El Vaticano y los Grandes Genocidios del Siglo XX (34)

Vínculo del peronismo con la Iglesia Católica. En general, el peronismo se considera hoy a sí mismo como una solución intermedia entre el fascismo y el comunismo. Dicho de otra manera, se trataría de una posición intermedia entre los intereses católicos tradicionales y las corrientes políticas de izquierda. Esa posición intermedia se habría producido como resultado de una ruptura entre el catolicismo y los sectores populares. Monseñor Emilio Di Pasquo, el padre confesor de Evita, reconocía en 1945 que el capital y el trabajo se hacían la guerra para entonces, y como el capital estaba ligado a la Iglesia, observó entonces que “el abismo que separa el capital del trabajo es el mismo que separa a los trabajadores de la Iglesia”.

Con la subida de Perón a la presidencia argentina, la Iglesia Católica pensó que lograría afirmar la hegemonía del catolicismo mediante el típico sistema coercitivo que se daba en los gobiernos fascistas de Europa. En realidad, la unidad entre la Iglesia y las fuerzas armadas tenía ya larga data dentro del pensamiento político católico. En Argentina esta unidad se estableció claramente en los años 30 con el nombramiento del obispo de Rosario como Vicario General del Ejército.

- Política socio-económica redistributiva. Perón, por otra parte, incorporó en su sistema político las encíclicas papales de esos años, según lo declaró públicamente en su último discurso antes de las elecciones que le dieron la victoria en 1951. Tanto la Iglesia como Perón creían en una política social redistributiva para resolver el antagonismo creado entre el capital de las industrias y el trabajo de las masas. De manera que con tal prédica de Perón en su campaña política, la Iglesia podía seguir gozando, en principio, del predominio clero-gubernamental en materia política.

Ese sistema social redistributivo en lo que se refiere a las ganancias, fomentado por las encíclicas papales, llevó a Perón a requerir de las industrias y de los ricos donaciones inconmensurables para sus obras sociales. Las industrias que no participaban en esa obra de “caridad”, que tenía como propósito honrar las imágenes de Perón y Evita, eran cerradas por cualquier pretexto. De manera que ninguna industria ni fábrica ni empresario tenía otra alternativa que dar para los “pobres”. Así ganaba el mandatario argentino el favor y la admiración de las masas pero, ignorando el favor y la admiración que quería recibir la Iglesia Católica por tal política.

Es llamativo que en esa época, la traducción bíblica de Reina Valera sobre 1 Cor 13 prefería la palabra “caridad” en lugar de “amor”, debido a la creencia de que la palabra “amor” había degenerado evocando aspectos sensuales. Luego que cayeron Perón y Evita, el cuadro volvió a revertirse por la imagen torcida que terminó dejando en la gente el uso de la palabra “caridad” (como símbolo de farsa). En su lugar, se decidió volver a la palabra “amor”. Este hecho ilustra el contraste entre el verdadero “amor” que describe la Biblia, con la presunta “caridad” por la que aboga la Iglesia Católica como fundamento de su obra económica-social redistributiva.

Una política redistributiva equivalente se vio en años más recientes en la “teología de la liberación”. El papa Juan Pablo II no la rechazó por sus principios económico-sociales como tales, sino por su tendencia política revolucionaria, izquierdista y marxista que no está dispuesta a darle a la Iglesia Católica todo el rédito en loas que pretende recibir. Esa tendencia jesuítica moderna en latinoamérica en especial, hacia una “liberación” socio-económica más independiente, contribuyó a que el papa Juan Pablo II terminase dando preeminencia a la orden más conservadora del Opus Dei en el Vaticano. Esto implicó una persecución interna contra los jesuitas, cuya influencia dentro de la Iglesia Católica terminó decayendo.

El mismo contraste entre el verdadero amor bíblico que “no siente envidia..., no es jactancioso, no se engríe, no es rudo, no busca lo suyo” (1 Cor 13:4-5), y la “caridad” que compite por la supremacía política y la alabanza del mundo al exigir a los pudientes dar a los pobres, es el que se ve hoy en la política papal de “globalización de la solidaridad”. Lo que el papa hace en la actualidad es fomentar, muy sutilmente, la rebelión y emancipación de las naciones más pobres, para canalizar las amarguras y furstraciones de las masas en su favor. Mediante su esfuerzo por fiscalizar la actividad política internacional y nacional en materia socio-económica, espera poder ascender otra vez al poder mundial, y hacer que su voz se escuche por toda la tierra [véase, A. R. Treiyer, Jubileo y Globalización. La Intención Oculta (1999), cap 11].

La política económico-social redistributiva tradicionalmente abogada por las encíclicas papales a fines del S. XIX y comienzos del XX se mantiene en pie, requiriendo a nivel internacional que las naciones más ricas condonen la deuda externa de los países más pobres. Tal política nace en el mismo espíritu que motivó a Judas a requerir que el dinero ofrecido al Señor se lo diese a los pobres a través de su administración fraudulenta personal (Juan 12:5-6). El Señor también prohibió a su iglesia esa política interesada y propagandística, cuando advirtió a sus discípulos que “los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero vosotros no sois así” (Luc 22:25-26).

- Política educativa. Perón también le dio a la Iglesia Católica el gusto en materia educativa. Ya el gobierno militar de 1943, bajo la influencia del integrismo católico, había decretado la enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas, como medio indispensable para catolizar la sociedad. Pero la Iglesia aspiraba a que ese decreto fuese garantizado por una ley del Congreso, una vez que el país volvió a la vigencia constitucional, y comerció con Perón el apoyo de su candidatura sobre la base de la aprobación de tal ley. Cuando el debate llegó a la cámara de diputados, la Iglesia comenzó a ejercer su presión para su aprobación recurriendo al modelo franquista español que pretendía fundir la hispanidad con el catolicismo y la nacionalidad, y vincular el liberalismo y el laicismo con la desintegración del cuerpo social de la nación.

Algunas frases en los discursos de la cámara de diputados fueron entonces muy significativas. “Nuestra tradición es Cristo y estar contra ella es estar contra Cristo. Dios es el alma nacional”. Esta declaración del “alma nacional” implicaba la superioridad por el que abogaron siempre los papas basados en la filosofía de Tomás de Aquino, de la autoridad religiosa (el alma) sobre la civil (el cuerpo). “Con España [antes de Franco], el catolicismo era el otro gran calumniado; se estableció la siguiente sinonimia: hispanidad, catolicidad, oscurantismo. Y así comenzó, señores diputados, todo el proceso de descastización..., una ruptura violenta con la más pura y rancia tradición argentina”. “Entre una tradición de tres siglos y medio y otra de apenas sesenta años, la primera es la verdadera, elaborada a lomo de centurias, iniciada desde el instante en que el gran navegante hincó su rodilla en América, para anunciarle al indígena que el eclipse y el rayo eran castigos divinos lanzados... sobre la antifé”.

¿Qué hizo el navegante católico español con el indígena en latinoamérica? Creó un Tribunal de Extirpación de Idolatrías para torturar y aniquilar a los indígenas rebeldes que no se convirtiesen a la fe católica, o que seguían apegados a ciertas tradiciones paganas. ¿Cuál fue más definidamente la actitud de la Iglesia y el Estado para con el índígena en la católica Argentina del S. XIX? No fue su integración a un patrimonio común, sino la paz establecida mediante la total exterminación de los indios pampas en Buenos Aires y de los charrúas en Uruguay. ¿Ese fue el evangelio que trajo el navegante español, acompañado indefectiblemente por un sacerdote para intentar catolizar la sociedad indígena? ¿Quiénes, sino los sacerdotes católicos y el ejército español, produjeron el eclipse presuntamente divino de los indígenas e hicieron caer los rayos de la ira divina sobre la antifé? ¿Sobre esa base querían todavía reconstruir la sociedad argentina a mediados del S. XX?

d) Conflictos entre la Iglesia y el peronismo. Perón comenzó su primer mandato en agosto de 1946, y esos conflictos sobre la acción estatal en el ámbito social que la Iglesia consideraba como suya, comenzaron a darse desde bien pronto. Por influencia de Perón la ley que establecía la enseñanza obligatoria de la religión católica en las instituciones educativas estatales finalmente se aprobó (marzo de 1947). Pero de los seis miembros determinados para la Dirección General de Instrucción Religiosa, el director y cuatro vocales debían ser designados por el Poder Ejecutivo. Con esto daba a entender Perón que no estaba dispuesto a ceder todo el terreno a la Iglesia.

Los católicos sintieron, al mismo tiempo, que debían competir con figuras históricas de corte anticlerical como Rivadavia y Sarmiento que impregnaban el ámbito educativo. La Iglesia consideraba, al mismo tiempo, como peligrosa moralmente una preocupación excesiva por lo corporal como la enseñanza de la higiene y el deporte. El cuerpo de la mujer era visto como fuente de corrupción, por lo que los censores católicos se oponían al uso de ropas gimnásticas escuetas entre las jóvenes estudiantes.

La enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas públicas fracasó por dos razones básicas. Una tuvo que ver con la falta de preparación de los profesores de religión, según admitió después la Iglesia, ya que los más capacitados preferían permanecer en las instituciones católicas privadas. El segundo tuvo que ver con la intervención peronista especialmente en las escuelas primarias, que buscó acaparar para sí todo el mérito y honor de la instrucción pública y de la obra social. El texto escolar de 1947 decía, por ejemplo: “... tú estás viviendo en los años del gobierno del GENERAL PERÓN, que es como Belgrano, un patriota cristiano; como San Martín, un libertador preclaro; como Rivadavia, un genial propulsor del progreso; como Sarmiento, un apóstol de la cultura. Pero hay algo en lo que no tiene antecesor. Es como nadie, el DEFENSOR de los trabajadores y el PALADIN DE LA JUSTICIA SOCIAL”.

En otras palabras, la exaltación a los líderes patrios entre los cuales se destacaba Perón terminó constituyendo la base de la educación de “la nueva Argentina”, no la religión católica. A Perón se le otorgó el título de “primer maestro de la nueva escuela argentina”. La enseñanza de la religion pasó a transformarse en una concesión de Perón a los católicos, no en un derecho que la Iglesia consideraba como propio. Finalmente Perón y Evita terminaron ocupando todos los espacios reclamados por la religión. Los niños debían leer desde 1951 que “el general Perón, siguiendo el ejemplo de Jesús, buscó a sus amigos entre los pobres”. ¿A quién debían mirar los niños para contemplar a Jesús? No a los santos, ni a los maestros de religión, ni a los sacerdotes católicos, ni tampoco al papa, sino al mismo Perón.

A partir de la muerte de Evita en 1952, el Ministerio de Educación decretó que los niños colocasen en todas las escuelas una ofrenda floral ante su retrato, y leer, al izar o arriar la bandera, una oración en su memoria. Toda la veneración exigida por la Iglesia Católica a sus tantas imágenes de vírgenes y santos, comenzó a dársela el peronismo a la imagen de Evita. Y la veneración endiosada de Evita a Perón se ve notablemente retratada en su libro, “La Razón de mi Vida”, que debía servir como manual de lectura para el último grado de la escuela primaria. ¿A quién debían mirar los que veneraban a Evita? A Perón quien a su vez, como ya vimos, era la figura representativa de Jesús.

e) Intermediarios competidores. Este es un punto importante que no puede pasarse por alto. La Iglesia se quejó porque Perón y Evita terminaron ocupando el lugar de Cristo como una especie de intermediarios en donde el último estadio eran Cristo y Dios mismo. Pero, ¿acaso no hace ella lo mismo cuando interpone entre Cristo y su Padre una cantidad de intermediarios presuntamente virtuosos para que la gente los mire, y venere a través de ellos, el rico patrimonio que presuntamente posee la Santa Madre Iglesia que los dio a luz? El clero se quejó de Perón porque desplazó con su propia imagen la intermediación que la Iglesia Católica se atribuye a sí misma entre Cristo y Dios.

Es llamativo que los sistemas políticos que tributan un culto al dictador se haya dado históricamente en países mayormente paganos y católicos. Se debe a que la gente está acostumbrada por esas religiones a venerar a seres humanos, a superestrellas con calificaciones extraordinarias, porque su religión les enseña a admirar un sinnúmero de luces brillantes que opacan, a la postre, la verdadera luz del cielo. La exaltación casi religiosa de Perón, y más aún de Evita, ha continuado en Argentina durante medio siglo después de haber muerto Eva y caído el dictador. Cuando se estrenó la película sobre Eva Perón al concluir el S. XX, hubo gente indignada en Argentina porque sentía que una mujer de tan baja moral como Madona era indigna de representarla. ¡Cómo podía atreverse una mujer así representar a otra tan santa como Evita! ¿Por qué esa reacción? Porque además de los santos y por encima de ellos, los católicos han sido enseñados a venerar a María, y en Evita muchos podían ver de nuevo una mujer llena de grandes dotes presuntamente maternales.

Así como la Iglesia de Roma reemplazó las estatuas de la diosa Isis por las de María en el S. IV y V, y el culto al emperador por el del papa en el S. VI, así también le resultaba natural a mucha gente en Argentina reemplazar al papa y a los santos por Perón, y a la virgen María por Evita. Un historiador católico que contó con el Imprimatur de Roma, describe el sincretismo que se produjo al concluir la primera mitad del primer milenio cristiano. “Una adoración íntima y confiada de los santos reemplazó el culto de los dioses paganos, y satisfizo el politeísmo congenial de las mentes simples o poéticas... Los altares paganos fueron rededicados a héroes cristianos; incienso, luces, flores, procesiones, vestidos, himnos, que habían agradado al pueblo en los viejos cultos, fueron domesticados y purificados en el ritual de la Iglesia; y la tosca matanza de una víctima viviente fue sublimada en el sacrificio espiritual de la Misa” (Will Duran, The Age of Faith, 75).

Pero, ¿qué es lo que sucede en realidad con ese tipo de veneración humana? Ya lo había escrito E. de White en 1911: “El culto de las imágenes y reliquias, la invocación de los santos y la exaltación del papa son artificios de Satanás para alejar de Dios y de su Hijo el espíritu del pueblo. Para asegurar su ruina, se esfuerza en distraer su atención del único que puede asegurarles la salvación. Dirigirá las almas hacia cualquier objeto que pueda substituir a Aquel que dijo: ‘¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso!’” (CS, 625). Fue una formación tal de las masas, a las que la Iglesia de Roma acostumbró a venerar seres humanos en lugar de a Dios mismo, la que facilitó la tarea demagógica de Perón y Evita hace medio siglo atrás.

El golpe militar de septiembre de 1955 vio a la Iglesia Católica otra vez junto a las fuerzas armadas. Contrariamente al reino de Cristo que no busca honores mundanos (Juan 5:41), la Iglesia continuaba buscando la alabanza humana por la cual Perón había competido. Jesús acusó a los gobernantes políticos y religiosos de sus días de buscar “la alabanza los unos de los otros”, en lugar de buscar “la alabanza que viene del Dios único” (Juan 5:44). Pero Perón eclipsaba la alabanza que la Iglesia pretendía pertenecerle a ella y, por consiguiente, la Iglesia Católica no podía retribuirle tal reconocimiento.

La Iglesia Romana reconoce únicamente a los gobernantes que están dispuestos a involucrarse en un sistema de gobierno compartido según el molde preanunciado en Apoc 13:4. Ambos poderes, el civil y el religioso, pueden ser venerados conjuntamente según el sistema ideado por el “príncipe de este mundo”, pero a condición de que se reconozcan mutuamente y no compitan demasiado por la adoración que buscan. Mientras que en los antiguos cultos paganos había una sola cabeza y era la del emperador, en el sistema medieval hubo dos cabezas, la monárquica y la papal, dándose mutuamente los reconocimientos públicos que les permitían gobernar en forma absoluta sobre los pueblos y las naciones de entonces. Este sistema que se iba a establecer con la aparición del papado romano, fue profetizado por el antiguo profeta Daniel. De ese “rey altivo de rostro” (Dan 8:23) predijo que colmaría “de honores a quienes lo reconozcan, dándoles dominio sobre muchos, y” repartiéndoles “la tierra como recompensa” (Dan 11:39).

Todo el que aspira a gobernar sobre este mundo, debe esforzarse por buscar su aprobación y reconocimiento político. Pero la Iglesia de Cristo no fue levantada por el Señor para gobernar el mundo, ni tampoco para que se esforzase por obtener reconocimientos políticos, sino para buscar la alabanza que proviene del único Dios que está en el cielo. La única manera de obtener ese reconocimiento divino es buscando hacer su voluntad, guardando sus mandamientos (Juan 14:21-23). Ese mismo hecho pondrá a la verdadera Iglesia de Cristo a menudo en conflicto con el mundo (Juan 17:14). El que se esfuerce por obtener la alabanza de Dios se verá, en efecto, a menudo incomprendido por las autoridades terrenales, como lo fue Cristo durante toda su estadía en esta tierra (Juan 15:18-20; 16:33). No se trata de negarle reconocimiento a quien se lo merece, sino de no buscar aplauzos que sacrifiquen la justicia o que comprometan al verdadero cristiano en su fidelidad a Dios (Juan 17:16-19). Los que a expensas de la verdad y la santidad compartan honores con los así llamados “grandes” de este mundo, podrán obtener tal vez importantes beneficios terrenales. Pero no podrán contar con la aprobación divina ni menos aún, con la vida eterna.

El gobierno que se levantó en Argentina después que Perón cayó no impuso la enseñanza de la religión. Para ese entonces las influencias liberales se hacían sentir aún en el catolicismo, que terminó viendo como más productivo reforzar la enseñanza religiosa en los centros de educación católica privada, antes que por la fuerza de la ley en las escuelas públicas. El esfuerzo principal de la Iglesia Católica iba a darse de allí en adelante en obtener todo el apoyo estatal posible para fortalecer sus propios centros privados de educación. Aunque ya concluyendo el S. XX, el papa Juan Pablo II iba a intentar influenciar las autoridades políticas y educativas argentinas para que volviesen a imponer la educación religiosa en las escuelas públicas, tal presión del Vaticano no iba a poder pasar por alto la experiencia histórica que se había vivido en ese país y que rechazaba, con argumentos bien elaborados, los efectos negativos de tal reclamo.

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