Yo pensaba que el alma del hombre era inmortal, pero se me ha dicho que no y que no existe. ¿Podría explicarme cuál es la verdad?
Es muy popular la creencia de que al morir una persona, sale de ella un algo invisible llamado alma o espíritu, y que mantiene las características sensoriales y mentales que tenía el ser humano cuando estaba vivo, y que va al cielo a gozar, o al purgatorio a reparar sus pecados, o al infierno a sufrir entera mente por ellos. Se afirma que en todos los casos es inmortal y gozará o sufrirá eternamente. La Santa Biblia nos ayudará a conocer la verdad.
Cuando Dios creó al hombre lo formó "del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente" (Gen. 2:7). Obsérvese que la unión del "polvo de la tierra" con el "aliento de vida" dado por Dios constituyó un ser viviente. A este ser se le advirtió en el Edén que la desobediencia a la voluntad de Dios significaría la muerte (Gen. 2:17). El hombre desobedeció, cometiendo lo que la Biblia llama pecado (1 Juan 3:4), por lo que se le comunicó la sentencia: "Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás" (Gen. 3: 19). Así pues, la muerte aparece como resultado del pecado, y no como el comienzo de una existencia nueva o diferente.
Cuando se produce la muerte, el proceso es el inverso: "El polvo vuelve a la tierra, como era, y el espíritu vuelve a Dios que lo dio" (Ecl. 12: 7). O sea que termina y deja de existir el "ser viviente". El "aliento de vida" o "el espíritu" que Dios agregó al "polvo de la tierra" para formar un "ser viviente", al morir vuelve a él y el cuerpo, al polvo. Nos preguntamos ahora: ese "aliento de vida" o "espíritu" que vuelve a Dios, ¿es una entidad completa, consciente y capaz de realizar las actividades físicas y mentales del hombre vivo? ¿Sigue viviendo el hombre sin el cuerpo? Solamente Dios mediante su Palabra puede respondemos con
verdad.
Salmo 104: 29: "Le quitas el espíritu, dejan de ser".
Salmo 146: 4: "Pues sale su aliento... en ese mismo día perecen sus pensamientos".
Salmo 115:17: "No alabarán los muertos a Jah, ni cuantos descienden al silencio".
Eclesiastés 9:5,6,10: "...los muertos nada saben... También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya;... porque en el Seol (sepulcro), adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría".
Ezequiel 18:4: "El alma que pecare, esa morirá".
Job 14:12,21: "Así el -hombre yace y no vuelve a levantarse; hasta que no haya cielo, no despertarán... Sus hijos tendrán honores, pero él no lo sabrá; o serán humillados, y (él) no entenderá de ello".
Daniel 12:2: "Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados".
Estas afirmaciones categóricas, confirmadas por otras muchas que no estamos mencionando, no nos permiten dudar respecto al estado de inconsciencia de los muertos. Por lo tanto, ese "espíritu" que vuelve a Dios que lo dio no es un ser inteligente, incorpóreo, que sigue viviendo la vida del hombre en otra esfera. Es únicamente la vida que proviene de Dios, y que unida al polvo produce el ser viviente. Sin ese aliento de vida "dejamos de ser", "perecen nuestros pensamientos", o sea que al morir no participamos en ninguna actividad común al ser vivo. El polvo solo o el espíritu solo, no forman un ser viviente.
¿Cuál es entonces la esperanza de los que mueren? Será su despertar, como lo dicen dos pasajes citados (Job 14:12; Dan. 12: 2). Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, observamos en centenares de ocasiones que se usa el verbo "dormir" para referirse a la muerte. Así como el que duerme está en estado de inconsciencia, pero despertará de nuevo a un estado de conocimiento, del mismo modo el que muere, duerme, porque está inconsciente, pero tiene la promesa de despertar, que se cumplirá en el día de la resurrección.
La doctrina de la resurrección es tan vital en el plan de la salvación, que el apóstol Pablo la recuerda en frases que destacamos: "Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe... Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana;... entonces también los que durmieron en Cristo perecieron". Pero como la resurrección es una verdad divina, el apóstol concluye diciendo: "Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho... Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo en su venida" (1 Cor. 15: 13-23).
Ahora bien, si el alma fuera inmortal y después de salir del cuerpo estuviera gozando en el cielo su recompensa eterna, todo lo dicho por el apóstol Pablo respecto de la importancia de la resurrección estaña equivocado.
No podría decir que si los muertos no resucitan están perdidos, pues ya estarían en el cielo. Y si el espíritu goza en el cielo librado de su cuerpo material, ¿para qué la necesidad de encerrarlo de nuevo por medio de la resurrección? (véase la última parte de la
pregunta 5).
También el Señor indicó que por medio de la resurrección no se perderían los que creyeran en él: "Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda nada, sino que lo resucite en el día postrero" (Juan 6: 39). Ese día postrero de la resurrección será el de la feliz reunión de todos los hijos de Dios de todos los siglos, pues los resucitados y los que estén vivos en ese día glorioso, "seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1 Tes. 4: 13-18).
Nótese otro detalle importante señalado por el apóstol Pablo a los corintios. Afirma que al realizarse la resurrección el Señor ganará una victoria sobre todos sus enemigos, "y el postrer ene-
migo que será destruido es la muerte" (1 Cor. 15: 24, 25). Si la muerte fuera la que nos libera de la cárcel del cuerpo para ir a la presencia del Señor, no podría señalársela como un enemigo, sino como un bienaventurado libertador. Pero la verdad es que la muerte es el enemigo causante de nuestra perdición eterna, un enemigo del que solamente Jesucristo puede librarnos puesto que El es "la resurrección y la vida" (Juan 11: 25). Gracias a la resurrección nada se perderá, sin ella todo estaría perdido. Por eso Jesús dijo que de todo lo que le diere el Padre "no pierda yo nada" sino que lo resucite en el día postrero" (Juan 6: 39).Así concluimos que no existe un alma inmortal. El creyente, al morir, duerme el sueño de la muerte, del que será despertado por Jesucristo, el Dador de la vida, en el día de la resurrección
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