3 de junio de 2009
HUELLAS NO DIVINAS EN EL CORÁN
“Lea el Corán”, decía una nota pegada a la pared en un lugar público. Este no es sino un testimonio de fe en el valor de un libro que para la religión musulmana, ocupa el lugar que la Biblia tiene para los cristianos. ¿Tendrá algo para ofrecernos ese libro que sea importante para nosotros hoy? En un contexto cristiano, ¿podría ofrecer el Corán algo que no ofrezca la Biblia, y que merezca su lectura?
En la historia del cristianismo poco interés se ha manifestado por la religión islámica. Se la considera una religión inferior. Pero tanto se ha devaluado el cristianismo de hoy que, en la vida práctica, el musulmán encuentra con justicia que es inferior. Hacerse cristiano para ellos significaría, por ejemplo, beber vino, fumar, comer carne de cerdo, algo que en muchos sentidos pasa a ser una tentación para todo musulmán que viene a occidente.
En cuanto a la práctica religiosa, el cristianismo moderno tampoco ora cinco veces al día como lo hacen los musulmanes, ni revela la misma reverencia oriental. Los cultos carismáticos y pentecostales que copan a menudo los programas religiosos por la TV son también irreverentes. Y, ¡qué decir de la idolatría que ven en el catolicismo romano, con su veneración de tantos santos y vírgenes! A menos que se les haga ver que tales cultos y prácticas no tienen nada que ver con el cristianismo auténtico, el de la Biblia, será muy difícil interesar a los descendientes de Ismael en la fe de Isaac, de Jesús y de los apóstoles.
¿Necesidad de llevarlos a la Biblia?
Vivimos en una época en donde, para triunfar en la vida o simplemente sobrevivir, hay que aprender una cantidad de cosas. Para poderse manejar en el mundo económico, hay que conocer todas las alternativas principales que ofrecen los bancos y el comercio en general. Para poderse resolver en forma aceptable en el mundo de la mecánica, hay que conocer un buen número de cosas referentes al vehículo que usamos para transportarnos. A eso se suman los seguros y vencimientos que tenemos en tantas cosas, con las consiguientes multas si nos retrazamos. También en el mundo electrónico, si no podemos renovarnos día a día nos rezagamos y limitamos nuestras posibilidades de progreso.
Toda escena de la vida moderna tiene que pasar por un sinnúmero de cosas imprescindibles que compiten con la religión, relegando las cosas espirituales a un segundo plano, sino erradicándolas del todo. De allí que el mayor esfuerzo de las grandes industrias sea la simplificación, porque cuanto más simple logren hacer el manejo de lo que ofrecen, mayor demanda tendrán. ¿Habría de extrañarnos que algo semejante se diera con la religión también?
En el afán por ganar gente, se ve aún en las iglesias cristianas cada vez menos interés en las doctrinas de la Biblia. Aún las iglesias adventistas parecieran a veces preocuparse más por la popularidad que por la calidad. Cuanto más fácil y menos comprometedora hagamos nuestra fe, más éxito en atraer a la gente dentro de las puertas de la iglesia vamos aparentemente a tener. Esto nos lleva a ir podando más y más las doctrinas esenciales de nuestra fe que requerimos para el bautismo. El esfuerzo por la simplifación es genuino pero, ¿podemos prescindir realmente de las cosas esenciales que nos distinguen de los demás, para cumplir acabadamente nuestra misión?
En cuanto al mundo islámico, hemos estado experimentando acercarnos a ellos de diferentes maneras. El medio más común ha sido el de comenzar predicando con el Corán. Para ello, nuestros evangelistas en países musulmanes han estado preparando material en donde recojen toda huella divina posible con el objeto posterior de pasarlos, luego, a la Biblia misma. Como esto no es tampoco fácil, debido a que los musulmanes consideran al Corán como la consumación y revelación final de Dios a la humanidad, actualmente hay quienes están tratando de ganar a los musulmanes con el Corán mismo, sin intentar pasarlos a la Biblia. Por supuesto, experimentos tales como el último mencionado deben llevarse a cabo sin contacto alguno con iglesias tradicionales organizadas, porque eso les causaría problemas muy serios de parte de nuestros hermanos que consideran ese método como una traición.
¿Por qué buscar huellas no divinas?
Debido a la reacción dogmática y fanática del mundo musulmán contra todo lo que expone el error de su fe, se ha intentado en épocas recientes alcanzarlos mediante métodos positivos. Se busca descubrir todo lo bueno posible en el Corán, y compensar sus falencias con el amor de Cristo y las verdades del evangelio. Al mismo tiempo se descarta todo método de confrontación como un craso error evangelístico (cf. Daniel Scarone, Credos Contemporáneos, 162-3). Basta con recordar la pena de muerte que lanzó el famoso Lahiatola Komeini en Irán contra los “versos satánicos” de un poeta que se refugió en Inglaterra, para imaginarse lo que puede esperarles a los que emprendan la tarea de ganar a los árabes por ese camino.
Personalmente no tengo nada en contra del método del amor y de la búsqueda de los valores positivos de la religión musulmana, excepto el que este método se vuelva excluyente. Debemos recordar que la religión católico-romana fue tanto y más intolerante que la del Islam durante siglos, y los protestantes, a riesgo de sus vidas, no vacilaron en dar el testimonio que correspondía para contrarrestar sus enseñanzas. Declararon que la Iglesia de Roma era la sinagoga de Satanás, el papado el trono mismo del anticristo, y que la única alternativa de obtener realmente el favor de Dios era renunciando a esa fe.
Claro está, ese fue un movimiento que nació dentro del mundo católico, como la perestroica rusa dentro del contexto comunista soviético. A menos que una revolución espiritual tal se levante en el interior del mundo islámico, basada igualmente en un interés genuino por la Biblia, será más difícil obtener los mismos resultados. Debido a la intolerancia medieval que todavía persiste en los países musulmanes, la sangre de los mártires parecería, en tal caso, tener que volver a correr como en los siglos oscurantistas del medioevo, algo que se busca evitar con horror desde la perspectiva de libertad occidental actual.
Por otro lado, se nos informa a menudo que la predicación del islamismo está teniendo grandes éxitos en el mundo cristiano moderno. ¿No será tal vez esto consecuencia de ese énfasis unilateral de destacar las huellas divinas en el Corán, y no resaltar las del maligno? Me he encontrado con muchos musulmanes en occidente. He tratado de elogiarlos en su fe y se sienten contentos. Pero, por ignorancia en mi caso, no he sido capaz de hacerles ver el error en el que están, y la necesidad que tienen de ir a las fuentes auténticas de la Palabra de Dios. Para todos ellos es que estoy dedicando estas páginas de mi experiencia al estudiar el Corán, al que fui atraído especialmente para tratar de entenderlos, luego de la catástrofe del 11 de septiembre que los más fanáticos de entre ellos causaron.
Siendo que el diablo se ha caracterizado desde el comienzo, no por eliminar todo vestigio de la verdad, sino por mezclarla con la mentira, convendrá que podamos discernir su obra distorcionadora en el Corán, ya que ése es el alimento espiritual que reciben a diario cientos de millones de personas tanto en occidente como en oriente, aún ya bien comenzado el S. XXI. Debemos estar en condiciones de discernir la estrategia de Satanás en la religión musulmana, cuya obra se ve claramente también en el cristianismo moderno y se desenmascara en las profecías de la Biblia. Esto de ninguna manera deberá llevarnos al otro extremo, de ver sólo lo negativo, esto es, las huellas no divinas en el Corán. El amor de Cristo es el imán de atracción más grande que pueda haber tanto para musulmanes una vez que pueden comprenderlo bien, como para toda criatura desalentada por el pecado que pasa por este mundo.
Pongámonos en el contexto del mundo religioso actual, y sus propuestas para resolver el problema del mal que impera en la humanidad. Los budistas y otras religiones orientales en las cuales se inspira en gran medida la Nueva Era, creen en el desarrollo de las potencialidades interiores del ser humano para vivir mejor, como algo inherente que todos poseen, y que al mismo tiempo les permite entrar en conexión con el Ser Supremo. El humanismo, en cualquiera de sus formas, pretende poner al hombre como centro y eje de toda acción social, política y económica. La religión judeo-cristiana insiste en la renovación interior mediante el arrepentimiento, el perdón y la conversión. ¿Dónde ubicaríamos al Corán?
Rendición.
En un contexto parecido al cristiano de sumisión y rendición a Dios. Eso es, justamente, lo que significa musulmán. “Se me pide rendirme al Señor de los Mundos”, dice el profeta (40:68). “De mi parte, soy de los musulmanes (‘que se rinden’), vuelve a insistir (41:33). “Soy un musulmán (‘me he rendido a tu voluntad’)” (46:14). “Se nos ordena rendirnos al Señor de los Mundos” (6:70).
De no rendirse a la voluntad de Dios revelada a través de su profeta Mahoma, todos los que escuchan su mensaje recibirán el castigo divino (39:55). De allí es que se amonesta a “no caminar altivamente sobre la tierra, porque Dios no ama al arrogante y vanaglorioso” (31:17). En síntesis, musulmanes son “los hombres y mujeres que se rinden a Dios” (33:35).
Propósito universal del Corán.
“Soy únicamente alguien que amonesta en forma abierta” (Sura 67:26), declaró Mahoma, el profeta de los árabes y autor del Corán. ¿A quiénes? ¿Sólo a los árabes? No, “el Corán no es otra cosa que una amonestación para todas las criaturas” (38:37), “para toda la humanidad” (45:19; 74:34), “para amonestación del hombre” (17:43), lo que revela su proyección universal (68:51). Es cuestión de tiempo, y su mensaje será conocido por todos (38:38).
Además de amonestación, “el Corán fue enviado para ser la guía del hombre, y una explicación de esa guía, y de esa iluminación” (2:181). Dado su contexto público y universal, es considerado también “un manifiesto” (3:132), que tiene como propósito suprimir la altivez humana. De allí provienen también las advertencias contra los ricos de no dejarse engañar ni por las riquezas (63:9), ni por sus mujeres y niños de cuya representatividad tienden a hacer gala los polígamos (64:14-15). Cuanto más mujeres y más niños tienen, mayor riqueza pueden ostentar, razón por la cual el dios de Mahoma limitó el número de mujeres para cada musulmán pudiente (4:3).
Propósito y vehículo arábigo.
La universalidad expansiva del islamismo no quita el hecho de que el Corán haya sido escrito en árabe y para la lengua árabe y primordialmente para los árabes. “Es El (Dios), quien ha enviado al pueblo pagano (árabe) un Apóstol de entre ellos mismos” (62:2). Tal es así que muchos creen aún hoy que el Corán ni debiera traducirse, reconociendo abiertamente la dificultad de su traducción como también cuánto se pierde de su prosa al tratar de vertírselo en otros idiomas modernos.
Aunque luego de leer el Corán, junto con todos sus críticos, no concordemos totalmente con Mahoma, se trataría, en las palabras del profeta mismo, de “un Corán árabe, libre de formulaciones (o redacciones) tortuosas para que puedan temer a Dios”, y en donde se encuentran, presumidamente, “toda clase de parábolas para su amonestación” (29:28-29). “Es un libro cuyos versos (signos) son hechos claros—un Corán árabe, para hombres de conocimiento” (41:2).
Que fue escrito para los árabes se reafirma en esta declaración: “Si lo hubiéramos hecho un Corán en una lengua extranjera, hubieran dicho, ‘¡A menos que sus signos (versos) fuesen hechos claros...! ¡Qué!, ¿en un idioma extranjero? ¿Y el pueblo árabe?” (41:44). “Te hemos revelado”, continúa diciendo Dios al profeta, “un Corán árabe, para que puedas amonestar a la ciudad madre (la Meca), y todo alrededor de ella”, acerca del día final (42:5), “para que Uds”, los árabes, “puedan entender” (43:2). “Verdaderamente hemos hecho este Corán fácil y en tu propia lengua, para que puedas anunciar alegres nuevas por su medio a los que temen a Dios, y amonestar por su medio a los contenciosos” (19:97). “El espíritu fiel (el ángel Gabriel) vino a ti, sobre tu corazón, para que puedas amonestar en el claro idioma árabe” (26:194-195).
Recitación y grandeza del Corán.
Corán proviene del vergo qaráa, “leer”, y signfica “recitación”. Está compuesto de 114 suras (especie de capítulos), algunos larguísimos y otros extremadamente pequeños. Dios dice al profeta: “hemos dividido el Corán en secciones, para que puedas recitarlo a los hombres en grados lentos, y lo hemos enviado poco a poco” (17:107). “Lo mejor de las recitaciones ha enviado Dios—un libro en armonía consigo mismo, que enseña por repetición” (39:24). De allí que lo considera fácil también para amonestar (54:22,33,40). Por eso el ángel Gabriel exhorta a Mahoma a “entonar el Corán con tonos medidos” (73:4), cuya graduación no debe darse a prisa. A la recitación del líder sigue la recitación de la congregación (75:16-18).
El libro está escrito en prosa debido a la creencia de que los poetas eran quienes se inspiraban a sí mismos, mientras que Mahoma recibió una revelación de Dios (53:4). Por eso dice que “es a los poetas que siguen los que erran” (26:224), y Dios mismo aclara, según el profeta, que “no le hemos enseñado a él (Mahoma) poesía ni nada que se le parezca” (36:69). En síntesis, no se trata de “la palabra de un poeta”, ni de “la palabra de un adivino” (69:41).
No obstante, Mahoma quedó tan contento con sus mensajes de recitación o prosa presuntamente de origen divino, que llegó a llamarlo “Corán glorioso” (15:87; 41:41; 85:21), “Corán honorable” (56:76), “Libro luminoso” (43:1), “una guía y una medicina” (41:44), “la verdad” (6:66; 39:2,42). Contiene “la palabra de un apóstol digna de todo honor” (69:40), ya que “está escrito en páginas honorables, exaltadas, purificadas, por la mano de Escribas honrados y justos” (80:13-15). “¡Oh, Profeta! Te hemos enviado para ser testigo, y un heraldo de alegres nuevas, y un amonestador. Alguien que, por Su propio permiso, convoca (o llama) a Dios, y una antorcha que da luz” (33:44-45).
Confrontación de idiomas implícita.Con esto se puede ver, por comparación, que así como la religión católica romana ha querido imponer el latín (de allí su oficialidad de la Vulgata Latina como traducción reconocida de la Biblia), y la religión ortodoxa griega el griego (de allí la LXX como versión oficial para la traducción de la Biblia a otros idiomas), así también la religión musulmana procura expandir e imponer la lengua árabe como factor de unión musulmana. En todos los casos, el idioma que dio origen a la religión—latín, griego o árabe—se quiere imponer de una u otra manera como factor de unidad. Y siendo que las tres religiones tienen sueños universales, el vehículo de comunicación que utilizan entra dentro del legajo de competencia que quieren extender sobre toda la humanidad.
En efecto, para ser un musulmán completo debe aprenderse el árabe y, por el hecho de tratarse de una revelación que tiene por objeto alcanzar a toda la humanidad, queda tácita la creencia de que el árabe se terminará de imponer sobre todo otro idioma y en todo el mundo.
Lucha por la supremacía.
El hecho de que se trate de un libro revelado por Dios en árabe y para los árabes, y que al mismo tiempo lo sea para toda la humanidad, muestra que el sueño de todo musulmán es lograr la supremacía de la religión árabe sobre todo el mundo. Una predicación tal animó los espíritus de tantos millones que salieron de la nada en el S. VII, y se extendieron por todo el mundo oriental y del norte de Africa tratando de prevalecer sobre el cristianismo ortodoxo griego (Roma oriental) y católico-romano (Roma occidental). Siendo que la libertad para decidir si aceptarlo o rechazarlo no entró dentro de sus parámetros, y sus orígenes se vieron enmarcados en revueltas de sangre, la universalidad de su proyección estaba destinada a hacer correr ríos de sangre a lo largo de los siglos y en toda la humanidad. Esa lucha sangrienta no debía cesar hasta lograrse el triunfo completo de la religión islámica sobre todos los pueblos.
“Pelea entonces contra ellos hasta que las luchas llegen a su fin, y la religión sea toda de Dios” (8:40). “Dios ha prometido a quienes creen y hacen lo recto, que los llevará a suceder a otros en la tierra, y que establecerá para ellos esta religión en la que se deleitan, y que después de sus temores les dará seguridad en cambio” (24:54). Por eso Dios advierte al profeta: “te hemos enviado a la humanidad en general, para anunciar y amenazar” (34:27). Dios eligió a los musulmanes, en efecto, “para ser testigos” no sólo a los árabes, sino también “al resto de la humanidad” (22:22:78).
“Te hemos mostrado nuestras señales en diferentes países y entre ellos mismos (los árabes), hasta que llegue a serles claro que es la verdad” (41:53). “Es El (Dios) quien ha enviado a su Apóstol con ‘la Guía’, y la religión de verdad, para que pueda exaltarla encima de toda religión” (48:28), para que aunque “los que juntan otros dioses a Dios la odien, El (Dios) pueda hacerla victoriosa sobre toda otra religión” (61:9).
Competencia con otros sueños de predominio.
Un sueño tal de la religión árabe de imponerse por encima de toda otra religión, y sobre todo el mundo, puede ayudarnos a entender algo la angustia tan grande que iba a causar en todo el dominio católico y ortodoxo. Durante tantos siglos (cerca de trece), el cristianismo medieval representado por la Iglesia Ortodoxa oriental y la Católica Romana occidental, incluyendo posteriormente la Protestante, iba a verse amenazado por los ejércitos invasores musulmanes.
Tal sueño universal de supremacía de la religión de Mahoma entraba también en competencia con los sueños universales de la religión católica papal. En la misma época en que se levantaba la autoridad del papado en todo el occidente cristiano (S. VI y VII), y procuraba elevarse también por encima del mundo griego ortodoxo, aparecía en el horizonte otro poder con sueños semejantes de predominio que iban a servir para mantener en jaque la aspiración del anticristo romano. En lugar de exaltar una institución como la papal, la nueva religión iba a procurar levantar al profeta Mahoma a través de la exaltación de su libro, el Corán, intentando imponerlo sobre todo el mundo.
Lo que ahora está pasando, sin embargo, al comenzar el S. XXI es que, al poseer ambas religiones sueños semejantes de universalidad, el papado ha dejado en cierta medida de combatir a los musulmanes para tratar de hacer entrar el sueño universal musulmán dentro de sus sueños de supremacía mundial, conformando y extendiendo su dominio en lo que el Apocalipsis denominó “la Gran Babilonia” de los últimos tiempos (Apoc 17). Para ello cuenta con varias creencias que aparecen en el Corán que facilitan su tarea. Una de ellas tiene que ver con el factor “rendición” a la fe musulmana, por lo cual debe el papa encontrar en el Corán todo elemento común posible con la fe católica que le permita extender su primacía aún en el mundo árabe.
Los sueños de imposición de la religión islámica sobre toda otra religión y reino terrenal, contrasta también con el mandato coránico de caminar humildemente sobre la tierra, en sumisión y rendición a la voluntad de Dios revelada a través de Mahoma. En efecto, aunque somete al hombre a la revelación de Mahoma, el Corán lo vuelve arrogante contra toda otra religión. Mientras que la religión católica busca someter a todo el mundo bajo la primacía de Pedro—por la que abogan sus presuntos sucesores—, en la religión musulmana es la religión del Corán escrita por Mahoma—quien no dejó sucesores—la que procura imponerse sobre toda la tierra. Al faltarles una cabeza actual y tener antecedentes de veneración y adoración al hombre ordenadas por Dios que veremos más adelante, no tendrán demasiada dificultad para entrar, en términos generales, dentro del escenario romano papal.
De hecho, la veneración que le está reservando el mundo árabe al papa en la actualidad no debiera extrañarnos, ya que ambas religiones conservan elementos en común que les permite actuar juntos en su lucha por la supremacía de la religión sobre el mundo secular y político. Así, los países católicos y los países musulmanes se han estado encontrando en una lucha común en las Naciones Unidas contra la inclusión de parejas homosexuales, lesbianas y heterosexuales en la conformación de la familia del futuro en la legislación moderna de los países que las componen. Ante el acoso de los países occidentales por lo que hicieron fanáticos de entre los musulmanes el 11 de septiembre, el papado está asumiendo un papel reconciliador y hasta de abogado en favor de los árabes.
Los sueños de predominio universal de musulmanes y católicos contrastan con el sueño de la Biblia en donde se hace ver que los reinos de este mundo serán destruídos (Apoc 6:15-17; 11:15-18; 19:11-21), y que sólo un “resto” minoritario de toda la humanidad, extendido en toda la tierra, será salvo en el día del Señor (Apoc 12:17; 14:6,12; cf. Rom 9:27). Tal sueño cristiano no adulterado con aspiraciones imperialistas, aleja al verdadero rebaño del Señor de todo sueño de predominio o preeminencia universal. Su predicación apunta a la conversión individual de la mayor cantidad de gente posible, sin pretender transformarse en la religión oficial de la humanidad. Sus sueños están puestos en la venida del Señor para terminar con este mundo de dolor.
Todo sueño de predominio sobre los demás y en un contexto universal revela, por otro lado, las huellas de quien quiso recibir todo reconocimiento y poder en el cielo, aún el de Dios mismo y sin merecerlo (Isa 14:12). En el sentido opuesto está la religión de Cristo, quien se despojó a sí mismo y dio su vida para salvarnos (Filip 2:6-11). No hizo el Señor llamados a empuñar las armas carnales de este mundo (Juan 18:36; 2 Cor 10:3-4). Tampoco exhortó a imponer por la fuerza los principios de su reino a los demás. ¿Rendición? Sí, pero al Dios de la Biblia, el único que realmente libera, y en forma completa, de todo espíritu de supremacía.
Si preguntamos a los budistas cuál es el libro que tienen como base para su religión, nos responderán que no tienen ningún libro. ¿En qué basan sus creencias, entonces? En enseñanzas recibidas por quienes practican el budismo, tan vagas y generales como las de la Nueva Era. Y aunque se han escrito muchos libros para explicar la religión budista y los principios de la Nueva Era, es claro que no poseen un fundamento escrito de esa revelación, disponible e incambiable para todos en un contexto universal.
En realidad, ninguna clase de paganismo desarrolló un libro común para todo el mundo. Ni siquiera el espiritismo moderno que rescata todos los principios paganos del mundo antiguo, tiene un libro clave que fundamente sus prácticas. El neo-paganismo de la Nueva Era se presenta sin cabeza y sin revelación escrita unificada y, no obstante, plantea un lenguaje común con una enseñanza común. Bueno, están también otros, muy pobremente representados, que creen que este mundo habría sido poblado por extraterrestres que habrían dejado un libro que se perdió por el Tibet.
¿Cuál fue el argumento que usó Mahoma para convencer a las tribus árabes paganas de sus días en la autenticidad de su revelación? Les hechó en cara justamente este hecho, de que no tenían ningún libro que expresase la revelación divina. Para Mahoma, esa era la prueba fundamental de que los paganos no poseían un origen divino. “Si ellos dicen, ‘el Corán es su propia invención’, diles: traigan entonces diez Suras como ellas [las que hay en el Corán], de su propia invención... Pero si no te responden, entonces sepas que se te ha enviado a ti [el Corán] únicamente en la sabiduría de Dios” (11:16).
Este argumento, por supuesto, no le serviría demasiado hoy a Mahoma, ya que otros como él han intentado, después de él, de establecer otro fundamento escrito. Así, el libro del Mormón y el del reverendo Moon, este último pretendiendo ser el Cristo encarnado para los asiáticos y fundador de la Iglesia de la Unificación, contienen su nueva revelación que aparta a la gente de la verdadera fuente de salvación, la Biblia. Tanto Mahoma como el reverendo Moon pretenden, en sus respectivos libros, haber sido anunciados por la Biblia.
Mahoma y su Corán aparecieron en el S. VII. ¿Qué decir de todos los que vivieron antes que él? ¿No tuvieron revelación escrita? Sí, por supuesto. El Corán no se presenta como innovador en materia de revelación divina, sino como consumación.
El Corán no pretende ser una nueva revelación.
“No soy apóstol de nuevas doctrinas”, declaró el profeta árabe (46:8). “Apóstoles hemos verdaderamente enviado antes de ti”, habría dicho su dios. “Para cada edad su Libro” (13:38). El ángel Gabriel “es quien, por autorización divina, hizo descender sobre tu corazón el Corán, la confirmación de revelaciones previas, una guía, y buenas nuevas para los fieles” (2:91), para “afirmar las revelaciones previas” (2:95). Aunque considera al Corán como “una transcripción del Libro arquetipo” [celestial], “majestuoso, lleno de sabiduría” (43:3), repite lo que Dios a través de Gabriel le habría dicho: “Nada se te ha dicho que no haya sido dicho antiguamente a otros apóstoles antes que a ti” (41:43).
¿Cuáles serían las revelaciones divinas auténticas y anteriores a Mahoma? Las que Dios dio a los profetas del Antiguo Testamento y a Jesús, el hijo de María. “Las Escrituras fueron, en verdad, enviadas sólo a dos pueblos antes de nosotros” (6:167). “En los pasos de los profetas hicimos seguir a Jesús”, diría Dios, “confirmando la ley que había antes de él, y le dimos el Evangelio con su guía y luz, confirmatoria de la Ley precedente; una guía y amonestación para los que temen a Dios. Y para que el pueblo del Evangelio pueda juzgar de acuerdo a lo que Dios envió allí... Y a ti hemos enviado el Libro del Corán con verdad, confirmatoria de Escrituras previas, y su salvaguardia” (5:50-52; véase 6:92).
Mahoma considera, así, al libro de la ley de Moisés como un “Libro lúcido” (28:1; 37:17). “Después que destruimos las generaciones anteriores, dimos el Libro de la ley a Moisés”, diría Dios, “para iluminación del hombre, y una guía y una misericordia, para que alegremente puedan refleccionar” (28:43). “A Abraham “le concedimos a Isaac y Jacob, y pusimos sobre su posteridad el don de profecía y la Escritura” (29:27). “Dimos el Libro de la ley a Moisés en la antigüedad—no tengas duda de nuestra reunión con él—y lo señalamos para guía de los hijos de Israel” (32:23).
De nuevo, “antes del Corán estaba el Libro de Moisés, una regla y una misericordia; y este Libro [el Corán] lo confirma—en lengua árabe—para que los que son culpables de este error [el de declarar que ‘es una antigua leyenda mentirosa’] puedan ser amonestados, y como alegres nuevas para los hacedores del bien” (46:11). La revelación del Corán se inserta, así, en “el credo de Abraham” debido a que el patriarca no fue de los que agregaron dioses a Dios (6:163).
En síntesis, “este Corán no podía haber sido ideado por nadie sino por Dios, porque confirma lo que se reveló antes, y aclara las Escrituras—no hay duda en eso—del Señor de todas las criaturas” (10:38). “Quienquiera no crea en Dios y sus ángeles y sus libros y sus apóstoles, y en el día final, ha errado verdaderamente con extremado error” (4:135).
Discrepancias del Corán con la Biblia.
Todas estas palabras suenan muy bonitas, pero nos decepcionan cuando comparamos tantas cosas del Corán que discrepan con la Biblia y sus historias. Si realmente Mahoma venerase la Biblia, ¿por qué la menciona tan poco? Cuenta, y en forma vaga, ni una milésima parte de sus historias. Si respetase el principio bíblico que pretende aceptar, de que toda nueva revelación confirma la anterior, lo menos que podríamos haber esperado es que citase profusamente la Biblia. Pero esto lo hace, literalmente, sólo una vez (22:105; cf. Sal 37:9).
Aún las pocas historias que Mahoma cuenta de la Biblia no siguen un patrón riguroso, sino que revelan una ignorancia sorprendente del profeta. A menudo las mezcla con comentarios y leyendas rabínicas, algunas de las cuales en contradicción con el verdadero espíritu y propósito de las historias mismas.
Entre los errores bíblicos más crasos del Corán están los siguientes. Dios habría determinado la muerte en la misma creación, antes de la caída, como parte de su plan creativo (23:15). En efecto, para Mahoma, el hombre fue creado ya con propensiones al mal (21:38), algo que toma de algunas creencias rabínicas. Tampoco distingue el presunto profeta entre el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal (7:19; 20:118).
Los ángeles que vienen a Abraham no tocan el azado que Abraham les preparó (11:73), siguiendo probablemente interpretaciones rabínicas que interpretan el relato bíblico (Gén 18:8), como haciendo que comían (Tr. Baba Mezia, 86). Dos mujeres en lugar de siete habrían sido las hijas de Jetro que ayudaron a Moisés cuando escapó de Egipto (28:23). Moisés acusaría al pueblo de Israel en el desierto, de parte de Dios, de haber muerto a los profetas (2:58). ¿A cuáles? No hay testimonio bíblico alguno de algo semejante, y el mensaje no cuadra tampoco con el momento histórico aludido.
Ni la mano de Moisés se habría puesto realmente leprosa cuando Dios lo llamó para libertar a su pueblo (27:12). Sería Moisés quien habría pedido a Dios que enviase a su hermano Aarón (26:3), en lugar de haber sido Dios mismo quien lo llamó, según cuenta la Biblia (Ex 4:14). Incluye al diluvio entre las plagas de Egipto (7:130). Dios mencionaría a los samaritanos como apartando de Dios a los israelitas mientras Moisés estaba en el monte (20:87). Saúl es confundido con Gedeón cuyos soldados bebieron de un río para ser probados (2:250). Habla de nueve plagas
Una de las suras más extensas dedica Mahoma a Amirán, según la Biblia padre de María, Moisés y Aarón (Ex 6:20), pero que Mahoma pone en el contexto de Zacarías, María la esposa de José y Jesús su hijo. Los críticos no pueden dejar de ver un anacronismo muy grande del profeta, que habría confundido los nombres de personajes que vivieron a 1500 años de diferencia (véase 66:12). Dios diría a Zacarías, por otro lado, que el nombre de su hijo, Juan (el bautista), “no lo hemos dado a ninguno antes de él” (19:8).
Aparte de los errores bíblicos y numerosos anacronismos, encontramos fábulas inventadas que no tienen nada que ver con lo que cuenta la Biblia, y hasta la contradicen. Aunque reconoce que la creación de la tierra duró seis días (10:3; 50:37; 57:4), declara en un lugar que “Dios creó en dos días la tierra”, “en cuatro” las montañas y sus plantas. “Luego se aplicó a sí mismo al cielo que por entonces no era sino humo, y le dijo junto con la tierra, ‘¿vienen Uds. en obediencia o contra su voluntad’. Y ambos dijeron: ‘venimos obedientes’. Y los hizo siete cielos en dos días” (41:9-11).
Otra fábula se refiere a Abraham (2:260ss), y parece originarse, en la opinión de algunos comentadores, en el circuito hecho por Nehemías alrededor de la ciudad en ruinas (Neh 2:13). Se imagina a la esposa de Noé como estando entre los que se pierden (66:10), y a Noé pidiéndole a Dios que no deje ninguno de su generación con vida (71:27-28). Ocho ángeles traerían el trono de Dios para el día del juicio (69:17-19). Los magos de Egipto terminan adorando al Dios de Aarón y Moisés al ver las señales que éstos dan al Faraón, y sus varas-serpientes tragadas por la de Moisés (20:73; 26:45-47).
Ni siquiera entre los talmudistas se encuentra la leyenda de una ciudad frente al mar rojo cuyos habitantes habrían sido juzgados como malhechores por quebrantar el sábado al ir a pescar en ese día, y no cuando no era sábado (7:163). Dios habría transformado el Sinaí en polvo cuando descendió a dar la ley, y Moisés se habría desvanecido (7:139).
¿Podemos ver huellas divinas en tantas discrepancias con la Biblia, así como en tantos relatos bíblicos tergiversados? ¿Puede algún profeta pretender no recibir nada nuevo, sino simplemente confirmar la revelación anterior, si lo que ofrece es una versión tan parcializada y devaluada del original? Aún si se tratase de algún error humano aislado (que en este caso no lo es), ¿a qué fuente deberíamos recurrir para corregir el error o conocer la verdad? ¿A la más nueva o a la más antigua?
Un musulmán, padre de un profesor adventista en nuestro colegio superior de Filipinas, al visitar un día a su hijo y ponerse a leer por primera vez la Biblia, quedó asombrado por la organización de las historias y capítulos bíblicos. Pudo ver que el Corán está organizado en forma confusa , y que las historias bíblicas no están bien contadas tampoco. Era mucho más fácil y más atractivo leer la Biblia.
Esto me hizo pensar si no debiéramos nosotros preocuparnos más por poner en las manos de los musulmanes la Biblia, e interesarlos en que la lean, que de buscar honrar su libro en lo que está de acuerdo con la fe cristiana. Aunque una cosa no quita la otra, dado el celo fanático de tantos miles de musulmanes, al menos en occidente es probable que encontremos árabes que estén más abiertos a leer de entrada la Biblia, curiosos por ver cómo se cuentan las historias que escucharon de una manera tan difusa en el Corán.
Por otro lado, después de haber leído el Corán me convenzo más que nunca de que ninguna propuesta evangelística cristiana que busque dejar a la gente sólo con el Corán está destinada a cumplir fielmente el cometido evangélico que Dios nos confió (Mat 24:14; 28:18-20). Sería como pretender quedarse con el catecismo católico para extraer todo lo que se acerque al mensaje bíblico e ignorar lo que lo contradice. El único pan, insisto, el único pan que descendió del cielo es la Biblia, la Palabra de Dios que se encarnó y se cumplió a la perfección en el Hijo de Dios, Cristo Jesús.
¿Prueba de falsedad?
Las discrepancias que encontramos entre la Biblia y el Corán son demasiadas como para atraernos a la fe musulmana. Por más buena voluntad que pongamos, no lo podemos reconocer como de origen divino. En conversación con ellos, podríamos pensar que la empresa de mostrarles los errores de la fe musulmana, basándose en su presunta reverencia por la Biblia también, no sería demasiado difícil. Pero no es así. No hemos completado todavía todo lo que el Corán dice, y cómo pretende resolver el problema de las discrepancias.
Como el libro del Mormón, que pretende creer en la Biblia siempre que esté bien traducida, el Corán pretende creer en la Biblia siempre que esté completa y no cambiada por judíos y cristianos. El libro del Mormón así como el libro de Mahoma tienen el propósito de ofrecer esa revelación libre de malas traducciones y/o adulteraciones, uno siguiendo las palabras del ángel Moroni, el otro siguiendo las palabras del ángel Gabriel. ¡Qué de similitudes que encontramos en el engaño! Las huellas que dejan, ¿no provienen todas de la misma mente maestra que busca por todo medio alejar a los hombres de la verdadera revelación?
“Oh musulmanes, ¿desean Uds. entonces, que para complacerlos a Uds., los Judíos creyesen? Con todo, una parte de ellos escuchó la palabra de Dios y, luego de haberla entendido, la pervirtieron y supieron que lo habían hecho así” (2:70). Dirigiéndose a los judíos, el dios de Mahoma dice: “¿Quién envió el Libro que Moisés trajo, una luz y guía para el hombre, que Uds. pusieron sobre papel, publicando parte, pero escondiendo la mayoría, aunque ahora [con el Corán] han sido enseñados sobre lo que ni Uds. ni sus padres conocieron? Dí: Es Dios; déjalos pues, en sus cavilaciones de tiempos pasados. Y este libro [el Corán] que les hemos enviado es bendito, confirmando lo anterior” (6:90-91).
“Pero los impíos de entre ellos [los judíos] cambiaron esta palabra en otra diferente de la que se les había dicho. Por consiguiente, les enviamos ira del Cielo sobre ellos por sus malos hechos” (7:162). “De la antigüedad dimos a Moisés el Libro”, insistiría la deidad coránica, “pero ellos cayeron en variaciones acerca de él” (11:112).
Ni Jesús, ni los apóstoles del Nuevo Testamento a quienes Mahoma se cuida de no mencionar, tuvieron una actitud tan arrogante y desvergonzada para con el testimonio del Antiguo Testamento. El hecho de que la nación judía hubiese rechazado el cristianismo no los llevó a acusarlos de tergiversar la revelación misma que tenían en herencia común con el judaísmo. La discusión se centró sobre la interpretación, pero no sobre el contenido y autenticidad de la revelación anterior.
De la revelación del Nuevo Testamento se expresa el dios de Mahoma de una manera semejante. “De aquellos que dicen, ‘somos cristianos’, hemos aceptado el pacto. Pero ellos también olvidaron una parte de lo que se les enseñó; de allí que hemos suscitado enemistad y odio entre ellos que durará hasta el día de la Resurrección” (5:17).
Por esta razón, si queremos mostrar a un musulmán las discrepancias del Corán con la Biblia, nos dirá lisa y llanamente que el testimonio bíblico es el tergiversado, no el Corán. Entre los dos, hay que escoger el Corán, la presunta revelación posterior, como siendo la verdadera.
“¡Oh, pueblo de las Escrituras! Ahora vino a Uds. nuestro Apóstol para esclarecerles mucho de lo que Uds. han escondido de esas Escrituras, y pasar sobre muchas cosas. Ahora tienen una luz y un Libro claro que vino a Uds. de Dios, por el cual Dios guiará a todo aquel que siga de buen grado, las sendas de paz, y lo traerá de las tinieblas a la luz, por su voluntad, y lo guiará a la senda de rectitud” (5:18).
Consumación.
Mahoma pretende que la Biblia lo anunció (26:194-196), pero no da referencias bíblicas para probarlo. Jesús, el antecesor inferior más inmediato de Mahoma, lo habría anunciado también, de nuevo, sin referencias bíblicas que lo confirmasen. “Quienes sigan al Apóstol, al iletrado profeta—a quien encontrarán descripto con ellos en la Ley y el Evangelio” (7:156). “Recuerden cuando Jesús el hijo de María dijo, ‘¡Oh, hijos de Israel!, ciertamente soy un apóstol de Dios para confirmarles la ley que fue dada antes de mí, y para anunciarles un apóstol que vendrá después de mí cuyo nombre será Mahoma!’” (61:7).
No hay ningún lugar en la Biblia que diga algo semejante. Aunque algunos, en tiempos más recientes, hayan ido a los evangelios y encontrado la promesa de un Consolador, el Espíritu Santo que guiará a toda verdad, como anticipo de Mahoma (cf. Scarone, Credos Contemporáneos, 158), tergiversan de nuevo lo que dicen los evangelios, ya que habla del descenso del Espíritu Santo en Pentecostés y a lo largo de todos los siglos (Hech 1:4-5; 2:4), y cuyo testimonio no se contradeciría con todo lo que el Padre y el Hijo revelaron (Juan 14:16-17,26; 15:26; 16:7-15). El Corán no cumple con ninguna de estas especificaciones.
“Mahoma... es el Apóstol de Dios, y el sello de los profetas” (33:40). Con esto se da a entender que no habría más profetas después de él. Siendo que tanto judíos como cristianos no fueron fieles en revelar todo el contenido de la revelación divina, Dios lo escogió a él para transmitirnos el contenido fiel y final. El testimonio que dieron los discípulos de Jesús, sus apóstoles según el Nuevo Testamento y que Mahoma jamás aceptó, es para el profeta árabe una tergiversación de la verdad acerca de Jesús que inventaron sus seguidores.
“Algunos verdaderamente están entre los que torturan las Escrituras con sus lenguas, con el propósito de que Uds. puedan suponer que proviene de la Escritura, aunque no es de la Escritura. Dicen, ‘Esto es de Dios’; pero no es de Dios, y proclaman una mentira contra Dios, y saben que lo hacen así. No correspondería que un hombre, a quien Dios diese las Escrituras y la Sabiduría, y el don de profecía, debiese entonces decir a sus seguidores: ‘sean adoradores de mí tanto como de Dios’, sino más bien: ‘sean perfectos en las cosas de Dios, ya que conocen las Escrituras y las han estudiado a fondo. ¡Qué!, ¿les ordenaríamos a Uds. volverse infieles después de haber sido musulmanes?” (3:71-73).
En otras palabras, no debe recurrirse al Nuevo Testamento tampoco para conocer a Jesús, sino al Corán como poniendo las cosas en su lugar. De esto se desprende que ni Mahoma ni su dios tendrían problemas en que unos sigan la Ley y otros el Evangelio, con tal que acepten la versión final de la revelación divina, el Corán. “¡Oh, pueblo del Libro!, no hay razón para que Uds. permanezcan donde están, hasta que observen la Ley y el Evangelio, y lo que se les envió a Uds. [el Corán] de vuestro Señor” (5:72). “Aquellos que poseen las Escrituras pueden estar seguros de la verdad del Corán” (74:31).
Los árabes podrían decir: “‘Las Escrituras fueron enviadas, verdaderamente, sólo a dos pueblos antes de nosotros, pero no fuimos capaces de profundizar sus estudios’” [o “no les prestamos atención”]. Podrían decir también: “‘Si nos hubieran enviado un libro, hubiéramos seguido la guía mejor que ellos’. Pero ahora tienen una exposición clara que vino a Uds. de vuestro Señor, y una guía y una misericordia” (6:157-158). “Ciertamente este Corán declara a los hijos de Israel la mayoría de las cosas en las cuales ellos no están de acuerdo” (27:78).
Podría emocionarnos leer su credo que reafirma la revelación de Dios a los hombres de la Biblia. “Creemos en Dios, y en lo que nos fue enviado, y en lo que se envió a Abraham, y a Ismael, y a Isaac, y a Jacob, y a las tribus, y en lo que fue dado a Moisés, y a Jesús, y a los Profetas, de su Señor. No hacemos diferencia entre ellos. Y a El nos rendimos (Musulmanes)” (3:78). Pero el testimonio que lo sigue es decepcionante. “Quien desee alguna otra religión fuera del Islam, esa religión no será nunca aceptada de él, y en el siguiente mundo estará entre los perdidos” (3:79).
Intento no divino.
Llama la atención que, en tiempos recientes, otro presunto Mesías, el sacerdote Moon para la religión de la Unificación, pretenda creer igualmente en la Biblia pero que la niegue anteponiéndose como el Mesías encarnado y anunciado en la Biblia para los asiáticos en el fin del tiempo. Mientras que Mahoma pretendió ser el último profeta de Dios en un intento temprano y anticipado de oposición y negación del Espíritu de Profecía que Dios prometió para el “tiempo del fin” (Apoc 12:17; cf. 19:10), Moon viene como algo posterior que procura, de una manera semejante, distorcionar y anular esa revelación final.
La característica que tendría un remanente final, de guardar los mandamientos de Dios y tener el testimonio de Jesús que es el Espíritu de Profecía, no se cumplió en Mahoma, quien pretendió ponerse por encima de la revelación anterior a pesar de las lindas palabras que usa para elogiarla. Tampoco se cumplió en José Smith quien igualmente pretendió reverenciar la Biblia pero cuyos errores doctrinales e históricos son demasiado alevosos para poder aceptarlo como auténtico. Moon, el sacerdote moderno que pretende ser el mesías encarnado que debía volver a sufrir como le pasó a él por sus fechorías en las cárceles norteamericanas, tampoco cumple con las especificaciones del “remanente” de Apoc 12:17 y 14:12.
En ninguno de estos tres personajes legendarios que escribieron un libro o revelación como fundamento para la fe de los pueblos, se ve que guarden los mandamientos de Dios, como se ve en esos pasajes bíblicos. Aunque pretenden reverenciar la Biblia, no la citan profusamente, ni se someten a ella. Se anteponen más bien al contenido presuntamente adulterado de las revelaciones anteriores, siguiendo reveladores más directos y sobrenaturales que los engañan y engañan a todos los que los creen.
A nuestro entender, todo esto revela más que simple ignorancia. Se ven en tales presuntas revelaciones las huellas de aquel a quien Jesús llamó “padre de mentira” (Juan 8:44), y el Apocalipsis como aquel que “engaña al mundo entero” (Apoc 12:9), porque apartan al mundo de la única y verdadera revelación que Dios dio al hombre, la Santa Palabra de Dios tal cual está contenida en la Biblia judeo-cristiana.
Cuando uno va a vivir a otro país con otro idioma, comienza aprendiendo el lenguaje que más se adapta a sus problemas e inquietudes. Cuando cientos de miles de italianos vinieron a Argentina después de la segunda guerra mundial, muchos de ellos sin trabajo ni oficio, buscando una vida mejor, tuvieron que aprender el castellano. Un buen número de entre ellos tuvo que hacer frente a todo tipo de contrariedades. Entre los más atrevidos podía vérselos aprendiendo más fácil el lenguaje más osado e insultante que necesitaban para hacerse respetar. Era el vehículo que más necesitaban para poder expresar su enojo ante las situaciones adversas que tenían.
Cuando vamos al Corán quedamos impresionados por la cantidad de términos que emplea para amenazar con el infierno a los que rechazan el mensaje de Mahoma. Aún los personajes bíblicos que menciona y los relatos que repite tienen que ver mayormente con los terribles juicios que Dios llevó a cabo en lo pasado. A esos relatos los viste con ají, pimienta y todo condimento lo más picante posible para amedrentar a sus oponentes.
Contenido esencial del Corán.
En esencia, no hay mucho contenido en el Corán. Las repeticiones hacen monótono y cansador el libro, ya que no contiene casi historias, y las pocas que extrae de la Biblia no están contadas de una manera interesante y se repiten para decir siempre lo mismo. Consiste esencialmente en anunciar a los fieles las glorias del paraíso celestial y el infierno eterno para los que lo rechazan. “Anunciador de alegres nuevas y cargado con amonestaciones” (41:43). “Hemos enviado del Corán lo que es sanidad y misericordia para el fiel. Pero sólo ayudará a la ruina de los malvados” (17:84).
Esto puede ayudarnos a entender la razón por la que escoge, de entre las numerosas historias de la Biblia, las que le sirven para amonestar y amenazar con el infierno a los que rechazan su Corán. Las que más repite son la de Noé y el diluvio, Abraham y la destrucción de Sodoma, Moisés y las plagas que cayeron sobre Egipto. También menciona a Jonás y su anuncio de la destrucción de Nínive.
En cuanto a otros nombres bíblicos que incluye en su Corán, los menciona sin contar prácticamente nada de ellos. Así, de David lo único que podemos saber, esencialmente, es que fue el autor de los salmos (4:161). De Job, José, Aarón y Salomón, que Dios se les reveló y fueron justos, favorecidos por Dios sobre la humanidad (6:84-86). Ismael fue también, por supuesto, apóstol y profeta, al mismo nivel que Isaac y Jacob (19:55).
El Corán contiene, además, instrucciones prácticas y simples referentes a cómo obtener la recompensa y librarse del juicio. De esto veremos más adelante al considerar el concepto de la salvación. Otras instrucciones igualmente dignas de considerar—lo que haremos también en su momento—apuntan a resolver los problemas de la poligamia. Están también las instrucciones para la guerra y exterminio de los que rechazan el Corán, a menos que se arrepientan, ya que Dios castiga no solamente en el más allá, sino también en la vida presente.
El infierno y el purgatorio.
Algunos han considerado que el mejor trato para dar a un musulmán, con el objeto de ganarlo al evangelio, es el amor, debido a que no conocen lo que es amor. Esto puede parecer exagerado, ya que el Corán conoce también la misericordia y el buen trato a los demás. Pero más exagerada es la permanente amenaza del infierno eterno que recorre todas las páginas del Corán. A veces, en una misma página, se puede recibir esa amenaza hasta diez veces. Centenares de veces somos amenazados con el infierno eterno, en los términos más imprecatorios y hasta de a momentos furiosos, por no aceptar sus enseñanzas ni creer en Mahoma ni en el mensaje que Dios le habría dado. Algunos ejemplos, de entre cientos, bastarán para darnos una idea.
“El que se rebela contra Dios y su apóstol, y traspase Sus límites, Dios lo pondrá en el fuego para morar allí para siempre; y el suyo será un tormento vergonzoso” (4:18). “Verdaderamente, los que no creen y obran injustamente, Dios no los perdonará nunca, y no los guiará nunca sobre la senda, sino a la senda del infierno, en la cual habitará para siempre. Y eso es fácil para Dios” (4:166-167). “Verás a muchos de ellos hacer amigos de los infieles... Dios está furioso con ellos, y en tormentos los hará habitar para siempre” (5:83).
No sólo cree en un tormento eterno en el infierno, sino que ese tormento ya existe. Dios “dirá: ‘entren en el fuego con las generaciones de Djinn y los hombres que los han precedido. Tan pronto como una generación entre, maldecirá a su hermana, hasta que todos hayan entrado. Los últimos dirán a los primeros, ‘¡O nuestro Señor! Éstos son los que nos hicieron perder, asígnale a ellos un tormento doble de fuego’. El dirá: ‘Todos Uds. tendrán doble’. Pero de esto son Uds. ignorantes. Y los primeros dirán a los últimos, ‘¿Qué ventaja tienen Uds. sobre nosotros? Gusten por consiguiente, el tormento por lo que han hecho’. Verdaderamente, los que declararon que nuestras señales eran falsas y se apartaron en su orgullo..., harán su cama en el infierno, y sobre ella tendrán frazadas de fuego. Después de este castigo recompensaremos a los malhechores” (7:36-39).
Luego viene un diálogo que muestra que los que moran en el paraíso y los que habitan en el infierno no están lejos los unos de los otros (véase 50:30). Entre los buenos y los malos están los que no fueron ni malos ni buenos y, por lo tanto, no merecerán quemarse eternamente. Basado también en ciertas discusiones talmudistas, y en las creencias paganizadas del cristianismo medieval, Mahoma desarrolló algunos conceptos que entran dentro de la creencia del purgatorio católico. “Entre ambos habrá una separación; y sobre la muralla de Al Araf [donde están los ni buenos ni malos] estarán los que conocerán todo, por lo que expresen, y gritarán a los que habitan en el Paraíso, ‘¡Paz sea con Uds!’, pero no entrarán aún allí, aunque anhelan hacerlo. Y cuando sus ojos se vuelvan hacia los que habitan en el fuego, dirán, ‘¡Oh, Señor nuestro!, no nos pongas junto con los ofensores’” (7:44-45). Finalmente Dios los llama al paraíso (7:46).
“Los que moran en el fuego del infierno gritarán a los que moran en el paraíso: ‘Derramen algo de agua sobre nosotros, o refrescos que Dios les haya dado. Ellos responderán: ‘Verdaderamente Dios prohibió las dos cosas para los no creyentes, a quienes hicieron de su religión un deporte y pasatiempo, y la vida del mundo los engañó. Ese día los olvidará, como ellos olvidaron su dia de reunión, y negaron nuestras señales” (7:48-49).
Es tal vez a esa gente cuya suerte se definirá en el purgatorio a la que se confiere un intercesor. “Nadie tendrá poder para interceder, excepto el que haya recibido permiso en las manos del Dios de Misericordia” (19:90). “Les haremos gustar seguramente un castigo que está cerca, además del castigo más grande, para que tal vez se vuelvan a nosotros” (32:21). “Pero a los que aborrecieron el mensaje de Mahoma, “los ángeles los harán morir, golpeándoles por delante y por detrás” (47:29). Los que traten a los profetas como engañadores, “su entretenimiento será de aguas hirvientes, y fuego abrasador” (56:93-94). “En ese día gritaremos al Infierno: ‘¿estás lleno?’ Y responderá: ‘¿hay más?’. Y no lejos de allí se traerá cerca el paraíso para los píos” (50:29-30).
Así como en el paríso habrá un árbol con el cual se alimentarán los dichosos, en el infierno habrá también un árbol. “Es un árbol que sube del fondo del infierno. Sus frutos son, por así decirlo, las cabezas de los Satanes. Y, ¡miren!, los perjudicados comerán seguramente de él y llenarán sus barrigas con sus frutos, luego tendrán una mezcla de agua hirviendo. Entonces volverán al infierno” (17:62-66). “Verdaderamente el árbol de Ez-zakkoum será el alimento del pecador. Como posos de aceite hervirá en sus vientres, como aguas hirviendo en ebullición. —‘Atrápenlo, y arrástrenlo al medio del fuego; luego, derramen sobre su cabeza el agua tormentosa hirviendo’.—¡‘Gusta esto’, porque tu abandonaste al poderoso, al honorable!” (44:43-49).
Uno no puede dejar de preguntarse sobre el efecto que tales amenazas constantes pueden dejar en las mentes de los fieles que recitan el Corán todos los días. Se está, obviamente, en la época en que en Roma se daban toda suerte de leyendas acerca del purgatorio (véase A. R. Treiyer, Los sellos y las Trompetas (1990), 138-143). Mahoma captó, sin duda, el miedo y terror que tales cuentos—llamados por algunos aún hoy como “piadosos” en el lado cristiano—causaban sobre las masas, doblegándolas temerosas bajo la tutela clerical romana. Por lo visto, aprendió bien la lección, y el terror del futuro lo adelantó, como la Roma Apóstata, al momento presente, llenándolo con amenazas, fustigando, castigando y matando a los que rechazaban un evangelio tal.
No hay duda que, en los planes actuales de integración religiosa entre católicos y musulmanes, éste sea otro punto que encuentren en común. Aunque no terminen uniéndose totalmente, seguirán encontrando elementos que les permitan luchar contra los gobiernos seculares para que se reconozca e imponga la religión en los puntos en que estén de acuerdo.
Cierta vez pasamos unos días con unos amigos que tenían varios hijos. Los padres rezongaban entre ellos y a los hijos. Pensé, ¡pobres hijos! Pero me sorprendí al ver que los niños respondían de la misma manera, rezongando. Me dije: “Voy a tratar de no volverme nunca un viejo rezongón”. Descubrimos más tarde, con mi esposa, que cuando estábamos cansados y discutíamos, los hijos comenzaban a hacer lo mismo. Cambiábamos enseguida de actitud, manifestando alegría con ellos, y el rostro de ellos también cambiaba y se sentían felices.
No se requiere hacer extensos estudios para captar que los padres malhumorados que maltratan a los hijos, los llevarán a estos a hacer lo mismo. Aunque la conversión siempre está al alcance del que quiera reformar su vida, se sabe también que los hijos terminan haciendo lo que vieron en su hogar. Si vieron a su papá pegarle a su mamá, después tenderán a hacer lo mismo el día que se casen.
La creencia en el purgatorio y en el infierno eterno, de origen pagano y diabólico, traumó a millones de personas durante toda la Edad Media. Sin tal doctrina jamás se hubieran levantado los horrendos tribunales de la Inquisición que llevaron a millones a morir despiadadamente en la hoguera, decapitados y de diferentes maneras, luego de sufrir toda clase de torturas. Si Dios iba a ser tan bárbaro como para atormentar en el infierno eternamente a los rebeldes, ¿por qué no podían hacer lo mismo sus hijos (dirigentes de la Iglesia) acá en la tierra, para con aquellos que rechazasen el evangelio?
Tantas amenazas del infierno eterno sirvieron de trampolín también, entre los musulmanes, para lanzar y justificar las guerras de conquista sangrientas contra los infieles del judaísmo y del cristianismo de sus días. Durante más de un milenio, sus hordas no se cansaron de esgrimir el sable para fustigar y castigar al mundo infiel. Aún hoy se ven en los atentados terroristas que procuran desestabilizar las sociedades modernas, los efectos de tal prédica, el más horrendo perpetrado para con las Torres Gemelas en Nueva York. ¡Cuán diferente todo esto con el mandato y ejemplo de Jesús, el Hijo de Dios, de predicar el evangelio en todo el mundo con armas espirituales, no carnales! (1 Cor 1-2: Ef 6).
La guerra santa.
“Mahoma es el Apóstol de Dios; y sus camaradas son vehementes contra los infieles, aunque llenos de ternura entre sí” (48:29). “¡Oh, profeta! ¡Haz guerra conra los infieles e hipócritas, y trátalos con rigor! Habitarán en el infierno, y desdichado es su pasaje!” (66:9).
Dios dice: “No piensen que los infieles se nos escaparán. Ellos no van a debilitar a Dios. Preparen, pues, contra ellos toda fuerza que puedan, y escuadrones fuertes mediante los cuales puedan producir terror en el enemigo de Dios y en vuestro enemigo, y en otros junto a ellos que Uds. no conocen, pero que Dios conoce... Oh, profeta, incita a los fieles a la batalla. Veinte de Uds. que permanecen firmes vencerán a doscientos, y si hubiera cien de Uds., podrán contra mil de los infieles, porque ellos no tienen entendimiento... Ningún profeta fue capaz de tomar cautivos hasta que hizo una gran matanza en la tierra” (8:61-62, 66-68).
Mensajes considerados como inspirados por Dios como éstos llevaron a los talibán de Afganistán a pelear contra EE.UU e Inglaterra, confiando en el poder divino. Degraciadamente, la culpa del fracaso no se dio en su fe, sino en el fundamento de su fe. Sigamos con esta prédica homicida.
“Verdaderamente, de los fieles ha Dios comprado sus personas y su substancia, a condición del paraíso en restitución: en la senda de Dios pelearán, y matarán, y serán muertos: una promesa para esto se da en la Ley, y en el Evangelio, y en el Corán—y, ¿quién más fiel a sus compromisos que Dios? ¡Regocíjense, por consiguiente, en el contrato que han hecho, porque será de gran felicidad” (9:112). “No maten a quienes Dios les prohibió matar, a menos que sea por una causa justa” (17:35).
“Malditos [los hipócritas] doquiera se los encuentre; serán atrapados y muertos en matanza” (33:61). “Cuando encuentren a los infieles, córtenles sus cabezas hasta que hayan hecho una gran matanza entre ellos, y con el resto ajusten los grillos... Quienes peleen por la causa de Dios, no serán descarriados por sus obras”, sino que “serán traídos al paraíso...” (47:4-7).
Justificación en Dios.
“Desde Noé”, diría Dios, “¡cuántas naciones hemos exterminado!” (17:18). “Soporté por mucho tiempo a los incrédulos; los capturé pues y, ¡cuán grande fue el cambio que forjé! ¡Cuántas ciudades que habían sido infieles, y cuantos techos que yacen ahora en ruinas, Hemos [Dios] destruído” (22:43-44). “¿No les es notorio a ellos, cuántas generaciones, sobre cuyas moradas caminan, hemos destruído antes de ellos? Verdaderamente aquí hay señales; ¿no escucharán, pues?” (32:26; 36:30).
“Triste. ¡Por el Corán lleno de amonestaciones! Con suavidad, los infieles se vuelven orgullosos contendiendo contra ti. ¡Cuántas generaciones hemos destruído antes de ellos! Y clamaron por misericordia pero, ¡no hubo tiempo para escapar!” (38:2). “Los que contradicen las señales de Dios sin autoridad cuando estas les llegan, son grandemente odiados por Dios y por los que creen. Así sella Dios todo corazón orgulloso y contumaz” (40:37).
“Dios ama a los que son como una muralla sólida para librar batallas por su causa en apretadas filas” (61:5). El botín de la guerra, sin embargo, por provenir de Dios, corresponde al profeta y su familia, aunque también para el huérfano y necesitado. “El botín tomado de la gente de las ciudades y asignado por Dios a su apóstol, pertenece a Dios, y al apóstol, y a su descendencia, y al huérfano, y al pobre...” (58:6-7).
Evitar pelear en lugares y tiempos sagrados.
La historia está llena de incidentes en los cuales los árabes provocaban el clima de guerra, pretendiendo no comenzar primero, para luego atacar. “Peleen por la causa de Dios contra quienes peleen contra Uds., pero no cometan la injusticia de atacarlos primero: Dios no ama tal injusticia. Y mátenlos dondequiera los encuentren, y expúlsenlos de cualquier lugar del que los expulsaron a Uds., porque la discordia civil es peor que la matanza.
“Aún así, no los ataques en la Mesquita sagrada, a menos que te ataquen allí. Pero si ellos te atacan, mátalos. Tal es la recompensa de los infieles. Pero si ellos desisten, verdaderamente entonces Dios es Gracioso, Misericordioso. Peleen, por consiguiente, contra ellos hasta que no haya más discordia civil, y la única adoración sea la de Dios. Pero si ellos desisten, entonces que no haya hostilidad, salvo para con los malvados.
“El mes sagrado y los recintos sagrados están bajo la salvaguardia de represalias: a quienquiera les ofrezca violencia, ofrézcanle violencia Uds.” (2:186-190). “Guerra se les prescribe a Uds... Te preguntarán con respecto a la guerra en el Mes Sagrado. Díles: Es malo guerrear entonces, pero ponerse a un lado de la causa de Dios, y no tener fe en El, y en el Templo Sagrado, y expulsar su pueblo, es peor en la vista de Dios; y las luchas intestinas son peores que el derramamiento de sangre. Ellos no dejarán de guerrear contra Uds. hasta que los aparten de su religión, si pueden; pero quienquiera de Uds. que se aparte de su religión y muera como un infiel, sus obras quedarán sin fruto en este mundo, y en el siguiente, serán destinados al fuego para morar allí para siempre. Pero aquellos que creen y se van de su país para pelear en la causa de Dios, pueden esperar la misericordia de Dios: y Dios es Gracioso, Misericordioso” (2:212-215).
“Una inmunidad de Dios y de su Apóstol... Cuando pasen los meses sagrados, mata a los que juntan otros dioses a Dios dondequiera los encuentres; atrápalos, cércalos, y esperen apostados con toda suerte de emboscadas, pero si se convierten..., déjalos ir...” (9:1,5). No de balde el Apocalipsis los compara a un escorpión, cuyo ataque se caracteriza por darse cuando menos se lo espera, una táctica que fue siempre característica de la raza beduina (Apoc 9:10) (cf. A. R. Treiyer, Sellos y Trompetas..., 287-288). “Ataquen en todo a los que juntan dioses a Dios, así como ellos los atacan en todo a Uds.” (9:36).
Guerra contra judíos y cristianos.
Aunque al principio ordenó Mahoma que no hubiese compulsión en la religión (2:257), las diferentes clases de presiones sociales como el tributo, por ejemplo, negaban esa intención. De todas maneras, sirvió este principio para que la primera gran invasión islámica, la de los sarracenos, tuviese esta nota más positiva (véase Apoc 9:1-12). No sería tan así con la segunda gran invasión islámica, la de los turcos otomanos, cuyo fundamento para su carácter más cruel lo encontrasen igualmente en el Corán.
La furia más grande que Mahoma inspiró en los árabes contra judíos y contra cristianos se dio en que rechazaron el mensaje del profeta y declararon que Dios tiene hijos. También contra la idolatría en el mundo cristiano, y otros puntos que consideraremos más adelante.
“Haz guerra contra los que recibieron las Escrituras pero que no creen en Dios, o en el día final, y no prohiben lo que Dios y su Apóstol prohibieron, ni profesan la verdad, hasta que paguen tributo de su mano, y sean humildes. Los judíos dicen: ‘Esdras es un hijo de Dios’; y los cristianos dicen: ‘El Mesías es un hijo de Dios’... Se parecen al dicho de los infieles en la antigüedad. ¡Ordena batalla contra ellos! ¡Cuán desviados están!... El [Dios] es quien ha enviado a su Apóstol con la Guía y la religión de la verdad, para hacerla victoriosa sobre toda otra religión, toda vez que los que asignan socios a Dios se opongan a ella” (9:29-30).
Si en la actualidad hay tantos musulmanes fundamentalistas furiosos contra Israel, se debe a que creen que Dios les asignó a ellos la tierra de Palestina que antiguamente había asignado a Israel. Por apartarse de Dios y rechazar al Mesías, los judíos perdieron ese derecho. Vanos fueron los esfuerzos de los cruzados llamados e instigados por los papas en plena Edad Media para recuperar el lugar de los santos sepulcros. Eso era algo que los musulmanes jamás iban a querer ceder. ¿Podrían quedarse tranquilos ahora que los judíos la recuperaron para ellos?
Los musulmanes consideran no sólo la ciudad de la Meca como lugar sagrado, sino también la ciudad de Jerusalén. De allí las disputas tan encarnizadas que tienen con los judíos en este respecto. “¡Gloria sea dada a El, quien condujo a su siervo de noche desde el templo sagrado [de la Meca] al templo que está más lejos [Jerusalén], cuyos recintos hemos bendecido, para que podamos mostrarle nuestras señales!” (17:1). “El [Dios] hizo que el pueblo del Libro [los Judíos], que ayudaron a los confederados, cayesen de sus fortalezas, y se desmayasen sus corazones. Algunos Uds. mataron, a otros tomaron prisioneros. Y El les dio su tierra, y sus habitaciones, y su riqueza, como herencia—aún una tierra sobre la cual nunca habían puesto sus pies...” (33:26).
Guerra contra los vecinos y demás oponentes.
“¡Creyentes! Hagan guerra contra los infieles que son vecinos, y que ellos los encuentren rigurosos” (9:124). “Verdaderamente, los que se oponen a Dios y su Apóstol están entre los más viles. Dios escribió este decreto: ‘Seguramente prevaleceré, y mi Apóstol también’” (58:21).
Borramiento de los pecados para los que caen en batalla.
Las siguientes declaraciones pueden ayudarnos a entender por qué los musulmanes fundamentalistas que se suicidaron con todos los pasajeros contra las torres gemelas y el Pentágono estuvieron con prostitutas la noche anterior. El borramiento de los pecados no proviene en ellos de la cruz del Calvario, pues la niegan. Lo obtienen, entre otras cosas, matando en lo que consideran guerra santa. Aunque no estaban en guerra declarada, los que se suicidaron no entendieron ese hecho como un suicidio, porque la orden coránica es: “no se suiciden” (4:33). Estaban en guerra contra el gran Satán occidental, aunque éste no lo sabía.
“Borra nuestros pecados y perdónanos, y ten piedad de nosotros. Tú eres nuestro protector: danos, pues, victoria sobre las naciones infieles” (2:286). “Y los que se van de su país y se alejan de sus hogares y sufren en mi causa, y han peleado y caen, yo borraré sus pecados, y los traeré a jardines bajo los cuales fluyen corrientes de agua” [paraíso] (3:193). “¡Oh, Uds. que creen! No sean como los infieles, que dicen de vuestros hermanos cuando... fueron a la guerra, ‘si hubieran permanecido con nosotros, no habrían muerto ni sido muertos’... Dios hace vivir y mata... Y si los matan a Uds. o mueren en la senda de Dios [la guerra], entonces el perdón de Dios y su misericordia es mejor que todo lo que junten; porque si mueren o son muertos, verdaderamente a Dios serán juntados” (3:150-152).
“Peleen, pues, en la senda de Dios aquellos que trocan esta vida presente por la que viene; porque a quien pelea en la senda de Dios, sea que lo maten o conquisten, le daremos al final una gran recompensa” (4:76). “Los que creen, peleen en la senda de Dios. Y los que no creen, pelean en la senda de Tagout: Peleen, pues contra los amigos de Satanás” (4:78).
Ayuda de Dios y los ángeles en la batalla. “Recuerda cuando dejaste tu casa temprano en la mañana, para poder preparar a los fieles para el campo de batalla—Dios escuchó, lo supo—cuando dos de tus tropas se angustiaron y desanimaron, y cuando Dios llegó a protegerlas a ambas... Vuestro Señor los ayudó con tres mil ángeles enviados de lo alto... Si permanecen firmes y temen a Dios, y el enemigo viene sobre Uds. en ardiente prisa, ¡vuestro Señor los ayudará con cinco mil ángeles reconocibles! Esto, como buenas nuevas puras para Uds. que Dios señala, para que sus corazones puedan afirmarse... y pueda cortar la mayor parte de los que no creyeron, o arrojarlos para que sean derrocados, derrotados sin recurso alguno. No debe preocuparte si El se vuelve a ellos con bondad o castigo, porque verdaderamente ellos son malhechores” (3:117-123).
“Dios quiso probar que sus palabras eran verdad, y destruir la mayor parte de los infieles... Cuando Uds. buscaron socorro de su Señor, y el les respondió: ‘Les ayudo verdaderamente con mil ángeles, rango sobre rango... Cuando tu Señor habló a los ángeles: ‘Seré con Uds., por consiguiente, afirmen a los fieles. Yo impondré miedo en los corazones de los infieles’. Córtales, pues sus cabezas, y córtales la punta de cada dedo. Esto, porque se opusieron a Dios y a su apóstol... Verdaderamente, Dios será severo en el castigo. Esto para Uds., ¡pruébenlo, pues! Y para los infieles es la tortura del fuego... Quien dé la espalda a los infieles en ese día, a menos que se aparte para pelear, o se una a otra tropa, recibirá la ira de Dios. El infierno será su habitación... Así, no fueron Uds. los que los mataron, sino Dios los mató a ellos, y esas varas fueron de Dios, no de Uds” (8:7-17).
“En verdad fue Satanás solo quien te hizo faltar al deber para volverte atrás el día en que las huestes se enfrentaron” (3:149). “No aflojen en la persecución del enemigo. Si Uds. sufren, seguramente ellos también sufren como Uds.; pero Uds. confían en Dios por lo que ellos no pueden confiar” (4:105). “¡Creyentes!, cuando se enfrenten con una tropa, permanezcan firmes y mencionen frecuentemente el nombre de Dios, para que Dios pueda hacerles justicia” (8:47).
Referente a los hipócritas y apóstatas, el profeta dice: “Son enemigos---tengan cuidado de ellos, pues—¡Dios batalla con ellos! ¡Cuán falsos son!... De ninguna manera los va Dios a perdonar” (63:4-5).
Consigna de producir miedo en los enemigos.
“Arrojaremos miedo en los corazones de los infieles porque juntaron dioses a Dios...; su habitación será el fuego, e infeliz la mansión de los malhechores. Ya Dios les hizo buena su promesa, cuando por su permiso destruyeron a sus enemigos...” (3:144-145). “Nada nos impide de enviarte”, dice Dios al profeta, “con el poder de hacer milagros, a no ser que los pueblos antiguos los trataron como mentiras... No enviamos un profeta con milagros, sino para producir terror”. “Como el árbol maldito del Corán, sólo para los que disputan..., los golpearemos con terror” (17:61-62).
“No cedan, por consiguiente, ante los infieles, sino que mediante este Corán golpéenlos en una lucha poderosa” (25:54).
Para imponer la religión islámica.
“Dí a los infieles: Si ellos desisten de su incredulidad, lo que ya es pasado se les perdonará; pero si vuelven a ella, tienen ya por delante la sentencia de muerte de los ancianos. Peleen, pues, contra ellos hasta que la lucha termine, y la religión sea toda de Dios” (8:39-40).
Los que apostatan deben ser muertos.
“Para aquel a quien Dios hace perder, no buscarás de ninguna manera una senda. Ellos desean que Uds. sean infieles como ellos lo son... No los tomes, por consiguiente, como amigos, hasta que se alejen de sus casas por la causa de Dios [para la guerra]. Si se vuelven, atrápalos, y mantelos dondequieren los encuentren, pero no tomes a ninguno de ellos por amigos o ayudadores... Pero si ellos se apartan de Uds., y no hacen guerra contra Uds. y les ofrecen paz, Dios no te da ocasión contra ellos.
“Encontrarás otros que procuran ganar tu confianza así como la de su propio pueblo. Tan pronto como se vuelvan sediciosos, deben ser derrocados. Pero si no te dejan, ni te proponen la paz ni retienen sus manos, entonces atrápalos y mátalos dondequiera los encuentres. Sobre ellos te hemos dado indudable poder” (4:90-92). “Dí a los jefes de su pueblo hinchados de orgullo: ‘Seguramente te desterraremos, O Shoaib, así como a tus compañeros creyentes de nuestras ciudades, a menos que regresen a nuestra religión’” (7:86).
“No es del profeta o del fiel orar por el perdón de los que, aún siendo de tu parentela, asocian otros dioses a Dios, hasta que les sea hecho claro que sean recluídos al infierno” (9:114). ¡Cuán diferente—podemos decir nosotros—fue el mandato de Jesús, el Mesías en quien Mahoma presume creer, a sus seguidores! “Orad por los que os maltratan y persiguen”, fueron sus palabras (Mat 5:44).
Crucificarlos, cortarles las manos y los pies...
Amenazas no faltan, como pudimos ver, en el Corán. Tampoco advertencias suculentas que revelan diferentes maneras que tendrían para aplicar la justicia y que revelan un espíritu tan diferente del evangelio.
“La recompensa de los que guerrean contra Dios y su Apóstol, y arremeten para producir desórdenes en la tierra, serán muertos o crucificados, o se les cortarán las manos y los pies, o serán desterrados. Esta es su desgracia en este mundo, y en el siguiente un gran tormento les esperará... En cuanto al ladrón, sea hombre o mujer, quítenle sus manos en recompensa por sus hechos. Este es un castigo para amonestarlos que viene de Dios mismo. Y Dios es poderoso, sabio” (5:37,42).
No considerar como amigos a los infieles.
Aunque el Corán requiere bondad para discutir temas religiosos con los judíos en un primer momento (16:126-128), la niega para con los que rechazan el Corán. De allí que la simpatía y amor fraternos, maternos y paternos se les quita a los que aceptan otra fe que no sea la islámica.
“¡Oh, creyentes! No se hagan amigos de vuestros padres o de sus hermanos si aman la incredulidad por encima de la fe. Los que se hagan amigos de ellos serán malhechores” (9:23). Tampoco deben casarse con los infieles. “No se casen con idólatras hasta que crean. Una esclava que cree es mejor que una idólatra, aunque te plazca más. Y no cases tus hijas a idólatras hasta que crean, porque un esclavo creyente es mejor que un idólatra, aunque te plazca” (2:220). “Un traficante de prostitutas no se casará sino con una prostituta o con una idólatra; y la prostituta no se casará sino con un tratante de prostituta o con un idólatra. Tales alianzas están prohibidas a los fieles” (24:3).
“Los que toman no creyentes como amigos además de los fieles—¿buscan honor en sus manos?... Cuando los infieles escuchen las señales de Dios no se les creerá sino que se hará burla de ellos. No se sienten, por consiguiente, con los tales...” (4:138-139). “¡Oh, creyentes! No tomen a los infieles por amigos en lugar de los creyentes. ¿Van a darle a Dios un derecho claro para castigarlos? Verdaderamente los hipócritas estarán en el abismo más bajo del fuego, y de ninguna manera encontrarás ayuda de ellos” (4:143-144).
“¡Oh, Uds. que creen! No tomen a los que recibieron las Escrituras antes de Uds., como broma y burla de vuestra religión, o los infieles por amigos” (5:62). “Infieles ahora son los que [cristianos] que dicen, ‘Dios es el Mesías, Hijo de María... Infieles son seguramente los que dicen: ¿Dios es el tercero de tres: porque no hay Dios sino un Dios. Y si no se refrenan de lo que dicen, un grave castigo se encenderá en los tales por ser infieles” (5:77). “Aléjense de los que juntan otros dioses a Dios” (6:106).
“¡Oh, Uds. que creen! No tomen mis enemigos y sus enemigos por amigos, mostrándoles amabilidad... Si fuesen a pelear en mi camino, movidos por un deseo de complacerme, y mostrasen amabilidad en privado, conozco bien lo que Uds. esconden y descubren. Quien lo haga se ha apartado ya lejos del recto camino” (60:1). De allí que el mayor Satán sea, para muchos de ellos hoy, EE.UU. e Israel, porque ambos han peleado contra ellos. “¡Oh, creyentes! No entren en amistad contra quienes Dios está enojado” (60:13).
No obstante, “Dios no les prohíbe tratar con amabilidad y justicia a los que no han hecho guerra contra Uds. con motivo de la religión de Uds., o apartarlos de sus hogares, porque Dios ama a los que actúan con justicia. Dios te prohíbe, únicamente, hacer amigos de los que, con motivo de la religión de Uds., hacen guerra contra Uds., y los alejan de sus hogares” (60:8-9). Cuando no tienen más remedio ante un enemigo mayor, se da este consejo. “Si toman represalias, háganlo en la misma extensión con que fueron injuriados; pero si pueden sufrir pacientemente, será mejor para los que sufren pacientemente. Sufre, pues, con paciencia. Pero tu sufrimiento paciente debe buscárselo en ningún otro que Dios” (16:126-127).
Contra las divisiones o sectas entre los fieles.
El Dios de Mahoma busca también la unidad entre sus fieles. A diferencia de los judíos y cristianos que están divididos en diferentes disputas, los musulmanes deben evitar pelearse entre sí (42:13). Dios, sin embargo, tiene la última palabra sobre la división de los fieles. “Si le hubiese complacido a Dios, los hubiera hecho un pueblo y un solo credo” (42:6).
“Si dos cuerpos de fieles entran en guerra, haz la paz entre ellos. Si uno de ellos hace daño al otro, pelea contra la parte que hizo el mal, hasta que vuelvan a los preceptos de Dios. Si se vuelven, haz la paz entre ellos con justicia... Solo los fieles son hermanos, de donde debes establecer la paz entre ellos” (49:9-10).
Interpretación liberal y fundamentalista de estas leyes.
Los musulmanes liberales hoy quieren poner estas declaraciones terribles del Corán en el contexto de la época de Mahoma. Pero la universalidad que se atribuye el profeta no lo permite limitar al pasado. Los fundamentalistas son los que interpretan correctamente el Corán. Lamentablemente, el problema está en el fundamento, no en la interpretación.
La recompensa y castigo de los que habla la Biblia, sin embargo, están en marcado contraste con las creencias del Corán y de la Iglesia Católica. No será desproporcionada, sino “según sus obras” (Apoc 20:13; 22:12). El castigo no será eterno, sino de consecuencias eternas (Apoc 14:10-11; cf. Jud 7; Jer 17:27). El fuego eterno de Dios mismo, “Fuego Consumidor”, los consumirá (Apoc 20:9). “Serán como si nunca hubieran existido” (Abd 16), pues “no quedará de ellos ni raíz ni rama” (Mal 4:1).
Por otro lado, el ejemplo de la cruz de Cristo que rechaza el islamismo, pues no capta su verdadera razón de ser, debía inspirar a los cristiano a amar a los enemigos, algo que no conoce el musulmán. “Mat 5:44: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os maltratan y persiguen. Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que envía su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen lo mismo los publicanos [parafraseemos: los musulmanes]? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen lo mismo los paganos?” (Mat 5:44-47).
Cuando, en respuesta a oraciones y señales que recibí de Dios, decidí ir a la Facultad Protestante de Estrasburgo para obtener mi doctorado en teología, debí aprobar tres exámenes para ser admitido de entrada en el plan doctoral. Ellos fueron Nuevo Testamento, Antiguo Testamento, e Historia de la Reforma. Cuando tuve que dar el primer examen que fue oral, el profesor me pidió que hiciera exégesis de Rom 1:16-18, basado en mi Nuevo Testamento en griego. Mientras avanzaba en la exégesis, se me preguntó cómo hacía entrar la “ira” de Dios en el evangelio, si realmente tenía algo que ver.
El evangelio que Dios nos dio para el mundo es un evangelio de amor que no excluye la ira de Dios. Es más, la ira divina es una manifestación también del amor de Dios. La exclusión del reino de los que serán destruídos es un acto de misericordia divina. Los que no aprendieron a amar a Dios y tener comunión con él, no podrían gozar de la comunión con los ángeles ni disfrutar de la vida celestial. Al rechazar el evangelio, se vuelven ineptos para vivir en la gloria. El cielo sería una tortura para ellos.
La Biblia no está saturada con amenazas infernales.
Aún así, la Biblia no está saturada de amenazas terribles acerca del infierno. Es poco lo que se dice de él, menos aún lo que se habla del diablo. Aunque el mensaje de la Palabra de Dios en esos tópicos es claro, no se lo recarga como en el Corán y en el medioevo romano, con permanentes advertencias cuyo propósito traumatizante no es otro que el de poner miedo. La razón por la que tal desequilibrio en relación a los juicios de Dios no aparece en la Biblia, la da el apóstol Juan cuando dijo: “En el amor no hay temor. Antes el amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor mira el castigo. De donde el que teme, aún no está perfecto en el amor” (1 Juan 4:18).
Tampoco el infierno bíblico, según vimos, tiene algo que ver con tormentos y sufrimientos sin fin. La furia que se percibe en el dios medieval, así como en el coránico, es desproporcionada. A quien le gusta imponer miedo, es al enemigo de Dios. De allí que el Apocalipsis advierte a los que se dejan amedrentar por el diablo para no ser fieles a Dios, que no serán admitidos en la ciudad celestial (21:8). Los vencedores triunfan sobre Satanás y su reino con armas espirituales, no amando “su propia vida ni aun ante la muerte”, sino siguiendo el ejemplo del Cordero de Dios quien dio su vida para salvar, no para destruir (Apoc 12:11).
La destrucción de los rebeldes.
Es cierto, por otro lado, que Dios destruyó en lo pasado ciudades y reinos. A veces lo hacía en forma directa, como el ángel que destruyó los 185.000 soldados asirios que vinieron a destruir a su pueblo. Otras veces lo hizo a través de otros pueblos, actuando más como árbitro de los destinos humanos que como ejecutor (Isa 10:5-7). La crueldad de esos reinos en aplicar la justicia hizo que David escogiese, cuando le llegó el momento, ser castigado por Dios porque sabía que Dios mitigaba su castigo con misericordia. Pero de los impíos, no tenía ninguna garantía de piedad (1 Crón 21:13).
Cuando Dios decidió dar la tierra de Palestina a su pueblo en la antigüedad, le dio al mismo tiempo la orden de desalojar a sus moradores y destruirlos. Esos pueblos habían madurado en su maldad y crueldad hasta un punto que Dios no podía tolerar más. Si Dios no las había destruido antes, era porque su maldad “aún no” había “llegado al colmo” (Gén 15:16). Listas con las prácticas aberrantes y crueles que practicaban las naciones a las que Dios destruyó, aparecen en varios capítulos de la Biblia (Lev 18; 20, etc). Y aunque a nadie, ni a Dios mismo le guste, esas historias están allí, en la Palabra de Dios, para hacernos ver la realidad del evangelio como siéndolo de vida o muerte (Juan 5:24,29; 1 Cor 10:6,11; 10:26-31; 12:25-29). Aunque dolorosa, la suerte de las ciudades y reinos que fueron destruidos en la antigüedad será la suerte del mundo entero cuando llegue el momento en que Dios decida terminar con el reino del mal (2 Ped 3:5-7,10-12).
El plan de Dios nunca fue que su pueblo en la antigüedad guerrease (Ex 23:20-28; Jos 10:8-14; 2 Rey 19:34-35). Los expuso al peligro de la muerte mediante la guerra por su reticencia en cumplir con sus mandamientos y su marcada atracción por las prácticas repugnantes y crueles de las naciones que debían desalojar (Juec 2:20-3:4). El hecho de que a esas naciones les había llegado su juicio, como le llegó también siglos más tarde al propio pueblo de Dios cuando su apostasía llegó al colmo (2 Crón 36:14-17), no debiera extrañarnos. Tanto pueblos como personas, y aún el mundo en su totalidad, tienen su tiempo de oportunidad, pasado el cual Dios debe obrar para hacer justicia.
Distorsión medieval y coránica.
Ya en el Antiguo Testamento Dios advierte que sus leyes severas no las presenta como algo ideal para la humanidad (Ez 20:23-25; 33:10-11). Fueron un medio civil que Dios ordenó para mantener el orden y evitar que la maldad terminase imperando sobre todo un pueblo y, finalmente, sobre todo el mundo (Sal 92:7[8]; Ecl 8:11; Isa 26:10; Mat 24:30). Por un estudio abarcante sobre la pena de muerte en el Antiguo Testamento, véase A. R. Treiyer, The Day of Atonement..., 147-178, 219-228; ibid, Las Promesas Gloriosas del Santuario, lección 6.
Las guerras del pueblo de Israel han sido citadas tanto por la Iglesia Católica Romana durante el medioevo para justificar sus torturas y destrucción de los herejes, como por los musulmanes en su lucha contra los infieles. Pero el cuadro que esos dos imperios del mal nos dejaron fue de una terrible y dramática distorsión. Al corromperse doctrinalmente adoptando filosofías paganas como la de la inmortalidad natural del alma, terminaron concibiendo un infierno con torturas sin fin por toda la eternidad, y rebajando el carácter de amor de Dios que se puede percibir aún en sus terribles actos de justicia. Por consiguiente, la misma desproporción y distorsión la llevaron a cabo para con sus propios enemigos.
El evangelio nos libró, según los apóstoles a quienes Mahoma no quiso escuchar, de las “ordenanzas desfavorables a nosotros; las quitó, y las clavó en la cruz. Y despojó a los principados y potestades, los exhibió en público, y triunfó sobre ellos en la cruz” (Col 2:14-15). Notemos bien, triunfó mediante la cruz, dando su vida en rescate de los que estaban condenados, y terminando de esa forma, para los que aceptan el evangelio, con la pena de muerte que pesa sobre toda la humanidad a causa del pecado y de cuya realidad algunas leyes del Antiguo Testamento se hicieron eco (Rom 6:23).
En este nuevo contexto, no ligada a una raza particular ni a un lugar geográfico específico, Dios ordenó a su iglesia librar únicamente batallas espirituales, no carnales como las típicas de este mundo. Ellos debían vencer a los poderes mancomunados de maldad, tanto espirituales como terrenales, de la misma manera que el Hijo de Dios, mediante la cruz (Apoc 12:11). La espada que debían emplear no debía ser la del Estado (Juan 18:36), como lo entendió más tarde la Iglesia que salió paganizada del imperio de los césares, sino exclusívamente la de la Palabra de Dios (Heb 4:12; Ef 6:17).
Por eso declaró también el Señor: “Mía es la venganza, yo pagaré” (Heb 10:30). Y se nos dice que su pago final no será desproporcionado como un infierno sin fin, sino “a cada uno según su obra” (Apoc 22:12).
Es en la perspectiva de árbitro de todos los destinos, que Dios lleva todavía cuenta con todas las naciones, y a todas les asigna un límite que no pueden pasar. Así como los asirios nunca supieron que fueron la vara o azote que Dios utilizó para castigar a su pueblo, tampoco los musulmanes supieron alguna vez que estaban anunciados en los juicios de las trompetas—la quinta y la sexta—como juicios que Dios había anticipado para con el imperio opresor de la Roma apóstata y medieval. Pero así como Dios no se comprometió con los asirios, tampoco lo hizo para con los musulmanes. Los actos crueles de tales pueblos, naciones e iglesias no son impuestos por Dios, sino permitidos para que cosechen ellos mismos los resultados de sus malas pasiones.
De nuevo, las doctrinas de la Biblia libran al hombre y a la iglesia y a los pueblos de las crueldades que aparecen cuando se tergiversa el mensaje del evangelio. Una distorsión pagana como la del estado inmortal del alma lleva inevitablemente a creer en un infierno de eterna tortura, y empuja a los hombres a proceder tan cruelmente como creen que Dios obra. Podrán emplear lenguajes equivalentes a los de la Biblia, anunciar el juicio y la recompensa de los fieles, pero por carecer del verdadero espíritu del Cielo, y mal representar los atributos divinos, terminan revelando una saña demoníaca y déspota como es característica del reino de Satanás. De hecho, nunca se vieron en la Biblia tales actos de tortura como los que la Iglesia medieval aplicó contra todos los que anteponían la Palabra de Dios a los decretos impostores de los papas.
Hay más aspectos del Corán que son significativos para desenmascarar al gran enemigo de Dios y exponer sus huellas.
Estoy ya metido en un plan para preparar programas de TV. La bóveda donde guardaba el dinero un banco que operaba en el edificio que compramos para nuestra iglesia, es el lugar que escogimos como “estudio”. Fiel a nuestra creencia de que la obra de salud es el brazo derecho de nuestro mensaje, pedí la ayuda de más de un médico para hacer un programa en conjunto, en especial la de un catedrático de la Universidad de Emory en Atlanta, miembro de nuestra iglesia.
Al conversar la semana pasada por unos momentos con él, al terminar el culto, me dijo que su sueño era hacer lo mismo en inglés. Le dije que mis sueños iban en la misma dirección. También agregó que deseaba poder llegar no sólo a Atlanta, sino también a todos los EE.UU. Le dije también que tenía los mismos sueños. Pero luego reflexioné y agregué: “Para llegar lejos, tenemos que soñar, de lo contrario no iremos demasiado lejos. Pero hasta dónde llegaremos, sólo Dios lo sabe.
El paraíso coránico
Los sueños de esta vida pueden ser efímeros. Se desvanecen a menudo, tan rápido como la neblina o el rocío cuando sale el sol. Los sueños que nos proyectan a la eternidad, sin embargo, están más cargados de sentido. ¿Por qué razón? Porque nos hacen ver que este mundo no es un simple pasatiempo para terminar en la nada, sino que tenemos un destino, y ese destino lo labramos desde aquí.
¿Qué pasa cuando esos sueños acerca del futuro se distorsionan? ¿Qué efectos tienen sobre nuestra vida presente? Ya vimos los resultados nefastos que trajo la creencia en los tormentos eternos desde una perspectiva negativa para con los que se perderán. Pero, ¿qué acerca de la vida de los que se salvarán? ¿Qué sueños futuros motivan la vida de millones de árabes?
La doctrina pagana de la inmortalidad natural del alma que terminó adoptando tanto el cristianismo occidental como oriental, llevó al hombre medieval a creer en un cielo platónico, abstracto, puramente espiritual. De allí las figuras que nos han llegado de santos tocando el arpa o la guitarra en una nube. En lugar de aceptar las promesas divinas tal como Dios las dio en la Biblia, las tomaron como metáforas para imaginárselas dentro de un contexto doctrinal diferente. Como resultado, el cielo terminó siendo demasiado insípido y aburrido para miles, y dejó de inspirarles el deseo de ser mejores. Ni con la terrible y abominable doctrina de los tormentos eternos iban a poder compensar la falta de atractivos mejores por los cuales vivir.
En el lado musulmán, la influencia platónica en este respecto tuvo menos efecto. El cielo no es una abstracción. Lejos de espiritualizar las realidades del mundo a venir, las aceptaron en forma natural, como en la Biblia. La diferencia se dio en que corrompieron el banquete divino con toda suerte de atractivos sexuales y comida de carne, lo que presupone la perpetuación de la muerte en el reino de los animales. ¿Podía esperarse de tales sueños celestiales, una motivación ideal para vivir sobriamente en esta tierra, en especial en lo que se refiere a la vida sexual?
Poligamia celestial.
Aquí en la tierra, según veremos más tarde, el dios de Mahoma limitó, a través de su profeta, el número de mujeres que cada hombre podía tener. Pero no debían preocuparse demasiado, si ese número les parecía poco, o si las perdían muriendo en batalla, porque al ir al paraíso Dios les iba a dar otras más bellas aún, a las que se les unirían las que ya tenían en la tierra. Todo esto en un lugar que, para gente que le tocó vivir en lugares tan desérticos como los de Arabia, iba a poseer un atractivo especial, lleno de jardines con abundantes árboles frutales y sombras, y en donde los manantiales brotan por doquiera. Pasemos el rastrillo al Corán, pues, para tener una idea completa de tales promesas.
Vírgenes eternamente jóvenes.
“¡Anuncia a los que creen y hacen lo que es correcto, que para ellos hay jardines bajo los cuales los ríos fluyen! Tendrán allí esposas de perfecta pureza, y allí morarán para siempre” (2:23; 4:60). Si sus esposas se les habían puesto viejas en la tierra, y no sentían atracción sexual hacia ellas, no debían preocuparse tampoco, porque Dios les daría vírgenes que jamás envejecerían ni dejarían de ser vírgenes ni habrían sido tocadas antes por ningún otro hombre.
“Y verdaderamente, los píos tendrán un buen retiro: jardines de Edén, cuyos portales permanecerán abiertos para ellos. Reclinándose allí, pedirán muchos frutos y bebida, y con ellos estarán vírgenes de su propia edad, con miradas discretas y modestas. ‘Esto es lo que se les prometió para el día del juicio final’. ‘¡Sí! Esta es vuestra provisión: nunca fallará” (38:49-53). “De una creación rara hemos hecho las Houris, y las hemos hecho siempre vírgenes, queridas a sus esposos, de igual edad que la de ellos, para el pueblo de la diestra...” (56:34-37).
Casamiento con vírgenes seductoras (¿de raza árabe?).
“Pero los píos estarán en un lugar seguro, entre jardines y fuentes, vestidos en seda y ropas de lo más ricas, enfrente uno del otro. Así será. Y nos casaremos con vírgenes con grandes ojos negros. Allí pedirán, seguros, por toda clase de frutos. Allí, su primera muerte pasó, y no gustarán más la muerte. Dios los protegerá de las penas del infierno” (44:51-56). “Sobre camas acomodadas en hileras se reclinarán, y se los casará con doncellas de largos ojos negros” (52:20).
Motivación carnal indudable.
“Pero, para los temerosos de Dios habrá una habitación de felicidad, incluidos jardines y viñedos, y doncellas con senos abultados, sus coetáneos en edad, y una copa llena. No escucharán allí vano discurso ni ninguna falsedad. Una recompensa de tu Señor—¡regalo suficiente!” (78:31-36). “Y jóvenes andarán alrededor de ellos hermosas como perlas incrustadas. Y hablarán uno al otro y se harán mutuas preguntas” (52:23-24).
Con sus esposas en camas nupciales.
“Pero gozosos estarán en ese día los residentes del paraíso, en su empleo, en sombras, sobre camas nupciales reclinándose, ellos y sus esposas. Tendrán allí frutos, y todo lo que requieran. ‘¡Paz!’, será la palabra de parte de un Señor misericordioso” (36:55-56). “¡Oh, mis siervos!... Entren Uds. y sus esposas en el paraíso, encantados. Platos y copas de oro andarán alrededor de ellos. Allí disfrutarán lo que sus almas deseen, y lo que sus ojos gusten, y habitarán allí para siempre. Este es el paraíso que han recibido como herencia en recompensa por sus obras. Allí tendrán Uds. frutas en abundancia para comer” (43:68-72).
Con sus hijos comerán frutos y carne, y beberán vino.
“Y a aquellos que creyeron, cuya descendencia los siguió en la fe, uniremos de nuevo su prole. Ningún premio a sus obras les defraudaremos en lo más mínimo... Y les daremos frutos en abundancia, y carne cuanta deseen. Allí pasarán ellos uno a otro la copa que no engendrará vivos discursos, ni los llevarán a pecar” (52:21-22).
“Sobre camas labradas, reclinándose cara a cara, jóvenes eternamente lozanas andarán alrededor de ellos con copas y vasijas y una copa de la que mana vino sin que pierdan el sentido ni les produzca dolor en sus frentes. Y con tantos frutos como mejor les plazca, y con carne de tantos pájaros como deseen. Y de ellos serán las Houris, con grandes ojos negros, como perlas escondidas en sus caparazones, en recompensa de sus labores pasadas. Ningún vano discurso escucharán allí, ni inculpación de pecado, sino solo el grito de ‘¡Paz! ¡Päz!’. Y el pueblo de la diestra—¡oh!, ¡cuán feliz será el pueblo de la diestra! (56:15-26)
“Del mal los libró el Señor en ese día, y arrojó sobre ellos gozo y un rostro brillante. Y ha recompensado su constancia. Con el paraíso y ropas de seda, reclinándose sobre camas nupciales, no sabrán nada de sol o penetrante frío. Sus sombras estarán cerca de ellos, y bajos colgarán los frutos. Vasos de plata y copas de mesa como frascos serán llevados alrededor de ellos. Frascos de plata cuya medida llenarán ellos mismos. Y se les dará a beber de la copa atemperada con jengibre [cerveza], de la fuente cuyo nombre es Selsebil (la suave corriente). Eternamente lozanas jóvenes andarán alrededor de ellos. Cuando las mires las creerás ser perlas esparcidas. Y cuando veas esto, verás delicias y un vasto reino. Sus ropas de seda fresca y ricos bordados, con brazaletes de plata estarán adornadas. Y el Señor les dará a beber vino puro. Esta será vuestra recompensa. Vuestros esfuerzos irán a tono con las gracias” (77:11-22).
Varios jardines.
“Pero para los que temen la majestad de su Señor habrá dos jardines... con árboles que extienden sus ramas en cada uno..., y en cada uno fuentes que fluyen... En cada uno dos clases de todo fruto... Sobre camas con revestimientos bordados se reclinarán, y el fruto de los dos jardines estará a su cómodo alcance... Allí habrá doncellas con miradas discretas, a quienes ningún hombre ni malvado ha tocado antes que ellos..., como jacintos y perlas... ¿Será la recompensa de lo bueno nada más que bueno? Y al lado habrá otros dos jardines... de un verde oscuro... con borbotantes fuentes en cada uno... En cada uno frutos y palma y granada... En cada uno, las justas y hermosas..., con grandes globos de ojo negro, permanecen encerradas en sus pabellones..., cuyos hombres nunca tocaron, ni ningún malvado... Sus esposas en delicadas camas verdes y sobre hermosas alfombras se reclinarán... Bendito sea el nombre de tu Señor, lleno de majestad y gloria” (55:46-76).
Relación de los placeres terrenales con los celestiales.
La conexión tan viva de los sueños carnales celestiales con los terrenales se puede percibir de declaraciones como éstas.
“Parece justo a los hombres el amor a los placeres de las mujeres y de los hijos, y el tesoro guardado de oro y plata, y caballos de marca, y ganados, y plantaciones. Tal es el gozo de la vida en este mundo. Pero de Dios, es bueno el hogar con él. Di: ¿Te diré cosas mejores que éstas, preparadas para los que temen a Dios, en Su presencia? Habrá jardines bajo cuyos pabellones los ríos fluyen, y en los cuales habitarás para siempre; mujeres de pureza sin mancha, y aceptas por Dios; porque Dios mira a sus siervos” (3:12-13).
Goces celestiales reservados mayormente para los hombres.
No hay demasiados halagos y atractivos para las mujeres, como se puede ver. Así como en esta vida presente debían someterse a sus maridos y esperar hasta que le llegara el turno para que él se acostara con ellas, allá las mujeres continuarán sometidas y su función será complacer a los que les toquen. El único consuelo que podría quedar para ellas es que habría más mujeres que hombres. Pero tampoco eso es muy fiable, ya que las que más atraerán a sus maridos serán las que Dios les tendrá reservadas a ellos.
¡Qué lección para el feminismo de nuestros días! ¡Oh, damas del S. XXI, no soñéis con independizaros de nosotros, ya que vuestra felicidad se dará en cumplir fielmente con nuestros caprichos y goces carnales! ¡Portaos bien ahora, y sednos sumisas, no sea que perdáis el privilegio de contar con nosotros, y otras solas, sin Uds., nos disfruten! (Perdón, cuán fácil se vuelve uno profeta así).
Nuevamente, ¿pueden verse huellas divinas en tales sueños carnales para el más allá? La extravagancia celestial está en consonancia con la extravagancia terrenal. Si la licencia terrenal motivó el sueño celestial, o el celestial el terrenal, es difícil saberlo. En todo caso, podemos concluir que se trata de un circuito cerrado en donde los hombres quedan atrapados en sueños sexuales. No hay aspiraciones más nobles y elevadas, y tampoco podíamos esperar en la tierra motivaciones más altruistas. Todo lo que podemos ver es distorsión del plan original, para la ruina del hombre y de la creación de Dios.
El Mesías, Cristo Jesús nos advirtió, sin embargo, en las siguientes palabras: “La gente de este mundo se casa y se da en casamiento” [como los antediluvianos]. Pero en cuanto a los que sean dignos de tomar parte en el mundo venidero por la resurrección: ésos no se casarán ni serán dados en casamiento, ni tampoco podrán morir, pues serán como los ángeles” (20:34-36). Aunque el paraíso tendrá toda clase de frutas de árboles y será un Edén precioso (Apoc 21-22), como lo afirma el Corán, no tendrá atractivos carnales como los que ofrece el Corán, porque las pasiones de esa naturaleza habrán pasado. Habrá equidad perfecta entre ambos sexos, de tal manera que, a diferencia de lo que ocurre tan a menudo en esta vida presente, una parte no se vea afectada o disminuida por la otra.
Poligamia terrenal
La razón por la que Dios creó a la mujer fue para que el hombre pudiera multiplicarse (42:9). Otra razón, según ya vimos en nuestra consideración de la poligamia celestial, es para placer del hombre. No se habla del placer de la mujer, razón por la cual en algunos países musulmanes, la mamá y la abuela se acercan a la joven de 12 años para decirle que van a practicar sobre ella un rito que la va a transformar en mujer. Con un hierro al rojo le queman el clítoris, a partir de lo cual su gozo sexual, de llegar a tenerlo, será mínimo. De esta manera procuran compensar el problema de tantas mujeres teniendo que dormir solas hasta que al marido se le ocurra acostarse con ella de entre las tantas que tiene.
Cuando llega el día en que van a dar a luz, la cicatriz mal curada de esas mujeres no se dilata como debiera, y el dolor que tienen es impresionante. Los clamores de médicas extranjeras a occidente para que se haga algo con el propósito de aliviar esa situación, no encuentran prácticamente eco. Tratemos de entrar dentro de la mentalidad coránica en relación con la conducta sexual y la poligamia. Recordemos también que en occidente, aunque no exista la poligamia declarada, viven muchos en una especie de licencia equivalente que no es menos cruel.
Poligamia limitada.
“Si Uds. se preocupan de no tratar justamente a los huérfanos de otras mujeres que les parecen buenas en sus ojos, cásense con ellas pero dos, o tres, o cuatro. Y si todavía temen que no van a obrar en forma equitativa, entonces una; o las esclavas que han adquirido. Esto les permitirá ejercer justicia más fácil” (4:3).
Este principio no se sigue rigurosamente en muchos países árabes debido a que Mahoma no limitó el número de esclavas con las cuales podían tener relaciones sexuales.
Intercambio de mujeres.
El problema del adulterio no se dá tanto en muchos países musulmanes por el adulterio en sí, sino por no haber hecho los arreglos debidos (monetarios) con el padre o marido para tener relaciones sexuales con la mujer en cuestión. Un pastor adventista, misionero en el Chad, Africa, por más de 20 años, contaba que de pescarse a alguien sin haber pagado la dote debida puede terminar en muerte. Pero si hacen el pago debido, para lo cual ostentan en una ceremonia pública su dote, entonces no hay problemas en acostarse con ella. Aunque no la consideren así, se trata de una prostitución legal.
“Si desean intercambiar una mujer por otra, y uno dio un talento para ello, no deduzcas nada del talento” (4:24). Eso sí, “no se casen con mujeres que hayan estado casadas con sus padres, porque esto es vergonzoso, odioso y malo—aunque lo que haya ya sucedido es permitido. Se les prohíbe sus madres, sus hijas, sus hermanas, sus tías.., y sus sobrinas..., las esposas de sus hijos”, etc. (4:26-27).
Trato a la mujer y al hombre que se prostituyen.
El trato dado a la mujer que cae en adulterio es más severo que el que se da a un hombre. Indudablemente se está todavía en una sociedad machista. Recuerdo la impresión que causaban los azotes a un hombre en Irán, años atrás, cuando subió el fundamentalismo islámico del famoso Lahiatola Komeini. Fueron propinados por los pecados de la carne, y su castigo pudo presenciárselo por la TV francesa.
“Si alguna de sus mujeres se prostituye, traigan cuatro testigos contra ella de entre Uds. mismos; y si traen testimonio confirmatorio enciérrenlas en sus casas hasta que la muerte las libere, o Dios prepare algo para ellas. Y si dos hombres cometen el mismo crimen, castígalos a ambos; pero si cambian y reparan el mal, déjalos, porque Dios es quien se vuelve, Misericordioso” (4:19-20).
Castigo autorizado a la mujer.
“Los hombres son superiores a las mujeres debido a las cualidades que Dios les dio por encima de ellas, y al desembolso que hacen para mantenerlas. Las mujeres virtuosas son obedientes, cuidadosas, en ausencia de su marido, porque Dios las hace cuidadosas. Pero reprendan a las que, por su testarudez, los hacen temer. Llévenlas a camas aparte, y azótenlas; pero si ellas les obedecen, no busques ocasión contra ellas: verdaderamente Dios es Alto, Grande” (4:38).
También deben ser castigados los hombres, si no hicieron el arreglo debido con el marido para tener relaciones con ella. “Castiguen con cien rayas de azote a la prostituta y al que hizo uso de ella; no tengan compasión para aplicar la sentencia divina, si creen en Dios y en el día final. Y hagan que algunos fieles sean testigos del castigo” (24:2).
Autorización sexual para con esclavas casadas.
“Se les prohíben las mujeres casadas, excepto las que están en sus manos como esclavas. Esta es la ley de Dios para ti” (4:28). “Felices los creyentes... que refrenan sus apetitos, excepto con sus esposas, o las esclavas que poseen bajo su mano, porque en tal caso estarán libres de culpa” (23:1,6). “Los que son pobres que vivan en continencia hasta que Dios en su misericordia los haga ricos... No fuercen sus esclavas a pecar..., si ellas desean preservar su modestia. Aún así, si alguno de Uds. las fuerza, Dios les será a ellas verdaderamente... Perdonador, Misericordioso” (24:33).
“Quienes controlan sus deseos (salvo con sus esposas o las esclavas que han ganado por su mano, por las que serán sin culpa, pero cuyos deseos más allá de esto los vuelve transgresores)..., habitarán cargados con honores, entre jardines...” (70:29-31).
Dios permitió al profeta tener más mujeres que los demás.
Como en el caso de José Smith, el profeta mormón, Dios permitió a Mahoma tener más mujeres que los demás. En el caso de Smith, llegó el momento en que uno de sus colaboradores principales se negó a darle su propia hija adolescente, argumentando que ya tenía demasiadas mujeres, más que las que Dios permitió a Mahoma, exceptuando sus esclavas cuyo número no dio. Las esposas que tuvo Mahoma, según la historia musulmana, fueron nueve, cinco más que las permitidas a los demás.
“¡Oh, profeta! Te permitimos tus mujeres cuya dote has dado, y las esclavas cuya mano tuya ha poseído de la gracia que Dios te ha dado, y las hijas de tu tío, y de las tías paternas y maternas que huyeron contigo a Medina, y cualquier mujer creyente que se dio a sí misma al Profeta, si el Profeta deseó casarse con ella—un privilegio para ti sobre el resto de los fieles (33:49).
“No se te permite tomar otras mujeres de aquí en adelante, ni cambiar sus esposas actuales por otras mujeres, aunque su belleza te encante, excepto esclavas cuya mano derecha tuya posea” (33:52).
Razón del velo.
Siendo que mujeres no alimentadas bien sexualmente tienden a caer más fácil en adulterio, los hombres recurrieron a ponerles un velo en el rostro. De esa manera, todos estarían más libres de mirarse y atraerse mutuamente y en forma ilícita. Prestemos atención, también, al hecho de que únicamente las viudas del profeta no podrían casarse una vez que éste muriese.
“¡Oh, mujeres del Profeta! Uds. no sean como las otras mujeres. Si temen a Dios, no sean tan livianas de habla, dando lugar al hombre de corazón no sano codiciarlas... Y moren aún en sus casas, no saliendo vestidas en público como en los días de su ignorancia anterior, sino que... obedezcan a Dios y a su Apóstol, porque Dios sólo desea librarlas de impureza como amas de casa...” (33:31-32).
“¡Oh, creyentes! No entren en las casas del profeta—salvo por su permiso, para una comida—sin esperar que él esté. Cuando son invitados entren, y cuando han comido váyanse de una vez. Y no se comprometan en conversación familiar, porque esto podría causar dificultad al Profeta, y verse avergonzado de pedirles que se vayan; pero Dios no se averguenza de decir la verdad. Y cuando quieran pedir algo a sus esposas, háganlo de detrás de un velo. No traigan problemas al Apóstol de Dios, ni se casen con sus mujeres, después de él. Esto sería una grave ofensa a Dios” (33:53).
“Ninguna culpa tendrán las que hablan sin velo a sus padres, o a sus hijos, o a sus hermanos, o a los hijos de sus hermanos... Y teman a Dios, porque Dios es testigo de todas las cosas. ¡Verdaderamente Dios y sus ángeles bendicen al profeta!... Verdaderamente, quienes afronten a Dios y a su Apóstol, recibirán la maldición de Dios en este mundo, y en el mundo a venir...” (33:54-55).
“¡Oh, Profeta! Habla a tus mujeres y a tus hijas, y a las mujeres de los fieles, que hagan caer sus velos bajo. Así serán mejor conocidas y no serán ultrajadas. ¡Dios es indulgente, Misericordioso!” (33:59). “Hablen a los creyentes que refrenen sus ojos y guarden continencia. Así serán más puros. Dios conoce todo lo que hacen. Y hablen a las creyentes que refrenen sus ojos, y guarden continencia; y que no desplieguen sus ornamentos, salvo los externos; que arrojen sus velos sobre sus senos, y no desplieguen sus ornamentos, excepto a sus maridos y padres...” (24:30-31).
Prohibición de casarse con no musulmanes.
“No te cases con idólatras hasta que crean; una esclava que cree es mejor que una idólatra, aunque la idólatra te plazca más. Y no cases tus hijas a idólatras hasta que crean, porque una esclava creyente es mejor que una idólatra, aunque te plazca. Ellas te invitan al fuego, pero Dios al paraíso...” (2:220-221). “El que usa una prostituta no podrá casarse sino con una prostituta o idólatra; y la prostituta no se casará con otro que no sea un traficante o idólatra. Tales alianzas están prohibidas a los fieles” (24:3).
Divorcio hasta tres veces.
“Pueden divorciarse de sus esposas dos veces. Manténganlas honorablemente, o aléjenlas con bondad... Pero si el marido se divorcia de ella por tercera vez, no puede tomarla de nuevo hasta que se case ella con otro esposo. Y si él también se divorcia de ella, no habrá culpa en unírselas para sí si vuelven...” (2:229-230).
Problemas de Mahoma con sus esposas.
Cuando, a pesar de las tantas esposas que el profeta ya tenía, volvió a sentir afecto por María—una esclava copta que un gobernador de Egipto le había enviado—una de sus esposas, Hafsa, se disgustó. Mahoma le había prometido a Hafsa que se separaría de María en forma completa. Pero cuando después compartió con Hafsa su amor por María, Hafsa violó el secreto contándoselo a Ayesha quien se alteró también. Para sentirse libre de su obligación para con Hafsa escribió Mahoma una de sus suras (o capítulos).
“¿Por qué, Oh profeta, mantienes como prohibido lo que Dios hizo legítimo para ti, por el deseo de complacer a tus esposas, siendo que Dios es Indulgente, Misericordioso? Dios te ha permitido liberarte de tus juramentos... Cuando el profeta contó... en secreto a una de sus esposas, y ella lo divulgó y Dios le informó esto, él se lo hizo saber en parte, y parte le ocultó. Y cuando él se lo dijo, ella preguntó: ‘¿Quién te lo dijo?’ El respondió: ‘El Conocedor, el Sabio me lo dijo. Si Uds. dos se vuelven a Dios en penitencia, porque ahora sus corazones se han extraviado..., pero si conspiran contra el profeta, sepan entonces que Dios es su Protector, y Gabriel, y todo hombre justo entre los fieles, y los ángeles son, además, sus ayudadores. Si él (el profeta) las hecha, quizás su Señor le dé en cambio otras esposas mejores que Uds., que sean musulmanas, creyentes, devotas, penitentes, obedientes, observadoras de ayuno, conocidas de los demás y vírgenes” (66:1-5).
Problema antiguo.
El problema de la poligamia existió desde la antigüedad. Dios no la ordenó, pero la permitió en un contexto primitivo en donde una mujer sola quedaba desprotegida (Ex 21; Isa 4:1, etc; véase mi libro Jubileo y Globalización..., 43-46). Muchas de estas prácticas formaron parte de una situación que Jesús definió con respecto al matrimonio y el divorcio. “Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió divorciaros de vuestras esposas. Pero al principio no fue así” (Mat 19:8). El mandato divino había sido: “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos serán una sola carne” (Mat 19:4-5).
El evangelio tuvo como propósito restaurar en el hombre lo que se había perdido. Por eso el apóstol Pablo no da la licencia al obispo que Mahoma, como profeta, y sus seguidores recibieron presuntamente de Dios. “Es necesario que el obispo sea irreprensible, esposo de una sola mujer”, dijo Pablo (1 Tim 3:2).
En otras palabras, la presunta revelación posterior de Mahoma es un regreso a la época de dureza del corazón. En efecto, nada de la poligamia y sus injusticias es vista como malo, ya que las proyecta aún para el cielo. Se trata de un don del cielo para el hombre. Nuevamente, ¿podemos ver huellas divinas en estos permisos licenciosos coránicos para la relación humana entre los dos sexos?
La tendencia del mundo religioso hoy es hacia la unión tomando como base todo lo que se puede encontrar en común. Criticar otras religiones y creencias se lo considera como falto de cristianismo. Una despreocupación por marcar diferencias es vista como muestra de amor. Esa es la única manera que se encuentra viable para la convivencia pacífica en un mundo globalizado.
Llama la atención este principio porque el pluralismo político y la libertad de expresión se consideran como símbolo de democracia. Pero en materia religiosa se aboga por un pluralismo que tiende a la irracionalidad en materias divergentes, y al amor en aspectos compatibles. Las mayorías son las que determinan los puntos en común a respetar.
Es un buen principio tratar de encontrar todo lo que poseemos en común, como cristianos, con la fe musulmana. Un intercambio o diálogo entre las religiones puede ser provechoso. Pero aún la misma iglesia católica que lidera este enfoque se vio, en su momento, en la necesidad de marcar las diferencias hiriendo a los protestantes a quienes no les dio el mismo nivel de aceptación que a los ortodoxos. Dentro de esta realidad, se hace necesario ahora, en nuestro estudio del Corán, marcar ciertas diferencias fundamentales con respecto al cristianismo original, el de la Biblia.
Negación del Hijo de Dios
Como todos los profetas modernos falsos, Mahoma comienza reconociendo la autenticidad de la revelación divina en la Biblia y en Cristo mismo, para luego ponerse encima de ella y luego negarla. Dios diría, según el profeta árabe, “hicimos a Jesús, el hijo de María, seguirlos [a los apóstoles anteriores del AT], y le dimos el Evangelio, y pusimos en los corazones de los que lo siguieron bondad y compasión, aunque la vida monástica se la inventaron ellos” [recuerden que Mahoma era polígamo] (57:27).
Pero, ¿qué aceptó Mahoma del Evangelio? Prácticamente nada. Jesús habría sido, simplemente, otro apóstol más que tuvo, como los anteriores del Antiguo Testamento, la misión de anunciar a Mahoma, el mayor y último de los profetas (61:6; 7:156). En ello no podemos sino ver las huellas de aquel que intentó, ya en el cielo, ocupar el lugar de Dios, y en la tierra hacerle creer al hombre que podía ocupar un lugar superior equivalente al de Dios también (Gén 3:1-3; Isa 14:12).
Negación de la encarnación.
Admite el Corán que Jesús nació de María en forma sobrenatural, pero niega su naturaleza divina. El espíritu de parte de Dios que la hizo engendrar no es una persona necesariamente, ya que Mahoma rechazó la trinidad. Tal vez convenga recordar que Gabriel, el ángel que Mahoma cree haber sido enviado para darle la revelación del Corán, es considerado también un espíritu de Dios (2:81; 26:193; 42:52).
En el relato de cómo ocurrió su gestación, agrega algo que no está en la Biblia, pero que ha estado alegrando especialmente a los católicos que buscan puntos de referencia con los musulmanes. El Corán afirma que Dios purificó a María antes de engendrar a Jesús. “Recuerda cuando los ángeles dijeron, ‘¡Oh, María! ¡Verdaderamente Dios te ha elegido, y purificado, y elegido sobre todas las mujeres de los mundos!’” (3:37).
“Haz mención en el Libro de María, cuando se apartó de su familia hacia el oriente, y tomó un velo para cubrirse de ellos. Y enviamos nuestro espíritu a ella, el cual tomó delante de ella la forma de un hombre perfecto. Ella dijo: ‘¡Huyo para refugiarme de ti al Dios de Misericordia! Si le temes, aléjate de mí’. El dijo: ‘Soy sólo un mensajero de tu Señor, para que pueda otorgarte un hijo santo’. Ella respondió: ‘¿Cómo voy a tener un hijo, siendo que ningún hombre me tocó?...’ El dijo: ‘Así será. Tu Señor ha dicho: Eso es fácil para mí, y lo haremos una señal para la humanidad, y una misericordia de nuestra parte... Y ella lo concibió, y se retiró con él a un lugar apartado...’” (19:16-11). Luego sigue una leyenda sin aparente significado.
“María, la hija de Imran [recuerden que lo confundió con el padre de María, la hija del padre de Moisés y Aarón], quien mantuvo su condición de soltera, y en cuyo vientre soplamos nuestro espíritu, y creyó las palabras de su Señor y Sus Escrituras, y fue devota...” (66:12).
¿Por qué rechazó Mahoma la encarnación del Hijo de Dios?
Porque “no parece bien que Dios engendre un hijo” (19:36). “Si Dios hubiera querido tener un hijo, hubiera elegido, seguramente, lo que le hubiera placido mejor fuera de su creación. Pero alabado sea Dios, el [Unico, el Todopoderoso” (39:6). “¡Qué! ¿Hacen un ser para ser la descendencia de Dios quien es criado entre chucherías, algo contencioso sin razón? Y hacen a los ángeles que son los siervos del Dios de Misericordia, mujeres. ¡Qué! ¿Son testigos de su creación?” (43:17-18).
“¿Hemos creado ángeles mujeres?”, preguntaría Dios. “¿Fueron testigos de eso [los cristianos]? ¿No es eso una falsedad de su propia invención, cuando dicen: ‘Dios ha engendrado’? En verdad, ellos son mentirosos. ¿Habría preferido él hijas para [tener] hijos?” (37:150-153).
Aquí podemos ver la falacia del argumento de Mahoma. A pesar de reconocer en tantos lugares que lo imposible para los hombres, es fácil para Dios, aquí le pone límites de su propia invención. Pretende que para tener un hijo, debiera haberlo sido de un ser que no es de esta creación, y sugiere posteriormente un ángel que debería ser mujer, algo que para él también es ridículo.
¿Por qué debía escoger Dios a alguien fuera de su creación para tener un Hijo? Evidentemente no entendió la encarnación ni la quiso aceptar, el más grandioso don que Dios mismo dio a la humanidad. Uno puede imaginarse cuánta amargura y frustración habrá provocado esa condescendencia de amor divino a aquel que, de amor, no le queda nada. La unión de la divinidad con la humanidad es algo que le produce celos. Ya había intentado el diablo tentar a Jesús, en su primera tentación, de recurrir a su divinidad para alimentarse y separarlo, así, de su humanidad. Aquí intenta separar su naturaleza humana de la divina.
Negación de la crucifixión
Los musulmanes creen que Dios llevó el cuerpo muerto de Jesús al cielo—por tres horas según algunos—mientras que los judíos crucificaron a un hombre que se pareció a Jesús (4:156). También parecería que Jesús, según Mahoma, habría muerto de una muerte natural (19:34), aunque en ningún lugar se dice cuánto tiempo continuó en ese estado. También creen los musulmanes hoy que, cuando Jesús regrese a la tierra en el fin del mundo, matará al anticristo, morirá, y se levantará de nuevo. Por eso reservan un lugar vacante para su cuerpo en la tumba del Profeta en Medina.
Los judíos dicen, según Mahoma, “‘verdaderamente hemos matado al Mesías, Jesús el hijo de María, un Apóstol de Dios’. Aunque ellos no lo mataron, ni le crucificaron, sino que tuvieron sólo su semejanza. Y los que difirieron sobre él quedaron en dudas con respecto a él. No tienen un conocimiento seguro sobre él, sino que siguieron únicamente una opinión, y no lo mataron realmente, sino que Dios lo tomó arriba para sí mismo...” (4:156). “Recuerden cuando Dios dijo: ‘Oh, Jesús!, verdaderamente yo haré que mueras, y te tomaré a mí mismo y te libraré de los que no creen, y pondré a los que te siguen sobre los que no creen, hasta el día de la resurrección” (3:48).
¿A quién creer?
En esta leyenda de Mahoma vemos el mismo intento de anular la verdad de la muerte expiatoria de Cristo que tuvieron los judíos cuando inventaron un cuento para negar su resurrección. Se trata, simplemente, de decidir entre creerle a Mahoma o creer el testimonio de los Evangelios y de todo el sistema de sacrificios, amén de las profecías, que predijeron su muerte expiatoria con siglos de antelación.
“Porque primero os trasmití”, dijo Pablo, “lo que yo mismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado, y resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales la mayoría vive aún... Después apareció a Santiago, y más tarde a todos los apóstoles. Y al último de todos, como a un nacido a destiempo, me apareció a mí” (1 Cor 15:3-5).
Prefiero el testimonio completo de la Biblia y de los que fueron testigos de lo que ocurrió para decidir a quién creer. Uno de ellos advirtió después: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad si los espíritus son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido al mundo. En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que reconoce que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios. Y todo espíritu que no reconoce a Jesús, no es de Dios. Este es del anticristo, que habéis oído que ha de venir, y que ahora ya está en el mundo” (1 Juan 4:1-3). “Porque el Hijo del Hombre vino... para dar su vida en rescate por muchos” (Mar 10:41).
No pasa por el Corán, por cierto, la huella divina en este respecto tampoco. Pero, ¿qué consecuencias trajo en la enseñanza de ese libro árabe la negación de la encarnación y muerte expiatoria del Hijo de Dios?
Al negar la encarnación y muerte expiatoria de Dios, tanto el Corán como los intérpretes cristianos liberales de hoy muestran un desinterés muy grande por el honor y la vindicación de la Deidad. ¿Exagero? Puede ser, ya que el Corán insiste en el castigo divino contra los rebeldes, a menudo en un contexto de vindicación divina. Pero al no ver en la cruz un carácter vindicatorio del Cielo, terminan culpando implícitamente a Dios por la aparición del pecado.
Los teólogos liberales que niegan la muerte de Cristo como sacrificio expiatorio tienden a descuidar la ley de Dios y a no percibir la gravedad del pecado, así como sus consecuencias para este mundo y el universo. Para ellos, Jesús murió como un gesto de amor, pero sin que fuera necesaria su muerte para saldar la deuda del pecado. De esta manera piensan que pueden resolver el problema del mal sin necesidad de una regeneración completa que pase por el arrepentimiento, la confesión y súplica de perdón a Dios, y la conversión que implique una renuncia total al pecado.
Para el teólogo liberal, un arreglo o convenio social de respeto y consideración hacia los demás, inclusive para con el transgresor de la ley divina, es todo lo que se necesita. De allí su intromisión cada vez mayor en la política. Apunta más hacia resoluciones exteriores que entran dentro de un marco social y político, que a la resolución interior del hombre cuyo ámbito pertenece más definidamente a la religión, y cuyos resultados se verán más profundos luego en la sociedad como consecuencia.
La expiación y el perdón coránicos
No podíamos esperar algo muy diferente en la religión de Mahoma, con su negación abierta de la encarnación y muerte vicaria del Hijo de Dios. Aunque cierta gravedad del pecado se percibe en la religión árabe, debido a que no se desechó la creencia en el juicio final, la solución tiene que ver más bien con cambios exteriores también. En armonía con todas las religiones paganas, se percibe una justificación por obras que resuelve el cuadro con obras de caridad, o aún muriendo en una guerra santa.
¿Dios y su honor? Eso no les interesa. Por eso pueden decir sin ambages que Dios creó a algunos para el infierno. Fue él quien los hizo errar y los descarrió. El bien y el mal se originan así, en Dios, y se perpetúan en un paraíso y en un infierno eternos. ¿Qué necesidad hay de la cruz en un enfoque tal?
¿Lógica? ¿Coherencia? Sí, hasta cierto punto sí. Pero a expensas del carácter de Dios. ¿Quién puede, en efecto, confiar en un dios tan mal representado como siendo autor tanto del bien como del mal? ¿Podrán las criaturas del universo verse libres del temor a la reintroducción de la discordia y el pecado, si no se consigue probar la inocencia de la Deidad en la rebelión de Lucifer y de los pecadores?
De allí la necesidad de la cruz. La muerte expiatoria del Hijo de Dios no sólo nos salva del pecado y nos muestra su carácter horrible y miserable, sino que también vindica el nombre de Dios delante del universo con un pago que asombra y conmueve a toda la creación (Rom 6:23). El pecado tiene su precio que es la muerte, y para librarse de pagarlo con nuestra propia muerte, necesitábamos un Redentor limpio e inocente que lo pagara por nosotros (Mar 10:45). Al vivir una vida perfecta en un mundo de pecado, el Redentor probaba al universo entero también que, tal como Dios había creado al hombre, podía haber vivido sin pecar jamás. En otras palabras, no hubo falta en Dios al crear el universo. Dios tampoco tuvo algo que ver con el pecado y la rebelión de la humanidad.
Dios es el autor del bien y del mal, de la vida y de la muerte.
¿Puede haber real sentido de culpa en alguien que cree que Dios indujo al hombre a pecar y creó, por consiguiente, el mal y la muerte? Leámoslo del Corán mismo.
El diablo acusa a Dios de haberlo hecho errar (7:15). En una presunta defensa de la soberanía de Dios, declara Mahoma: “Toda soberanía está en las manos de Dios. ¿Dudan los creyentes, pues, que si a Dios le hubiera placido, habría guiado a todos los hombres rectamente?” (13:30). “Si a Dios le hubiera placido, los habría hecho un pueblo. Pero hizo errar a quien El quiso, y guió a quien quiso, y Uds. serán llamados a dar cuenta por sus hechos” (16:95). “¿Qué piensas tú? Aquel que hizo un Dios de sus pasiones, y a quien Dios indujo a errar, y cuyos oídos y corazones selló, y sobre cuya vista puso un velo...” (47:22). “Aquel a quien Dios induce a errar no tendrá, por consiguiente, protector” en el día del juicio (42:42).
Con tales afirmaciones, no debiera sorprendernos que el Corán dijese: “el hombre es verdaderamente por creación precipitado” (70:19). “Hemos creado al hombre”, diría Dios, “de la unión de los sexos para poder probarlo, y escuchando, viendo, lo hicimos” (76:2).
El Corán contiene muchas referencias en las que presenta a Dios como descarriando a los malvados. “Dios descarrió a quien quiso, y a quien quiso guió, y él es el Poderoso, el Sabio” (14:4). “A los que Dios descarría” (30:28). “El día en que se los regrese a Uds. del juicio al infierno, no tendrán protector entonces contra Dios. Y no habrá guía para aquel a quien Dios descarríe... Así, Dios descarría al transgresor y al que duda” (40:35-36). “Así, Dios descarrió a quien quiso, y a quien quiso guió rectamente...” (74:34).
“Quien creó la muerte y la vida para probar quiénes de Uds. será más justo en los hechos. El es el Poderoso, el Perdonador” (67:2). “Muchos, sin embargo, de los Djinn y de los hombres hemos creado para el Infierno” (7:178). Esto lo lleva a otras frases desajustadas como la siguiente: “¿Quién es, pues, más malvado que el que, en su ignorancia, inventa una mentira contra Dios, para descarriar a los hombres?” (6:145). Tanto el hombre como Dios se engañan el uno al otro. “Los hipócritas engañan a Dios, pero El los engañará a ellos” (4:141).
¿Cuál es la expiación y el perdón del Corán?
Siendo que no hay necesidad de la expiación divina, alcanza para reparar el mal con “dar limosnas”. “Esto también les será de ventaja y quitará vuestros pecados” (2:273). El perdón se obtiene, al igual que en el catolicismo medieval de la época, mediante un retorno a la justificación por las obras que fue siempre el fundamento de toda religión pagana.
“Si creen y hacen las cosas que son rectas, obtendrán perdón y una provisión honorable” (22:49). Los que juegan al azar o son idólatras son una abominación de la obra de Satanás. En expiación alimentará al pobre, o en equivalencia ayunará, para que pueda gustar la consecuencia malvada de sus hechos. Dios perdona lo pasado, pero para con el que lo hace de nuevo, Dios tomará venganza. Porque Dios es poderoso y la venganza es Suya” (5:92,96).
“Teman a Dios..., escuchen y obedezcan, y den limosnas por su propia felicidad, porque los tales que se salvan de su propia codicia, prosperarán. Si les prestan a Dios un préstamo generoso, les devolverá doble y los perdonará, porque Dios es Agradecido...” (64:16-17). “Feliz es”, pues, “el que se purifica por el Islam, y que recuerda el nombre de su Señor y ora” (87:14-15). “Pero el que teme a Dios escapará del infierno, quien da de su substancia para poder volverse puro” (92:17-18).
Además de dar limosnas y alimento para los pobres para obtener perdón, Dios perdona todos los pecados cuando el musulmán evita los grandes pecados, y está dispuesto a morir en la guerra santa. Su muerte lo libra de sus faltas pasadas. De esto se desprende que las faltas pequeñas no son tan graves.
“Si evitan los grandes pecados que les son prohibidos, les borraremos sus faltas, y los haremos entrar en el paraíso con una entrada honorable” (4:35). “A los que huyen de su país después de sus pruebas, y pelean y sufren con paciencia, verdaderamente, tu Señor les será perdonador al final, gracioso” (16:111).
“Borra nuestros pecados y perdónanos, y ten piedad de nosotros. Tú eres nuestro protector: danos, pues, victoria sobre las naciones infieles” (2:286). “Y los que se van de su país y se alejan de sus hogares y sufren en mi causa, y han peleado y caen, yo borraré sus pecados, y los traeré a jardines bajo los cuales fluyen corrientes de agua” [paraíso] (3:193). “Y si los matan a Uds. o mueren en la senda de Dios [la guerra], entonces el perdón de Dios y su misericordia es mejor que todo lo que junten; porque si mueren o son muertos, verdaderamente a Dios serán juntados” (3:150-152).
Fisuras en el carácter de amor de Dios.
Al no percibir el valor que atribuyó Dios en la cruz del Calvario a la vida humana, el amor de Dios mismo dando su vida por el pobre y miserable pecador, no siente el musulmán real dolor por los que se pierden. Por esa misma razón no tienen temor de matar a sus propios familiares, hijos o hijas, si se apartan del Corán, ni consideran necesario orar por los infieles.
Contra alguien aún de la misma familia o raza que apostata.
“No corresponde que el profeta o los fieles oren por el perdón de los que, aún siendo de su propia familia, asocian otros dioses a Dios, después que se les hizo claro que eran reclusos del infierno” (9:114). “Y cualquiera que se vuelva atrás después de esto, son seguramente los perversos. ¿Otra religión desean ellos que ésta de Dios? A él se somete toda cosa en los cielos como en la tierra, en voluntaria o forzada obediencia... A los que se vuelven infieles después de haber creído, e incrementan así su infidelidad—su arrepentimiento no le será nunca aceptado. ¡Estos! Son los que erran” (3:76-77,84).
“Dí a los infieles: Si desisten de su incredulidad, lo que ahora es pasado se les perdonará; pero si vuelven a ella, tienen ya ante ellos la sentencia de muerte de los ancianos. Pelea contra ellos hasta que la lucha llegue a su fin, y la religión sea toda de Dios” (8:39-40). “Si se vuelven a Dios y observan oración, y pagan el impuesto, entonces son sus hermanos en la religión... Pero si, después del pacto hecho, rompen sus juramentos e injurian vuestra religión, hagan entonces guerra contra los cabecillas de la infidelidad—porque ningún juramento liga a ellos—para que puedan desistir” (9:11-12).
En este punto el panorama es equivalente al que se vivía en el cristianismo apóstata occidental. La Inquisición, el tribunal que operaba contra los infieles y apóstatas del catolicismo romano, no ejercía mayormente su actuación contra los que no eran de la religión católica hasta que se les había enseñado las doctrinas romanas. Sea que se convirtiesen o no para evitar la amenaza de pérdida de bienes y aún de la muerte, si después se apartaban o si rechazaban la enseñanza, entonces debía exterminárselos. En esto, ni la religión católica del medioevo ni la religión musulmana en la misma época, revelaron el carácter de amor de Cristo quien dijo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os maltratan y persiguen” (Mat 5:44).
También asombra ver que, según Mahoma, los fieles se burlarán de los infieles cuando los vean en el infierno, y éstos vean a los salvados en el paraíso. “En ese día los fieles se reirán de los infieles con desprecio; mientras se reclinan sobre camas nupciales los contemplan” (83:34-35).
La ignorancia tan grande que revela Mahoma sobre los Evangelios, nos permite entender también por qué los requerimientos religiosos coránicos entran dentro de un marco de justificación por las obras que fue la característica del catolicismo romano de aquella época. En esto no tuvo nada más que ofrecer de lo que siempre pretendieron ofrecer las religiones paganas. El engaño en el mundo cristiano de entonces fue más sutil por el hecho de que se pretendió seguir venerando la cruz, lo que para Mahoma no fue sino idolatría debido a la forma en que la veneraron.
Justificación por obras.
En su libro, Credos Contemporáneos (150-151), Daniel Scarone hace una buena síntesis sobre los deberes del musulmán. No son muchos, por lo que no es difícil ser musulmán si por requerimientos se refiere. Se encuentran esparcidos a lo largo de todo el Corán. ¿Quiénes son, en esencia, los verdaderos creyentes? ¿Qué hacer para pasar a ser musulmán, esto es, de los que se rinden a Dios?
“Creyentes son sólo aquellos cuyos corazones se emocionan con temor cuando se nombra a Dios, y cuya fe se incrementa ante cada recitación de sus señales, y quienes ponen su confianza en su Señor; quienes observan las oraciones, y dan limosnas de lo que les hemos suplido a ellos. Estos son los creyentes. Su debido grado les espera en la presencia de su señor, y perdón, y una provisión generosa” (8:2-4). “Si se vuelven a Dios y observan la oración, y pagan el impuesto, entonces son sus hermanos en religión” (9:11).
Si alguien preguntase, como el joven rico a Jesús, qué cosa haré para obtener la vida eterna, se le respondería que eso lo obtiene “quien cumple su compromiso con Dios, y no rompe su pacto, y junta lo que Dios pidió juntarse, y teme a su Señor, y teme un ajuste de cuentas negativo, y quienes, con el deseo de ver la faz de su Señor viven constantemente en medio de angustias o pruebas, y observan la oración y dan limosnas, en secreto o abiertamente, de acuerdo a lo que les concedimos, y ponen a un lado el mal por el bien: para ellos es la recompensa...” (13:20-22). “En el día de la resurrección, se le pagará a cada alma por lo que mereció, y no será tratada con injusticia” (3:155).
¿Qué es, pues, la verdadera religión? “Adorar a Dios con religión sincera, siendo sólidos en fe, y observar la oración y pagar las limosnas establecidas. Porque ésta es la religión verdadera” (98:4).
Quienes hacen lo recto.
“A cualquiera que haga lo recto, ya sea hombre o mujer, si es un creyente, le daremos presto una vida feliz, y lo recompensaremos con una recompensa de acuerdo a lo mejor de sus hechos” (16:99). “Quienes controlan sus deseos..., y quienes son veraces en sus negocios y compromisos, y quienes testifican rectamente, y guardan estrictamente las horas de oración, habitarán colmados de honores, entre jardines” (70:29,32-35).
Quienes observan la oración.
“Quienes se humillan en sus oraciones, se apartan de vanas palabras, y dan limosnas, y refrenan sus apetitos..., y cuidan sus negocios y sus pactos, y se mantienen estrictamente a sus oraciones” (23:2-5,8-9). “Quienes observan la oración, y pagan el impuesto, y creen firmemente en la vida a venir” (31:3).
Para las mujeres del profeta era suficiente con “morar aún en sus casas, no salir en público vestidas como en los días de su ignorancia anterior, sino observar la oración, pagar el impuesto y obedecer a Dios y al Apóstol, porque Dios sólo desea quitar la suciedad de Uds. como la de su casa, y con purificación limpiarlas” (33:33).
Recitan el Corán.
“Verdaderamente los que recitan el Libro de Dios, y observan la oración, y dan limosnas en público y en privado de lo que les hemos concedido, pueden esperar una mercadería que no perecerá” (35:25). “Reciten el Corán tanto como pueda serles fácil, y observen las oraciones y paguen las limosnas legales, y presten a Dios un préstamo liberal, porque cualquiera buena obra que envíen antes para su propio provecho, la encontrarán con Dios” (73:20).
Para quiénes son las limosnas.
“Vacilan Uds. en dar limosnas previamente a vuestra conferencia privada? Si no lo hacen (y Dios los excusará), observen entonces, al menos, la oración, y paguen el impuesto establecido, y obedezcan a Dios y a su Apóstol, porque Dios conoce sus hechos” (48:14). “Pero las limosnas se deben dar únicamente a los pobres y necesitados, y a los que las colectan, y a aquellos cuyos corazones son ganados al Islam, y para rescates, y para deudas, y para la causa de Dios, y los viajeros. Esta es una ordenanza de Dios: y Dios es Conocedor, Sabio” (9:70).
Creen en el día final.
“Pero a sus hombres de conocimiento sólido, y a los creyentes que creen en lo que se te envió a ti, y en lo que se envió antes que a ti, y observan la oración, y pagan las limosnas de obligación, y creen en Dios y en el último día—a estos les daremos una gran recompensa” (4:160). “Si Uds. observan la oración y pagan las limosnas obligatorias, y creen en mis apóstoles y los ayudan con un préstamo liberal, yo seguramente alejaré sus malos hechos, y los traeré a jardines bajo los cuales ríos fluyen” (5:15).
Perdón sin redención.
Un ex musulmán que estaba volviendo al islamismo por presión de su familia me preguntaba para qué debía morir un hombre. ¿Acaso no alcanzaba con cambiar de conducta? No veía la necesidad de una justa compensación para que Dios pudiese continuar siendo justo al perdonar al pecador.
Tampoco sentía necesariamente dolor por el pecado, sino temor al castigo. El arrepentimiento del que sigue fielmente las indicaciones del Corán tiene que ver con un temor al castigo. Pero no hay nada que los lleve a enternecer su corazón y percibir, al comparar lo que Dios hizo para redimirlos, cuán malos son. Sus corazones no tienen el cuadro de amor tan grande que se ve en la cruz, capaz de conmover todo corazón que capta que allí se pagó el precio de nuestra maldad.
En síntesis, no se percibe ningún sentido de culpa interior en el musulmán. No hay reparación por el mal que deba hacerse ante un Dios ofendido. Lo único que se requiere es dejar de hacer lo malo y hacer lo que para el Corán es bueno, y así obtener perdón y la recompensa eterna. Una religión tal, si no estuviera tan llena de amenazas, podría servir para cualquier moralista moderno que no desea humillarse delante de Dios ni suplicar el perdón, reconociéndose culpable de haber causado la muerte del Hijo de Dios y siendo digno de muerte eterna.
Sentimientos anti judíos
Los sentimientos hacia los judíos y los cristianos del Corán son tan dubitativos como los que tuvo para con la Biblia. Presume Mahoma reverenciar la Biblia, pero la descalifica luego como habiendo sido falsificada de tal suerte que Dios lo tuvo que elegir a él para dar la versión correcta (2:39,73,98; 4:48). Así también considera con simpatía a los judíos, pero ordena finalmente hacer guerra contra ellos a menos que acepten la revelación divina del Corán y paguen el impuesto.
El pueblo del libro y sus malos deseos.
“Los incrédulos de entre el pueblo del Libro, y entre los idólatras, no desean que ningún bien les fuese enviado de vuestro Señor: pero Dios mostrará su misericordia especial a quien El quiere, porque es de gran generosidad” (2:99). “Muchos del pueblo del Libro desean hacerte volver a la incredulidad después de haber creído, llenos de envidia egoísta, aún después que la verdad les fue mostrada claramente. Pero perdónalos, y apártate de ellos hasta que Dios venga con su obra. Verdaderamente Dios tiene poder sobre todas las cosas” (2:103).
Actitud positiva.
Por un lado Mahoma recibe la siguiente orden: “Di a los que recibieron el Libro, y a los del pueblo común, ¿Van a rendirse Uds. a Dios? Si se vuelven musulmanes, son guiados rectamente; pero si se apartan—tu deber es únicamente predicarles. Y los ojos de Dios están sobre sus siervos” (3:19). “No discutan, sino de una manera amable con el pueblo del Libro, salvo con los que de entre ellos los han tratado mal” (29:45). “Discutan con ellos de la manera más amable. Tu Señor conoce mejor a los que se descarrían de su camino, y conoce mejor a los que se rinden a su dirección” (16:126).
“A los hijos de Israel les dimos desde la antigüedad el Libro y la Sabiduría, y el don de profecía, y les dimos buenas cosas, y los privilegiamos sobre todos los pueblos..., pero el Señor los juzgará en el día de la resurrección sobre el tema de sus disputas” (45:15-16).
Actitud negativa.
Por otro lado, el Corán declara la guerra a los judíos por no aceptar el Corán y cambiar la Biblia. Ya en la época misma de Mahoma, según el Corán, “Dios hizo que el pueblo del Libro que había ayudado a los confederados, cayese de sus fortalezas y se desmayasen sus corazones: a algunos Uds. los mataron, a otros los tomaron prisioneros” (33:26).
“Oh, Uds. que creen, no tomen a los Judíos o Cristianos como amigos. Ellos son amigos entre ellos. ¡Si alguno de Uds. los toma por amigos, seguramente es de ellos! Dios no guiará a los malhechores” (5:56). “¡Oh, Uds. que creen!, no tomen como amigos a los que recibieron las Escrituras antes de Uds., como mofa y broma de la religión de Uds., o a los infieles, sino teman a Dios si son creyentes” (5:62). Este último mandato será bueno tenerlo en cuenta para cuando visitemos los países árabes, porque por arrancar una vela de una mezquita algunos europeos sufrieron varios años en las cárceles de Turquía y en otros lugares.
“Hagan guerra contra los que recibieron las Escrituras pero que no creen en Dios, o en el día final, y quienes no prohíben lo que Dios y su Apóstol han prohibido, y quienes no profesan la profesión de la verdad, hasta que paguen tributo de la mano, y sean humillados” (9:29). “Entre los judíos están los que cambian las palabras de sus escrituras... Pero Dios los ha maldecido por su incredulidad. ¡Unicamente pocos de ellos son creyentes! ¡Oh, Uds. a quienes se les dieron las Escrituras! Crean en lo que les hemos enviado que confirma la Escritura que está en sus manos, antes que borre sus rostros y tuerza sus cabezas en círculo hacia atrás, o los maldiga como maldijimos a los quebrantadores del sábado, y el mandamiento de Dios se llevó a cabo” (4:48-40).
“El Señor declaró que, hasta el día de la resurrección, enviaría seguramente contra ellos a quienes los conjurarían y castigarían mal” (7:166). Hasta los considera, junto con los cristianos, como “satanes” (2:13; véase 7:26,28; 26:210).
Actitud hacia el sábado y la ley divina.
Una actitud equivalente encontramos en el Corán con respecto a la ley de Dios y en especial el sábado. Aceptó la creación divina como habiéndose dado en seis días (10:3; 50:37; 57:4), aunque reveló cierta variación en otra sura (41:9-11).
“Verdaderamente los que creen (musulmanes), y los que la religión judía, y los cristianos, y los sabeitas—cualquiera de ellos que crea en Dios y en el día final, y hace lo que es recto, tendrá su recompensa con su Señor: no vendrá temor sobre ellos, ni serán afligidos. Recuerden también cuando hicimos un pacto con Uds., y subimos a la montaña sobre Uds. Aférrense, dijimos, a lo que les revelamos, con resolución, y recuerden lo que está allí, para que teman. Pero después de esto se volvieron atrás, y si no fuera por la gracia de Dios y misericordia hacia Uds., habrían estado seguramente entre los perdidos. Uds. conocen también a los que de entre Uds. transgredieron el sábado, y a quienes dijimos, ‘vuélvanse monos burladores’” (2:59-61; 7:166).
Dios habría dicho a Moisés: “Elevamos la montaña sobre ellos cuando hicimos un pacto con ellos, y les dijimos: ‘Entren por la puerta adorando’, y les dijimos: ‘No transgredan el sábado’, y recibimos un pacto estricto de ellos. Así, desde ese día han quebrantado su pacto, y rechazado las señales de Dios, y matado a los profetas injustamente... Dios los selló en su incredulidad, de tal manera que pocos crean” (4:153-154).
Aunque muchos musulmanes guardan el viernes, no encontré en el Corán ninguna referencia directa a su obligatoriedad. Aunque reconoce que Dios dio su ley en el Sinaí, y también el sábado entonces, termina haciéndolo exclusivo para los judíos. “El sábado fue ordenado únicamente para los que contienden sobre ello, y en verdad el Señor va a decidir entre ellos en el día de la resurrección sobre el tema de sus disputas” (16:125).
Cuando mi esposa tuvo a Roselyne, nuestra hija mayor, fue internada en un hospital de Estrasburgo. A su lado tenía una mujer árabe esperando trillizos. El médico le dijo a esa mujer, ¿cómo hacen Uds. para dar a luz de una vez tantos hijos? Luego le preguntó a mi esposa si comía carne de cerdo. ¿Por qué me pregunta eso?, reaccionó mi esposa. Porque las musulmanas que dan a luz aquí suelen tener menos complicaciones, y estamos descubriendo que la dieta tiene bastante que ver.
En muchos supermercados europeos y norteamericanos aparecen sobre ciertas carnes un sello judío o musulmán. Ese solo hecho hace que, en la mente del musulmán, la religión cristiana mayoritaria en occidente sea vista como inferior, más licenciosa y liberal. Un rabino judío me preguntó en Puerto Rico si los adventistas tenían frigoríficos como ellos, que siguiesen las prácticas ordenadas por ciertos rabinos como, por ejemplo, no degollar a un animal con chuchillos rugosos (tipo serrucho), sino bien liso, para que el animal sufra menos.
Actitud hacia los animales inmundos.
En general, podemos decir que el Corán mantiene la ordenanza divina con respecto a los animales que permite comer y los que no (véase Lev 11). No obstante, se revela más flexible que la Biblia, y tan dubitativo como en los otros casos.
“Se les prohíbe lo que muere de sí mismo, y la sangre, y la carne de cerdo, y todo sobre lo que ha sido invocado otro nombre fuera del de Dios. Pero el que participe de ello por presión, sin codicia o voluntad, no se le imputará como pecado. Verdaderamente Dios es Indulgente, Misericordioso” (2:168). “Se les prohíbe lo que muere de sí mismo, y la sangre, y la carne de cerdo, y lo que fue sacrificado bajo la invocación de cualquier otro nombre que no sea el de Dios, y lo estrangulado, y lo muerto por un golpe, o por una caída, o por herida de cuchillo, o por lo que comieron las bestias de presa, a menos que los hagan limpios dándoles el golpe de muerte Uds. mismos... Pero los que sin voluntaria inclinación a proceder mal será forzado por hambre a transgredir, a él verdaderamente, Dios le será Indulgente, Misericordioso” (5:4-5).
“No encuentro que se me haya prohibido comer al que come, excepto lo que muere por sí mismo, o la sangre derramada, o la carne de cerdo. Porque esto es impuro o profano, muerto en el nombre de otro fuera de Dios. Pero quien se ve forzado a participar, si lo hace sin voluntad, y no en transgresión—verdaderamente tu Señor es Indulgente, Misericordioso” (6:146), “perdonador, gracioso” (16:116).
Con respecto al vino.
“Te preguntarán con respecto al vino y a los juegos de azar. Diles: En ambos hay para los hombres gran pecado y ventaja también, pero su pecado es más grande que su ventaja” (2:216). “¡Oh, hijos de Adán! Vistan sus buenos ropajes cuando reparan una mezquita, y coman y beban, pero no se excedan, porque El no ama a los que se exceden” (7:29).
Conclusión.
Ya se vio, en su momento, que Dios permitirá comer carne también en el paraíso (52:22), incluso pájaros (56:21). El Corán rebaja el cuadro puro y perfecto del cielo poniéndolo al nivel degradado de la humanidad en relación con los apetitos sexuales y alimenticios. El problema de la alimentación que Dios prohíbe lo es a medias, proyectando a Dios como no importándole demasiado cuán fieles son en seguir sus consejos. Pueden percibirse en este caso ciertas huellas divinas porque se basan en la ley de Dios cuya síntesis dice “no matarás” (en relación al daño que causan en el cuerpo). Pero sus rastros se vuelven borrosos por una indulgencia que no encontramos en la Biblia.
Continuara..........
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