La Segunda Muerte




No nos es dado comprender plenamente lo que implica la muerte segunda, puesto que el único que pasó por ella, regresando después, es Jesús.

Por lo tanto, debemos abordar ese tema con el mayor de los cuidados, comenzando por examinar los textos en los que se emplea la expresión “muerte segunda”, para explorar a continuación la experiencia de Jesús.

La “segunda muerte” en la Biblia: La frase “segunda muerte” aparece solamente cuatro veces en el libro de Apocalipsis (2:11; 20:6, 14; 21:8). Pero estos pocos versículos revelan ciertas cosas de gran importancia.

Primeramente, es el instrumento de Dios para la erradicación del pecado, los pecadores, Satanás y la muerte, del universo (Apoc. 20:10, 14; 21:8). La segunda muerte es fundamentalmente diferente de la muerte natural. El pecado y la muerte entraron en el mundo conjuntamente, y serán expulsadas de él conjuntamente. La segunda muerte es la penalidad final por el pecado, la eliminación total y eterna de los poderes del mal y del pecado, de la creación de Dios.

En segundo lugar, la segunda muerte es un proceso que lleva la vida pecaminosa a un final (Apoc. 20:10, 14). Los pecadores se darán perfecta cuenta del hecho de que están pasando por aquello que los separará de Dios por siempre. Ese proceso culmina en el inevitable e ineludible cese de la vida de los pecadores impenitentes. Sólo termina su obra cuando no queda absolutamente ningún resto del pecador ni del pecado.

En tercer lugar, la segunda muerte se caracteriza por el dolor. Hiere y aflige indescriptiblemente a los que la padezcan (Apoc. 2:11). El Nuevo Testamento emplea el mismo verbo para describir el daño físico (Luc. 10:19) y el espiritual (Col. 3:25). En Apocalipsis, es un sinónimo de tormento (Apoc. 9:4, 5; 20:10). Los que están bajo el pleno control del mal son atormentados por él (Mat. 8:29). Por lo tanto, cabe deducir que la segunda muerte se experimenta con angustia o agonía, tanto física como espiritual. Como un dolor inmenso, indescriptible.

Por último, la segunda muerte es legalmente justa. No tiene potestad o autoridad sobre los justos (Apoc. 20:6), pero la tiene contra los inicuos. No es expresión de una supuesta arbitrariedad divina, sino una expresión de penalidad o retribución legal (Col. 3:25). Sirve para revelar la justicia de los juicios de Dios (Apoc. 19:1-3).

Jesús y la muerte segunda: La experiencia de Jesús al atravesar la segunda muerte incluye todo lo anterior, y mucho más.
Primeramente, padeció indescriptible dolor físico y emocional. Al aproximarse a la cruz, Jesús “comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera”. Dijo a sus discípulos: “mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Mat. 26:37, 38). Esa terminología denota un pesar, tristeza y angustia de tal magnitud que amenazaron su existencia. En Getsemaní el dolor fue casi insufrible, y el cuerpo de Cristo reflejó su agonía espiritual al comenzar a transpirar como gotas de sangre que caían al suelo. Hubiera muerto, de no ser por un ángel enviado del cielo que lo fortaleció (Luc. 22:43, 44; Heb. 5:7-9).

En segundo lugar, Jesús experimentó la segunda muerte porque era la justa penalidad por los pecados del mundo. Llevó los pecados de la raza humana como su substituto (Mar. 10:45). Nos acercamos aquí a los límites de ese misterio. Cristo experimentó la segunda muerte asumiendo la responsabilidad por nuestro pecado y recibiendo su penalidad (2 Cor. 5:21).
En tercer lugar, Jesús experimentó la angustia de su separación del Padre, de la forma más cruda y real (Mat. 27:46). Hizo frente al dolor del abandono de Dios. La angustia de su alma tenía un componente espiritual, dado que era el Rechazado. Eso es incuestionablemente la segunda muerte. Desde luego, Jesús volvió a la vida. Resucitó porque no había en él pecado, y el sepulcro no pudo retenerlo. Para los creyentes, la resurrección de Cristo es una expresión del amor de Dios. Para los malvados, en el camino hacia su eterna desaparición, puede muy bien ser una expresión de ese mismo amor. La segunda muerte señala la exterminación del pecado y la muerte, del universo. Gracias a que Jesús pagó la penalidad por nuestro pecado, nuestro destino es la comunión con Dios y con el Cordero por la eternidad, lograda en favor de todos los que creen en él mediante su muerte y resurrección.

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