31 de mayo de 2009

La Inmoralidad Papal



Además de la conclusión evidente a que hemos llegado, el carácter y la moral de muchos de los papas, nos revela claramente que no son los sucesores de Cristo o de Pedro, ¡sino sucesores de un sacerdocio pagano! Muchos de los papas eran tan depravados en sus acciones, que los que no profesaban ninguna religión, se avergonzaban de ellos. Pecados tales como el adulterio, sodomía, violación, asesinato y borrachera, han sido cometidos por muchos papas a través de la historia. Estamos conscientes de que el atribuir esta clase de pecados a quienes proclaman ser el «Santo Padre», «Vicario de Cristo» y «obispo de obispos», ha de ser alarmante para algunos. Pero el que ha estudiado la historia de los papas, comprende claramente que muchos lo han sido todo menos hombres santos.

El papa Sergio II, que reinó del 904 al 911, obtuvo la oficina papal por medio del asesinato. Los anales de la Iglesia de Roma hablan sobre su vida en pecado con Marozia, una conocida prostituta de esa época, quien le engendró varios hijos ilegítimos.' Este papa fue descrito por Baronio y otros escritores eclesiásticos como un «monstruo» y por Gregorio como un «criminal aterrorizante». Dice un historiador: «Por espacio de siete años este hombre ocupó la silla de san Pedro, mientras que su concubina, imitando a Semíramis madre, reinaba en la corte con tanta pompa y lujuria, que traía a la mente los peores días del viejo Imperio».

Refiriéndose a otra, dice: «Esta mujer -Teodora de nombre-, junto con Marozia, la prostituta del Papa, llenaron la silla papal con sus hijos bastardos y convirtieron su palacio en un laberinto de ladrones». Y así, comenzando con el reino del papa Sergio, vino el período (904-963), conocido como «el reinado papal de los fornicarios».

Teodora hizo papa a Juan X (914-928). Este había sido enviado a Ravena como arzobispo, pero para satisfacer sus deseos carnales, lo hizo volver a Roma y lo hizo nombrar papa. Su reinado tuvo un fin súbito, cuando Marozia lo asesinó.

Marozia quería deshacerse de Juan X para, de esta manera, poder llevar a León IV (928-929), al oficio papal. Su reinado fue muy breve, pues éste también fue asesinado por Marozia cuando ésta se enteró de que este había entregado su cuerpo a una mujer más descarada que ella.

Poco después llevó a su propio hijo ilegítimo (de Sergio III) al trono papal. ¡El muchacho era todavía un adolescente! Tomó el nombre de Juan XI.

Pero durante un altercado con los enemigos de su madre fue azotado y puesto en prisión en donde lo envenenaron y murió.

En el año 955 el nieto de la prostituta -después de varios encuentros sangrientos- pudo tomar posesión del trono pontificio bajo el nombre de Juan XII. Llegó a ser tan corrompido que los cardenales se vieron obligados a hacer cargos contra él. Este rehusó a presentarse para contestar a las acusaciones y en vez de esto, ¡los amenazó con excomulgarlos a todos! Aun así le hallaron culpable de varios crímenes y pecados, incluyendo los siguientes: hizo prender fuego a varios edificios, bebió un brindis dedicado al demonio, jugó a los dados e invocó la ayuda de los demonios, obtuvo dinero por medios injustos y fue enormemente inmoral. Tan viles fueron sus acciones, que incluso el notable obispo católico romano de Cremorne, Luitprand, dijo de él: «Ninguna mujer honesta se atrevía a salir en público, porque el papa Juan no tenía respeto a mujeres solteras, casadas o viudas, puesto que él faltaba al respeto aun a las tumbas de los santos apóstoles, Pedro y Pablo».

Levantó la ira del pueblo al convertir el Palacio Laterano en «una casa de prostitución pública» y fue descrito por el Liber Pontificalis con las siguientes palabras: «Pasó toda su vida en adulterio». Finalmente, su vida terminó mientras cometía adulterio: el furioso esposo de la mujer lo mató.

El papa Bonifacio VII (984-985) mantuvo su posición a través de cuantiosas distribuciones de dinero robado. El obispo de Orleans se refirió a él (y también a Juan XII y León VIII), como «monstruos de culpabilidad, llenos de sangre y suciedad», y como «Anticristos sentados en el templo de Dios». Además, Bonifacio fue un asesino. Hizo que el papa Juan XIV fuera encarcelado y envenenado. Cuando el papa Juan murió, el pueblo romano arrastró su cuerpo desnudo por las calles. La sangrienta masa humana que había sido un papa, fue dejada a los perros. A la mañana siguiente, sin embargo, algunos sacerdotes lo enterraron secretamente.

Bonifacio asesinó al papa Benedicto VI estrangulándolo. El papa Silvestre II lo llamó «un horrendo monstruo que sobrepasó a todo mortal en su maldad». Pero, evidentemente, el papa Silvestre no era mucho mejor, pues la Enciclopedia Católica dice que «... el pueblo le consideraba como un mago pactando con el diablo».

Enseguida, vino el papa Juan XV (985-996) quien dividió las finanzas de la Iglesia entre sus familiares, lo que le trajo la reputación de ser «codicioso, de torpes ganancias y corrompido en todas sus acciones».

Benedicto VIII (1012-1024) «compró el oficio de papa por medio de chantaje». El siguiente papa, Juan XIX (1024-1033), también compró el papado y pasó por toda la escala de títulos eclesiásticos reconocidos, en un solo día. Después de esto, Benedicto IX (1033-1045) fue elegido papa, siendo apenas un niño de 12 años, por medio de arreglos monetarios con las poderosas familias que manejaban a Roma. Este papa-niño creció en la maldad y «cometió homicidios y adulterios en pleno día; hizo robar a peregrinos en las catacumbas de los mártires. Fue un horrendo criminal a quien el pueblo desterró de Roma.

Finalmente, la compra y venta del cargo papal se hizo tan común y la corrupción tan pronunciada que los gobernantes seculares tuvieron que intervenir en el nombramiento de los papas. Enrique III, emperador de Alemania, eligió a Clemente II (1046- 1047), que era un clérigo alejado de la corte papal porque «ningún sacerdote romano pudo ser hallado limpio de corrupción de simonía y de fornicación», declaró un historiador.

Muchos de los papas fueron asesinos, pero sin duda alguna Inocencio III (1194-1216) sobrepasó a todos sus predecesores en homicidios. Durante su reinado, Inocencio (el cual era todo menos «inocente», hizo asesinar a más de un millón de supuestos «herejes». El promivió la más infame y diabólica acción en la historia de la humanidad, la Inquisición. Por espacio de más de 500 años, los papas usaron la Inquisición para poder mantener el poder. Solamente Dios sabe cuántas personas fueron asesinadas al no estar de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia Católica Romana.

El papa Bonifacio VIII (1294-1303) -otro de la negra lista medieval- practicó la brujería. Llamó mentiroso e «hipócrita» a Cristo, profesó ser ateo, negó la vida futura y fue un homicida y un pervertido sexual.

Oficialmente dijo lo siguiente: «El darse placer a uno mismo, con mujeres o con niños, es tanto pecado como frotarse las manos».. Y -aunque parezca imposible- él fue quien escribió la bula Unam Sanctum, en la cual declaró oficialmente que la Iglesia Católica es la única y «verdadera» Iglesia ¡fuera de la cual nadie puede salvarse! Fue este papa tan inmoral quien declaró oficialmente: «Nosotros afirmamos y declaramos definitivamente que es necesario para la salvación, que todo ser humano sea sujeto al pontífice de Roma».

Fue durante el reinado de este papa, cuando Dante visitó Roma. Describió el Vaticano como el «alcantarillado de la corrupción», y puso a Bonifacio (junto con los papas Nicolás III y Clemente V) en «las profundidades del infierno».

Durante el período de 1305 a 1377, el palacio papal estuvo situado en Avignon (Francia). Durante esta época, Petrarca declaró que dicho establecimiento papal era un lugar de «violación, adulterio y toda clase de fornicación». Y debido a que los papas eran tan inmorales, no debemos sorprendernos de que los sacerdotes no fueran mejor que ellos. Como consecuencia, en muchas parroquias los feligreses insistían en que los sacerdotes tuvieran concubinas «como protección para sus propias familias».

En el Concilio de Constanza, tres papas y algunas veces cuatro, se insultaban todas las mañanas, acusándose los unos a los otros de anticristos, demonios, adúlteros, sodomitas, enemigos de Dios y del hombre. Uno de estos «papas», Juan XXII (1410- 1415), compareció ante el Concilio para dar cuenta de su conducta. «Fue acusado por 37 testigos (obispos y sacerdotes, en su mayoría) de fornicación, adulterio, incesto, sodomía, hurto y homicidio.» Y se probó con una legión de testigos que había seducido y violado a 300 monjas. Su propia secretaria, Niem, dijo que en Bolonia mantenía un harén donde no menos de doscientas muchachas habían sido víctimas de su lujuria. Por todo ello el Concilio lo halló culpable de 54 crímenes de la peor categoría; le depuso del papado, y, para no verse condenado a lo que se merecía, el indigno papa optó por huir.

El registro oficial del Vaticano ofrece de este hombre esta información sobre su inmoral reinado: «Su señoría, papa Juan, cometió perversidad con la esposa de su hermano, incesto con santas monjas, tuvo relaciones sexuales con vírgenes, adulterio con casadas y toda clase de crímenes sexuales... entregado completamente a dormir y a otros deseos carnales, totalmente adverso a la vida y enseñanzas de Cristo... Fue llamado públicamente el Diablo encarnado ». Para aumentar su fortuna, el papa Juan puso impuestos a todo, incluyendo la prostitución, el juego y la usura} Se le ha llamado con frecuencia «el más depravado criminal que se haya sentado en el trono papal».

Del papa Pío II (1458-1464) se dice que fue el padre de muchos hijos ilegítimos. «Hablaba en público sobre los métodos que usaba para seducir a las mujeres, aconsejaba a los jóvenes y hasta ofrecía instruirlos en métodos de autoindulgencia.» Pío fue seguido de Pablo II (1464-1471), quien mantenía una casa llena de concubinas. Su tiara papal estaba tan cuajada de joyas, que sobrepasaba el valor de un palacio.

Vino después el papa Sixto IV (1471-1484); éste tuvo dos hijos ilegítimos de su manceba Teresa a los cuales hizo cardenales. Financió sus guerras vendiendo posiciones eclesiásticas al más alto postor, y «usó el papado para enriquecerse él y sus familiares. Hizo cardenales a ocho de sus sobrinos, aunque algunos de ellos era aún niños. En cuanto al lujo y extravagancias, rivalizó con los césares. El y sus familiares sobrepasaron a las antiguas familias romanas tanto en riquezas como en pompa».

El papa Inocencio VIII (1484-1942) tuvo dieciséis hijos de varias mujeres. No negó que fueran sus hijos engendrados en el Vaticano. Como muchos otros papas, multiplicó los oficios clericales y los vendió por vastas sumas de dinero. Incluso permitió corridas de toros en la plaza de San Pedro.

Vino más tarde Rodrigo Borgia, quien tomó el nombre de Alejandro VI (1492- 1503) Y ganó su elección al papado mediante chantajes con los cardenales, práctica común en aquellos días. Antes de ser papa, cuando aún era cardenal y arzobispo, vivió en pecado con una mujer llamada Vanozza dei Catanei y después con la hija de ésta, Rosa, con la cual tuvo cinco hijos. En el día de su coronación nombró a su hijo -joven de temperamento y hábitos viles- como arzobispo de Valencia.

Vivió en incesto público con sus dos hermanas y con su propia hija y era el padre y amante de su hija Lucrecia, de quien se dice tuvo un hijo.

El 31 de octubre de 1501 realizó una orgía sexual en el Vaticano, que no ha tenido parangón alguno en los anales históricos de la humanidad.

En cuanto al papa Pablo III (1534-1549), incluso la revista de signo católico Life dijo que siendo cardenal había tenido 4 hijos y en el día de su coronación celebró el bautismo de sus dos bisnietos; que eligió a dos de sus sobrinos adolescentes como cardenales, realizó festivales con cantantes, bailarinas, bufones y buscó ayuda de astrólogos.

El papa León X (1513-1521) fue elegido para 27 oficios diferentes clericales antes de tener 13 años de edad. Fue enseñado a considerar los cargos eclesiásticos sólo como un medio de ganancia.* Con su producto compró el cargo y declaró que el quemar a herejes era una orden divina.

Fue durante esos días que Martín Lutero, siendo aún sacerdote de la Iglesia Romana, viajó a Roma. Al ver por primera vez la Ciudad de las Siete Colinas, cayó al suelo diciendo: «Santa Roma, te saludo». No había pasado mucho tiempo en dicha ciudad, cuando pudo darse cuenta de que Roma era todo, menos una ciudad santa. Pudo ver que la iniquidad existía en todas las clases del clero. Los sacerdotes contaban chistes indecentes y usaban palabras profanas, incluso en la misa. Lutero describió a los papas de la época como peores en su conducta que los emperadores paganos y explica que los banquetes de la corte papal eran servidos por doce mujeres desnudas. «Nadie puede imaginarse los pecados tan infames y los actos que son cometidos en Roma -dijo-; tienen que ser vistos y escuchados para ser creídos. Tanto es así, que se acostumbra a decir: "Si hay un infierno, Roma está construida sobre él".»

Un día, durante la visita de Lutero a Roma, vio una estatua en una de las vías públicas que conducen a San Pedro, que le llamó la atención, pues era de una papisa, y junto con el cetro y la mitra papal, tenía un niño en sus brazos. Era la estatua de la papisa Juana. «Estoy sorprendido -dijo Lutero- de cómo los papas permiten que la estatua permanezca allí.» Cuarenta años más tarde, después de la muerte de Lutero, dicha estatua fue quitada por orden del papa Sixto V.

¿Quién fue este papa femenino al que la estatua representaba? Se dice que nació en la tierra del Rhin, en Ingleheim. Fue aclamada en Mainz por su sabiduría y más tarde se disfrazó de hombre para entrar en el célebre monasterio de Fulda (entre Frankfurt y Bebra). Se dice que también estudió en Inglaterra y Atenas y después recibió la posición de profesora de la Schola Grrecorum de Roma, antiguo colegio de diáconos. Allí ganó tanta influencia como hombre, que fue elegida papa. Sin embargo, después de un pontificado de dos años, un mes y cuatro días, fue descubierta su condición de mujer: mientras formaba parte de una procesión, dio a luz a un niño y murió. Fue en este sitio donde se erigió la estatua del papa femenino.

En tiempos recientes, la historia de la papisa Juana ha sido discutida. Por razones obvias, Roma ha tratado de ocultarlo; sin embargo, antes de la época de la Reforma, la cual expuso tanto pecado en la Iglesia Romana, la historia era parte de las crónicas y conocida por obispos e incluso por los mismos papas. El papa Anastasio, por ejemplo, la menciona en su escrito Historia de los pontífices romanos. De hecho, todos los libros de historia de antes de la Reforma mencionan a la papisa Juana o en texto o en el margen. Se discute que hasta el siglo XV los papas tenían que pasar por un examen físico para que el caso de la papisa -el papa femenino-- no se volviera a repetir. Obviamente, la idea de un papa femenino rompe la doctrina católica de la «sucesión apostólica» y, por lo tanto, es natural que la Iglesia Romana trate de ocultar esta historia.

Al llegar al final de este tema habiendo mencionado la gran inmoralidad que ha existido en la vida de algunos papas, no queremos dar la impresión de que todos los papas han sido tan malvados como éstos. Sin duda que los que hemos anotado aquí fueron los peores; pero ha sido necesario referimos a ellos para demostrar que la afirmación católica de que el papado es una «sucesión apostólica» es totalmente falsa. Tal declaración significa que todos estos papas, incluyendo a los más ignorantes y perversos, han de ser tomados en cuenta en la línea de sucesión desde el apóstol Pedro y hay que considerarles infalibles.

Al hacer las investigaciones hasta Pedro, se tiene que pasar por la historia del papa femenino. De modo que la sucesión papal a la cual toda otra demanda del catolicismo está unida, queda expuesta como fraude y debe caer ante la poderosa espada del Espíritu: ¡la Palabra de Dios!

Bibliografía: "El sacerdote, la mujer y el confesionario". Rev. Charles Chiniquy, pags. 138, 139.

"Italia medieval", H.B. Cotterill, págs. 331, 336, 349, 392

Manual Bíblico de Halley, pág. 774, 775, 778, 779, 688,

Patrologine Latinae, Jacques Paul Migne, tomo 136, pág. 900; tomo 2, pág 246.

El otro lado de Roma, John P. Wilder, págs. 114, 115.

Enciclopedia Católica, edición 1913.

Sacrorum Conciliorum, John Mansi, tomo 19, pág 132; tomo 14, pág 372; tomo 27, pág 663.

Liber Pontificalis, tomo 2, pág 246

Annali d´Italia, Louis A. Muratori, tomo 5, pág 498.

Historia de los Concilios de la Iglesia, tomo 40, art. 697.

Historia de la Civiliazación, Will Durant, tomo 6, pág 10, 13, 332

Historia de la Reforma, J. H. Merle d´ Aubigne, pág 11, 56, 59

Diarium, tomo 3, pág 167

Revista Life, 5 julio 1963.

Ecumenismo y Romanismo , Peter J. Doeswyck, pág 59, 60

Historia de los Papas, Bowers, tomo 1, págs 128, 226, 1338

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