moral, se atribuyó a Stepinac el haber salvado cierto número de judíos y serbios hacia el final del gobierno ustashi. Aún así, se complotó con los ustashis al concluir la guerra, para contrabandear al Vaticano el oro que había juntado el gobierno ustashi de las víctimas del genocidio croata.
Los obispos respaldaban las conversiones masivas con entusiasmo fanático, aunque algunos admitían que no tenía sentido arrojar vagones cargados de cismáticos en los barrancos. El arzobispo Saric de Sarajevo llegó a publicar una poesía ensalzando al líder ustashi, titulada “Oda a Pavelic”.
“Contra los judíos angurrientos con todo su dinero,
que querían vender nuestras almas,
traicionar nuestros nombres,
¡esos miserables!
“Tú eres una roca sobre la cual descansa
la patria y la libertad en uno.
Proteje nuestras vidas del infierno,
Del marxismo y del bolchevismo”.
Esa oración no fue escuchada por el Dios del cielo, porque después de la guerra cayeron bajo el régimen comunista. Pavelic demostró no ser la roca que podría protegerlos del infierno y del bolchevismo, y garantizarles la libertad. ¡Cuán lejos estaba la católica Croacia de la verdadera Roca que es Cristo Jesús!
El padre Bozidar Bralow, conocido por el revólver automático que lo acompañaba siempre, fue acusado posteriormente de efectuar una danza alrededor de los cuerpos de 180 serbios masacrados en Alipasin-Most. Los franciscanos mataban, incendiaban hogares, saqueaban las aldeas, y desbastaban el país Bosnio a la cabeza de las bandas ustashis. Un periodista testificó haber visto en Septiembre de 1941, a un franciscano arengando al sur de Banja Luka una banda de ustashis con su crucifijo (HP, 254).
El principal campo de concentración responsable de la muerte de cientos de miles de personas, fue dirigido en Croacia por un exfraile franciscano en Jasenovac, Miroslav Filipovic. Este exfraile no sólo dirigió, sino que tomó parte también en los actos de tortura y asesinato masivos de 40.000 hombres, mujeres y niños en ese campamnto. En 1943 Filipovic fue reemplazado en la dirección del campo de concentración en Jasenovac, por otro exsacerdote, Ivica Brkljacic. Las masacres que allí se dieron son indescriptibles. Puede darnos una idea el siguiente testimonio de un criminal genocida ustashi, Mile Friganovic, acerca de cómo el franciscano Pero Bnica, del monasterio de Siroki Brijeg, mató 1.350 prisioneros del campo de concentración en una sola noche. Fue en una noble competencia para saber quién era mejor en degollar las víctimas de Jasenovac.
“El franciscano Pero Bnica, Ante Zrinusic, Sipka y yo apostábamos para saber quién mataría más prisioneros esa noche. La matanza comenzó y poco después de una hora yo había matado mucha más gente que ellos. Me parecía estar en el séptimo cielo. Nunca había sentido tanta felicidad en toda mi vida. Ya después de unas pocas horas había matado 1.100 personas, mientras que los otros habían podido matar sólo 300 o 400 cada uno. Y entonces, cuando estaba experimentando el éxtasis más grande, me dí cuenta que un campesino anciano me estaba mirando de pie, pacíficamente y con calma, cómo yo mataba a mis víctimas que morían con el más grande dolor. Su mirada me sacudió. En medio del más grande éxtasis quedé repentinamente paralizado y por algún momento no pude moverme para nada. Entonces caminé hacia él y descubrí que era algún vukasin (campesino) de la aldea de Klepci, cerca de Capljina, en donde su familia entera había sido muerta. Había sido enviado a Jasenovac después de haber trabajado en los bosques. Me contó esto con una paz incomprensible que me afectó más que los gritos terribles que nos rodeaban. De golpe sentí el deseo de romper su paz torturándolo de la manera más brutal y, mediante su sufrimiento, recuperar mi éxtasis y continuar recogijándome en la inflicción del dolor.
“Lo separé de los demás y lo senté sobre un tronco. Le ordené gritar: ‘¡Larga vida para el poglavnik Pavelic!’ o de lo contrario le cortaría su oreja. El vukasin guardaba silencio. Le arranqué su oreja. No dijo ni una palabra. Le dije una vez más que gritara ‘¡Larga vida para Pavelic!’, o le desgarraría la otra oreja también. Le arranqué la otra oreja. Grité: ‘¡Larga vida para Pavelic!’, o te voy a romper la nariz. Y cuando le ordené por cuarta vez gritar ‘¡Larga vida para Pavelic!’, y lo amenacé con quitarle su corazón con un cuchillo, me miró, esto es, algo a través mío y sobre mí en forma incierta, y lentamente me dijo: ‘¡Haz tu trabajo, hijo!’ Después de eso, sus palabras me dejaron perplejo, quedé paralizado, le arranqué los ojos, su corazón, le corté su garganta de oreja a oreja y lo arrojé a un pozo. Pero algo me quebrantó dentro de mí y no pude matar más gente en esa noche. El sacerdote franciscano ganó la apuesta porque mató 1350 prisioneros y le pagué la apuesta sin discutir”.
d) La aprobación del Vaticano al régimen genocida de Croacia. Ya vimos que el papa Pío XII recibió a Ante Pavelic y bendijo su régimen cuando las matanzas croatas estaban en pleno furor, para asombro y desmayo de los ingleses y del resto del mundo. Estaba plenamente enterado de todo lo que ocurría en Croacia. Su delegado apostólico Marconi iba y venía entre Zagreb y Roma. Los ustashis y el clero ponían a disposición de él los planes militares para que pudiese viajar libremente por la nueva Croacia. Los obispos se comunicaban sin trabas con él, muchos de los cuales formaban parte del parlamento de la nueva nación, y visitaban a menudo al papa en Roma. Todos estaban ávidos por enterarse, cuando venían a Roma, de cómo iban las cosas en Croacia.
La Santa Sede envió un buen número de directivas a los obispos de Croacia para julio de 1941. El Vaticano insistía en que no se debían aceptar conversos potenciales al catolicismo cuando era patente que buscaban el bautismo por razones equivocadas. Lo pavoroso es que esas “razones equivocadas” tenían que ver con el terror y el intento de evitar la muerte. Era obvio que el Vaticano estaba al tanto de lo que estaba teniendo lugar allí.
Ya vimos cómo en Agosto de 1941, los israelitas habían pedido una intervención del gobierno italiano y del papado para rescatar a 6.000 judíos abandonados en una isla estéril sin protección ni alimento ni agua. En septiembre, Branko Bokun, un joven yugoeslavo, fue enviado a Roma por uno de los jefes de inteligencia de su país, creyendo que el papa sería diferente de los otros prelados asesinos de Croacia. Vino con un gran archivo de documentos, testimonios oculares y fotografías de las masacres. Lo remitieron al Secretario de Estado Vaticano, Montini (futuro papa Pablo VI), quien no le dio audiencia. Antes bien, le pidió que dejase su documentación y volviese una semana más tarde, para darle al tema una cuidadosa atención.
Cuando volvió, lo atendió el secretario de Montini, diciéndole que “las atrocidades descritas en su documento son perpetradas por los comunistas, pero maliciosamente atribuídas a los católicos”. En la típica hipocresía del Vaticano, Montini recibía a los representantes de Croacia a quienes comenzaba reprendiéndolos con duras palabras, pero terminaba asegurándoles que el Santo Padre apoyaría a la católica Croacia (UT, 73). Todos los embajadores que venían a la Santa Sede requiriendo la intervención papal para detener las masacres en las católicas Croacia y Eslovenia, eran recibidos de la misma manera. Primero un “ataque simulado, luego una atención paciente [al testimonio y documentación ofrecidos], y finalmente una generosa rendición” frente a los hechos.
Los mensajes de la BBC de Londres eran frecuentes sobre la situación en ese país. Uno de ellos, el 16 de febrero de 1942 puede considerárselo como típico: “Se están cometiendo las peores atrocidades en los alrededores del arzobispo de Zagreb [Stepinac]. Corre a torrentes la sangre hermana. Los ortodoxos son obligados a convertirse al catolicismo, y no escuchamos ninguna voz del arzobispo predicando una revolución. En su lugar, se informa que toma parte en los desfiles nazis y fascistas”. Los prelados católicos y representantes del gobierno ustashi que visitaban el Vaticano decían que eran “calumniados” y se quejaban por considerárselos como “bárbaros y caníbales”. Esto prueba también que la Santa Sede estaba al tanto de lo que pasaba.
A pesar de todas las informaciones sobre los homicidios masivos, en marzo de 1942 la Santa Sede entablaba relaciones oficiales con los representantes de Croacia. Cuando en Mayo de 1943, Pavelic pidió otra audiencia con el papa, el Secretario de Estado del Vaticano para entonces, Maglioni, le respondió que “no había dificultades relacionadas con la visita del poglavnik al Santo Padre, excepto que no podría recibirlo como a un soberano”. Pío XII mismo le prometió su bendición personal de nuevo, a pesar de tener para esa época la información de las peores atrocidades que se habían estado cometiendo durante los dos años del gobierno de Pavelic (UT, 73).
En marzo de 1942, mientras Pavelic tenía conversaciones formales con los diplomáticos croatas, el Congreso Judío Mundial y la comunidad israelita suiza pidió la intervención de la Santa Sede para socorrer a los judíos perseguidos en Croacia. Casi dos meses antes Alemania había bosquejado sus planes para la Solución Final, y esas agencias judías documentaron en su petición, las persecuciones que se llevaban a cabo contra los judíos de Alemania, Francia, Rumania, Eslovaquia, Hungría, y Croacia. Aunque todos eran países católicos (con excepción de Alemania con el 50% católico), los últimos tres países mencionados tenían fuertes relaciones diplomáticas y eclesiásticas con la Santa Sede, por lo que esperaban que el papa hiciese algo por los judíos perseguidos en esos lugares. El manuscrito de esa petición reside en los archivos zionistas de Jerusalén. Pero el Vaticano los excluyó de los once volúmenes que liberó de la época de la guerra, en un intento de ocultar lo que sabía el papado sobre los crímenes de Croacia. Los historiadores dan prueba de otros documentos históricos omitidos por el Vaticano (HP, 259,377).
Una vez que terminó la guerra y los comunistas se apoderaron de Yugoeslavia, incluyendo Croacia, prácticamente el cuerpo entero del gobierno ustashi, con muchos sacerdotes, encontró refugio en el Vaticano. La misma actitud benevolente del papado continuó después de la guerra para ayudarlos a evadir la justicia. Los ustashis confiaron al arzobispo Stepinac el oro que habían juntado de las víctimas judías y ortodoxas. Este logró traerlo, con la ayuda de otros clérigos, de contrabando al Vaticano. Debido a eso, hay una demanda actual al Vaticano en favor de las víctimas del genocidio ustashi, que tiene como propósito forzar a la Santa Sede a liberar sus archivos con respecto al destino de ese dinero (Patron Saint of Genocide, n. 28).
29 de septiembre de 2009
El Vaticano y los Grandes Genocidios del Siglo XX (23)
La razón básica de la aprobación papal. Cornwell comenta que la dislocación moral del clero croata fue compartida por el Vaticano, incluso por el papa Pío XII mismo. Tanto el sacerdocio croata como la Santa Sede se negaron a disociarse del régimen criminal croata. Tampoco lo denunciaron ni excomulgaron a su líder ni a sus secuaces. La razón se debió a que no querían “perder las oportunidades” que se les presentaban, “la ‘buena oportunidad’ para construir una plataforma de poder católico en los balcanes.
Fue la misma indisposición a perder la oportunidad única de “evangelizar” el mundo oriental que condujo a Pacelli a presionar el Concordato Serbio en 1913-14, con todos sus riesgos y repercusiones que llevaron al mundo a la Primera Guerra Mundial. La esperanza del para entonces futuro papa era crear un rito latino que sirviese de plataforma para el cristianismo oriental (HP, 255-256). Desde allí enviaría monjes misioneros para traer otra vez de regreso al mundo oriental en obediencia al papa. Cuando el delegado diplomático de Croacia en la Santa Sede, Rusinovic, comentó en medio de la Segunda Guerra Mundial a Montini, secretario de estado del Vaticano, que había ya cinco millones de católicos en el país en lugar de los tres millones trescientos mil iniciales, Montini le respondió: “El Santo Padre los va a ayudar, estén seguros de eso” (HP, 259).
En 1943, Pío XII le expresó a Lobkowicz, diplomático de Croacia, “su placer por la carta personal que recibió de nuestro poglavnik [Pavelic]. También le dijo que estaba “chasqueado de que, a pesar de todo, nadie quiere reconocer al único, real y principal enemigo de Europa. No se ha iniciado todavía ninguna cruzada militar comunal y verdadera contra el bolchevismo”. Eso no era cierto, ya que Hitler había lanzado su cruzada militar contra Rusia en el verano de 1941, y el papa le había estado pidiendo autorización, a través del excanciller alemán von Papen, para enviar sacerdotes católicos con sus tropas y evangelizar el mundo comunista y ortodoxo. La molestia de Pío XII por la presión occidental a pronunciarse contra sus queridos criminales ustashis que revelaban tanto celo misionero en la sección servia de Croacia, se acrecentaba al ver cómo abortaban sus intentos catolizantes a traves del nazismo.
Hitler estaba para entonces enterado de las barbaries católicas contra los ortodoxos en Serbia, y no quería que las cosas se le complicasen mediante una confrontación religiosa similar en el Este. En la segunda parte de 1941 dijo que si permitiese al catolicismo introducirse en Rusia “iba a tener que permitirles lo mismo a todas las denominaciones cristianas para que se aporreasen las unas a las otras con sus crucifijos”. A partir de entonces comenzó a tomar medidas para impedir que el Vaticano se entrometiese en sus planes, y a perseguir a la Iglesia Católica especialmente en Polonia, de donde pensaba el Vaticano enviar sacerdotes al mundo oriental camuflados en sus ejércitos. En realidad, los nazis llegaron a proponerse acabar con todos los polacos por motivaciones racistas.
Hitler captó más que nunca para entonces, la problemática religiosa y la política papal entrelazada. Siempre en la segunda parte de 1941, llegó a decir que “el cristianismo es el golpe más duro que alguna vez golpió a la humanidad. El bolchevismo es un hijo bastardo del cristianismo. Ambos son la descendencia monstruosa de los judíos”. En Diciembre prometió que, una vez concluida la guerra iba a terminar con el problema de la Iglesia, como única alternativa para lograr que la nación alemana estuviese completamente segura (HP, 261).
Reinhard Heydrich, a cargo de la oficina de seguridad principal del Reich, había advertido a Hitler el 2 de julio de 1941 sobre la planificación que había podido detectar del Vaticano para infiltrar sus tropas e invadir Rusia con la fe católica, y se opuso igualmente a la idea de permitirle a la Iglesia beneficiarse de las conquistas logradas por la sangre alemana. El 17 de febrero de 1942, el mismo Heydrich, quien para entonces tenía a su cargo la supervisión diaria de la Solución Final, reportó al führer que 300.000 eslavos habían sido ya masacrados por los croatas, y agregó que “el estado de tensión serbio-croata no es otra cosa que una batalla de la Iglesia Católica contra la Iglesia Ortodoxa” (The Patron Saint of Genocide). Hoy se ufana el Vaticano también por contar en Eslovaquia con el 74% de la población católica (Zenit, 14 de febrero, 2004).
Después de todo, el principal interés de Hitler estaba en terminar con el comunismo y el judaísmo, a los que creía mancomunados para desestabilizar el mundo cristiano de occidente, no necesariamente a los ortodoxos que eran oprimidos por los comunistas. A pesar de eso, el Vaticano logró enviar sacerdotes desde Polonia, Hungría, Eslovaquia, Croacia y del Colegio Russicum y Ruthenian del Vaticano mismo. Iban como capellanes militares o camuflados como civiles que pedían ser enrolados en el ejército alemán. Otros conseguían trabajos como mozos para cuidar los caballos en el Comando de Transporte Alemán.
Una vez que llegaban a un lugar apropiado desde el Báltico al Mar Negro, atraían a centenares de personas que por años no habían podido recibir el rito católico. En su mayoría fueron aprehendidos y baleados como desertores y espías, o enviados a los campos de concentración. Los que cayeron en manos de los rusos fueron a parar a los gulags (HP, 264). El fracaso de esas avanzadas misioneras del Vaticano puede haber motivado el disgusto de Pío XII porque no se emprendía una cruzada militar de envergadura contra el comunismo, que le permitiese imponerse sobre toda Europa, incluyendo la sección oriental por siglos bajo regímenes ortodoxos.
Tal vez corresponda aquí decir algo más. Hitler contaba al principio con simpatías en toda Europa, hasta de la nobleza inglesa y del mismo rey de Inglaterra a quien luego se obligó a abdicar porque le pasaba al führer los secretos del estado inglés. Muchos esperaban, para entonces, que Inglaterra, Francia y posteriormente los EE.UU., se unieran con Hitler para terminar con el comunismo e invadir juntos a Rusia. Los mismos sueños de acabar con el comunismo eran compartidos en el Vaticano también. Pero la decisión de Hitler de adelantarse a esos planes y ser él el líder de la liberación, terminó convenciendo a todos de que su misión iba a fracasar y de que había que deshacerse de él. Es probable que la molestia de Pío XII porque no se lanzaba una cruzada generalizada contra Rusia, se haya debido también a un momento de duda con respecto al éxito de la campaña del führer.
Fue el papado el que alentó la introducción de Japón en la Segunda Guerra Mundial, con la esperanza de que invadiese Rusia desde el Este, mientras Alemania lo hacía por el Oeste. Luego del fracaso nazi, el papado bajo el apoyo velado y silencio hipócrita de los países aliados, trató de reorganizar los deshechos del nazismo—los criminales de guerra—para ver si con ellos podía rescatar al menos los países centrales del Este tradicionalmente católicos. Al mismo tiempo, intentó empujar a los EE.UU. a iniciar una tercera guerra mundial mediante el uso de la bomba atómica, como veremos más tarde. No importaba el medio, la consigna de Pío XII era terminar con el comunismo que trababa el progreso hegemónico del papado.
e) Número de muertos en el genocidio católico-fascista croata. La historia de Croacia en esos años aciagos de 1941 a 1945 se la elogia como una época de gloria por los triunfos católicos o se la condena por los genocidios que se cometieron, dependiendo de qué lado se cuenta la historia. Algo semejante ocurre con las estadísticas sobre el genocidio que buscan disminuirse del lado católico. No obstante, hay datos hoy bastantes objetivos que difícilmente podrán removerse.
Las fuentes serbias dan una cifra de 600 a 700.000 serbios muertos en el campo de concentración de Jasenovac. El presidente actual de la nueva Croacia, Tudjman, disminuyó esa cifra a 30.000. El gobierno norteamericano recientemente liberó, sin embargo, un documento que se había capturado a los nazis, que se usó en el juicio del comandante del campo de concentración de Jasenovac, Dinko Sakic. Según ese documento, 120.000 fueron muertos en Jasenovac para Diciembre de 1943, cuando le quedaban todavía cerca de dos años de vida al régimen de Pavelic. Esto significa que por ese campamento pueden haber pasado cientos de miles de serbios ortodoxos para dejar no sólo sus posesiones, sino también sus vidas.
Ya vimos que Hitler recibió en 1942, cuando no se había completado el primer año de Pavelic, la información de la masacre de 300.000 eslavos mediante los “métodos más sadísticos” en una lucha de la Iglesia Católica contra la Iglesia Ortodoxa (Patron Saint of Genocide). Cornwell cita las fuentes más recientes y confiables (científicas) que indican 487.000 ortodoxos serbios y 27.000 gitanos masacrados durante 1941 y 1945 en el Estado Independiente de Croacia. A ésto se suman 30.000 de los 45.000 judíos, de los cuales de 20 a 25.000 murieron en los campos de muerte ustashi, y 7.000 fueron deportados a las cámaras de gas.
Tudjman propuso en 1996 volver a sepultar los restos de los ustashis croatas muertos por los campesinos yugoeslavos junto a las víctimas serbias de los ustashis en Jasenovac (Reuters, 22 de Abril, 1996). Pero el intento de unir a los criminales ustashis con sus víctimas produjo una reacción internacional negativa, de tal manera que se debió abandonar el plan. Por otro lado, se considera que las masacres de croatas efectuadas por los serbios en la década de los noventa por el gobierno Yugoeslavo fue, en parte, como venganza por el genocidio croata de serbios en la década de los cuarenta.
La indignación que tienen los nacionalistas serbios hoy es que se está juzgando a Milosevic como criminal de guerra por las masacres que hizo de los croatas católicos en la década del 90, cuando las muertes que llevó a cabo no tienen ni comparación con las que perpetró Pavelic medio siglo antes. En lugar de juzgar y condenar a Pavelic, el nuevo gobierno croata quiere llevar sus restos de España, donde murió bajo la protección del dictador falangista Franco, a la nueva Croacia, donde le levantarán, sin duda alguna, monumentos por todo el país. Por su parte, el papa Juan Pablo II intervino en forma inmediata para detener las masacres vengativas ortodoxas serbias de los católicos croatas, mientras que el papa Pío XII no hizo nada para detener las masivas e incomparables masacres católicas crotas de los servios ortodoxos durante la Segunda Guerra Mundial. Al contrario, apoyó al gobierno de Pavelic en su tarea de catolizar Croacia.
Fue la misma indisposición a perder la oportunidad única de “evangelizar” el mundo oriental que condujo a Pacelli a presionar el Concordato Serbio en 1913-14, con todos sus riesgos y repercusiones que llevaron al mundo a la Primera Guerra Mundial. La esperanza del para entonces futuro papa era crear un rito latino que sirviese de plataforma para el cristianismo oriental (HP, 255-256). Desde allí enviaría monjes misioneros para traer otra vez de regreso al mundo oriental en obediencia al papa. Cuando el delegado diplomático de Croacia en la Santa Sede, Rusinovic, comentó en medio de la Segunda Guerra Mundial a Montini, secretario de estado del Vaticano, que había ya cinco millones de católicos en el país en lugar de los tres millones trescientos mil iniciales, Montini le respondió: “El Santo Padre los va a ayudar, estén seguros de eso” (HP, 259).
En 1943, Pío XII le expresó a Lobkowicz, diplomático de Croacia, “su placer por la carta personal que recibió de nuestro poglavnik [Pavelic]. También le dijo que estaba “chasqueado de que, a pesar de todo, nadie quiere reconocer al único, real y principal enemigo de Europa. No se ha iniciado todavía ninguna cruzada militar comunal y verdadera contra el bolchevismo”. Eso no era cierto, ya que Hitler había lanzado su cruzada militar contra Rusia en el verano de 1941, y el papa le había estado pidiendo autorización, a través del excanciller alemán von Papen, para enviar sacerdotes católicos con sus tropas y evangelizar el mundo comunista y ortodoxo. La molestia de Pío XII por la presión occidental a pronunciarse contra sus queridos criminales ustashis que revelaban tanto celo misionero en la sección servia de Croacia, se acrecentaba al ver cómo abortaban sus intentos catolizantes a traves del nazismo.
Hitler estaba para entonces enterado de las barbaries católicas contra los ortodoxos en Serbia, y no quería que las cosas se le complicasen mediante una confrontación religiosa similar en el Este. En la segunda parte de 1941 dijo que si permitiese al catolicismo introducirse en Rusia “iba a tener que permitirles lo mismo a todas las denominaciones cristianas para que se aporreasen las unas a las otras con sus crucifijos”. A partir de entonces comenzó a tomar medidas para impedir que el Vaticano se entrometiese en sus planes, y a perseguir a la Iglesia Católica especialmente en Polonia, de donde pensaba el Vaticano enviar sacerdotes al mundo oriental camuflados en sus ejércitos. En realidad, los nazis llegaron a proponerse acabar con todos los polacos por motivaciones racistas.
Hitler captó más que nunca para entonces, la problemática religiosa y la política papal entrelazada. Siempre en la segunda parte de 1941, llegó a decir que “el cristianismo es el golpe más duro que alguna vez golpió a la humanidad. El bolchevismo es un hijo bastardo del cristianismo. Ambos son la descendencia monstruosa de los judíos”. En Diciembre prometió que, una vez concluida la guerra iba a terminar con el problema de la Iglesia, como única alternativa para lograr que la nación alemana estuviese completamente segura (HP, 261).
Reinhard Heydrich, a cargo de la oficina de seguridad principal del Reich, había advertido a Hitler el 2 de julio de 1941 sobre la planificación que había podido detectar del Vaticano para infiltrar sus tropas e invadir Rusia con la fe católica, y se opuso igualmente a la idea de permitirle a la Iglesia beneficiarse de las conquistas logradas por la sangre alemana. El 17 de febrero de 1942, el mismo Heydrich, quien para entonces tenía a su cargo la supervisión diaria de la Solución Final, reportó al führer que 300.000 eslavos habían sido ya masacrados por los croatas, y agregó que “el estado de tensión serbio-croata no es otra cosa que una batalla de la Iglesia Católica contra la Iglesia Ortodoxa” (The Patron Saint of Genocide). Hoy se ufana el Vaticano también por contar en Eslovaquia con el 74% de la población católica (Zenit, 14 de febrero, 2004).
Después de todo, el principal interés de Hitler estaba en terminar con el comunismo y el judaísmo, a los que creía mancomunados para desestabilizar el mundo cristiano de occidente, no necesariamente a los ortodoxos que eran oprimidos por los comunistas. A pesar de eso, el Vaticano logró enviar sacerdotes desde Polonia, Hungría, Eslovaquia, Croacia y del Colegio Russicum y Ruthenian del Vaticano mismo. Iban como capellanes militares o camuflados como civiles que pedían ser enrolados en el ejército alemán. Otros conseguían trabajos como mozos para cuidar los caballos en el Comando de Transporte Alemán.
Una vez que llegaban a un lugar apropiado desde el Báltico al Mar Negro, atraían a centenares de personas que por años no habían podido recibir el rito católico. En su mayoría fueron aprehendidos y baleados como desertores y espías, o enviados a los campos de concentración. Los que cayeron en manos de los rusos fueron a parar a los gulags (HP, 264). El fracaso de esas avanzadas misioneras del Vaticano puede haber motivado el disgusto de Pío XII porque no se emprendía una cruzada militar de envergadura contra el comunismo, que le permitiese imponerse sobre toda Europa, incluyendo la sección oriental por siglos bajo regímenes ortodoxos.
Tal vez corresponda aquí decir algo más. Hitler contaba al principio con simpatías en toda Europa, hasta de la nobleza inglesa y del mismo rey de Inglaterra a quien luego se obligó a abdicar porque le pasaba al führer los secretos del estado inglés. Muchos esperaban, para entonces, que Inglaterra, Francia y posteriormente los EE.UU., se unieran con Hitler para terminar con el comunismo e invadir juntos a Rusia. Los mismos sueños de acabar con el comunismo eran compartidos en el Vaticano también. Pero la decisión de Hitler de adelantarse a esos planes y ser él el líder de la liberación, terminó convenciendo a todos de que su misión iba a fracasar y de que había que deshacerse de él. Es probable que la molestia de Pío XII porque no se lanzaba una cruzada generalizada contra Rusia, se haya debido también a un momento de duda con respecto al éxito de la campaña del führer.
Fue el papado el que alentó la introducción de Japón en la Segunda Guerra Mundial, con la esperanza de que invadiese Rusia desde el Este, mientras Alemania lo hacía por el Oeste. Luego del fracaso nazi, el papado bajo el apoyo velado y silencio hipócrita de los países aliados, trató de reorganizar los deshechos del nazismo—los criminales de guerra—para ver si con ellos podía rescatar al menos los países centrales del Este tradicionalmente católicos. Al mismo tiempo, intentó empujar a los EE.UU. a iniciar una tercera guerra mundial mediante el uso de la bomba atómica, como veremos más tarde. No importaba el medio, la consigna de Pío XII era terminar con el comunismo que trababa el progreso hegemónico del papado.
e) Número de muertos en el genocidio católico-fascista croata. La historia de Croacia en esos años aciagos de 1941 a 1945 se la elogia como una época de gloria por los triunfos católicos o se la condena por los genocidios que se cometieron, dependiendo de qué lado se cuenta la historia. Algo semejante ocurre con las estadísticas sobre el genocidio que buscan disminuirse del lado católico. No obstante, hay datos hoy bastantes objetivos que difícilmente podrán removerse.
Las fuentes serbias dan una cifra de 600 a 700.000 serbios muertos en el campo de concentración de Jasenovac. El presidente actual de la nueva Croacia, Tudjman, disminuyó esa cifra a 30.000. El gobierno norteamericano recientemente liberó, sin embargo, un documento que se había capturado a los nazis, que se usó en el juicio del comandante del campo de concentración de Jasenovac, Dinko Sakic. Según ese documento, 120.000 fueron muertos en Jasenovac para Diciembre de 1943, cuando le quedaban todavía cerca de dos años de vida al régimen de Pavelic. Esto significa que por ese campamento pueden haber pasado cientos de miles de serbios ortodoxos para dejar no sólo sus posesiones, sino también sus vidas.
Ya vimos que Hitler recibió en 1942, cuando no se había completado el primer año de Pavelic, la información de la masacre de 300.000 eslavos mediante los “métodos más sadísticos” en una lucha de la Iglesia Católica contra la Iglesia Ortodoxa (Patron Saint of Genocide). Cornwell cita las fuentes más recientes y confiables (científicas) que indican 487.000 ortodoxos serbios y 27.000 gitanos masacrados durante 1941 y 1945 en el Estado Independiente de Croacia. A ésto se suman 30.000 de los 45.000 judíos, de los cuales de 20 a 25.000 murieron en los campos de muerte ustashi, y 7.000 fueron deportados a las cámaras de gas.
Tudjman propuso en 1996 volver a sepultar los restos de los ustashis croatas muertos por los campesinos yugoeslavos junto a las víctimas serbias de los ustashis en Jasenovac (Reuters, 22 de Abril, 1996). Pero el intento de unir a los criminales ustashis con sus víctimas produjo una reacción internacional negativa, de tal manera que se debió abandonar el plan. Por otro lado, se considera que las masacres de croatas efectuadas por los serbios en la década de los noventa por el gobierno Yugoeslavo fue, en parte, como venganza por el genocidio croata de serbios en la década de los cuarenta.
La indignación que tienen los nacionalistas serbios hoy es que se está juzgando a Milosevic como criminal de guerra por las masacres que hizo de los croatas católicos en la década del 90, cuando las muertes que llevó a cabo no tienen ni comparación con las que perpetró Pavelic medio siglo antes. En lugar de juzgar y condenar a Pavelic, el nuevo gobierno croata quiere llevar sus restos de España, donde murió bajo la protección del dictador falangista Franco, a la nueva Croacia, donde le levantarán, sin duda alguna, monumentos por todo el país. Por su parte, el papa Juan Pablo II intervino en forma inmediata para detener las masacres vengativas ortodoxas serbias de los católicos croatas, mientras que el papa Pío XII no hizo nada para detener las masivas e incomparables masacres católicas crotas de los servios ortodoxos durante la Segunda Guerra Mundial. Al contrario, apoyó al gobierno de Pavelic en su tarea de catolizar Croacia.
El Vaticano y los Grandes Genocidios del Siglo XX (24)
Los sueños papales para convertir y reconvertir Europa y el mundo.
Los que llamaban a las cruzadas de exterminio contra los herejes albigenses durante la Edad Media, eran los mismos papas de Roma. Esas cruzadas eran dirigidas o acompañadas por prelados papales. Los que aplicaban la tortura durante la Edad Media en los tribunales secretos de la Inquisición, y extirpaban la herejía, eran igualmente sacerdotes católicos que obraban en respuesta a una orden papal. ¿Debía asombrarnos que quienes más fanáticamente participasen de las torturas y masacres de serbios y judíos a mediados del S. XX, fuesen también sacerdotes católicos? Claro está, se suponía que ya había pasado la época medieval, y que eso nunca volvería a ocurrir en la época moderna. Pero eso sucedió en prácticamente todos los países católicos, y en especial en Croacia bajo un régimen clero-fascista criminal.
1. Desde que el papado se instauró en Roma con plenos poderes.
Lo que la Iglesia Católica quiso hacer en el nuevo gobierno de Croacia, estuvo en armonía con lo que el catolicismo romano hizo hacer desde que el papado reemplazó a los césares romanos, y se estableció sobre Europa con plenos poderes. Quiso evangelizar toda Europa y lograr un dominio absoluto sobre todos los pueblos de la tierra. El método evangelístico que mejor la caracterizó está representado en todos los cuadros antiguos que tienen a Jesús dando al papa la llave, símbolo del poder religioso, y al rey la espada, símbolo del poder político. Pero como el papa pasó a ser considerado Vicario de Cristo, terminó en la práctica asumiendo ambos poderes. Por ser el alma, debía estar por encima del cuerpo, y los reyes debían simplemente ejecutar sus decretos. Eso le permitiría posteriormente lavarse las manos, arguyendo que la autoridad civil era la responsable de ejecutar las víctimas.
Un método tal posible únicamente bajo un régimen de unión clero-gubernamental, estaba en flagrante contradicción con el método evangelístico universal que Cristo ordenó a su iglesia. Ésta debía buscar únicamente el poder espiritual, como dijo Jesús a sus discípulos antes de ascender al cielo. “Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos... hasta lo último de la tierra” (Hech 1:8; véase 1 Cor 2:3-5). Lo que Jesús les dijo se basaba en la declaración de Zacarías: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, dice el Señor” (Zac 4:6).
Convendrá repasar ahora, brevemente, cómo evangelizó el papado a Europa y América Latina, y cómo intentó evangelizar también al Asia, una vez que se instaló en Roma como soberano del mundo. Esto nos permitirá luego comparar sus métodos con lo que intentó hacer en pleno siglo XX, en cada país en donde pensó que había recuperado su poder temporal (su herida mortal), con reconocimientos estatales equivalentes. Esto es importante, porque los mismos concordatos que hizo con Alemania y los demás países católicos durante la Segunda Guerra Mundial, los está logrando firmar ahora con descenas de países y lo quiere lograr aún con la Unión Europea y el mundo en general. Así como el papado arrastró implícitamente a los protestantes alemanes a pactar con el gobierno de Hitler, así también está abiertamente arrastrando ahora a los protestantes y a los ortodoxos a unirse en esa lucha por reconocimiento estatal, y a las demás religiones no cristianas en su esfuerzo por lograr, a la postre, un reconocimiento universal.
a) La evangelización de Europa a partir de Clodoveo. Apenas adquirió la Iglesia de Roma reconocimiento estatal del emperador Constantino en el S. IV, se transformó de perseguida en perseguidora. “Desde que había llegado a ser religión de Estado del imperio romano, [la Iglesia] comprendía instintivamente su destino de ser dominadora y luego la señora absoluta de los pueblos y de los reyes de la tierra”. Cuando en el S. VI, luego que fenecieron los emperadores en occidente, el obispo romano obtuvo la supremacía, comenzó su expansión misionera sobre los pueblos bárbaros que invadían y poblaban Europa. No pudo hacerlo antes que Clodoveo, el primer rey pagano-bárbaro, se convirtiese al catolicismo romano, y fundase en el 508 su gobierno en París bajo el principio de unión Iglesia-Estado.
Se puede decir de Clodoveo que fue el primer genocida católico-romano del medioevo. Como lo reconocen los historiadores, “la conversión al catolicismo hizo de Clodoveo el adalid de la religión verdadera contra los herejes... Esto tuvo por consecuencia la extirpación del arrianismo en la Galia meridional...” y, por último, “la restauración del imperio de Occidente” bajo el título de Sacro Imperio Romano. “Nada de esto habría sucedido... si Clodoveo no se hubiese hecho católico”. “Fue un momento crucial en la historia de la Galia y, desde luego, de Europa, en el que la Iglesia Católica obtuvo su supremacía... y en donde un rey bárbaro aceptó, por influencia de la Iglesia, el mecanismo de gobierno a través de obispos, condes y ciudades... Un jefe guerrero se había puesto a la cabeza de una Iglesia militante”.
Cuando marchaba con su ejército para enfrentarse con los arrianos visigodos, Clodoveo dijo: “Me siento vejado con que esos arrianos posean parte de la Galia; ataquémoslos con la ayuda de Dios y, después de conquistarles, dominemos su país”. Un historiador comenta que en esa declaración “nos parece oir un sonido precursor del clarín que llamaba a la caballería francesa a las cruzadas, que llenó de pánico a los herejes albigenses o que obligó en el S. XVII a emigrar a los hugonotes de Francia, con lo que se vieron notablemente enriquecidos muchos países protestantes de Europa” y en donde los así perseguidos encontraban refugio y libertad.
“Los reyes francos se atribuyeron el derecho de convertir a judíos y herejes a la religión católica, cuyo derecho usaron según las circunstancias y hasta donde les convenía o era posible. Así persiguieron a los arrianos tan luego como hubieron sometido sus territorios, y les quitaron sus iglesias que, consagradas nuevamente, fueron entregadas a los católicos”. “La importancia trascendental de la resolución de Clodoveo [de hacerse cristiano] fue tan evidente”, que las cartas eclesiásticas de los grandes obispos no escondieron su emoción por su importancia “para la prosperidad de la Iglesia Católica y del imperio franco, y hasta para la conversión de las tribus germánicas paganas de la orilla derecha del Rhin”.
En efecto, Avito, el obispo de Vienne, se dirigió a Clodoveo en términos equivalentes a los que los papas del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial utilizaron para reconocer el gobierno de los dictadores fascistas del S. XX. Los historiadores comentan que “Clodoveo, llamado por la divina Providencia como juez en la contienda de las dos religiones [arriana y romana], se había decidido por la católica, y este fallo debía servir de norma para todo el mundo”. Arengando a Clodoveo como los obispos del S. XX a Hitler y a los demás dictadores fascistas, el obispo de Vienne le dijo: “Para tus descendientes eres tú, en adelante, la norma en el reino de Dios, y su derecho y autoridad divinos han de estar en la fe católica de su antecesor Clodoveo”. También exortó a Clodoveo a someter a la fe católica a “todos los pueblos germánicos sumidos todavía en el paganismo”. “De tu buena suerte participará también la Iglesia; siempre que tú combates y vences, vence también ella”. Por eso reconocen los historiadores que “la conquista por los francos y la cristianización eran dos caras de la misma medalla”. Aún antes de su bautismo, el papa Anastasio nombró a Clodoveo como “protector de la Iglesia, su madre, enviado por Dios con esta misión”.
“Ahora”, continuó Avito en su carta a Clodoveo, “no puede nadie oponer a las amonestaciones de los eclesiásticos y de los grandes convertidos y bautizados ya, las antiquísimas tradiciones y usos de los antepasados”. Esto muestra cómo la tendencia del obispado de la época buscaba amparar su fe y expansión misionera en la de un poder cívico-militar. Avito pone al final de su carta delante de Clodoveo “la grandiosa perspectiva de la conversión y simultánea sumisión a su poder de todos los pueblos germánicos sumidos todavía en el paganismo”. “Pronto habrá Dios hecho suyo todo el pueblo franco; por eso no tardes, ¡oh rey!, en hacer partícipes de tu fe a los pueblos que todavía viven en el paganismo y no se hallan contagiados del arrianismo..., porque así te reconocerán por jefe suyo... y finalmente se someterán a tu dominio y formarán con sus territorios parte de tus Estados... Así participarán todos de tus triunfos, y de tu buena suerte participará también la Iglesia; siempre que tú combates y vences, vence también ella”.
Se considera esta carta como “el primer documento histórico auténtico del método de catolizar a los germanos paganos por medios materiales coercitivos, aplicados por la fuerza armada del rey de los francos”. Lo mismo ocurrirá más tarde con el papa “San Bonifacio, el apóstol de los alemanes. Los varones eclesiásticos que realizaron esta conversión de Alemania estaban convencidos de que era una ilusión creer que para convertir bastaba la excelencia de la doctrina que aquellos pueblos paganos o convertidos no eran capaces de comprender. Así lo evidencian los documentos históricos contra todo lo que hipócritamente se dijo después y se empeñan muchos en hacer creer todavía”. Ese papa canonizado “sometió la Iglesia germánica a Roma de manera ilimitada...” Requirió a los alemanes “obediencia incondicional al papa”, e hizo “jurar también a los obispos, en el parlamento de 742, guardar en un todo la fe católica, la sumisión a Roma, a San Pedro y a su representante el papa”, cuando todavía no se había editado la Ley Canónica de 1917, ni emitido la encíclica papal Quadragesimo Anno de 1931.
¿Cuál fue el legado que dejó Clodoveo en su carácter de primer rey católico de Europa? “Todas las iniquidades que no había tenido fuerzas para cometer antes de su bautismo, las cometió después; y sus francos aprobaron todas sus traiciones, muertes y demás atrocidades, como verdaderos bárbaros que eran y continuaron siendo a pesar de haber recibido el bautismo... Otro tanto hicieron muchos cristianos poderosos, latinos y germanos, civilizados y bárbaros, sirviéndose del cristianismo para satisfacer sus pasiones y ambición desenfrenada”. Para lograr sus objetivos, Clodoveo “se valió de medios inicuos, del asesinato alevoso, del engaño más vil, excitando al hijo al parricidio y haciendo después asesinar a traición al hijo”.
El obispo de Vienne lo había empujado a ese método expansivo del catolicismo romano diciéndole, en ocasión de su bautismo: “Adora lo que quemaste [el cristianismo] y quema lo que adoraste [el paganismo]”. El obispo Gregorio de Tours comparó a Clodoveo con Constantino, y se levantó la leyenda de que una paloma descendió sobre este nuevo hijo de la Iglesia cuando fue bautizado. “Así puso Dios”, escribió Gregorio de Tours, “unos tras otros a todos los enemigos de Clodoveo bajo el dominio de éste, extendiendo su imperio en recompensa de su conducta leal y de haber hecho lo que era agradable a Dios”. El historiador moderno concluye diciendo asombrado, que “esta era exactamente la expresión de la moral de Gregorio de Tours en aquel tiempo, pero a costa de la moral de Dios tan sorprendentemente representada por la Iglesia”.
Siendo que la Iglesia Romana “tenía interés en asegurar, ordenar y extender su conquista”, se hizo “ineludible la cooperación de los obispos” en la codificación de la nueva situación, “los cuales consiguieron que el rey convocara en el año 511 en Orleáns, el primer concilio franco, en el cual tomaron parte 32 obispos de su imperio”, formando la Ley Sálica.
b) Método evangelizador bajo Justiniano y otros reinos. Otro espaldarazo que iba a recibir el papado romano, siempre en el S. VI, provendría del emperador oriental, Justiniano. “Desde el comienzo de su reino... promulgó las más severas leyes en contra de los herejes en 527 y 528”. “Maniqueos, Montanistas, Arrianos, Donatistas, Judíos y paganos, todos fueron perseguidos”. “Siendo que ningún soberano [emperador] se había interesado tanto en los asuntos de la Iglesia, ningún otro parece haber mostrado tanta actividad como un perseguidor así de paganos como de herejes”.
Clodoveo y Justiniano fueron los prototipos sobre los cuales debía construirse la nueva Europa. Primero debía convertirse al rey, el que a su vez, con sus poderes absolutos, debía someter luego a todo el mundo. Tanto en Inglaterra “como en otros lugares, la conversión de los paganos debe ser atribuída, no precisamente a un movimiento penitencial del corazón, sino a la presión de la monarquía sobre una población sumisa... El credo del rey vino a ser el credo del pueblo”. “Si no recibís a los hermanos que os traen paz”, dijo el enviado papal a los cristianos de Gran Bretaña en el S. VI, “recibiréis a los enemigos que os traerán guerra; si no os unís con nosotros [en esta cruzada ecuménica dirían hoy los cristianos que caen en la onda del ecumenismo papal], para mostrar a los sajones el camino de vida, recibiréis de ellos el golpe de muerte”.
Antes de finalizar el S. VI, el papa estaba ya en plena función temporal, hasta “improvisándose como un general y enviando tropas, mapas de campaña y estrategia” contra los lombardos, pagando a los soldados, redimiento cautivos, defendiendo la ciudad y obrando como un verdadero diplomático. Un siglo después, Carlomagno libró 53 campañas militares “para llenar su imperio conquistando y cristianizando Bavaria y Sajonia”. Como ejemplo de su estilo evangelístico para tomar decisiones, podemos mencionar la concesión que “dio a los sajones conquistados de elegir entre ser bautizados o la muerte, y 4500 sajones rebeldes tuvieron que ser decapitados en un día”.
Uno de los misioneros más notables de la época que cristianizó a Irlanda fue el sanguinario Columba. Decían de él que “era un guerrero tanto como un santo”. Así también, al terminar el S. XX, el papa Juan Pablo II iba a beatificar al primado de Croacia, Stepinac, por su carácter tan santo y cometido a la expansión de la Iglesia Católica; y canonizar al mismo Pío XII, el papa tan comprometido de la Segunda Guerra Mundial, destacando también sus virtudes místicas.
Posteriormente el rey Otón I (936-973), en Alemania, iba a consolidar su poder nombrando a los obispos y abades como “gobernadores civiles a la vez que prelados eclesiásticos”, sistema que perduró hasta Napoleón a fines del S. XVIII. “A medida que Otón extendía su autoridad, fundaba nuevos obispados en los bordes de su reino, con propósitos en parte políticos y en parte misioneros, como los de Brandenburgo y Havelberg, entre los eslavos, y Schleswig, Ripen y Aarhus para los daneses”.
La conquista de Irlanda siguió un esquema semejante. Los católicos establecieron primero un asentamiento de base, de eso provino una guerra civil que requirió la intervención de un ejército extranjero. En 1169, el depuesto rey Leinster Dermot MacMurrough pidió un ejército papal normando de Inglaterra para recuperar su trono. Ese ejército inglés nunca se fue. Lo mismo haría la Iglesia de Roma en las demás tierras conquistadas del Asia y de América medio milenio más tarde. Inclusive en el Africa, cuando en el S. XVI, los criatianos etíopes no tendrían más remedio que aceptar la ayuda de los portugueses que iban siempre acompañados por el clero, para protegerse de los musulmanes. No se irían hasta que, en una revuelta, lograrían expulsar los jesuitas en el S. XVII.
¿Qué fue lo que necesitó el papado romano para justificar su espíritu sangriento y perseguidor al comienzo de la Edad Media en el primer milenio? No fue el comunismo que ni existía para entonces, sino el arrianismo que le impedía sobresalir como el nuevo y real emperador político-espiritual del mundo. Las mismas razones dadas por los fanáticos obispos que arengaban a los francos contra el arrianismo, iban a usar los obispos del S. XX para arengar a los alemanes y fascistas católicos al iniciarse la recuperación temporal del papado, para extirpar el comunismo y el judaísmo presuntamente vinculados con los movimientos de izquierda, y aún a la misma Iglesia Ortodoxa cuando esto les fuera posible.
¿Qué requerirá el papado para justificar un espíritu sanguinario al final, en un intento supremo y último por lograr la primacía del mundo? Otro chivo emisario sobre el cual el diablo logre levantar la antipatía universal. El arrianismo, el islamismo, el judaísmo, el catarismo, el protestantismo, el paganismo indígena y asiático, el comunismo con la complicidad presunta del judaísmo, todos fueron peldaños que llegarán a la cima, en el fin del mundo, con la ira del dragón apocalíptico contra “los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc 12:17).
Los que llamaban a las cruzadas de exterminio contra los herejes albigenses durante la Edad Media, eran los mismos papas de Roma. Esas cruzadas eran dirigidas o acompañadas por prelados papales. Los que aplicaban la tortura durante la Edad Media en los tribunales secretos de la Inquisición, y extirpaban la herejía, eran igualmente sacerdotes católicos que obraban en respuesta a una orden papal. ¿Debía asombrarnos que quienes más fanáticamente participasen de las torturas y masacres de serbios y judíos a mediados del S. XX, fuesen también sacerdotes católicos? Claro está, se suponía que ya había pasado la época medieval, y que eso nunca volvería a ocurrir en la época moderna. Pero eso sucedió en prácticamente todos los países católicos, y en especial en Croacia bajo un régimen clero-fascista criminal.
1. Desde que el papado se instauró en Roma con plenos poderes.
Lo que la Iglesia Católica quiso hacer en el nuevo gobierno de Croacia, estuvo en armonía con lo que el catolicismo romano hizo hacer desde que el papado reemplazó a los césares romanos, y se estableció sobre Europa con plenos poderes. Quiso evangelizar toda Europa y lograr un dominio absoluto sobre todos los pueblos de la tierra. El método evangelístico que mejor la caracterizó está representado en todos los cuadros antiguos que tienen a Jesús dando al papa la llave, símbolo del poder religioso, y al rey la espada, símbolo del poder político. Pero como el papa pasó a ser considerado Vicario de Cristo, terminó en la práctica asumiendo ambos poderes. Por ser el alma, debía estar por encima del cuerpo, y los reyes debían simplemente ejecutar sus decretos. Eso le permitiría posteriormente lavarse las manos, arguyendo que la autoridad civil era la responsable de ejecutar las víctimas.
Un método tal posible únicamente bajo un régimen de unión clero-gubernamental, estaba en flagrante contradicción con el método evangelístico universal que Cristo ordenó a su iglesia. Ésta debía buscar únicamente el poder espiritual, como dijo Jesús a sus discípulos antes de ascender al cielo. “Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos... hasta lo último de la tierra” (Hech 1:8; véase 1 Cor 2:3-5). Lo que Jesús les dijo se basaba en la declaración de Zacarías: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, dice el Señor” (Zac 4:6).
Convendrá repasar ahora, brevemente, cómo evangelizó el papado a Europa y América Latina, y cómo intentó evangelizar también al Asia, una vez que se instaló en Roma como soberano del mundo. Esto nos permitirá luego comparar sus métodos con lo que intentó hacer en pleno siglo XX, en cada país en donde pensó que había recuperado su poder temporal (su herida mortal), con reconocimientos estatales equivalentes. Esto es importante, porque los mismos concordatos que hizo con Alemania y los demás países católicos durante la Segunda Guerra Mundial, los está logrando firmar ahora con descenas de países y lo quiere lograr aún con la Unión Europea y el mundo en general. Así como el papado arrastró implícitamente a los protestantes alemanes a pactar con el gobierno de Hitler, así también está abiertamente arrastrando ahora a los protestantes y a los ortodoxos a unirse en esa lucha por reconocimiento estatal, y a las demás religiones no cristianas en su esfuerzo por lograr, a la postre, un reconocimiento universal.
a) La evangelización de Europa a partir de Clodoveo. Apenas adquirió la Iglesia de Roma reconocimiento estatal del emperador Constantino en el S. IV, se transformó de perseguida en perseguidora. “Desde que había llegado a ser religión de Estado del imperio romano, [la Iglesia] comprendía instintivamente su destino de ser dominadora y luego la señora absoluta de los pueblos y de los reyes de la tierra”. Cuando en el S. VI, luego que fenecieron los emperadores en occidente, el obispo romano obtuvo la supremacía, comenzó su expansión misionera sobre los pueblos bárbaros que invadían y poblaban Europa. No pudo hacerlo antes que Clodoveo, el primer rey pagano-bárbaro, se convirtiese al catolicismo romano, y fundase en el 508 su gobierno en París bajo el principio de unión Iglesia-Estado.
Se puede decir de Clodoveo que fue el primer genocida católico-romano del medioevo. Como lo reconocen los historiadores, “la conversión al catolicismo hizo de Clodoveo el adalid de la religión verdadera contra los herejes... Esto tuvo por consecuencia la extirpación del arrianismo en la Galia meridional...” y, por último, “la restauración del imperio de Occidente” bajo el título de Sacro Imperio Romano. “Nada de esto habría sucedido... si Clodoveo no se hubiese hecho católico”. “Fue un momento crucial en la historia de la Galia y, desde luego, de Europa, en el que la Iglesia Católica obtuvo su supremacía... y en donde un rey bárbaro aceptó, por influencia de la Iglesia, el mecanismo de gobierno a través de obispos, condes y ciudades... Un jefe guerrero se había puesto a la cabeza de una Iglesia militante”.
Cuando marchaba con su ejército para enfrentarse con los arrianos visigodos, Clodoveo dijo: “Me siento vejado con que esos arrianos posean parte de la Galia; ataquémoslos con la ayuda de Dios y, después de conquistarles, dominemos su país”. Un historiador comenta que en esa declaración “nos parece oir un sonido precursor del clarín que llamaba a la caballería francesa a las cruzadas, que llenó de pánico a los herejes albigenses o que obligó en el S. XVII a emigrar a los hugonotes de Francia, con lo que se vieron notablemente enriquecidos muchos países protestantes de Europa” y en donde los así perseguidos encontraban refugio y libertad.
“Los reyes francos se atribuyeron el derecho de convertir a judíos y herejes a la religión católica, cuyo derecho usaron según las circunstancias y hasta donde les convenía o era posible. Así persiguieron a los arrianos tan luego como hubieron sometido sus territorios, y les quitaron sus iglesias que, consagradas nuevamente, fueron entregadas a los católicos”. “La importancia trascendental de la resolución de Clodoveo [de hacerse cristiano] fue tan evidente”, que las cartas eclesiásticas de los grandes obispos no escondieron su emoción por su importancia “para la prosperidad de la Iglesia Católica y del imperio franco, y hasta para la conversión de las tribus germánicas paganas de la orilla derecha del Rhin”.
En efecto, Avito, el obispo de Vienne, se dirigió a Clodoveo en términos equivalentes a los que los papas del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial utilizaron para reconocer el gobierno de los dictadores fascistas del S. XX. Los historiadores comentan que “Clodoveo, llamado por la divina Providencia como juez en la contienda de las dos religiones [arriana y romana], se había decidido por la católica, y este fallo debía servir de norma para todo el mundo”. Arengando a Clodoveo como los obispos del S. XX a Hitler y a los demás dictadores fascistas, el obispo de Vienne le dijo: “Para tus descendientes eres tú, en adelante, la norma en el reino de Dios, y su derecho y autoridad divinos han de estar en la fe católica de su antecesor Clodoveo”. También exortó a Clodoveo a someter a la fe católica a “todos los pueblos germánicos sumidos todavía en el paganismo”. “De tu buena suerte participará también la Iglesia; siempre que tú combates y vences, vence también ella”. Por eso reconocen los historiadores que “la conquista por los francos y la cristianización eran dos caras de la misma medalla”. Aún antes de su bautismo, el papa Anastasio nombró a Clodoveo como “protector de la Iglesia, su madre, enviado por Dios con esta misión”.
“Ahora”, continuó Avito en su carta a Clodoveo, “no puede nadie oponer a las amonestaciones de los eclesiásticos y de los grandes convertidos y bautizados ya, las antiquísimas tradiciones y usos de los antepasados”. Esto muestra cómo la tendencia del obispado de la época buscaba amparar su fe y expansión misionera en la de un poder cívico-militar. Avito pone al final de su carta delante de Clodoveo “la grandiosa perspectiva de la conversión y simultánea sumisión a su poder de todos los pueblos germánicos sumidos todavía en el paganismo”. “Pronto habrá Dios hecho suyo todo el pueblo franco; por eso no tardes, ¡oh rey!, en hacer partícipes de tu fe a los pueblos que todavía viven en el paganismo y no se hallan contagiados del arrianismo..., porque así te reconocerán por jefe suyo... y finalmente se someterán a tu dominio y formarán con sus territorios parte de tus Estados... Así participarán todos de tus triunfos, y de tu buena suerte participará también la Iglesia; siempre que tú combates y vences, vence también ella”.
Se considera esta carta como “el primer documento histórico auténtico del método de catolizar a los germanos paganos por medios materiales coercitivos, aplicados por la fuerza armada del rey de los francos”. Lo mismo ocurrirá más tarde con el papa “San Bonifacio, el apóstol de los alemanes. Los varones eclesiásticos que realizaron esta conversión de Alemania estaban convencidos de que era una ilusión creer que para convertir bastaba la excelencia de la doctrina que aquellos pueblos paganos o convertidos no eran capaces de comprender. Así lo evidencian los documentos históricos contra todo lo que hipócritamente se dijo después y se empeñan muchos en hacer creer todavía”. Ese papa canonizado “sometió la Iglesia germánica a Roma de manera ilimitada...” Requirió a los alemanes “obediencia incondicional al papa”, e hizo “jurar también a los obispos, en el parlamento de 742, guardar en un todo la fe católica, la sumisión a Roma, a San Pedro y a su representante el papa”, cuando todavía no se había editado la Ley Canónica de 1917, ni emitido la encíclica papal Quadragesimo Anno de 1931.
¿Cuál fue el legado que dejó Clodoveo en su carácter de primer rey católico de Europa? “Todas las iniquidades que no había tenido fuerzas para cometer antes de su bautismo, las cometió después; y sus francos aprobaron todas sus traiciones, muertes y demás atrocidades, como verdaderos bárbaros que eran y continuaron siendo a pesar de haber recibido el bautismo... Otro tanto hicieron muchos cristianos poderosos, latinos y germanos, civilizados y bárbaros, sirviéndose del cristianismo para satisfacer sus pasiones y ambición desenfrenada”. Para lograr sus objetivos, Clodoveo “se valió de medios inicuos, del asesinato alevoso, del engaño más vil, excitando al hijo al parricidio y haciendo después asesinar a traición al hijo”.
El obispo de Vienne lo había empujado a ese método expansivo del catolicismo romano diciéndole, en ocasión de su bautismo: “Adora lo que quemaste [el cristianismo] y quema lo que adoraste [el paganismo]”. El obispo Gregorio de Tours comparó a Clodoveo con Constantino, y se levantó la leyenda de que una paloma descendió sobre este nuevo hijo de la Iglesia cuando fue bautizado. “Así puso Dios”, escribió Gregorio de Tours, “unos tras otros a todos los enemigos de Clodoveo bajo el dominio de éste, extendiendo su imperio en recompensa de su conducta leal y de haber hecho lo que era agradable a Dios”. El historiador moderno concluye diciendo asombrado, que “esta era exactamente la expresión de la moral de Gregorio de Tours en aquel tiempo, pero a costa de la moral de Dios tan sorprendentemente representada por la Iglesia”.
Siendo que la Iglesia Romana “tenía interés en asegurar, ordenar y extender su conquista”, se hizo “ineludible la cooperación de los obispos” en la codificación de la nueva situación, “los cuales consiguieron que el rey convocara en el año 511 en Orleáns, el primer concilio franco, en el cual tomaron parte 32 obispos de su imperio”, formando la Ley Sálica.
b) Método evangelizador bajo Justiniano y otros reinos. Otro espaldarazo que iba a recibir el papado romano, siempre en el S. VI, provendría del emperador oriental, Justiniano. “Desde el comienzo de su reino... promulgó las más severas leyes en contra de los herejes en 527 y 528”. “Maniqueos, Montanistas, Arrianos, Donatistas, Judíos y paganos, todos fueron perseguidos”. “Siendo que ningún soberano [emperador] se había interesado tanto en los asuntos de la Iglesia, ningún otro parece haber mostrado tanta actividad como un perseguidor así de paganos como de herejes”.
Clodoveo y Justiniano fueron los prototipos sobre los cuales debía construirse la nueva Europa. Primero debía convertirse al rey, el que a su vez, con sus poderes absolutos, debía someter luego a todo el mundo. Tanto en Inglaterra “como en otros lugares, la conversión de los paganos debe ser atribuída, no precisamente a un movimiento penitencial del corazón, sino a la presión de la monarquía sobre una población sumisa... El credo del rey vino a ser el credo del pueblo”. “Si no recibís a los hermanos que os traen paz”, dijo el enviado papal a los cristianos de Gran Bretaña en el S. VI, “recibiréis a los enemigos que os traerán guerra; si no os unís con nosotros [en esta cruzada ecuménica dirían hoy los cristianos que caen en la onda del ecumenismo papal], para mostrar a los sajones el camino de vida, recibiréis de ellos el golpe de muerte”.
Antes de finalizar el S. VI, el papa estaba ya en plena función temporal, hasta “improvisándose como un general y enviando tropas, mapas de campaña y estrategia” contra los lombardos, pagando a los soldados, redimiento cautivos, defendiendo la ciudad y obrando como un verdadero diplomático. Un siglo después, Carlomagno libró 53 campañas militares “para llenar su imperio conquistando y cristianizando Bavaria y Sajonia”. Como ejemplo de su estilo evangelístico para tomar decisiones, podemos mencionar la concesión que “dio a los sajones conquistados de elegir entre ser bautizados o la muerte, y 4500 sajones rebeldes tuvieron que ser decapitados en un día”.
Uno de los misioneros más notables de la época que cristianizó a Irlanda fue el sanguinario Columba. Decían de él que “era un guerrero tanto como un santo”. Así también, al terminar el S. XX, el papa Juan Pablo II iba a beatificar al primado de Croacia, Stepinac, por su carácter tan santo y cometido a la expansión de la Iglesia Católica; y canonizar al mismo Pío XII, el papa tan comprometido de la Segunda Guerra Mundial, destacando también sus virtudes místicas.
Posteriormente el rey Otón I (936-973), en Alemania, iba a consolidar su poder nombrando a los obispos y abades como “gobernadores civiles a la vez que prelados eclesiásticos”, sistema que perduró hasta Napoleón a fines del S. XVIII. “A medida que Otón extendía su autoridad, fundaba nuevos obispados en los bordes de su reino, con propósitos en parte políticos y en parte misioneros, como los de Brandenburgo y Havelberg, entre los eslavos, y Schleswig, Ripen y Aarhus para los daneses”.
La conquista de Irlanda siguió un esquema semejante. Los católicos establecieron primero un asentamiento de base, de eso provino una guerra civil que requirió la intervención de un ejército extranjero. En 1169, el depuesto rey Leinster Dermot MacMurrough pidió un ejército papal normando de Inglaterra para recuperar su trono. Ese ejército inglés nunca se fue. Lo mismo haría la Iglesia de Roma en las demás tierras conquistadas del Asia y de América medio milenio más tarde. Inclusive en el Africa, cuando en el S. XVI, los criatianos etíopes no tendrían más remedio que aceptar la ayuda de los portugueses que iban siempre acompañados por el clero, para protegerse de los musulmanes. No se irían hasta que, en una revuelta, lograrían expulsar los jesuitas en el S. XVII.
¿Qué fue lo que necesitó el papado romano para justificar su espíritu sangriento y perseguidor al comienzo de la Edad Media en el primer milenio? No fue el comunismo que ni existía para entonces, sino el arrianismo que le impedía sobresalir como el nuevo y real emperador político-espiritual del mundo. Las mismas razones dadas por los fanáticos obispos que arengaban a los francos contra el arrianismo, iban a usar los obispos del S. XX para arengar a los alemanes y fascistas católicos al iniciarse la recuperación temporal del papado, para extirpar el comunismo y el judaísmo presuntamente vinculados con los movimientos de izquierda, y aún a la misma Iglesia Ortodoxa cuando esto les fuera posible.
¿Qué requerirá el papado para justificar un espíritu sanguinario al final, en un intento supremo y último por lograr la primacía del mundo? Otro chivo emisario sobre el cual el diablo logre levantar la antipatía universal. El arrianismo, el islamismo, el judaísmo, el catarismo, el protestantismo, el paganismo indígena y asiático, el comunismo con la complicidad presunta del judaísmo, todos fueron peldaños que llegarán a la cima, en el fin del mundo, con la ira del dragón apocalíptico contra “los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc 12:17).
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