29 de julio de 2009
El día de la expiación escatológico
La ciencia ficción nos ha transportado a galaxias lejanas para visitar incontables planetas habitados por una gran diversidad de vida inteligente. Nos cuenta historias de conflictos cósmicos entre diferentes fuerzas del universo y su amenaza potencial para la vida humana en nuestro planeta. Los escritores de ciencia Ficción han extendido al universo el angustioso problema que experimentamos en nuestro pequeño planeta. La mayoría de esos escritores rechazan implícitamente una concepción cósmica de la realidad en la que Dios pudiera tener alguna función. En sus imaginaciones el universo pertenece solamente a fuerzas naturales.
La Biblia nos transporta al cielo de los cielos, aunque a lugares que sólo podemos esperar visitar en el futuro. Nos lleva hasta el mismo centro del cosmos, al segmento más importante del espacio universal. La Escritu ra nos lleva a la morada de Dios en el reino de sus criaturas: el templo celestial. No podemos exagerar la importancia de ese lugar incomparable. Lo que allí ocurre determina el futuro y la seguridad del resto del universo. Fue allí donde el cielo confrontó el mal por primera vez en la historia del cosmos, y es allí donde el problema será resuelto en forma permanente, resultando en la purificación del universo de su fuente infecciosa y en la restauración de la creación de Dios a su armonía original.
Los santuarios terrenal y celestial
A través del santuario israelita y sus servicios Dios reveló su plan para resolver el problema cósmico del pecado. Aunque era sólo una débil sombra de lo que ocurría en el cielo, todavía revelaba lo suficiente como para que pudiéramos entender mejor lo que Dios hacía y sigue haciendo en nuestro favor en el santuario celestial. Al examinar lo que ocurría en el santuario terrenal, podemos obtener una idea del celestial.
La Escritura aclara que el santuario terrenal no era más que un pálido reflejo del celestial, mucho más glorioso (Éxo. 25:9; Heb. 8:5). En el terrenal Dios se encontraba con su pueblo (Éxo. 25:8; Sal. 26:8) y en el celestial Dios se sienta entronizado entre seres celestiales (Sal. HA; Dan. 7:9-10; Sal. 89:5-7). Ambos lugares son centros de adoración (Sal. 138:2; 103:19-22) y juicio (Sal. 96:7-10; Heb. 11:4-6; 33:13-15); centros de los cuales Dios trae liberación para su pueblo (Sal. 31:20; Heb. 18:6-9, 16, 17), les otorga el perdón (Lev. 4:35; 1 Rey. 8:30), revela su voluntad (Éxo. 25:22; Sal. 103:19-21) y los bendice y confiere justicia (Sal. 24:3, 5; Deut. 26:15; 1 Rey. 8:32). Indudablemente existía una relación funcional entre ambos santuarios, que garantizaba así la efectividad de lo que se hacía simbólicamente en el terrenal.
La idea fundamental trasmitida por el santuario terrenal era la de un Dios amante dispuesto a morar con su pueblo. El santuario terrenal era en ese respecto una ilustración microcósmica de la realidad macrocósmica del deseo amoroso de Dios de morar entre todas sus criaturas del universo. Pero, ¿cómo podía habitar el Creador dentro del espacio que él creó para sus criaturas? Salomón fue el primero que levantó esta importante pregunta teológica durante la dedicación del templo que él construyó para el Señor: "Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?" (1 Rey. 8:27). El rey reconoció que la creación no podía contenerlo o limitarlo; que el espacio creado por Dios no puede abarcarlo, porque él no es una criatura sino Dios Todopoderoso. Sin embargo, el Dios que por naturaleza no puede hallarse dentro de la creación decidió situarse dentro de sus límites a fin de hacerse accesible a sus criaturas. ¡Esto sí que es condescendencia divina! Por lo tanto, el santuario celestial es el espacio particular desde el cual se hace sentir la presencia de Dios a través del cosmos. De una manera misteriosa él ubica dentro de ese cosmos. El santuario celestial une al Dios infinito con sus criaturas finitas, lo eterno con lo temporal. Ese templo, localizado en algún lugar del universo, nos informa que nuestro Dios quiere estar tan cerca como sea posible de todas sus criaturas.
La naturaleza del templo celestial escapa a nuestra total comprensión. Ningún edificio humano puede representarlo apropiadamente. Pero el hecho de que el santuario terrenal fue hecho según el modelo celestial señala la realidad de este último (Apoc. 11:19; 14:17; 15:5). El templo celestial no está vacío. Adentro encontramos el trono más majestuoso que podamos imaginarnos: el trono de Dios y de Cristo (Apoc. 4:2). El trono de Dios no es simplemente un símbolo de su poder real, sino un lugar donde Cristo, quien ascendió al cielo con nuestra naturaleza humana (1 Tim. 2:5), se sienta con su Padre (Apoc. 7:17). Sin embargo, el santuario celestial también tiene lugares para que los seres celestiales se sienten alrededor del trono divino (Dan. 7: 10; Apoc. 4:4).
La Escritura usa las imágenes del santuario terrenal para indicar que el celestial también tiene divisiones. Dios se mueve de un lugar a otro y lo mismo hace Cristo nuestro Mediador (Dan. 7:9). Juan vio un ser angelical ministrando frente al altar del incienso en el lugar santo del santuario celestial (Apoc. 8:3, 4), y también observó el arca del pacto en el lugar santísimo (Apoc. 11:19). Siendo que es imposible comprender completamente la naturaleza del templo, Dios nos ha permitido referirnos a él usando el lenguaje y las imágenes de su paralelo terrenal. Al permitirnos usar esa terminología, él puede enfatizar la realidad del templo celestial, así como también su diversidad de espacio y mobiliario sin igualar las realidades celestiales con las del santuario terrenal. Rechazar el lenguaje y las imágenes del santuario terrenal podría resultar en la espiritualización y el rechazo de la realidad de la morada celestial de Dios.
Sacrificio y sacerdocio
El santuario terrenal no sólo apuntaba hacia la realidad de un Dios que mora entre sus criaturas en el santuario celestial, sino también ilustraba de qué manera se encargaba él desde allí del problema del pecado en el universo. El sistema de sacrificios, con su diversidad de actos sacrificiales (Lev. 1-5), representaba, como lo hemos indicado, el sacrificio de Cristo sobre la cruz, en la cual él cargó los pecados del mundo y pagó la penalidad de ellos. Es gracias a ese sacrificio que podernos ser contados como justos ante Dios por la fe en Cristo (Rom. 3:21-25; 2 Cor. 5:2 1).
En el sistema de sacrificios terrenal los pecadores venían al templo trayendo su pecado (Lev. 5: l); es decir, asumiendo la responsabilidad por él y por su castigo correspondiente; pero también traían consigo una víctima sobre la cual era transferido el pecado, muriendo ésta en su lugar (Lev. 5:5, 6). La víctima para el sacrificio cargaba su pecado (Lev. 10: 17), y a través de la sangre era transferido al santuario. En realidad Dios estaba asumiendo la responsabilidad por esos pecados. Los pecadores abandonaban el santuario limpios de su pecado y bendecidos por el Señor, porque una víctima había muerto por ellos y Dios había asumido la responsabilidad por el pecado de ellos.
A través de los servicios diarios el sacerdote realizaba una obra de mediación que consistía en representar a Dios ante el pueblo y al pueblo ante Dios. A través del sistema de sacrificios y los rituales específicos asociados con él ocurría algo asombroso: lo impuro entraba en contacto con lo puro, lo profano con lo santo; y, sin embargo, lo santo permanecía santo. Fuera del sistema de sacrificios, siempre que lo impuro tocaba a lo puro o lo santo, contaminaba a esto último. Pero ese principio no operaba en el sistema de sacrificios. El animal para el sacrificio cargaba el pecado del pueblo; y, sin embargo. su carne permanecía santa. El sacerdote comía la carne y cargaba el pecado y todavía permanecía santo (Lev. 10:17). Ese traslado del pecado/impureza no destruía la santidad de la víctima para el sacrificio, el sacerdote o el santuario. ¡El resultado de ese encuentro entre lo santo y lo impuro era la expiación! Ciertamente es asombroso que en el contexto de la expiación, la santidad y el pecado, la vida y la muerte, la pureza y la impureza son reunidos en una relación insondable y paradójica. El Señor los reunía y de este encuentro surgían la expiación y el perdón. El instrumento santo entraba en contacto con lo impuro; y, sin embargo, permanecía santo. Podemos ilustrar el proceso (le la siguiente manera:
Pero mientras ese proceso continuaba efectuándose, la solución del problema del pecado no era definitiva, porque el problema era transferido de la esfera del pecador al reino de Dios. En algún punto era necesario terminar con el proceso y restablecer el orden cósmico que Dios quería para la gente. El Señor representó simbólicamente esa restauración a través del ritual del Día de la Expiación. En esa ocasión se invertía el proceso diario de la expiación: poner lo santo en contacto con el pecado y lo impuro. En lugar de ello, tanto Dios como el lugar de su morada, se apartaban de la presencia de lo profano.
El Día de la Expiación (Lev. 16)
Durante el Día de la Expiación la purificación diaria de la gente alcanzaba su clímax e introducía un nuevo comienzo que restablecía el orden de Dios en el mundo de su pueblo. La purificación del santuario completaba la purificación del pueblo (Lev. 16:33). Cristo se ofreció a sí mismo como nuestro sustituto, muriendo en nuestro lugar, pero después de su resurrección ascendió al cielo, entró en el santuario celestial y comenzó su obra de mediación en nuestro favor (Heb. 8:2; 9:12). Allí él aplica los beneficios expliatorios de su sacrificio a quienes creen en él como Salvador y Señor. Esa obra de salvación se encamina hacia su consumación y resultará en la purificación Final del universo. El Día de la Expiación ilustra cómo iba a ocurrir eso.
La actitud del pueblo de Dios. El Día de la Expiación no era una fiesta sino un tiempo de renovación espiritual durante el cual el pueblo se acercaba al Señor más que en cualquier otro momento. De hecho, era el día cuando el sumo sacerdote que los representaba, entraba en la misma presencia de Dios: el lugar santísimo del santuario. El Señor esperaba que el pueblo descansara y afligiera sus almas ante él.
El Día de la Expiación era un tiempo de descanso durante el cual "ningún trabajo" debía hacerse (Lev. 23:28). Durante los sábados ceremoniales el Señor ordenó al pueblo no hacer "ningún trabajo de siervos" (Lev. 23:7, 21, 25, 36), implicando que era permitido cierto tipo de trabajo. El descanso absoluto del sábado semanal (Éxo. 31:14) era aplicado al descanso del Día de la Expiación, enfatizando la necesidad del pueblo de encontrar descanso total y dependencia sólo en Dios. El estado de reposo del pueblo contrastaba con la actividad constante del sumo sacerdote durante el día. Ellos eran capaces de encontrar descanso y de disfrutarlo porque su sumo sacerdote estaba trabajando en su favor. Lo que ellos no podían hacer él lo hacía por ellos ante el Señor. Durante el Día de la Expiación antitípico el pueblo de Dios debe encontrar descanso en Cristo, nuestro Mediador en el santuario celestial. Debemos vivir la vida cristiana descansando sólo en su gracia y no en nuestras obras. Al aproximarnos al Final de la gran controversia seremos desafiados a encontrar seguridad en los planes humanos, pero Dios nos llama a seguir descansando en el Señor a pesar de cualquier presión humana de hacer lo contrario.
Durante el Día de la Expiación Dios también le dijo al pueblo: "Afligiréis vuestras almas" (Lev. 16:29). El verbo "afligir" (Heb. 'anab) significa "humillarse sugiriendo una disposición a someterse a la voluntad de Dios. No sabemos lo que involucraba esta autohumillación, pero probablemente incluía el ayuno, según lo sugiere Isaías 58:3, 5. Ayunar era un acto religioso a través del cual los adoradores expresaban su total dependencia del Señor para la preservación de sus vidas. Dios les ordenó a los humanos trabajar y comer a fin de colaborar con él en la preservación de sus vidas (Gén. 1:29; 2:15; cf. 2 Tes. 3: 10). Pero el Señor usó el Día de la Expiación para enseñarle a su pueblo su necesidad de confianza plena en su poder para sostenerlos. Ellos practicaban el ayuno para mostrar que habían puesto sus vidas en las manos de él, y que sólo Dios podía guardarlos.
El día del juicio. El Día de la Expiación era un tiempo de juicio para Israel. La obra del sumo sacerdote dentro del santuario, purificándolo de los pecados del pueblo, tenía su contraparte el proceso del juicio de Dios. No podemos separar esos dos aspectos durante nuestra búsqueda del significado del ritual. El Señor evaluaba si la gente se humillaba delante de él, si confiaban completamente en su amorosa gracia, y si descansaban de sus obras y dependían de lo que él hacía por ellos. Si el Juicio mostraba que alguien no se había humillado o no descansaba en el Señor, era "cortado" del pueblo. Dios mismo lo destruiría (Lev. 23:29, 30). Durante ese día ocurría un Juicio que incluía una evaluación de la posible evidencia, un veredicto y la ejecución del veredicto.
Daniel 7:9-10, 13, 14 registra la visión del profeta del inicio del juicio final por parte de Dios. El evento ocurre en el santuario celestial, donde Dios tiene su trono y donde él actúa como Juez. Los eruditos han tratado de identificar los materiales bíblicos que proveyeron el trasfondo de la escena en la cual el Hijo del Hombre comparece ante la presencia de Dios con las nubes. Algunos han sugerido que el mejor paralelo posible es la entrada del sumo sacerdote al lugar santísimo una vez al año.2 Al entrar en el segundo departamento del santuario, él es el único personaje del Antiguo Testamento que se aproxima a Dios en una nube de incienso (Lev. 16:2, 12, 13). "De esa manera llegamos a concluir que Daniel 7:9-14 describe el Día de la Expiación escatológico (quizás un jubileo), cuando el verdadero Sumo Sacerdote vendrá al Anciano de días rodeado por nubes de incienso".3 Daniel usa esta imagen para indicar que el Hijo del Hombre no es sólo una figura real sino un Mediador sacerdotal, quien en un determinado momento de la historia de la salvación se aproxima a Dios en el lugar santísimo del santuario celestial para llevar a cabo una obra de Juicio que le concede el reino a él y a su pueblo.
La purificación del santuario. Tal como se señaló arriba, durante los servicios diarios el sistema de sacrificios a través de la mediación de los sacerdotes llevaba el pecado a la misma presencia de Dios. Pero en el Día de la Expiación el ritual se invertía, removiendo el pecado del santuario. Podemos ilustrar el proceso de la siguiente manera:
El Día de la Expiación era un momento en el ritual de los servicios cuando Dios se revelaba a sí mismo como un Dios santo que entra en contacto con el pecado por un período específico, con la intención de proveer perdón y expiación para los pecadores arrepentidos. Por naturaleza él no tenía nada en común con el pecado y su impureza. Sin embargo, el servicio vindicaba a Dios, identifícaba la verdadera fuente del mal, y expulsaba el pecado de la presencia de Dios de manera permanente.
Azazel, un rito de eliminación. Después de purificar el santuario el sumo sacerdote regresaba al atrio, transfería todos los pecados de Israel al macho cabrío que representaba a Azazel, y lo enviaba al desierto (Lev. 16:20-22). El simbolismo es muy rico. Azazel es una figura demoníaca contrastada con el Señor y el macho cabrío que representaba a Dios (vers. 8). El macho cabrío para Azazel no llevaba el pecado y la impureza a fin de expiarlos. No era un sacrificio, simplemente llevaba el pecado del pueblo al desierto (vers. 22). El desierto con frecuencia simbolizaba caos y muerte en la Biblia (e.g., Job 6:18; Isa. 34:11) y representa el lugar donde moran los poderes impuros Osa. 13:21; 34:14; Lev. 17:7). Hablando espiritualmente, es allí donde mora Azazel, y el macho cabrío le lleva los pecados de la gente. Este acto del ritual removía simbólicamente el pecado del campamento y lo regresaba a su lugar de origen.
La eliminación del mal a través de este rito ocurre en otras religiones del Cercano Oriente, aunque no encontramos un ritual tan similar como el de Levítico 16. La literatura babilónica habla de rituales para exorcizar a una persona enferma afligida por un demonio. Su propósito era enviar al demonio y a la enfermedad de regreso al infierno, el lugar de donde vinieron. Los hititas llevaban a cabo un ritual peculiar cuando el rey y su ejército regresaban de la guerra con una plaga. El rey escogía a un hombre, una mujer, un buey y una oveja de la tierra del enemigo para el ritual. Luego los presentaba ante el dios o diosa que supuestamente había causado la plaga. El rey o la persona designada por él, en representación del ejército, transfería la plaga a las víctimas, quienes se convertían así en portadoras del mal. El rey ora: "Dios, aplácate con e[ste a]taviado hombre. Pero con el rey, los [líderes], el ej[ército, y la] tierra de Hatti, s[é fi]el. Mas permite que este prisionero lleve (la plaga) y la re[grese a la tierra del enemigo."]
La idea de transferir un mal colectivo a un lugar fuera del campamento aparece en Levítico 16, pero no la idea de aplacar a una deidad. Esto es entendible porque la religión israelita prohibía la adoración o aplacamiento de los demonios. A través del ritual de Azazel el Señor identificaba la verdadera fuente del pecado y la impureza y lo hacía responsable de la presencia de éstos entre el pueblo de Dios. No se da ninguna excusa por los pecados de las personas, de allí la necesidad de que fueran perdonados durante los servicios diarios; pero el rito mostraba que la fuente última del pecado y la impureza residía en un poder demoníaco. De esta forma la ceremonia deslindaba a Dios de cualquier cargo levantado contra él sobre su relación con el fenómeno del pecado.
El menaje del Día de la expiación. El Día de la Expiación escatológico universalizó el significado ritual de la práctica israelita que anunciaba el tiempo cuando Dios resolvería para siempre el problema del pecado. Hebreos 9:23 declara que las cosas celestiales mismas necesitan ser purificadas, haciendo eco de la profecía de ese evento en Daniel 8:14. Daniel no usa la palabra hebrea común para "purificar" (tabar), sino tsadaq ("ser justo, recto, inocente; ser justificado") que expresa las ideas de vindicación (1 Rey. 8:32; Isa. 50:8), limpieza (Sal. 18:20; Isa. 53:11) y juicio (Sal. 7:8). El verbo tsadaq combina conceptos legales y de purificación, proveyendo así una comprensión del Día de la Expiación que iba más allá de la dimensión puramente ceremonial presente en el ritual israelita y contenida en la palabra hebrea tabar ("purificar"). El tipo no podía expresar en su totalidad la plenitud del antitipo.
Daniel 8 resume la obra de Cristo en el santuario celestial al ser presentado realizando los servicios diarios (Dan. 8:1 l), una obra de mediación a favor de su pueblo y al anunciar el tiempo cuando Cristo comenzaría el segundo aspecto de su obra sacerdotal, el Día de la Expiación escatológico (vers. 14). El período profético de los 2300 años terminó en 1844 y luego Cristo comenzó el aspecto final de su ministerio sumo sacerdotal en el santuario celestial. El juicio final se halla ahora en progreso y el tiempo es corto pero la misericordia y el perdón todavía están disponibles para quienes quieren ser reconciliados con Dios. Es tiempo de caminar en estrecho compañerismo con el Señor y descansar en su maravillosa gracia.
La purificación del santuario celestial vindica al pueblo de Dios al acabar dicha obra en ellos. No quedará ningún registro de sus pecados en el cielo ni en la tierra. El perdón significa que no habrá un recordatorio de los pecados particulares de los justos, pero ellos recordarán por siempre que el poder del Cordero de Dios los redimió. En ocasión de la segunda venida su naturaleza pecaminosa será transformada en una naturaleza glorificada y el recuerdo de sus pecados será borrado de su memoria (1 Cor. 15:52-54). Luego la promesa del pacto de Dios llegará a su fin: "Nunca más me acordaré de sus pecados" (Heb. 8:12).
Apocalipsis 20:1-3 describe el cumplimiento tipológico del destierro de Azazel al desierto bajo la imagen de la atadura de Satanás, quien por mil años debe permanecer solamente con los ángeles malos en nuestro arruinado planeta. "Cuando el servicio de propiciación haya terminado en el santuario celestial, entonces, en presencia de Dios y de los santos ángeles y de la hueste de los redimidos, los pecados del pueblo de Dios serán puestos sobre Satanás; se le declarará culpable de todo el mal que les ha hecho cometer. Y así como el macho cabrío emisario era despachado a un lugar desierto, así también Satanás será desterrado en la tierra desolada, sin habitantes y convertida en un desierto horroroso". 5 El Día de la Expiación escatológico revelará claramente que Dios es en verdad justo y misericordioso y que las acusaciones hechas contra él por los poderes malignos no tienen fundamento en lo absoluto (Rom. 3:4). Es al final del conflicto cuando se tendrá la doxología del Juicio previamente discutida, y cada criatura inteligente en el universo, incluyendo Satanás y sus ángeles, reconocerá que Dios es justo. El verdadero y único originador del pecado y del mal en el universo quedará claramente identificado y asumirá la responsabilidad por sus acciones y por instigar a otras criaturas a rebelarse contra Dios. Cristo aceptó el castigo por los pecados de los pecadores arrepentidos, pero no la responsabilidad de Satanás como su instigador. Es ese elemento del pecado el que es puesto sobre Satanás. La obra de Cristo de purificar y juzgar al universo borrará toda duda acerca del carácter de Dios, haciendo posible que la gran controversia termine. Luego Dios restablecerá la armonía cósmica original que el pecado interrumpió.
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