12 de junio de 2009

El Bautismo



I. El bautismo de Juan
Se han hecho diversas sugerencias en cuanto a los orígenes del bautismo cristiano: lavados ceremoniales judíos, ritos de purificación de Qumrán, bautismo de prosélitos, el bautismo de Juan. Este último, el acto ritual que dio a Juan el Bautista su sobrenombre, es el candidato más probable: como Juan es el precursor de Jesús, así su bautismo es precursor del bautismo cristiano. Se establece una relación directa a través del propio bautismo de Jesús por Juan; algunos de los primeros discípulos de Jesús casi seguramente habían sido bautizados por Juan (Jn. 1.35–42) ; Jesús, o algunos de sus discípulos, parecen haber continuado la práctica de Juan al comenzar aquel su propio ministerio (Jn. 3.22s, 26; pero 4.1s); y en el caso de los discípulos en Pentecostés como en el de Apolos, evidentemente no se creyó necesario agregar a su bautismo por Juan el bautismo en el nombre de Jesús (Hch. 2; 18.24–28). Por lo tanto lo más probable es que fuera esta práctica anterior la que fue reiniciada a partir de Pentecostés, tal como la ratificó el Cristo resucitado y que debía realizarse en su nombre (Mt. 28.19; Hch. 2.38; etc.). El bautismo de Juan quizás se entienda mejor como una adaptación de los lavados rituales judíos, con alguna influencia de Qumrán en particular.

El bautismo de Juan era primariamente un bautismo de arrepentimiento (Mt. 3.11; Mr. 1.4; Lc. 3.3; Hch. 13.24; 19.4). Al aceptar el bautismo a manos de Juan, los que se bautizaban expresaban su arrepentimiento (Mt. 3.6; Mr. 1.5) y su deseo de obtener perdón.

Era también un acto preparatorio y simbólico: preparaba a los que se bautizaban para el ministerio de aquel que había de venir; y simbolizaba el juicio que traería consigo. En el vivido lenguaje de Juan ese juicio sería como una poda o un aventamiento (Mt. 3.10, 12; Lc. 3.9, 17), o como un bautismo en Espíritu y en fuego (Mt. 3.11; Lc. 3.16). Es muy improbable que el Bautista se refiriera en este caso a otro acto ritual semejante al suyo. Más bien estaría recurriendo al vigoroso lenguaje figurado de pasajes tales como Is. 4.4; 30.27s; 43.2; Dn. 7.10 (posiblemente bajo la influencia de Qumrán: cf. 1QS 4. 21; 1QH 3. 29ss). Si el juicio divino podía asemejarse a una corriente del aliento ardiente de Dios (= Espíritu: la misma palabra en heb. y en gr.), luego el ministerio de juicio de aquel que vendría podía con toda propiedad asemejarse a una inmersión en esa corriente. Aquellos que se sometieran a un acto que simbolizaba ese juicio, como expresión de su arrepentimiento frente al mismo, encontrarían que se trataba de un juicio que purificaba y limpiaba. Aquellos que rechazaban el bautismo de Juan y rehusaban arrepentirse experimentarían el “bautismo” de aquel que vendría en todo su furor y serían como los árboles secos y la paja, consumidos por el mismo (Mt. 3.10–12).

II. El bautismo de Jesús por Juan
El que Jesús se haya sometido a un bautismo de arrepentimiento fue causa de dificultades para los primitivos cristianos (cf. Mt. 3.14s; Jerónimo, contra Pelag. 3.2). Cuando menos habrá representado para Jesús una expresión de su dedicación a la voluntad de Dios y al ministerio, quizás también una expresión de su entera identificación con su pueblo ante Dios.

Luego de ser bautizado, el Espíritu descendió sobre Jesús (Mt. 3.16; Mr. 1.10; Lc. 3.21s . Muchos verían aquí el arquetipo del bautismo cristiano: bautismo en agua y en Espíritu. Pero mientras los evangelistas vinculan estrechamente el descenso del Espíritu con el bautismo de Jesús (que se produce inmediatamente después de su bautismo), no equiparan ambas cosas ni las unen bajo el término único de “bautismo”. Además ninguno de los escritores del NT habla del bautismo de Jesús como el modelo del bautismo cristiano. En cada caso el evangelista enfoca la atención del lector sobre el ungimiento del Espíritu y sobre la voz celestial (Jn. 1.32s ni siquiera menciona el bautismo de Jesús; cf. Hch. 10.37s; 2 Co. 1.21: Dios nos establece en Cristo y nos ha “encristado”/ungido; 1 Jn. 2.20, 27). No se indica la razón por la cual Jesús no continuó con el bautismo de Juan. Quizás porque, como símbolo de juicio, era menos apropiado para el enfoque del ministerio de Jesús en el cumplimiento de las promesas y la bendición escatológica, en la postergación del juicio más bien que en su cumplimiento (cf., p. ej., Mt. 11.2–7; Mr. 1.15; Lc. 4.16–21; 13.6–9). El bautismo del juicio en todo su furor, la copa de la ira divina, era algo que él mismo tendría que afrontar (en favor de otros) hasta la muerte (Mr. 10.38; 14.24, 36; Lc. 12.49s).

III. El bautismo en el cristianismo primitivo

Cualquiera sea su correspondiente trasfondo, el bautismo ha sido parte integral del cristianismo desde sus comienzos. Los primeros convertidos eran bautizados (Hch. 2.38, 41). Pablo, convertido dentro de los dos o tres años de la resurrección, da por sentado que el bautismo marca el comienzo de la vida cristiana (véase más adelante, IV). Y no sabemos de ningún cristiano en el NT que no haya sido bautizado ya sea por Juan o en el nombre de Jesús.

De la misma manera que el bautismo de Juan, también el primitivo bautismo cristiano era una expresión de arrepentimiento y fe (Hch. 2.38, 41; 8.12s; 16.14s, 33s; 18.8; 19.2s; cf. He. 6.1s). Muchos dirían que el perdón de pecados se lograba por medio del bautismo desde el primer momento (Hch. 2.38; 10.43; 22.16; 26.18). Otros sostienen que quien se bautizaba en la época cristiana primitiva consideraba al bautismo más como su “aspiración de una buena conciencia hacia Dios’ (1 P. 3.21), con el don del Espíritu considerado como la acción divina de aceptación y renovación (esp. Hch. 10.43–45; 11.14s; 15.8s). Ciertamente era un paso decisivo de entrega para el que pretendía hacerse cristiano, lo que a menudo debe haber dado como resultado el ostracismo y aun la persecución por parte de sus anteriores compañeros.

A diferencia del bautismo de Juan, el bautismo cristiano se administró desde el principio “en el nombre de Jesús” (Hch. 2.38; 8.16; 10.48; 19.5). Esta frase probablemente indica ya sea que el que bautizaba se veía como representante del Jesús exaltado (cf. esp. 3.6, 16 y 4.10 con 9.34), o que el que se bautizaba veía su bautismo como su acto de entrega al discipulado de Jesús (cf. 1 Co. 1.12–16 y mas adelante, IV). Es muy probable que se entendiera que dicha frase abarcaba ambos aspectos.

Es evidente, por lo tanto, que desde el primer momento el bautismo en el nombre de Jesús se realizaba como el rito de ingreso o iniciación a la nueva secta de aquellos que invocaban el nombre de Jesús (Hch. 2.21, 41; 22.16; cf. Ro. 10.10–14; 1 Co. 1.2). Algunas veces se hacía con el agregado de la imposición de manos, y debe haber servido también para expresar en forma gráfica la aceptación del que se bautizaba por parte de la comunidad de aquellos que como él creían en Jesús (Hch. 8.14–17; 10.47s; 19.6; He. 6.2). La relación entre el bautismo y el don del Espíritu en Hch. es motivo de grandes discusiones. Algunos sostienen que el Espíritu se recibía (a) por el bautismo, o (b) mediante la imposición de manos, o (c) por ambos medios, siendo los dos actos rituales partes integrantes de un solo sacramento [sobre este término véase la nota aclaratoria al pie del artículo correspondiente] conjunto. Cada una de estas posiciones puede invocar apoyo en algún punto del libro de Hch.: (a) 2.38; (b) 8.17; cf. 9.17; (c) 19.6. Pero a menos que se logre mayor apoyo, resulta muy difícil sostener que en el cristianismo primitivo había un concepto uniforme sobre este tema, o que Lucas estaba procurando promover un determinado punto de vista. Es más probable que para Lucas y los primeros cristianos el factor realmente decisivo para demostrar la realidad de la entrega de una persona a Dios y su aceptación por él era el don del Espíritu; la presencia del Espíritu resultaba fácilmente discernible por sus efectos en la vida de aquel que lo recibía (Hch. 1.5; 2.4; 2.38; 4.31; 8.17s; 10.44–46; 11.15–17; 19.2). En este encuentro divino-humano, el bautismo (y a veces la imposición de manos) representaba un papel importante, particularmente, y por lo menos, como expresión de arrepentimiento y entrega al Señor, como señal de haber ingresado al discipulado de Jesús y de entrar a formar parte del grupo de sus discípulos, y generalmente como el contexto del encuentro divino-humano en el cual se daba y se recibía el Espíritu. Una perspectiva más “elevada” del bautismo tiene muy poco en lo cual fundarse.

IV. El bautismo en las cartas paulinas
Las únicas referencias ciertas al bautismo en Pablo se encuentran en Ro. 6.4; 1 Co. 1.13–17; 15.29; Ef. 4.5; y Col. 2.12. La más clara de ellas es 1 Co. 1.13–17, donde es obvio que Pablo da por sentado que el bautismo se realizaba “en (eis) el nombre de Jesús”. Aquí utiliza probablemente una fórmula conocida en contabilidad en aquella época, cuando “en nombre de” significaba “a cuenta de”. Vale decir, el bautismo se consideraba como un contrato de transferencia, un acto por el cual el que se bautizaba se entregaba para constituirse en propiedad o discípulo de aquel que se nombraba. El problema en Corinto era que había muchas personas que obraban como si se hubiesen hecho discípulos de Pablo o Cefas o Apolos, es decir, como si hubiesen sido bautizados en el nombre de ellos más bien que en el nombre de Jesús.

De las otras referencias, Ef. 4.5 confirma que el bautismo era una de las piedras fundamentales de la comunidad cristiana. Y 1 Co. 15.29 probablemente se refiera a alguna práctica de bautismo vicario, por el cual un cristiano se bautizaba en lugar de alguna persona ya fallecida (Pablo no indica si aprueba o desaprueba la práctica).

Sumamente intrigantes resultan los pasajes de Ro. 6.4 y Col. 2.12, que hablan del bautismo como un medio o instrumento para ser sepultado con Cristo, o como el contexto en el cual el que habíá de hacerse cristiano era sepultado con Cristo. En este pasaje Pablo está claramente evocando el poderoso simbolismo del bautismo (probablemente por inmersión) como un sepultar (fuera de la vista) la vieja vida. En Ro. 6.4 no entiende el acto de emerger del agua como un símbolo de la resurrección: la resurrección con Cristo es aun cosa del futuro (6.5). Quizás sea esa la asociación en Col. 2.12, pues allí la resurrección con Cristo se considera como algo pasado (Col. 3.1), pero la expresión griega en 2.12 no lo hace necesario. Debemos recordar también que Pablo considera el morir con Cristo no como un acontecimiento único del pasado; la identificación con Cristo en sus sufrimientos y su muerte es un acontecer que dura toda la vida (Ro. 6.5; 3.17; 2 Co. 1.5; 4.10; Gá 2.20; 6.14; Fil. 3.10). De modo que podría ser que Pablo considerara al bautismo como el símbolo constante de este aspecto de la existencia cristiana, mientras que el Espíritu denotaba la nueva vida en Cristo (Ro. 8.2, 6, 10s, 13; 1 Co. 15.45; 2 Co. 3.3, 6; Ga. 5.25; 6.8).

Se han propuesto muchas otras referencias al bautismo en las epístolas paulinas. La mayoría de los eruditos sostiene que la frase “bautizados en Cristo Jesús” se refiere directamente al bautismo (Ro. 6.3; 1 Co. 10.2; 12.13; Gá. 3.27). Una opinión que se sostiene con firmeza aquí es que “en Cristo” constituye una abreviatura de “en el nombre de Cristo”. Si es así, luego Pablo consideraba que el acto bautismal era rico en eficacia y significado sacramentales. Otros sostienen que “bautizados en Cristo” es más bien una abreviatura de “bautizados en Espíritu en Cristo” (según se registra explícitamente en 1 Co. 12.13). En este caso, Pablo se estaría haciendo eco de la metáfora que comenzó con Juan el Bautista, según la cual la frase no se refiere al acto ritual, sino a aquella unión con Cristo (en su muerte) que el bautismo (por inmersión) tan gráficamente simboliza (cf. Mr. 10.38; Lc. 12.50).

Otros pasajes muy mencionados como referencias al bautismo son los que hablan de lavamiento en 1 Co. 6.11; Ef. 5.26; y Tit. 3.5, y los que hablan del sello del Espíritu en 2 Co. 1.22 y Ef. 1.13; 4.30. Si el punto de vista de Pablo acerca del bautismo era fuertemente sacramental, entonces la alusión al bautismo sería convincente, tanto más si Pablo estaba sufriendo la influencia de los cultos de misterio a esta altura. Por otro lado, 1 Co. 1.13–17 y 10.1–12 muestran a Pablo resistiendo este tipo de sacramentalismo. Además, al oponerse a aquellos que insisten en que los cristianos debían circuncidarse Pablo contrapone, no el bautismo (como una alternativa cristiana más efectiva) sino la fe de ellos y la realidad del Espíritu que recibieron mediante la fe (Gá. 3.1–4.7; Fil. 3.3). Así que es posible que Pablo haya entendido que el lavamiento tenía carácter directamente espiritual y no sacramental (cf. Hch. 15.9; Tit. 2.14; He. 9.14; 10.22; 1 Jn. 1.7, 9). Cuando recordamos el carácter tangible de la presencia del Espíritu en el cristianismo de los primeros tiempos, resulta innecesario vincular el “sello del Espíritu” a cualquier cosa que no sea el don del Espiritu en sí mismo.

V. El bautismo en los escritos joaninos

Resulta difícil determinar la concepción de Juan respecto al bautismo, desde el momento en que el rico simbolismo del evangelio se presta a distintas interpretaciones.Algunos creen observar alusiones sacramentales en todo el evangelio (en cada referencia al “agua”). Otros sostienen que Juan es antisacramentalista (p. ej. 6.63 como limitación de cualquier alusión a la Cena del Señor en 6.51–58).

En Jn. 3.5 (“[nacidos] de agua y del Espíritu”, la referencia más probable al bautismo) se considera que el comienzo de una nueva vida en Cristo surge ya sea del bautismo en agua y el don/poder del Espíritu; o del poder purificador y renovador del Espíritu (cf. Is. 44.3–5; Ez. 36.25–27); o que posiblemente requiera el nacimiento del Espíritu (3.3, 6–8) además del nacimiento natural (3.4). Sin embargo, el pensamiento dominante es claramente la obra del Espíritu, y en vista del contraste entre el bautísmo en agua y el bautisno en el Espíritu en 1.33, deberíamos evitar la sustitución de la expresión “nacidos de(l)” en 3.5 por “bautizados en”. No hay indicación alguna de la existencia de una equivalencia entre el bautismo y el nuevo nacimiento para ninguno de los escritores del NT (cf. Stg. 1.18; 1 P. 1.3, 23; 1 Jn. 3.9).

En otros pasajes de Juan el vocablo “agua” probablemente simboliza ya sea el Espíritu Santo dado por Jesús (4.10–14; 7.37–39; 19.34, la única otra alusión plausible al bautismo), o la era antigua en contraste con la nueva (1.26, 31, 33; 2.6ss; 3.23–36; 5.2–9). En 1 Jn. 5.6–8 “agua” se refiere al bautismo de Jesús mismo como testimonio permanente de la realidad de su encarnación.

VI. El bautismo de párvulos

¿Se habrá practicado el bautismo de párvulos en el 1º siglo del cristianismo? No hay ninguna referencia directa al bautismo de párvulos en el NT, pero la posibilidad de que haya habido niños en las familias bautizadas en Hch. 16.15, 33; 18.8 y 1 Co. 1.16 no puede ser terminantemente excluida. Sobre la base de 1 Co. 7.14, sin hablar de Mr. 10.13–16, se puede sostener que los hijos pequeños de los creyentes constituyen parte de la familia de la fe. Por otro lado, en Gá. 3 Pablo sostiene específicamente que la unión con Cristo no deriva de ninguna descendencia física, ni depende tampoco de ningún acto ritual (circuncisión), sino que se realiza por medio de la fe, y que no depende de ninguna otra cosa que no sea la fe y el don del Espiritu que se recibe por fe.

En resumen, cuanto más se entienda al bautismo como la expresión de la fe del que se bautiza, tanto menos se puede aceptar el bautismo de párvulos; mientras que cuanto más se entienda al bautismo como la expresión de la gracia divina, tanto más fácil resulta sostener la procedencia del bautismo de párvulos. De cualquier manera, los cristianos deben cuidarse de dar más importancia de lo debido al bautismo, para no caer en el error de los judaizantes que daban indebida importancia a la circuncisión. (* Sepultura; * Circuncisión; * Fe; * Juicio; * Imposicion de manos; * Arrepentimiento; * Sacramento; * Espiritu; * Agua )

Bibliografía. °J. D. G. Dunn, Bautismo en el Espiritu Santo; P. Marcel, El bautismo: Sacramento del pacto de gracia, 1968; G. R. Beasley-Murray, “Bautismo”, °DTNT, t(t). I, pp. 160–172.

K. Aland, Did the Early Church Baptize Infants?, 1963; J. Baillie, Baptism and Conversion, 1964; K. Barth, Church Dogmatics, IV/4, 1970; G. R, Beasley-Murray, Baptism in the New Testament, 1962; Baptism Today and Tomorrow, 1966; C. Buchanan, A Case for Infant Baptism, 1973; J. D. G. Dunn, Baptism in the Holy Spirit, 1970; A. George, et. al., Baptism in the New Testament, 1964; J. Jeremias, Infant Baptism in the First Four Centuries, 1960; The Origins of Infant Baptism, 1963; G. W. H. Lampe, The Seal of the Spirit, 1967; J. Murray, Christian Baptism, 1962; J. K. Parratt, Holy Spirit and Baptism, ExpT 82, 1970–71, pp. 231–235, 266–271; A. Schmemann, Of Water and the Spirit, 1976; R. Schnackenburg, Baptism in the Thought of St Paul, 1964; G.Wagner, Pauline Baptism and the Pagan Mysteries, 1967; G. Wainwright, Christian Initiation, 1969; G. R. Beasley-Murray, R. T. Beckwith, en NIDNTT 1, pp. 143–161

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