Las Plagas de Egipto - Parte 2



Las Plagas de Egipto - Parte 2


La sexta plaga (Ex. 9.8–12)
Es probable que el *“sarpullido con úlceras” fuera ántrax de piel transmitido por la mosca Stomoxys calcitrans, que se reproduce en la vegetación en descomposición, y que se convertiría en transmisora de la enfermedad por contacto con las ranas y el ganado. El sarpullido puede haber afectado particularmente las manos y los pies (Ex. 9.11: los hechiceros no podían estar en pie ante Moisés; cf. Dt. 28.27, 35), lo cual constituiría un indicio adicional a favor de la propuesta identificación de la enfermedad y su transmisora, que debe de haber atacado en los meses de diciembre/enero aproximadamente.

La séptima plaga (Ex. 9.13–35)
Granizo con truenos, relámpagos, y lluvia. Esta plaga arruinó la cebada y el lino, pero no el trigo y el centeno, que no habrían brotado todavía. Esto debe de haber sido a comienzos de febrero. La aparición de esta plaga en esa época en el Egipto superior, pero no en Gosén, que se encontraba más cerca del Mediterráneo, encuadra con las condiciones climáticas de dichas zonas.

La octava plaga (Ex. 10.1–20)
La intensa precipitación en Etiopía y el Sudán que produjo la elevación extraordinaria del Nilo seguramente sirvió también para proporcionar condiciones favorables para una densa plaga de langostas alrededor del mes de marzo. Las langostas, siguiendo su ruta habitual, a su debido tiempo habrán sido barridas por el viento del E hacia el N de Egipto; el “viento oriental” (“solano”), es, literalmente, un “viento del mar”; e. d. en realidad un viento del N (o NO), que indudablemente arrastraría las langostas por el valle del Nilo. Hort querría cambiar “mar Rojo” por “Sur” , pero esto no es estrictamente necesario.

La novena plaga (Ex. 10.21–29)
Las “tinieblas” se podían palpar. Se trataba de una tormenta de polvo denominada jamsén, pero no una cualquiera. La gran inundación había arrastrado y depositado grandes cantidades de “tierra roja”, que luego se secó dejando un fino polvo en toda la región. El efecto de este polvillo levantado por el viento jamsén sería indudablemente hacer que el aire apareciese extraordinariamente espeso y oscuro, neutralizando la luz del sol. Los “tres días” de Ex. 10.23 es el tiempo que dura justamente un jamsén. La intensidad del jamsén podría indicar que se trataba del momento inicial de la estación, por lo que probablemente fuese en marzo. Si los israelitas moraban en la región de Wadi Tulimat, los efectos principales de esta plaga no los alcanzarían.

La décima plaga (Ex. 11.1–12.36)
Hasta aquí Dios había demostrado su total control de la creación natural. Había hecho que su siervo Moisés anunciara las sucesivas plagas, y las hizo acontecer en una insuperable secuencia, con creciente severidad en la medida en que Faraón se negó persistentemente a reconocer al Dios de Israel, a pesar de las más claras pruebas de su autoridad y poder. Con esta plaga final se pondría de manifiesto la indicación más explícita del control pleno y preciso de Dios: la muerte de los primogénitos únicamente. No ocurrió sin que mediara una advertencia adecuada (Ex. 4.23); Faraón tuvo a su alcance muchas oportunidades para reconocer a Dios y obedecer su requerimiento, y por lo tanto debía hacer frente a las consecuencias de su negativa.

Otros aspectos
En días posteriores Josué recordó a Israel en Canaán la poderosa liberación de Egipto mediante las plagas (Jos. 24.5). Los filisteos también estaban enterados de ellas, y temían a su Autor (1 S. 4.8). Más tarde todavía, el Salmista celebró estos portentosos acontecimientos (Sal. 78.43–51).

En Ex. 12.12 Dios habla de ejecutar juicios contra todos los dioses de Egipto. En alguna medida ya lo había hecho con las plagas, porque los dioses de Egipto estaban muy vinculados con las fuerzas de la naturaleza. Hapi, el dios de la inundación del Nilo, no había producido prosperidad sino ruina; las ranas, símbolos de Heqit, diosa de la productividad, habían provocado sólo enfermedad y extenuación; el granizo, la lluvia y la tormenta fueron heraldos de acontecimientos portentosos (como en los textos de las pirámides); y la luz del dios sol, Re, fue anulada—para sólo mencionar algunas de las deidades afectadas por las plagas—.

El relato de las plagas constituye decididamente una unidad literaria: tanto el conjunto total de detalles como la unidad narrativa se corresponden en forma notable con los fenómenos físicos tal como se los observa. Los meros fragmentos de plagas que corresponderían a las supuestas fuentes documentales (J, E, P, etc.), y la uniformidad esquemática de los rasgos postulados para las mismas, no concuerdan con fenómenos conocidos. La adaptación arbitraria de tales relatos parciales y estilizados para formar un nuevo relato compuesto que de algún modo y por acaso se corresponda exactamente con fenómenos observables ocurridos en un pasado remoto y en tierra distante no puede, por cierto, aceptarse con seriedad (así Hort). La explicación más sencilla y la unidad del relato han de preferirse antes que una teoría que requiere la aceptación de fenómenos no comprobados.


Bibliografía. R. de Vaux, Historia antigua de Israel, 1975, t(t). I, pp. 348–358; G. Auzou, La danza ante el arca, 1971.

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