El Vaticano y los Grandes Genocidios del Siglo XX (23)

La razón básica de la aprobación papal. Cornwell comenta que la dislocación moral del clero croata fue compartida por el Vaticano, incluso por el papa Pío XII mismo. Tanto el sacerdocio croata como la Santa Sede se negaron a disociarse del régimen criminal croata. Tampoco lo denunciaron ni excomulgaron a su líder ni a sus secuaces. La razón se debió a que no querían “perder las oportunidades” que se les presentaban, “la ‘buena oportunidad’ para construir una plataforma de poder católico en los balcanes.

Fue la misma indisposición a perder la oportunidad única de “evangelizar” el mundo oriental que condujo a Pacelli a presionar el Concordato Serbio en 1913-14, con todos sus riesgos y repercusiones que llevaron al mundo a la Primera Guerra Mundial. La esperanza del para entonces futuro papa era crear un rito latino que sirviese de plataforma para el cristianismo oriental (HP, 255-256). Desde allí enviaría monjes misioneros para traer otra vez de regreso al mundo oriental en obediencia al papa. Cuando el delegado diplomático de Croacia en la Santa Sede, Rusinovic, comentó en medio de la Segunda Guerra Mundial a Montini, secretario de estado del Vaticano, que había ya cinco millones de católicos en el país en lugar de los tres millones trescientos mil iniciales, Montini le respondió: “El Santo Padre los va a ayudar, estén seguros de eso” (HP, 259).

En 1943, Pío XII le expresó a Lobkowicz, diplomático de Croacia, “su placer por la carta personal que recibió de nuestro poglavnik [Pavelic]. También le dijo que estaba “chasqueado de que, a pesar de todo, nadie quiere reconocer al único, real y principal enemigo de Europa. No se ha iniciado todavía ninguna cruzada militar comunal y verdadera contra el bolchevismo”. Eso no era cierto, ya que Hitler había lanzado su cruzada militar contra Rusia en el verano de 1941, y el papa le había estado pidiendo autorización, a través del excanciller alemán von Papen, para enviar sacerdotes católicos con sus tropas y evangelizar el mundo comunista y ortodoxo. La molestia de Pío XII por la presión occidental a pronunciarse contra sus queridos criminales ustashis que revelaban tanto celo misionero en la sección servia de Croacia, se acrecentaba al ver cómo abortaban sus intentos catolizantes a traves del nazismo.

Hitler estaba para entonces enterado de las barbaries católicas contra los ortodoxos en Serbia, y no quería que las cosas se le complicasen mediante una confrontación religiosa similar en el Este. En la segunda parte de 1941 dijo que si permitiese al catolicismo introducirse en Rusia “iba a tener que permitirles lo mismo a todas las denominaciones cristianas para que se aporreasen las unas a las otras con sus crucifijos”. A partir de entonces comenzó a tomar medidas para impedir que el Vaticano se entrometiese en sus planes, y a perseguir a la Iglesia Católica especialmente en Polonia, de donde pensaba el Vaticano enviar sacerdotes al mundo oriental camuflados en sus ejércitos. En realidad, los nazis llegaron a proponerse acabar con todos los polacos por motivaciones racistas.

Hitler captó más que nunca para entonces, la problemática religiosa y la política papal entrelazada. Siempre en la segunda parte de 1941, llegó a decir que “el cristianismo es el golpe más duro que alguna vez golpió a la humanidad. El bolchevismo es un hijo bastardo del cristianismo. Ambos son la descendencia monstruosa de los judíos”. En Diciembre prometió que, una vez concluida la guerra iba a terminar con el problema de la Iglesia, como única alternativa para lograr que la nación alemana estuviese completamente segura (HP, 261).

Reinhard Heydrich, a cargo de la oficina de seguridad principal del Reich, había advertido a Hitler el 2 de julio de 1941 sobre la planificación que había podido detectar del Vaticano para infiltrar sus tropas e invadir Rusia con la fe católica, y se opuso igualmente a la idea de permitirle a la Iglesia beneficiarse de las conquistas logradas por la sangre alemana. El 17 de febrero de 1942, el mismo Heydrich, quien para entonces tenía a su cargo la supervisión diaria de la Solución Final, reportó al führer que 300.000 eslavos habían sido ya masacrados por los croatas, y agregó que “el estado de tensión serbio-croata no es otra cosa que una batalla de la Iglesia Católica contra la Iglesia Ortodoxa” (The Patron Saint of Genocide). Hoy se ufana el Vaticano también por contar en Eslovaquia con el 74% de la población católica (Zenit, 14 de febrero, 2004).

Después de todo, el principal interés de Hitler estaba en terminar con el comunismo y el judaísmo, a los que creía mancomunados para desestabilizar el mundo cristiano de occidente, no necesariamente a los ortodoxos que eran oprimidos por los comunistas. A pesar de eso, el Vaticano logró enviar sacerdotes desde Polonia, Hungría, Eslovaquia, Croacia y del Colegio Russicum y Ruthenian del Vaticano mismo. Iban como capellanes militares o camuflados como civiles que pedían ser enrolados en el ejército alemán. Otros conseguían trabajos como mozos para cuidar los caballos en el Comando de Transporte Alemán.

Una vez que llegaban a un lugar apropiado desde el Báltico al Mar Negro, atraían a centenares de personas que por años no habían podido recibir el rito católico. En su mayoría fueron aprehendidos y baleados como desertores y espías, o enviados a los campos de concentración. Los que cayeron en manos de los rusos fueron a parar a los gulags (HP, 264). El fracaso de esas avanzadas misioneras del Vaticano puede haber motivado el disgusto de Pío XII porque no se emprendía una cruzada militar de envergadura contra el comunismo, que le permitiese imponerse sobre toda Europa, incluyendo la sección oriental por siglos bajo regímenes ortodoxos.

Tal vez corresponda aquí decir algo más. Hitler contaba al principio con simpatías en toda Europa, hasta de la nobleza inglesa y del mismo rey de Inglaterra a quien luego se obligó a abdicar porque le pasaba al führer los secretos del estado inglés. Muchos esperaban, para entonces, que Inglaterra, Francia y posteriormente los EE.UU., se unieran con Hitler para terminar con el comunismo e invadir juntos a Rusia. Los mismos sueños de acabar con el comunismo eran compartidos en el Vaticano también. Pero la decisión de Hitler de adelantarse a esos planes y ser él el líder de la liberación, terminó convenciendo a todos de que su misión iba a fracasar y de que había que deshacerse de él. Es probable que la molestia de Pío XII porque no se lanzaba una cruzada generalizada contra Rusia, se haya debido también a un momento de duda con respecto al éxito de la campaña del führer.

Fue el papado el que alentó la introducción de Japón en la Segunda Guerra Mundial, con la esperanza de que invadiese Rusia desde el Este, mientras Alemania lo hacía por el Oeste. Luego del fracaso nazi, el papado bajo el apoyo velado y silencio hipócrita de los países aliados, trató de reorganizar los deshechos del nazismo—los criminales de guerra—para ver si con ellos podía rescatar al menos los países centrales del Este tradicionalmente católicos. Al mismo tiempo, intentó empujar a los EE.UU. a iniciar una tercera guerra mundial mediante el uso de la bomba atómica, como veremos más tarde. No importaba el medio, la consigna de Pío XII era terminar con el comunismo que trababa el progreso hegemónico del papado.

e) Número de muertos en el genocidio católico-fascista croata. La historia de Croacia en esos años aciagos de 1941 a 1945 se la elogia como una época de gloria por los triunfos católicos o se la condena por los genocidios que se cometieron, dependiendo de qué lado se cuenta la historia. Algo semejante ocurre con las estadísticas sobre el genocidio que buscan disminuirse del lado católico. No obstante, hay datos hoy bastantes objetivos que difícilmente podrán removerse.

Las fuentes serbias dan una cifra de 600 a 700.000 serbios muertos en el campo de concentración de Jasenovac. El presidente actual de la nueva Croacia, Tudjman, disminuyó esa cifra a 30.000. El gobierno norteamericano recientemente liberó, sin embargo, un documento que se había capturado a los nazis, que se usó en el juicio del comandante del campo de concentración de Jasenovac, Dinko Sakic. Según ese documento, 120.000 fueron muertos en Jasenovac para Diciembre de 1943, cuando le quedaban todavía cerca de dos años de vida al régimen de Pavelic. Esto significa que por ese campamento pueden haber pasado cientos de miles de serbios ortodoxos para dejar no sólo sus posesiones, sino también sus vidas.

Ya vimos que Hitler recibió en 1942, cuando no se había completado el primer año de Pavelic, la información de la masacre de 300.000 eslavos mediante los “métodos más sadísticos” en una lucha de la Iglesia Católica contra la Iglesia Ortodoxa (Patron Saint of Genocide). Cornwell cita las fuentes más recientes y confiables (científicas) que indican 487.000 ortodoxos serbios y 27.000 gitanos masacrados durante 1941 y 1945 en el Estado Independiente de Croacia. A ésto se suman 30.000 de los 45.000 judíos, de los cuales de 20 a 25.000 murieron en los campos de muerte ustashi, y 7.000 fueron deportados a las cámaras de gas.

Tudjman propuso en 1996 volver a sepultar los restos de los ustashis croatas muertos por los campesinos yugoeslavos junto a las víctimas serbias de los ustashis en Jasenovac (Reuters, 22 de Abril, 1996). Pero el intento de unir a los criminales ustashis con sus víctimas produjo una reacción internacional negativa, de tal manera que se debió abandonar el plan. Por otro lado, se considera que las masacres de croatas efectuadas por los serbios en la década de los noventa por el gobierno Yugoeslavo fue, en parte, como venganza por el genocidio croata de serbios en la década de los cuarenta.

La indignación que tienen los nacionalistas serbios hoy es que se está juzgando a Milosevic como criminal de guerra por las masacres que hizo de los croatas católicos en la década del 90, cuando las muertes que llevó a cabo no tienen ni comparación con las que perpetró Pavelic medio siglo antes. En lugar de juzgar y condenar a Pavelic, el nuevo gobierno croata quiere llevar sus restos de España, donde murió bajo la protección del dictador falangista Franco, a la nueva Croacia, donde le levantarán, sin duda alguna, monumentos por todo el país. Por su parte, el papa Juan Pablo II intervino en forma inmediata para detener las masacres vengativas ortodoxas serbias de los católicos croatas, mientras que el papa Pío XII no hizo nada para detener las masivas e incomparables masacres católicas crotas de los servios ortodoxos durante la Segunda Guerra Mundial. Al contrario, apoyó al gobierno de Pavelic en su tarea de catolizar Croacia.

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