El Vaticano y los Grandes Genocidios del Siglo XX (35)

Conclusión.

En la opinión de muchos, el peronismo salvó por cierto tiempo a Argentina de caer en cualquiera de los dos extremos que son el fascismo y el comunismo. Aún así, una posición intermedia tal iba a ponerlo siempre en conflicto con la Iglesia Católica, que favoreció constantemente la intervención militar como medio de imponer un orden que le fuese más favorable. Por la misma razón, muchos líderes peronistas, incluyendo Menem y Kirchner, iban a sufrir dos décadas más tarde bajo dictaduras neofascistas. Al no apoyar la tendencia ultraderechista “salvadora” del momento, serían vinculados indiscriminadamente con las líneas de izquierda.

Una vez liberado el país de las dictaduras neofascistas buscaría el peronismo ocupar nuevamente ese puesto intermedio. ¿Cómo lo haría? Procurando reconciliar las dos corrientes antagónicas de siempre, para que cada una fuese insertada en la sociedad, en un marco de mutuo respeto y tolerancia. En este respecto, el peronismo complacería a la Iglesia Católica, la que para entonces iba a estar temerosa de que se ventilase hasta qué punto había estado vinculada con el genocidio militar.

En la actualidad, el presidente Kirchner ha tomado como un apostolado personal el reivindicar la izquierda que fue oprimida en la década de los 70, y en la cual él mismo fue detenido por un corto tiempo. Pareciera no percibir o no importarle, que esa marcada actitud izquierdista tiende a aislarlo dentro del peronismo, y a indisponerlo ante la Iglesia que, por el momento, se contenta con volver a insistir en una política de reconciliación como un velado intento de frenar la justicia retroactiva que asumió el actual mandatario.

En estos momentos, la ola de los típicos vaivenes políticos que caracterizaron siempre a los países católicos (durante los S. XIX y XX), parece apuntar otra vez hacia la izquierda. Esto se ve en la elección de Zapatero en España, Lula en Brasil, Chávez más penosamente en Venezuela, y Kirchner en Argentina. El efecto dominó de esas tendencias está llegando a Francia, con un renovado vuelco hacia el socialismo. Así como una tendencia hacia la derecha se dio con la caída de la Unión Soviética, así también ahora se ha estado dando en ciertos países una tendencia hacia la izquierda. Es un frente que se levanta contra un republicanismo intempestivo norteamericano, que irrumpió inesperadamente sobre el mundo al captar cuán vulnerable era al terrorismo internacional. Esas idas y venidas no suelen durar mucho. La última ola parece cercana, y vendrá sobre el mundo entero “como una tempestad” (Dan 11:40úp), tan sorpresiva y asombrosamente como la caída del comunismo soviético, la que tanto prestigio trajo al pontificado romano. Entonces tendrá lugar el fuerte pregón final que anunciará la caída de Babilonia (cúmulo de religiones coaligadas del fin bajo el papado romano: Apoc 14:8; 18:1-5; cf. 17:13), y que lo hará salir “con grande ira para destruir y matar a muchos” (Dan 11:44; Apoc 13:15).

B. Las dictaduras de Chile y Uruguay.

No es nuestro propósito aquí repasar la historia de todas las dictaduras latinoamericanas, sino de extraer lecciones prácticas de algunas de ellas, con el propósito de destacar el mismo pensamiento uniforme que ha mantenido y continúa manteniendo la Iglesia Católica Romana en su constante accionar político. Esto es indispensable para entender la naturaleza de la crisis final predicha en la Biblia. En esa confrontación del secularismo ateo con las normas y principios religiosos occidentales, sabíamos los adventistas que los que finalmente lograrían imponerse serían estos últimos (Dan 11:40úp-44: detalles más adelante). Por tal razón, nuestro interés se centra en los genocidios que causó ese cúmulo de poderes religiosos, y cuya fuente de inspiración y autoridad está en el Vaticano.

Dos problemas básicos sobresalen en el genocidio latinoamericano. Uno tuvo que ver con la metodología inaceptable empleada contra la oposición (torturas y desapariciones), y el otro con la falta de discriminación o distinción de los adversarios a la hora de aplicar el castigo. Con respecto al primero podemos decir que no se acepta hoy, ni nunca debió haberse aceptado, que un gobierno ponga a todo elemento opositor en un mismo contenedor. Así, en la represión militar de latinoamérica se vio a los militares y curas católicos torturando, haciendo desaparecer y matando a mansalva a todo sospechoso, con criterios a menudo semejantes a los que usaron los prelados papales en la Edad Media para justificar sus genocidios contra los Albigenses, Valdenses, Cátaros, Hugonotes, y todo grupo que se levantaba contra ellos. La idea era, en principio, de exterminarlos a todos—culpables y sospechosos—dejando con Dios la vindicación de los que pudiesen haber muerto inocentemente.

En los genocidios de Franco, Pinochet y Videla sufrieron terriblemente y murieron muchos que no tuvieron nada que ver con la insurrección política. La justicia internacional hubiera podido tolerar que tales generales hubiesen mandado al pelotón de fusilamiento a sus adversarios criminales, a condición de que su ejecución hubiese sido precedida por juicios abiertos y verificables. Ni Dios en el universo, ha dispuesto las cosas para hacer desaparecer sus criaturas, sin antes abrir un juicio investigador para que toda la creación celestial pueda ver la justicia divina en la sentencia que los malvados tendrán al final (véase Gén 18:20-21; Dan 7:8-9, etc).

La crisis final caerá sobre el mundo entero cuando se impongan los mismos principios religioso-político-medievales y neomedievales que se invocaron como excusa para cometer los más grandes genocidios de la historia. Ante tal contingencia, ¿habríamos de descuidar las dramáticas ilustraciones que Dios permitió que tuvieran lugar en el S. XX, de esos eventos portentosos del futuro próximo? El siglo que acaba de terminar marcó un compás de espera, tuvo que ver con una contención de vientos por usar el lenguaje del Apocalipsis (Apoc 7:1-3). Ese compás trajo ejemplos microcósmicos y algunos rayando ya en una lucha global, que Dios permitió que se dieran para que entendiésemos mejor la naturaleza de la contienda macrocósmica por venir, y estuviésemos mejor preparados para enfrentarla.

Hay otras razones por las cuales es importante prestar atención a las dictaduras latinoamericanas de la última parte del S. XX. Los genocidios perpetrados por los dictadores católicos sudamericanos de las décadas del 70 y del 80, tuvieron lugar bajo el reinado espiritual de otros papas que pretendieron cambiar la cara que el papado había mostrado antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras que para muchos, Pío XII fue el último papa de corte medieval, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II se volvieron presuntamente más liberales y humanísticos. Pero la actitud que asumieron estos últimos papas con el Franco de la post-guerra y con las dictaduras militares sudamericanas posteriores, prueba que esa fachada de liberalismo que hoy pretenden ofrecer al mundo, se contradice con el respaldo que dieron a esos regímenes antidemocráticos represores iberoamericanos. ¿Por qué los respaldaron? Porque favorecían a la Iglesia Católica frente a un presunto “enemigo común”.

a) Dos democracias de larga trayectoria ignoradas. Lo aparentemente insólito ocurrió en Chile en la década de los 70, cuando un presidente comunista fue elegido por voto popular. Un país en donde el contraste entre la aristocracia rica minoritaria y la clase pobre mayoritaria es abismal, no debía en realidad sorprender a nadie al terminar democráticamente apoyando el comunismo. Pero la noticia puso en vilo a todo el continente católico. Había que hacer algo para salvar al cristianismo (aristocrático católico), antes que fuese demasiado tarde. Como en España, ni la democracia ni el voto popular debían contar para nada ante el peligro inminente. Bastante tarde captaba tanto el clero como la nobleza comercial y gobernante de los países católicos, que había que reeducar la gente, esto es, “recristianizarla”.

Fidel Castro pasó largas vacaciones en Chile (casi un mes), disfrutando ese triunfo comunista, a la espera de las elecciones en Uruguay en donde todo parecía indicar que iba a ganar el Frente Amplio. Pero la “rosca” gobernante que quería hacer caer ese partido frentista no cayó. Por el contrario, Bordaberry, el presidente de turno, consolidó su poder con una intervención militar que le daba mayores poderes e iniciaba una persecución implacable de todos los representantes de izquierda. Eso era insólito también, ya que Uruguay había podido jactarse hasta ese entonces, como Chile, de contar con una democracia histórica y liberal de larga trayectoria, no común en los países católicos latinoamericanos.

Ya vimos la tendencia general de los países católicos en caer bajo regímenes dictatoriales. Sus democracias se vieron casi siempre amenazadas debido a que en su interior, contaban con una Iglesia cuya estructura y jerarquía es dictatorial-monárquica por naturaleza. ¿Cómo, pues, pudieron levantarse tanto en Chile como en Uruguay democracias tan estables durante un buen número de décadas? En gran parte esto fue posible debido a que la Iglesia Católica en Chile fue siempre más liberal. En Uruguay, por otro lado, se bebió más que en ningún otro país latinoamericano del pensamiento secularizante francés. La Iglesia Católica, por consiguiente, no contaba con recursos humanos suficientes para intervenir en el estado. [El otro estado de democracia estable está en Centroamérica, es Costa Rica. Allí no puede levantarse un general dictador porque ni siquiera ejército tiene].

b. Estadísticas del genocidio. De todas las dictaduras del último cuarto de siglo, la de Uruguay fue la menos sanguinaria porque, aunque igualmente cruel en sus torturas, no exterminó a la mayoría de los desaparecidos que reaparecieron después y fueron liberados una vez que se volvió a la constitucionalidad tradicional. ¿Por qué no hicieron lo mismo Pinochet en Chile, y la Junta Militar en Argentina? ¿Por qué la Iglesia Católica, tan involucrada en el genocidio de todas esas dictaduras, no abogó allí por una represión legal que mantuviese los principios de los derechos humanos que suele invocar y reclamar, cuando la represión cae sobre ella en gobiernos que le son adversos (por ejemplo ahora, en Venezuela)?

Las estadísticas sobre el genocidio causado por Pinochet en Chile varían según la fuente. Mientras que algunos afirman la desaparición y muerte de unas 7.000 personas, la Vicaría de la Solidaridad del Arzobispado de Santiago, de la Comisión “Verdad y Reconciliación” y de la Corporación “Reconciliación y Reparación”, ambas del gobierno chileno, afirman que hubo 1.100 detenidos desaparecidos, 2.100 ejecutados políticos, 10.000 torturados, 27.000 lesionados graves, 40.000 detenidos y 150.000 exiliados. “Ello configura”, según una carta abierta escrita por católicos chilenos al papa Juan Pablo II en 1998, “el más grande y cruel genocidio político en la historia de Chile, condenado durante 15 años consecutivos por las Naciones Unidas”.

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