El mundo en vísperas de la Reforma

Lentamente surgió a la vida un nuevo mundo alrededor del año 1500. La transición entre el mundo medieval y la Edad Moderna fue gradual y por lo general, imperceptible. Las fuerzas que en gran medida habían estado adormecidas antes del período de la Reforma se manifestaron y se dejaron sentir con fuerza y premura.

Durante más de 800 años la amenaza máxima para el Occidente había sido la presión musulmana. Los moros se habían establecido en España, y los turcos continuaban avanzando desde el Oriente aproximándose más y más al corazón de Europa. El peligro musulmán se hacía sentir aún más en los países donde se había producido la Reforma. Durante un tiempo Lutero estuvo tan impresionado por la amenaza turca, que en varias ocasiones predicó sermones instando a una cruzada contra los turcos. También temía que se produjera el fin del mundo antes de que pudiera completar la traducción del Antiguo Testamento al alemán.

Entre los factores más significativos que se presentaron en la Europa occidental aproximadamente a comienzos del siglo XVI, están los siguientes:

Aparición del nacionalismo.

Surgieron Estados fuertes y centralizados que amenazaban tanto al poder internacional, más o menos indiscutido, que mantuvo el papado durante la Edad Media, como al predominio del Santo Imperio Romano Germánico en la Europa central. Gradualmente evolucionaron naciones independientes que se transformaron en monarquías absolutas, cuyas formas de gobierno finalmente se convirtieron en modelos para toda la Europa occidental.

España predominó durante el siglo XVI. Las enormes riquezas que obtenía del Nuevo Mundo y el rápido acrecentamiento de su poder naval, significaban una gran amenaza para otras naciones. Francia, donde existían fuertes partidos protestantes dentro de su estructura política, fue arrastrada a una serie de sangrientas guerras civiles y religiosas. Finalmente Enrique IV de Navarra, el primer rey borbón, un ex hugonote, impulsó a Francia por una senda de expansión y colonialismo que dio como resultado, en el siglo siguiente, el absolutismo monárquico de Luis XIV y la hegemonía de Francia en el continente.

El espíritu nacionalista se impuso en Inglaterra en el siglo XVI cuando, bajo el gobierno de los Tudor, el país se expandió independiente de la interferencia papal, y se desarrolló como una nación que finalmente logró el dominio de los mares superando a España y a Holanda y adquiriendo un vasto imperio colonial. Esta tendencia irresistible hacia el nacionalismo individual tuvo que ver con la Reforma religiosa.

En el siglo XVI la religión era el factor predominante. Los grandes soberanos de Europa tenían que hacer frente a esa realidad que afectaba a sus países. En Inglaterra, Enrique VIII (1509- 1547) entró en conflicto con Roma. En Francia, Francisco I (1515-1547) oscilaba constantemente entre la influencia católica y la protestante, dependiendo de la forma en que soplaban los vientos de la política. Cuando el rey necesitó la alianza o el apoyo de los príncipes luteranos de Alemania en su lucha contra Carlos V, transitoriamente se permitió en Francia una forma atenuada de protestantismo. Carlos V (1519-1556), cabeza del Santo Imperio Romano Germánico, emperador de Austria y soberano de los Estados alemanes, fue el más poderoso gobernante de la Europa central. Sus dominios se extendían desde Austria hasta el 48 Nuevo Mundo, y desde los Países Bajos (hoy Holanda y Bélgica) hasta España e Italia.

Esta situación política favoreció directamente a la Reforma, pues las ambiciones del emperador de Austria y del rey de Francia dieron como resultado un constante estado de guerra entre los dos soberanos. Esta circunstancia desvió repetidas veces la atención de Carlos V del propósito de toda su vida: aplastar la Reforma. Era un firme católico, movido por el anhelo de mantener el orden y de establecer la unidad de sus vastos dominios esparcidos por todo el globo, y Felipe II, su hijo, fue un católico aún más fanático.

Apertura de las rutas marítimas.

Con el comienzo del siglo XVI se ampliaron los horizontes y se descubrieron nuevos continentes. Los navegantes portugueses, españoles e italianos encontraron rutas marítimas a la India y a las Indias Orientales, el gran emporio de las especias. Colón llegó a las playas de las islas del mundo occidental en 1492. El globo fue circuido por primera vez por el portugués Magallanes en 1519-1522, y al mismo tiempo, los españoles comandados por Cortés conquistaron a México. Algunos de esos aventureros eran religiosos. Cristóbal Colón creía que el fin de todas las cosas se estaba aproximando, y uno de los motivos de sus viajes que expuso era la conversión de los pueblos que descubriera. El príncipe Enrique el Navegante, de Portugal, el "cerebro" de muchas expediciones a través de los mares desconocidos, albergaba el deseo de propagar el cristianismo. Magallanes, cuya expedición le dio la vuelta al mundo, también tenía profundos sentimientos religiosos.

Desarrollo cultural.

El Renacimiento de las artes en el siglo XV y comienzos del XVI, que siguió el modelo de los maestros clásicos griegos, consistía en la creación de nuevos estilos arquitectónicos, un reavivamiento de las letras y el fomento de las bellas artes patrocinados por ricos mecenas, como los Médicis de Florencia, los reyes y los papas. Los grandes maestros italianos crearon en Italia, Holanda y Alemania obras de arte en pintura y escultura de un incomparable grado de belleza clásica, mientras que Francia sobresalía en arquitectura. En el siglo XVI hubo muchos hombres e ideas importantes; algunos fueron de genio creador; otros, sediciosos. Hombres intrépidos y temerarios entraron en nuevas líneas de pensamiento, descartando así los reverenciados conceptos del pasado. Esta irresistible corriente arrastró a artistas, eruditos, soldados y filósofos. Lo que había sido considerado una quimera, se convirtió en realidad; desapareció lo que había sido considerado como real. Los trovadores seguían entonando sus cantos de castillo en castillo, pero el feudalismo gradualmente desaparecía. El renacimiento de las artes hizo que reapareciera la visión de la belleza de la antigüedad, mientras que la prensa se convertía en un medio eficaz de propaganda. El intenso deseo de ser libres hizo que algunos captaran la luz procedente del "abismo de la ciencia" al que se refirió Rabelais. Hasta el cuerpo humano perdió sus misterios. Mientras que el joven Miguel Servet descubría la circulación pulmonar de la sangre, Rabelais explicaba en Lyon por medio de una disección anatómica y frente a un interesado auditorio, la fabricam corporis (la estructura del cuerpo).

La ciencia.

Copérnico (1473-1543), contemporáneo de Lutero, defendía la idea revolucionaria de que el Sol, y no la Tierra, era el centro del universo, y que la Tierra giraba alrededor del Sol, y no éste alrededor de ella. Esto era herejía. La iglesia se aferraba a la antigua teoría de Tolomeo de que la Tierra era el centro del universo y que todos los cuerpos celestes giraban alrededor de ella. Pedro Lombardo (c. 1100-c. 1160) había declarado: "Así como el hombre ha sido hecho por causa de Dios, es decir, para que pueda servirle, así también el universo está hecho por causa del hombre, es decir, para que pueda servirle; por lo tanto, el hombre está colocado en el centro del universo" (citado por Albert C. Knudson, en Present Tendencies en Religious Thought, p. 43). Copérnico fue considerado como hereje por los protestantes y también por los católicos. No se atrevió a defender sus ideas públicamente como tampoco lo hizo Galileo (1564-1642), quien también creía que la Tierra rotaba sobre su propio eje mientras gira alrededor del Sol. Por esta herejía científica Galileo fue encarcelado y juzgado, y apenas escapó de la ejecución porque renunció aparentemente a sus opiniones científicas. Las supersticiones medievales predominaron hasta que, después de algún tiempo, los hombres vieron la luz y tuvieron el valor de seguirla.
El aumento de la ciencia y de la riqueza fueron también un reto y una amenaza para el cristianismo; una amenaza, porque aumentó el deseo de riquezas y fomentó la explotación por motivos egoístas de los continentes recién descubiertos. La avidez por el oro con frecuencia resultó en la opresión de los aborígenes y aun en su extinción; sin embargo, los cristianos fueron impulsados como nunca antes a llevar el cristianismo hasta los lugares más lejanos. La idea de ir como misioneros a ultramar fue el resultado natural de la conquista y la colonización y una motivación para esa clase de misiones. Para la Iglesia Católica fue una amenaza porque incitaba a los hombres a pensar por sí mismos.

Inquietud intelectual.

El reavivamiento de la cultura liberal y un nuevo espíritu de examinar bien las cosas, ayudó a desenmascarar ciertos documentos fraudulentos que se habían usado durante unos ocho siglos para fundamentar la autoridad de la iglesia; por ejemplo, las Seudodecretales de Isidoro y la Donación de Constantino. El vacilante fundamento de los sistemas medievales fue afectado por la nueva forma de pensar. Los nuevos conceptos elaborados por los humanistas de la Europa del norte se difundían rápidamente en las universidades y mediante folletos provenientes de las prensas de Basilea y París. El entusiasmo por la nueva cultura fue también un estímulo y una amenaza para los cristianos; un estímulo, porque ofrecía posibilidades casi ilimitadas para la propagación del Evangelio, para lo cual los nuevos inventos eran una ayuda inesperada; y una amenaza, porque el espíritu de crítica escéptica podía minar fácilmente los fundamentos de una fe cristiana positiva. Esta posibilidad se puso de relieve en la disputa entre Lutero y Erasmo acerca de la libertad de la voluntad humana. Erasmo sostenía la idea de que la voluntad es libre, mientras que Lutero argumentaba, apoyándose supuestamente en la Biblia, que la voluntad está sometida a servidumbre. Erasmo no se ganó la confianza de todos los protestantes, y la jerarquía católica colocó sus libros en el Index después del Concilio de Trento (1545-1564).

Erasmo de Rotterdam (1466?-1536) es llamado el príncipe de los humanistas. Su viva inteligencia y su vasto conocimiento contribuyeron mucho al movimiento de reforma en su tiempo. El ideal de Erasmo era llegar a la conciencia de la cristiandad mediante los Escritos Sagrados, y para ese fin publicó (1516) el NT en griego. El texto estaba acompañado de una traducción literal con anotaciones. Lutero usó este texto en sus conferencias sobre Gálatas, y pudo darse cuenta mediante el texto de Erasmo de las inexactitudes de la Vulgata. Este texto griego hizo posible que Martín Lutero tradujera el NT en el corto lapso de unos pocos meses. Alemanes de renombre, como Reuchlin por ejemplo, también contribuyeron al conocimiento y divulgación del Evangelio.

Tomás Moro (o More), el autor de Utopía, concebía en Inglaterra un mundo ideal de felicidad y justicia social, en tanto que Juan Colet, de Oxford, procuraba resolver los problemas de su tiempo por medio de la educación. Los humanistas, que eran los intelectuales de la era de la Reforma, procuraban llegar a la solución de las dificultades de su época volviendo al modo de pensar de la antigüedad griega y romana. Sostenían que el hombre puede salvarse por sí mismo, y que la forma en que mejor puede ser ayudado es por medio de la educación y un liderazgo bien instruido. Colocaban el énfasis del progreso en los medios humanos y no en los divinos.

Inquietud económica.

Otra característica significativa de este período fue un gran aumento de la riqueza, lo que se debió en parte al descubrimiento de oro en los continentes recién descubiertos y, en parte, debido a mejores métodos comerciales; sin embargo, esa riqueza en gran medida estaba a disposición de unos pocos príncipes y la mayor parte de las tierras estaban en poder de la iglesia. En Alemania, por ejemplo, la Iglesia poseía casi la mitad de la tierra; la situación era similar en Francia. Los siervos y los campesinos que trabajaban los campos estaban ligados a éstos y no tenían libertad. Les estaba prohibido pescar o cazar en la tierra donde trabajaban, y podía castigar hasta con pena de muerte derribar un árbol en esa propiedad.

La gente de los días del Renacimiento generalmente sufría de hambre y de frío. La gran mayoría no podía vivir con sus míseros ingresos. Martín Lutero se refirió a esas deplorables condiciones económicas en su tratado de 1520, dirigido A la nobleza cristiana de la nación alemana. Indicaba que los tiempos habían cambiado y que los pobres no podían ser oprimidos por más tiempo. Los campesinos entendieron que eso significaba que Lutero de allí en adelante sería su portavoz y defensor.

Supersticiones.

La creencia en los méritos de las obras y en el poder milagroso de las reliquias fue cínicamente respaldada y fomentada por la iglesia. Casi cada príncipe y con seguridad cada iglesia, tenían reliquias que eran una importante fuente de ingresos. La "religión de las reliquias" predominaba en los días de Lutero. Federico el Sabio, elector de Sajonia, príncipe y amigo de Lutero, era un celoso coleccionista de reliquias. En 1509 tenía 5,005 objetos en su colección, y en 1520 había aumentado hasta el punto de incluir 19,013 "huesos sagrados". Los que contemplaban las reliquias en el Día de Todos los Santos (l.º de noviembre) y entregaban la contribución estipulada, podían recibir indulgencias papales para la reducción del tiempo de castigo en el purgatorio para sí mismos o para otros, hasta un total de 1,902,202 años y 270 días. Lutero exclamó con sumo desprecio en una ocasión: "¡Qué de mentiras hay en cuanto a las reliquias! Uno pretende tener una pluma del ala del ángel Gabriel, y el obispo de Mainz tiene una llama de la zarza ardiente de Moisés. ¿Y cómo es que hay dieciocho apóstoles sepultados en Alemania cuando Cristo sólo tuvo doce?" (Rolando H. Bainton, Here I Stand, p. 296).

Frente a la iglesia de San Juan de Letrán, en Roma, está la Scala Sancta, con los 28 escalones que se suponía que habían estado frente al palacio de Pilato. El que ascendía esos escalones sobre sus rodillas, repitiendo un Padrenuestro en cada uno, se creía que conseguía la liberación de un alma del purgatorio.

Indulgencias.

En la iglesia se enseñaban y practicaban penitencias desde antes el Concilio de Nicea (325 d. C.). Estas incluían los siguientes pasos:

(1) contrición del corazón, (2) confesión de boca, (3) satisfacción mediante buenas obras y (4) absolución o perdón de los pecados, que era pronunciada por el sacerdote en el nombre de Dios. Durante el siglo VIII, en algunos países, por lo menos algunas de las buenas obras podían ser sustituidas por una compensación monetaria hecha a la iglesia. Este fue el origen de las indulgencias. Las primeras fueron concedidas en el siglo XI a los que "con devoción" fueron a las cruzadas y también a los que hacían ciertas contribuciones para los cruzados o, más tarde, para los varios proyectos de la iglesia. La absolución precedía ahora a la prescripción de la penitencia. La penitencia fue declarada un sacramento en el siglo XIII; pero transcurrió más de un siglo antes de que la teología de las indulgencias fuera explicada como un pago de la deuda de la penitencia a la "tesorería de los méritos" de la iglesia, del cual el papa podía sacar y conceder. Se prometía que junto con la confesión del penitente al sacerdote, Dios perdonaba al culpable los pecados confesados y lo libraba del castigo eterno; pero que el pecador aún tenía que sufrir el castigo temporal en esta vida o en el purgatorio antes de que pudiera entrar en el cielo. Una indulgencia era el perdón de todo o de parte del castigo temporal que era necesario pagar debido al pecado aun después de que el pecador había sido perdonado. El perdón era concedido con la condición de la penitencia y de hacer las buenas obras que se prescribían, como oraciones u otras buenas obras, o dar dinero a la iglesia.

La tesorería de méritos.

Se creía que los mártires, los santos, los apóstoles y especialmente nuestro Señor y su madre, habían sobreabundado en buenas obras, y que lo que excedía de lo necesario para su propia salvación había sido depositado en un supuesto "tesoro de méritos". Se decía que ese excedente de los méritos de los santos se podía transferir a aquellos cuya deuda con la divina justicia no estaba cancelada, y, por supuesto, el papa, como pretendido sucesor de San Pedro, tenía las llaves de la "tesorería de los méritos" y podía liberar a una persona del castigo temporal dándole un crédito de esa "tesorería". Esa transacción se llamaba indulgencia. Lutero discutió más tarde este punto ante el cardenal Cayetano en Augsburgo, en 1518.
Por lo tanto, el valor práctico de las indulgencias era el perdón del castigo que le correspondía a una persona después de que había recibido la absolución. Pero precisamente 50 años antes del tiempo de Lutero, el papa Urbano IV había declarado que la eficacia de las indulgencias se extendía hasta el purgatorio para beneficio de los muertos como un medio de sufragio, y también para los vivos como un medio para perdón de los pecados y remisión de los castigos correspondientes. De ese modo las indulgencias no sólo prometían la reducción del castigo sino aun el perdón de los pecados.

Tendencias encubiertas de reforma.

Aun antes de que Martín Lutero comenzara a demandar una reforma en la Iglesia, entre piadosos y sencillos cristianos se había propagado una fe que se remontaba a los lolardos, los husitas, los valdenses y los Hermanos de la Vida Común. Todos ellos pedían la traducción y circulación de la Biblia y la lectura de publicaciones de índole religiosa. Muchos de esos movimientos anteriores a la Reforma fueron básicamente místicos. Los místicos verdaderamente evangélicos ponían énfasis en una vida de oración y meditación y en llegar hasta Dios sin necesidad de un sacerdocio intermediario. Destacaban la necesidad de una religión del corazón y de los sentimientos, y no dependiente de los teólogos. Esta profunda vida religiosa y piadosa fue un medio importante para preparar el camino de la Reforma en el corazón de millares.

En términos generales, esos primeros intentos de reforma no tenían el propósito de producir una separación de la Iglesia Católica; en realidad, ninguno había comenzado con la intención de desprenderse de la iglesia. Muchos de esos grupos anteriores a la Reforma continuaban aceptando a los sacerdotes y los ritos de la iglesia, pero sólo como una ayuda para la vida espiritual. Aun Martín Lutero no pensó al principio en separarse de la iglesia; sólo quería corregir los abusos. En realidad, los grandes reformadores no se separaron de la iglesia porque estuviera corrompida en sus prácticas y en su enseñanza, sino porque la iglesia se negó a aceptar el principio de las Sagradas Escrituras como la base de sus enseñanzas. Los reformadores se preocupaban porque hubiera una transformación en la vida, pero aún más por la aceptación del principio de la justificación por la fe. El choque principal de los reformadores con la Iglesia Católica se debió a la aceptación o el rechazo de los grandes principios de la Reforma:

(1) la Biblia como la única autoridad aceptable en cuanto a fe y conducta, (2) únicamente la justificación por la fe sin el mérito de las buenas obras, y (3) el sacerdocio de todos los creyentes. Cuando la Iglesia Católica rechazó estos principios, fue inevitable el gran cisma en la iglesia occidental.

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