22 de junio de 2009
La Adoración
Uno de los mayores elementos de nuestra misión es exhortar al mundo a adorar a Dios (Apoc. 14:7). En la búsqueda de lineamientos relevantes para nosotros actualmente, abordaré algunos de los mayores temas de la adoración bíblica y sus expresiones.
1. Dios es el centro. La adoración está definida por el reconocimiento personal y colectivo de los creyentes de que Dios es el único ser digno de honra suprema. En la Biblia, Dios es el único, legítimo y exclusivo objeto de adoración (Éxo. 20:2, 3; Luc. 24:53). Este hecho está fundamentado en su poder creador y redentor (Apoc. 4:11; 5:12). La adoración es la respuesta del ser interior ante la percepción de la majestad, el misterio y lo incomparable del Dios revelado en su obra de creación y redención; confrontados con él, nuestra vida encuentra su lugar de origen y vibra por el gozo, el agradecimiento y el temor reverente que sólo Dios puede inspirar. Dado que todo en el universo pertenece al orden de lo creado, es reprensible, incluso hasta una abominación, desplazar a Dios del centro de adoración reemplazándolo por cualquier otro objeto de culto. Esta visión fundamental de la adoración bíblica debería reglar cualquier actividad que forme parte de ella.
2. El papel de las emociones: La adoración es más que una actitud; también es una acto. Ya que somos seres emocionales, es imposible separar nuestras emociones de la práctica de la adoración. En ese acto santo, adoramos y agradecemos a Dios (Sal. 118:28), y expresamos nuestro gozo y gratitud por medio de ofrendas (1 Crón. 16:29) y cánticos (Sal. 147:1). Incluso clamamos a él en busca de liberación, perdón y guía (Sal. 139:23, 24; 142), como una respuesta a su presencia en nuestra vida. La tentación es utilizar la adoración como una avenida sociopsicológica para sentirnos bien con nosotros mismos y ser aceptados por los demás; cuando esto sucede, hemos cambiado, imperceptiblemente, el centro y el foco de la adoración desde el Creador y Redentor hacia nosotros mismos, con el riesgo de caer en la idolatría. Llevamos hasta él nuestra gratitud, nuestras necesidades, nuestros temores y nuestras preocupaciones con el fin de adorarlo por lo que ha hecho y hará por nosotros.
3. El papel del cuerpo. No podemos separar nuestras emociones de su expresión física. En la adoración, venimos ante el Señor como seres emocionales y físicos. El acto de adoración involucra nuestro cuerpo como un vehículo a través del cual nuestras emociones se expresan. En la Biblia, los adoradores elevaban sus manos para ofrecer peticiones a Dios (Sal. 141:2; 1 Tim. 2:8), permanecían de pie (2 Crón. 7:6), se arrodillaban (1 Rey. 8:54) o se inclinaban con su rostro hasta el suelo para adorar (Neh. 8:6). Utilizaban su lengua y sus labios para alabar a Dios (Col. 3:16), y sus oídos para capturar la belleza de los instrumentos musicales (Sal. 33:2, 3) y de la lectura de las Escrituras (1 Tim. 4:13). Además, los adoradores se unían en procesión hasta el templo para adorar al Señor (Sal. 68:24, 25).
La manera en la que el cuerpo es utilizado para expresar emociones varía de cultura en cultura. Lo que es apropiado en una cultura puede ser ofensivo en otra; por lo tanto, es importante tener en mente que el propósito de la adoración no es estimular nuestras emociones y sus expresiones corporales (como suele suceder por medio de la música estridente) con el objetivo de crear un sentimiento de bienestar en el adorador. Eso podría desplazar a Dios del centro exclusivo de adoración, situando allí la satisfacción de nuestras necesidades psicológicas. La participación moderada de nuestras emociones y su expresión a través del cuerpo en la adoración comunitaria no debería distraer nuestra atención ni la de los demás de lo que probablemente sea lo más importante: oír la palabra de Dios y su proclamación.
Concurrimos a la iglesia con el fin de adorar a Dios, alabarlo y agradecerle por todas sus bendiciones, para ser instruidos por su Palabra, para celebrar la Santa Cena, para ser entrenados en la proclamación del evangelio y para confraternizar con otros creyentes. La adoración no es una forma de entretenimiento que necesita ser adaptada al gusto de los individuos por medio de prácticas de mercadeo. La música que interpretamos, los cánticos que entonamos, las oraciones que ofrecemos son nuestros lánguidos intentos por adorar al Señor, y expresar nuestro amor y nuestro agradecimiento a aquél que ha hecho tanto por nosotros por medio de Cristo.
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