La Inquisición - 5ta. Parte



Muchos prisioneros eran dejados en completa obscuridad y soledad. A menudo los maniataba de tal forma que tenían que sentarse sobre su propia inmundicia. También se aplicaba el castigo del emparedamiento. "Dentro de un doble muro se metía al individuo, tapando luego la entrada. Allí se le dejaba vivo como si estuviera en un nicho, sin una sola rendija para la entrada del aire durante el tiempo que le quedaba de vida."

En la pena de flagelación,"los penitentes sentenciados... eran montados a horcajadas sobre un asno desnudos hasta la cintura, con en la que se inscribía la indicación de su delito. Eran conducidos solemnemente por las calles; mientras el ejecutor les golpeaba la espalda con una correa, un escribano llevaba la cuenta de los latigazos y un pregonero proclamaba que el castigo había sido ordenado por el Santo Oficio. En la gran mayoría de las sentencias de flagelación se imponían 200 azotes. Ni la edad ni el sexo libraban de ellos. En en 1607, un viejo de ochenta y séis años y una niña de trece recibieron 100 latigazos en Valencia."

Otro de los métodos mas corrientes de tortura era la ordalía del fuego o tormento del fuego, que se practicaba de diferentes maneras. Se ataba al acusado y se ponían sus píes en una especie de cepo. Luego se los untaba con grasa de puerco para entonces quemárselos o, más propiamente hablando, freírselos lentamente con braseros ardiendo. "Cuando más se quejaba el reo del dolor, se interponía entre el brasero y los pies una tabla y se le exigía que confesara, volviendo a retirar la tabla si se negaba a hablar... Según una bula del papa Pablo III," esta tortura "no podía pasar de una hora." Pero aunque en Italia esta bula se acató fielmente, "en España y sus dominios se llegaba a aplicar hasta cinco cuartos de hora, porque los inquisidors hispanos alegaban que ellos eran más ardientes defensores de la fe."

Otro medio de tortura se conoce como ordalía del agua, y tuvo numerosas formas de aplicación. Una de las más comunes era la de atar las manos y los pies del condenado, ponerle un embudo en la boca, y hacerle tragar de cinco a diez lítros de agua. Al taparle la nariz durante la inyección de agua, y teniendo la cabeza más abajo que el cuerpo, podía hacerse reventar los vasos sanguíneos, y asfixiarse a los prisioneros. En algunos lugares, este tormento era combinado con el tormento del potro:

"Se desnudaba al reo y se le tendía boca arriba sobre un caballete o banco de madera, al cual le ataban los pies, las manos y la cabeza, para que no pudiera moverse. Amarrado así, se le aplicaban al reo ocho garrotazos en las extremidades: dos en la parte superior del brazo a la altura de los biceps, otros dos en el antebrazo más abajo del codo, dos más en los muslos y los dos finales en las piernas."

En esta condición se le aplicaba la ordalía del agua, haciendo que el penitente sufriese las angustias de la persona que se ahoga.

Para los azotes que se propinaban cuando se desnudaba a la víctima y se la amarraba de pies y manos, se usaban sogas anudadas o disciplinas de acero. También se empleaban "cadenas con puntas o estrellas en sus extremidades y 3 cilicios con enormes puntas sobresalientes de diversos tamaños para distíntas partes del cuerpo." Se amordazaba al reo para impedirle hablar o blasfemar mientras se lo azotaba, y "el 'pie de amigo,' una horquilla de hierro... para mantener la cabeza erguida a la fuerza." Finalizado el castigo, se tendía a la víctima, después de habérsele puesto una camisa con trozos de crin cosidos, aplícándosele igualmente crin sobre las llagas producidas por los azotes."

También se buscaba obtener la delación del sospechoso, atándolo a ur bastidor triangular con piquetes. Luego se tiraba de sus brazos y piernas mediante cuerdas que se enrrollaban en un torno o potro. Esto producía a menudo la dislocación de brazos y piernas, dejándolas inútiles de por vida. Una tortura parecida era el trato de cuerda o "tormento de polea," reconocida como "la primera tortura de la Inquisición," y probablemente la más común. También se la llamaba garrucha. Se ataban las manos del sospechoso a la espalda, y con una soga que hacían colgar del techo a través de una polea lo izaban hasta dos metros del suelo, y le ponían pesas o grillos de cien libras de hierro que ataban a los pies por tiempo indeterminado. Si pese a eso y a castigos posteriores la víctima no confesaba, se izaba su cuerpo hasta el techo y se lo dejaba caer hasta casi tocar el suelo. Esta práctica podía repetirse hasta doce veces sin tocar el suelo, causando dislocaciones incurables

Un suplicio no menos terrible era el stivaletto, que consistía en atar fuertemente con sogas dos trozos de madera gruesa en cada pierna. Luego se colocaban cuñas dentro de los dos trozos, que podían ser de madera o de metal, hasta que la presión hacía que la soga cortase la carne de la víctima, y sus sus huesos se destrozaran irreparablemente. A menudo se enroscaba la soga a un palo que se hacía girar como torniquete, apretando la soga hasta hacer astillar los huesos y tendones.

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