22 de julio de 2009

Las Siete Iglesias del Apocalipsis



Las siete ciudades a cuyas iglesias Juan escribió sus bien conocidas cartas desde la isla de Patmos, estaban en el Asia Menor occidental. Dos de ellas, Efeso y Esmirna, eran grandes ciudades portuarias; y tres, Tiatira, Filadelfia y Laodicea, como eran centros industriales y comerciales de las zonas en donde estaban situadas, disfrutaban de gran prosperidad e importancia económica. Sardis y Pérgamo habían sido anteriormente capitales de poderosos reinos, y aún tenían gran influencia política en el tiempo de Juan. Toda la zona en la cual estaban las siete iglesias del Apocalipsis, es rica en recuerdos históricos del período de los comienzos del cristianismo y desempeñó un papel importante en la historia antigua. En este breve capítulo sólo se pueden mencionar unos pocos de los hechos históricos más destacados.

La mayor parte de las ciudades costeras del Asia Menor occidental fueron fundadas por tribus de Anatolia; pero los colonizadores griegos se apoderaron de ellas desde muy antiguo. Por esta razón la Anatolia occidental tuvo una cultura fuertemente helenizada por muchos siglos. Durante los siglos VII y VI a. C., el poderoso reino de Lidia, que predominó sobre más de la mitad del Asia Menor, tuvo su capital en Sardis, una de las siete ciudades del Apocalipsis. Este reino cayó en manos de los persas cuando Ciro derrotó a Creso, y en 547 a. C. tomó su capital fortificada aunque se la consideraba inexpugnable. Durante los dos siglos siguientes los griegos de la zona costera del Asia Menor occidental lucharon continuamente contra el dominio persa, aunque no con mucho éxito, hasta que Alejandro Magno los liberó de su yugo. Durante el período helenístico, que siguió a la muerte de Alejandro, nuevamente hubo mucha actividad bélica. En ese tiempo se estableció el rico reino de Pérgamo, Estado que predominó en aquella zona durante casi 150 años, hasta que fue conquistado por Roma en el siglo II a. C. Durante más de cuatro siglos Roma administró esta región, a la que llamaba la "Provincia de Asia", con Pérgamo como su capital política.

Durante este tiempo disfrutaron de su máxima gloria y riqueza algunas de las ciudades cuyos nombres son bien conocidos para nosotros gracias al libro del Apocalipsis. También experimentaron un formidable cambio religioso cuando el paganismo dio paso a la religión cristiana. El primer misionero cristiano que probablemente llevó el Evangelio al Asia Menor occidental fue el apóstol Pablo. Visitó varias veces algunas de sus ciudades durante sus diversos viajes misioneros (Hech. 18: 19; 92 19: 1; 20: 17; 1Tim. 1: 3), y vivió en una de ellas, en Efeso, durante tres años (Hech. 20: 31). Desde esa ciudad el Evangelio se propagó rápidamente a otras partes importantes del Asia Menor occidental. Las iglesias de por lo menos dos de las ciudades de esta zona fueron favorecidas directamente con cartas personales de Pablo: Colosas, Efeso (ver la Introducción a Efesios) y Laodicea (Col. 4: 16). Otra iglesia de esa zona se menciona en forma específica: Hierápolis (Col. 4: 13).

Efeso posteriormente se convirtió durante muchos años en el centro de una gran actividad ministerial de Juan, hasta que su obra fue detenida debido a la persecución que sufrieron los cristianos durante el reinado de Domiciano a fines del siglo I. El anciano apóstol fue torturado y después desterrado a Patmos, en el mar Egeo (ver pp. 86-90). En esa Patmos volcánica y rocosa, que está sólo a unos 55 km de la costa del Asia Menor y a unos 80 km de Efeso, fue donde Juan contempló en visión la historia de la iglesia cristiana a través de los siglos hasta el fin del tiempo- Fue allí donde recibió los mensajes divinos para las siete iglesias (Apoc. 2; 3).

Después de que los apóstoles y otros misioneros establecieron un firme fundamento en el siglo I d. C., el Asia Menor se convirtió en un baluarte del cristianismo durante muchos siglos. Algunos famosos padres de la iglesia fueron oriundos del Asia Menor, y allí se celebraron varios importantes concilios eclesiásticos. Sin embargo, el cristianismo oriental gradualmente perdió su vigor espiritual, con el resultado de que no pudo resistir los decididos ataques de diversos invasores no cristianos, quienes de tanto en tanto penetraron en el Asia Menor durante la Edad Media y finalmente se apoderaron de toda esa región en forma permanente. Los últimos de ellos fueron los turcos, que no sólo ocuparon el territorio sino que, como musulmanes, erradicaron en forma tan completa el cristianismo que, aunque se pueden encontrar ruinas de iglesias cristianas en la mayoría de las ciudades, sólo hay unos pocos santuarios cristianos que aún están en uso hoy día.

Las ciudades de las siete iglesias de Apocalipsis 2 y 3 están relativamente cerca una de la otra. Si se las visita en el orden en que aparecen los mensajes, la distancia nunca supera 100 km entre una y otra. Se puede perfectamente seguir hoy esta ruta. La distancia entre Pérgamo, la iglesia más al norte, y Laodicea, la que está más al sur, es de algo más de 200 km en línea recta. Ver el mapa frente a la p. 33 del t. VI. Desde los tiempos más antiguos han existido caminos transitables para comunicar las siete ciudades, y durante el período persa se construyeron excelentes rutas, según lo atestiguan autores clásicos. Los romanos, que eran conocidos durante toda la antigüedad como grandes constructores de caminos, también mejoraron y extendieron el sistema de rutas que ya existía. Por lo tanto, eran comparativamente buenas las condiciones para viajar entre las siete iglesias durante el período apostólico. Pero después de la caída del Imperio Romano los caminos fueron descuidados. Los viajeros se han quejado durante siglos por las malas condiciones de las carreteras del Asia Menor, lo que hacía que los viajes fueran sumamente difíciles y cansadores. Hoy en día las rutas y las comodidades de viaje son excelentes.

El Asia Menor occidental es una región favorecida por la naturaleza. Su proximidad al mar Mediterráneo le proporciona un clima relativamente suave. Las ciudades costeras como Efeso, Esmirna y Pérgamo, disfrutan de un clima agradable todo el año. Las ciudades de tierra adentro como Laodicea y Filadelfia, aunque participan en cierta medida del clima continental de la altiplanicie de la Turquía central, con algo de nieve en el invierno, sin embargo están suficientemente próximas al Mediterráneo para beneficiarse con sus vientos templados durante la mayor parte del año. La región es montañosa y en algunas partes muy escabrosa. Abunda la agricultura. Se producen frutas propias de los climas frescos, como damascos, manzanas y fresas, y también aceitunas y dátiles, productos típicos de la zona del Mediterráneo.

Esta región es regada por una cantidad de ríos de un caudal regular, algunos de los cuales se han hecho famosos en la historia antigua; uno de ellos es el río Meandro, que sigue un curso tan sinuoso al correr hacia el mar, que su nombre se ha inmortalizado en la palabra "meandro", la cual se aplica a las curvas o sinuosidades de los ríos, como las del jordán, en Palestina.

Efeso

La iglesia cristiana de Efeso fue la primera a la cual Juan dirigió una carta desde su destierro en la isla de Patmos; pero la ciudad era también muy importante por otras circunstancias. Efeso compartía con Antioquía de Siria y Alejandría, en Egipto, el honor de ser una de las ciudades más grandes e importantes del mundo oriental en el Imperio Romano. Pero su mayor honor era que tenía el Artemision, uno de los templos más grandes y más famosos de la antigüedad, dedicado a la diosa Artemisa, que los romanos llamaban Diana.

Efeso, a diferencia de otras ciudades famosas del Asia occidental, se encuentra ahora en ruinas; su lugar está abandonado. En su vecindad se halla el pueblo turco antes llamado Aya Soluk, desbastación fonética de Hágios Theólogos, "el santo teólogo", título que primero se le dio a Juan y más tarde al pueblo. El nombre actual del pueblo es Selyuk. Se encuentra a unos 75 km de lzmir, la antigua Esmirna, y se puede llegar a él por carretera o por ferrocarril.

En Selyuk se ven las ruinas de un viejo acueducto que antiguamente proporcionaba agua a Efeso. Al oeste de la aldea está el monte sagrado de Efeso, cuya cima ahora se halla ocupada con las ruinas de la fortaleza de Aya Soluk. Dentro de los muros de la fortaleza se encuentran las ruinas de la basílica de San Juan el Teólogo. Originalmente sólo había una capillita en ese sitio, donde según la tradición fue sepultado Juan; pero el emperador Justiniano (527-565 d. C.) construyó en su lugar una magnífica basílica de unos 110 m de largo. Esta iglesia era superada en belleza y dimensiones únicamente por la de Santa Sofía, en Constantinopla. Lamentablemente, como muchas otras del Asia Menor, ahora se halla en ruinas, y de sus paredes y columnas de mármol sólo quedan pedazos.

Al sudeste de la basílica de San Juan están las ruinas de la monumental mezquita del sultán Isa I, edificio de 60 por 53 m, que fue construido en el siglo XIV. Cerca de esta mezquita estaba el famoso Artemision, que ahora es una profunda depresión que en ciertas épocas del año está llena de agua. Si no fuera porque el Servicio de Antigüedades ha colocado allí un cartel para hacerles saber a los turistas que ése es el lugar donde estuvo el gran templo de Diana, la mayoría de los visitantes pasarían por allí sin reconocer el sitio donde una vez estuvo uno de los edificios más importantes de la antigüedad.
Este templo fue destruido en forma tan completa, que hasta el lugar donde había estado cayó en el olvido. J. T. Wood hizo excavaciones en Efeso por cuenta del Museo Británico, de 1863 a 1874, en las que gastó unos 80.000 dólares. Su principal meta era encontrar el Artemision, y lo logró después de varios años de búsqueda y de haber removido unos 100.000 metros cúbicos de tierra; pero sólo descubrió las piedras de los cimientos del gran edificio, sepultadas bajo unos 7 m de escombros y tierra. Wood también descubrió que el templo descansaba sobre una plataforma, a la que se subía por una escalinata circular de diez peldaños. El templo tenía 110m de largo y 55 m de ancho, y cubría cuatro veces la superficie del famoso Partenón de Atenas. Tenía 117 columnas (Plinio dice erróneamente 127) con una altura de unos 20 m y unos 2,15 de diámetro cada una. En 36 de ellas había esculturas de figuras humanas de tamaño natural.

Por registros antiguos sabemos que el anterior templo de Diana estuvo en construcción durante 120 años antes de que fuera terminado entre 430 y 420 a. C. Se dice que este edificio fue destruido en el año 356 a. C., la noche en que nació Alejandro Magno, y luego fue reedificado con mayor esplendor que antes. La famosa estatua de Artemisa, diosa de la caza y de la fertilidad, estaba en el santuario interior del templo. Algunos antiguos escritores afirman que estaba hecha de madera negra cubierta parcialmente de oro, pero dejando al descubierto cabeza, brazos, manos y pies. Otros, como el escribano de la ciudad de los días de Pablo (Hech. 19: 35), afirmaban que había descendido del cielo, por lo que algunos eruditos deducen que fue construida con la piedra negra de un aerolito. Cualquiera que haya sido el material, la estatua era un símbolo de la fertilidad, por cuya razón su cuerpo estaba cubierto con muchos pechos.

La fama del Artemision se debió a muchos factores. Sus dimensiones y la belleza de su arquitectura lo convirtieron en uno de los más magníficos edificios de la antigüedad. Los antiguos lo incluían entre las siete maravillas del mundo. Además, numerosas estatuas y otras obras de arte, fruto de los más famosos artistas del mundo griego, estaban en el Artemision y aumentaron su fama. Muchos reyes y personas ricas donaron obras de arte para este templo como regalos consagrados a él. En el predio del templo se celebraban numerosos festines relacionados con el culto de Diana. Estas eran ocasiones en las que se comía y bebía con desenfreno y se practicaba la más crasa inmoralidad. La más espectacular de esas festividades duraba varios días durante el mes de artemisio (marzo-abril), que era dedicado a Artemisa. Durante ese mes llegaban muchos visitantes a la ciudad, y probablemente fue en esta ocasión cuando se produjo el tumulto contra Pablo (ver Hech. 19). El templo también era conocido como un lugar que concedía el derecho de asilo a los fugitivos políticos, privilegio sumamente estimado en la antigüedad. Además, uno de los bancos más ricos y más hábilmente administrado de la época pertenecía a los sacerdotes de este templo. El resultado era que grandes sumas de dinero se depositaban en sus bóvedas.

Por lo tanto, es fácil entender que cualquier esfuerzo por socavar la autoridad y la fama de esta institución encontraría una oposición muy decidida de los habitantes de Efeso y de todos los interesados en perpetuar su sistema. En antiguas inscripciones y también según las palabras del "escribano" ("magistrado", BJ) de Efeso, la ciudad era llamada neÇkóros "guardiana del templo" (Hech. 19: 35) o "custodio" de la gran Artemisa, título del cual los efesios estaban muy orgullosos. Por eso se produjo un gran tumulto cuando debido a la predicación de Pablo disminuyeron los ingresos de los que se ganaban la vida haciendo templecillos y estatuillas de Artemisa (Diana).

Aunque Pablo, que había pasado casi tres años trabajando en Efeso, salió de allí poco después del tumulto, la semilla que había sembrado produjo una abundante cosecha, y dos siglos más tarde toda la zona había recibido el cristianismo (ver mapa frente a p. 33); por lo tanto, el templo de Diana perdió su significado, y cuando fue incendiado por los godos en 262 d. C., se había reducido tanto su influencia que no fue reedificado. Sus columnas de mármol fueron derribadas y se usaron en la edificación de iglesias cristianas, algunas de ellas tan distantes como Constantinopla. Lo que quedó de esa gran maravilla del mundo fue usado por la población local como material de construcción. Sus grandes bloques de mármol fueron recortados y usados en la construcción de casas, o quemados y convertidos en cal. Finalmente todo el lugar quedó cubierto con escombros, y se olvidó por completo su ubicación hasta que Wood la volvió a descubrir en los tiempos modernos.

A corta distancia al sur del lugar del Artemision comienza el lugar de las ruinas de la ciudad, la más grande del Asia Menor en los días del apóstol Pablo. Basándose en los datos disponibles se ha estimado que Efeso tenía en el siglo II a. C. una población de 225.000 habitantes. La ciudad creció mucho durante el período romano.

La antigua Efeso, situada en la margen izquierda del río Caistro y en una pequeña bahía que formaba un puerto natural, era un importante centro comercial. No debía su importancia al Caistro, que no era el más largo ni el más importante río del Asia Menor occidental, sino a su ventajosa posición geográfica entre dos importantísimos ríos que regaban una rica región agrícola: el Meandro al sur y el Hermos al norte. Por eso muchas prósperas empresas de negocios estaban radicadas en Efeso, y su activa vida económica hacía de la ciudad una de las más ricas de la antigüedad.

Partiendo del Artemision, los visitantes entraban antiguamente en la ciudad por la puerta de Koresso, de la que sólo quedan algunos restos. Cerca están las ruinas del estadio y las del gimnasio de Vedio; en las ciudades griegas grandes había varios gimnasios en donde los jóvenes practicaban para los juegos atléticos.

Al continuar por el camino moderno que pasa por la ciudad antigua, pronto se llega al gran teatro, muy bien conservado, quizá el más grande del Asia Menor. Era un edificio monumental cuyas 66 hileras de asientos estaban construidas en la ladera occidental del monte Pion. Tenía capacidad para 24.500 espectadores sentados. El lugar de la orquesta tenía un diámetro de unos 35 m y el semicírculo de las gradas cerca de 200 m de diámetro. El escenario se ha derrumbado; pero las columnas que lo sostenían todavía están en pie así como partes de su tallada pared posterior, que en la antigüedad tenía tres pisos de altura. Este gran anfiteatro, donde se celebraban reuniones políticas, fue el escenario del tumulto contra el apóstol Pablo, vívidamente descrito en Hech. 19: 23-41. Cada vez que tenía que tomarse una decisión importante, la gente iba al teatro para oír el debate y dar a conocer sus pareceres ante las autoridades. Ver t. VI, ilustración frente a p. 353.

La construcción de los asientos de un teatro en la ladera de alguna colina o montaña, simplificaba la construcción y también mejoraba muchísimo la acústica. Desde la hilera más alta de los asientos del teatro se tiene una excelente y rápida visión de las ruinas de la ciudad antigua y sus alrededores. Al norte se halla el curso sinuoso del río Caistro. Un poco más cerca, parcialmente ocultas por árboles y arbustos, están las macizas ruinas de la iglesia de Santa María, en la cual se celebraron dos famosos concilios eclesiásticos: el del año 431 d. C., que oficialmente declaró a María como la madre de Dios, y el llamado "Latrocinio de Efeso" del año 449 d. C.

Al pie del teatro comienza la Arcadiana, calle de 11 m de ancho, la principal vía de unión entre el centro de la ciudad y el antiguo puerto al oeste. Su blanco pavimento de mármol brilla a la luz del sol. Una inscripción indica que esta vía era iluminada de noche con lámparas colgadas de sus columnas. Al final de la Arcadiana, donde antiguamente estaba el puerto, hay ahora campos verdes, más fértiles que cualesquiera otros de las proximidades, pues están formados por tierra de aluvión llevada por el Caistro. La actual costa del mar Egeo queda a unos 5 km hacia el oeste. La obstrucción del puerto con los sedimentos, que los antiguos no pudieron evitar a pesar de sus diligentes esfuerzos, fue una de las razones de la decadencia de Efeso como importante ciudad mercantil y de su abandono final.

Hacia el oeste, detrás del antiguo puerto, se levanta la colina de Astiages, en cuya falda hay una estructura que la tradición indica como la prisión de Pablo; sin embargo, no hay pruebas suficientes para creer que el apóstol estuvo alguna vez encarcelado en Efeso. Hacia el sur está el monte Koressos, donde se hallan las ruinas del muro helenístico, de unos 11 km de largo, que era el límite sur de la ciudad.

En el valle entre el monte Koressos y el monte Pion están las ruinas de los edificios públicos de la ciudad antigua. Entre ellas están la gran ágora o "plaza del mercado", el Serapeum (Serapeo), templo dedicado al dios egipcio Serapis, la biblioteca de Celso, extensos baños romanos, acueductos que traían agua a la ciudad desde las montañas, el odeón, "un pequeño salón de conciertos" y otras ruinas. La calle principal, llamada hoy Curetes, iba desde el centro comercial al centro cívico. Sus columnas y monumentos muestran claramente la cultura de los tiempos de Juan.

El ágora o mercado era el centro de la vida social y económica de toda la ciudad antigua, y las dimensiones del ágora de Efeso, de la cual se han excavado sólo partes, muestran cuán importante debe haber sido la ciudad. Por todos lados estaba circuida por aceras con columnas, detrás de las cuales estaban los negocios. Se han excavado una cantidad de esas construcciones y algunas hasta se han reconstruido, de modo que el visitante moderno puede tener una idea de su aspecto interior. ¡Pero qué contraste entre el pasado y el presente! Ese lugar fue una vez el activo centro de una populosa ciudad en la cual el visitante veía bellos edificios y hermosas estatuas y también una vida metropolitana activa. Ahora se ven columnas rotas, trozos de paredes y montones de tierra y de escombros que todavía no se han excavado. La vida activa y bulliciosa que una vez llenó este centro de una de las más grandes ciudades del Medio Oriente, ha desaparecido. En el ágora se ha reconstruido un gran arco de piedra erigido por dos libertos de Agripa en honor del emperador Augusto. La inscripción o dedicación llama a Augusto pontifex maximus, o sea sumo sacerdote del imperio, título que más tarde se atribuyeron los obispos de Roma.

Al sur del ágora están las ruinas de la famosa biblioteca de Celso, que llegó a rivalizar en importancia con la de Alejandría. Consistía en una sala de conferencias y un cuarto de lectura rodeado por pequeños recintos donde se guardaban los manuscritos costosos. El visitante moderno se siente impresionado por las ruinas de esta famosa biblioteca, fundada en el tiempo del ministerio de Juan por uno de los más ricos ciudadanos de Efeso. En Selyuk hay también un interesante museo donde se pueden apreciar dos estatuas de mármol de Diana, halladas en las excavaciones de la antigua Efeso.

Esmirna.

Esmirna, que ahora se llama Izmir, es una de las más bellas ciudades del Asia Menor. Está situada en el extremo este de un golfo que penetra unos 50 km tierra adentro, que forma un puerto bien protegido por las montañas que lo rodean. El hecho de que sea una ciudad portuaria a la cual tienen acceso naves de gran calado, y que sin embargo está situada en el corazón de la región, ha sido siempre una ventaja para Esmirna frente a otras ciudades del Asia Menor occidental, y la ha convertido en uno de los más importantes centros de comercio de esa región. A esto puede añadirse el hecho de que está situada en el fértil valle del río Meles y que disfruta de fácil acceso al interior y a ciudades importantes, como Pérgamo, Sardis y Efeso.
La colonia más antigua fue fundada al norte de la ciudad moderna por pobladores procedentes de Anatolia, llamados léleges. Desde aproximadamente el año 1100 a. C. esa zona fue poblada por colonos griegos: primero eolios y más tarde jonios. La ciudad estuvo en manos de poderes extranjeros como lidios, persas y turcos; pero la mayoría de su población fue generalmente griega. La posición geográfica actual de Esmirna fue escogida por Lisímaco, uno de los generales y sucesores de Alejandro Magno, en lo cual reveló buen gusto y aguda previsión. Esmirna, construida en las estribaciones de las montañas que rodean la parte oriental del golfo de lzmir, se ha convertido en una de las más importantes y pintorescas ciudades del Asia occidental.

Su clima es agradable y una densa vegetación añade su encanto al paisaje. Hay olivos, cipreses, higueras, granados y sicómoros y aun datileras. Los principales productos de exportación son los famosos higos de Esmirna, tabaco, seda y las bien conocidas alfombras de Esmirna. Los minerales que se encuentran en las montañas de la región desde tiempos antiguos, incluyen hierro, manganeso, oro, plata, mercurio, plomo, cobre y antimonio. En la región se extrae un poco de carbón bituminoso. Otra atracción de Esmirna en la antigüedad eran sus fuentes termales, frecuentadas por gente que sufría de artritis. Se afirmaba que cuando se bebía esa agua se aliviaban los malestares intestinales.

Había, pues, excelentes razones por las cuales Esmirna se convirtió en una ciudad populosa y rica. A fines de la Primera Guerra Mundial era, por su extensión, la segunda ciudad del Asia Menor, con una población de unos 250.000 habitantes. La población de Esmirna disminuyó a causa del gran incendio de 1922 que destruyó casi toda la ciudad y mató a miles de sus habitantes, y por la expulsión de decenas de miles de griegos en 1922 y 1923. La población ha aumentado mucho en tiempos recientes, alcanzando en 1980 a unos 650.000 habitantes. No se sabe cuál era su población en la antigüedad.

Puesto que la ciudad moderna está construida sobre la antigua Esmirna, ahora son visibles sólo unas pocas ruinas. Restos de las antiguas murallas de la ciudad de Lisímaco se pueden ver en unos pocos lugares en las proximidades de la moderna Izmir, y también varios acueductos pintorescos, aunque arruinados. Las ruinas de la ciudadela, que domina el paisaje, son de origen bizantino. Sólo sus partes inferiores se remontan a los períodos romano y helenístico. En Esmirna, como en la mayoría de las ciudades de la antigüedad, había una gran cantidad de templos paganos; pero se han encontrado pocos restos. Sin embargo, al excavar los fundamentos de las casas nuevas, se encuentran estatuas que anteriormente tuvieron que haber estado en esos templos.

Las ruinas más importantes de la ciudad antigua son las que se encontraron cuando se hicieron excavaciones en el ágora o lugar del mercado, en el centro de la moderna lzmir. Durante mucho tiempo los arqueólogos infructuosamente buscaron el ágora de Esmirna, que era famosa en la antigüedad por ser la única construida con tres pisos. El nivel inferior era subterráneo; el segundo estaba al nivel de la calle, y por encima había un tercer nivel sostenido por columnas que formaban galerías al nivel de la calle. Desde su descubrimiento se han hecho excavaciones algunas restauraciones que permiten que el visitante moderno reciba una impresión vívida de este mercado, el más famoso de la antigüedad. Los salones subterráneo están bien conservados. Algunos están en tan excelente estado de conservación que podrían usarse tal como están. De las construcciones antiguas al nivel de la calle ahora sólo quedan unas pocas columnas, y hace mucho que desapareció todo rastro del tercer nivel.

Los antiguos habitantes de Esmirna se sentían muy orgullosos de su ciudad por ser la cuna de Homero, el más famoso de todos los poetas griegos. Muchos turistas de la antigüedad visitaban Esmirna para rendir homenaje a la memoria de ese ilustre personaje, así como iban a otras ciudades con el propósito de adorar a sus dioses famosos.

La comunidad cristiana de Esmirna ha experimentado numerosos y graves períodos de persecución. Es interesante notar que desde tiempos antiguos se ha interpretado que Esmirna significa "mirra", una amarga aunque aromática gomorresina proveniente del Africa oriental y de Arabia, que simbolizaba amargura y sufrimiento. Los eruditos modernos no aceptan esta interpretación tradicional, pues se inclinan a pensar que deriva de Samorna, el nombre de una diosa de Anatolia que era adorada en esa ciudad. Cualquiera que sea la verdadera interpretación del nombre de la ciudad, es un hecho histórico que los cristianos de Esmirna han sufrido más que los de cualquiera de las otras ciudades de la región.

Esmirna ha sido destruida con frecuencia, a veces por terremotos y con más frecuencia por ejércitos extranjeros. En la era cristiana ha sido conquistada y saqueada por los godos bárbaros, los crueles mongoles, los feroces selyúcidas, los fanáticos cruzados, y en tiempos más modernos por los turcos de Kemal. Como un ejemplo de los horrores que a veces han experimentado los esmirnenses, puede mencionarse la matanza de casi todos los habitantes de la ciudad hecha por Tamerlán, el sanguinario conquistador mongol del siglo XIV, que levantó una torre con las cabezas de los esmirnenses capturados. Algunas atroces matanzas han sucedido en este siglo en Esmirna, por ejemplo, en ocasión de las luchas entre griegos y turcos después de la Primera Guerra Mundial. La ciudad repetidas veces cambió de manos, y se cometieron inenarrables atrocidades en las que se afirma que perecieron decenas de miles.

Desde los días de Juan la comunidad cristiana de Esmirna ha sufrido repetidas persecuciones, en las cuales famosos mártires dieron su vida dentro de los muros de la ciudad; el más ilustre de ellos fue, sin duda, Policarpo, discípulo de Juan y más tarde obispo de Esmirna. Fue quemado vivo (c. 155 d. C.) en el estadio o en el gran teatro, pues ambos lugares se han indicado como el sitio donde hizo frente a la muerte; sin embargo, su muerte y la de otros valientes mártires dieron mucho fruto durante las décadas y los siglos siguientes. Esmirna llegó a ser uno de los centros más fuertes del cristianismo en la parte oriental del Imperio Romano, y fue también la última ciudad del Asia Menor que se rindió ante los vencedores musulmanes. Hasta la Primera Guerra Mundial cuatro de cada cinco habitantes eran cristianos, lo que prueba cuán tenazmente la población de Esmirna mantuvo su religión. A pesar de todo finalmente compartió la suerte de todos los otros centros cristianos del Asia Menor, y sucumbió ante los musulmanes. La comunidad cristiana esmirnense recibió su golpe de muerte cuando los griegos fueron expulsados de Esmirna por los turcos en los días de Kemal Bajá, en 1922.

Pérgamo.

Pérgamo, situada en un amplio valle 5 km al norte del río Caico y a unos 25 km del mar, era otra de las famosas ciudades del Asia Menor. El palacio, los templos, teatros, gimnasios y otros edificios públicos de la antigua Pérgamo estaban construidos en la cima y en las faldas de una elevada colina. La sección residencial de la ciudad quedaba al pie de la colina, en el mismo lugar de la llanura donde se encuentra la moderna población de Bergama, de unos 35.000 habitantes (1980).

La ciudad fue fundada por colonizadores griegos. Aunque no se sabe mucho de su historia primitiva, parece que era importante en el siglo V a. C., pues ya acuñaba sus propias monedas en 420 a. C. De su historia se sabe más a partir del siglo III a. C. Lisímaco, uno de los generales y sucesores de Alejandro, depositó en ese tiempo el tesoro de su nación -9.000 talentos (el talento pesaba unos 34 kg) de oro- en la sólida fortaleza de la ciudad. Después de la muerte de Lisímaco en 281 a. C., Filitaero, guardián de ese tesoro, se apropió de él y se autonombró gobernante de Pérgamo hasta su muerte en el año 263. Se convirtió en el fundador de la rica dinastía de los Atálidos, que ocupó el trono durante unos 150 años. Aunque la historia del reino independiente de Pérgamo fue corta, dejó su huella en el mundo antiguo, y la riqueza de sus reyes se hizo proverbial, como había sucedido antes con Creso, rey de Sardis.

El rey Atalo I (241-197 a. C.) fue el primer gran gobernante del reino de Pérgamo. Tuvo que luchar contra los galos, antepasados de los gálatas que aparecen en el Nuevo Testamento. Los galos habían invadido el Asia Menor desde el oeste y se habían establecido en el centro de Anatolia (ver Nota Adicional de Hech. 16). Cuando los galos fueron decisivamente derrotados en 240 a. C., Atalo pudo ensanchar mucho el territorio de su reino. Cuando murió, Pérgamo dominaba en toda Misia, Lidia, Caria, Panfilia y Frigia, territorio que abarca casi la mitad del Asia Menor. La riqueza proveniente de los tributos que afluían a Pérgamo desde esas regiones, se usaba para embellecer la capital, hasta el punto de que se convirtió en una de las más maravillosas ciudades de su tiempo. Tenía tantos templos, teatros, gimnasios y otros edificios públicos monumentales, que era aclamada como la ciudad más rica del mundo.

Durante el período de Eumenes II (197-159 a. C.), que fue el rey siguiente, se fundó una biblioteca que creció hasta poseer una colección de 200.000 manuscritos. Esta biblioteca despertó la envidia de Tolomeo V de Egipto (203-181 a. C.). Temiendo que pronto sobrepujaría a la biblioteca de Alejandría, prohibió la exportación de papiro, el material de escritura más común de la antigüedad. Como Egipto era el único país en que se manufacturaban los rollos de papiro, de esa manera esperaba reducir la producción de libros en otros países. Esta emergencia se convirtió en una gran ventaja, pues indujo a los que hacían libros en Pérgamo a inventar el pergamino, el mejor material de escritura que jamás se haya producido. El pergamino se prepara refinando el cuero de animales tiernos como terneros, ovejas o cabritos, mediante un proceso de curtiembre. Tiene diversas ventajas sobre el cuero común, que también usaban los antiguos como material de escritura. Como este nuevo material fue inventado en Pérgamo, recibió el nombre griego de pergam'nós, y pergamena en latín, de donde deriva "pergamino".

La biblioteca de Eumenes más tarde fue retirada de Pérgamo por Marco Antonio, quien se la regaló a Cleopatra. Cuando los árabes conquistaron a Egipto fue destruida junto con muchas otras colecciones de libros antiguos.

Durante el tiempo de Eumenes II también se erigió el gran altar de Zeus, la obra maestra de las famosas obras de arte de Pérgamo. De ella ya nos volveremos a ocupar. Una de las más formidables obras técnicas que datan de su reinado fue un acueducto para llevar agua, mediante presión, hasta la acrópolis de Pérgamo. El agua, que provenía de vertientes montañosas de un nivel más alto que la loma de la acrópolis de Pérgamo, corría por una cañería de varios kilómetros de longitud que cruzaba la planicie donde estaba situada la ciudad. En la antigüedad nunca se había intentado hacer una obra de tan vastos alcances, ni tampoco fue imitada durante siglos. Aún se pueden ver las ruinas de este acueducto.

Eumenes II fue sucedido sólo por dos reyes más: Atalo II (159-138 a. C.) y Atalo III (138-133 a. C.). Pérgamo dejó de ser un reino independiente porque el último monarca mencionado, un gran admirador de Roma, en su testamento legó su reino a los romanos. Roma se posesionó de Pérgamo después de la muerte de Atalo III, y se sabe que en el año 129 a. C. parte del reino había sido organizado como la provincia de Asia, cuya capital era Pérgamo. Aunque con el correr del tiempo Pérgamo perdió algo de su fama ante Efeso y Esmirna, y finalmente vio cómo Efeso se convertía en la capital de la provincia, durante siglos permaneció como una de las más ilustres y ricas ciudades del Asia Menor occidental.

Durante la edad apostólica se estableció en Pérgamo una iglesia cristiana, como se puede ver en la tercera carta del Apocalipsis (cap. 2: 12-17). Esta carta menciona las buenas cualidades de la iglesia y el hecho de que Antipas, un fiel mártir, había sido muerto en esa ciudad; pero también reprocha duramente a los cristianos de Pérgamo por tolerar la idolatría y la inmoralidad dentro de la iglesia. La ciudad se convirtió en un centro cristiano y se mantuvo así durante siglos. En el año 1304 d. C. fue conquistada por los selyúcidas, y 32 años más tarde por Solimán. Desde entonces ha sido turca, y su tamaño gradualmente ha disminuido hasta llegar a ser el pueblo que es ahora.

El gobierno alemán ha patrocinado excavaciones en Pérgamo desde 1878, las que intermitentemente se han llevado a cabo en las ruinas, principalmente en la acrópolis. Durante estos 100 años se ha desenterrado una extensa zona, lo que da al visitante moderno un claro concepto del trazado de la ciudad antigua. Sería cansador dar descripciones de los diversos templos dedicados a Zeus, Dionisio, Palas Atenea, Demetrio y otros dioses, así como describir las ruinas del palacio real, de los diversos teatros, gimnasios y otros edificios públicos. Sólo se describirán brevemente dos de las más famosas construcciones de Pérgamo, ambas catalogadas por diferentes comentadores de la Biblia como "el trono de Satanás" que Juan menciona en la carta a Pérgamo (Apoc. 2: 13). Una de esas construcciones es el altar de Zeus, ya mencionado, que fue construido por Eumenes II en el siglo II a. C., y la otra es el Asclepión, uno de los más famosos de todos los hospitales de la antigüedad.

El altar de Zeus era una enorme construcción, de como 36 m de largo por 34 de ancho y 12 de alto, y además una obra maestra de arte y arquitectura. Consistía en un edificio de dos pisos construido en forma de herradura, cuya parte inferior estaba cubierta con bellos relieves tallados que conmemoraban la guerra entre Pérgamo y los galos. Las partes superiores estaban formadas por columnatas. Esta magnífica construcción naturalmente constituía una gran atracción para la ciudad, y algunos comentadores han pensado que era "el trono de Satanás" al que se refiere Juan el revelador. K. Humann, el primer excavador de Pérgamo, descubrió este altar y extrajo algunas de sus lajas de piedra cincelada de los muros de la ciudad, incorporados allí en la época bizantina. Todo este material fue transportado a Berlín, en donde el altar completo fue reconstruido en el "Museo de Pérgamo", y afortunadamente escapó a la destrucción provocada por los asolamientos de la Segunda Guerra Mundial. Los rusos lo desmantelaron después de la guerra y lo enviaron al este; pero más tarde lo devolvieron.

El otro sitio grande y famoso de Pérgamo, que algunos comentadores pensaron que era "el trono de Satanás" mencionado en el Apocalipsis, era el Asclepión, un complejo edilicio dedicado a Asclepio, dios griego de la medicina, el Esculapio de los romanos, uno de los cuatro principales dioses de Pérgamo. Hasta este lugar viajaban multitudes de enfermos desde grandes distancias en busca de alivio para sus males; ha sido objeto de excavaciones desde 1928. Allí se encontraron las ruinas de varias construcciones, como salas en las cuales quedaban los pacientes y recibían tratamientos con agua, un anfiteatro donde eran entretenidos y habitaciones subterráneas donde se los hacía dormir para que recibieran en sus sueños mensajes divinos en cuanto a los tratamientos que debían recibir. Finalmente había un templo circular en el cual los pacientes depositaban sus ofrendas antes de marcharse, así como los pacientes modernos pagan sus cuentas en la oficina de un sanatorio antes de ser dados de alta. En el atrio del Asclepión había un monumento con las dos serpientes de Esculapio en relieve, el símbolo de la profesión médica, el cual se usa todavía en nuestros días.

Galeno (c. 130-c. 200 d. C.), el más famoso médico de la antigüedad, nació en Pérgamo y recibió su instrucción médica en el Asclepión. Posteriormente estudió en Esmirna, Corinto y Alejandría. Su influencia en el ámbito de la ciencia médica fue muy grande durante toda la Edad Media, y sus escritos muestran que los médicos de sus días tenían algunos conocimientos científicos en cuanto al funcionamiento del cuerpo humano y al poder curativo de ciertas medicinas y métodos terapéuticos de tratamiento.

Tiatira

Tiatira era una antigua ciudad lidia, sobre el río Lico, tributario del Hermos, en la parte norte de Lidia; pero tan cerca de Misia que aun los antiguos, por error, con frecuencia se referían a ella como a una ciudad misia. Su historia más antigua no es bien conocida, excepto que era una ciudad santa del dios sol Tirimnos de los lidios, generalmente representado como un dios jinete. Alrededor del siglo III a. C. la ciudad evidentemente había decaído, y fue fundada de nuevo por Seleuco Nicátor (301-281 a. C.), quien la colonizó con griegos. Desde entonces Tiatira continuó siendo una de las más pequeñas ciudades helenísticas del Asia Menor occidental. Aunque llegó a ser el centro comercial del valle del Lico, nunca fue una metrópoli como Efeso, Esmirna, o Pérgamo.

Puesto que la ciudad parece haber disfrutado de una vida más bien tranquila y pacífica durante la mayor parte de su existencia, su historia tiene poca importancia si se la compara con la de Esmirna o Efeso. Cuando Tiatira estuvo más expuesta a verse implicada en una guerra fue en el año 190 a. C., cuando Antíoco el Grande ocupó la ciudad con sus tropas en anticipación a la lucha con el ejército romano. Sin embargo, la batalla que hubo entre él y Escipión se peleó en Magnesia, unos 65 km al sur de Tiatira, y la ciudad tuvo la suerte de no sufrir daños.

Tiatira quedó sepultada bajo Akhisar, ciudad de más de 60.000 habitantes, cuya principal industria es la confección de alfombras. El nombre turco Akhisar -"Castillo blanco"- se debe a las ruinas blancas de un castillo medieval que están cerca de la población moderna. En Akhisar nunca se han hecho excavaciones sistemáticas; pero cuando los habitantes han cavado para poner los cimientos de sus casas, con frecuencia han encontrado artefactos antiguos. En esta forma se han descubierto numerosas inscripciones que han ido a parar a diversos museos.

La antigua Tiatira era una ciudad de gremios. En ninguna otra ciudad del Asia occidental los diversos artesanos estaban organizados en gremios bien disciplinados como en esta ciudad. Entre ellos estaba el gremio de los tintoreros, que era muy importante. Los tintoreros de Tiatira habían aprendido a hacer tintura de púrpura con raíz de rubia en vez de hacerla con crustáceos, como se hacía en otros centros productores de púrpura del mundo antiguo. Esta tintura de púrpura, ahora llamada "rojo de Turquía", permitía a los tintoreros de Tiatira competir con éxito con otros centros de preparación de tinturas. Lidia, uno de los primeros conversos de Pablo en Filipos, es llamada "vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira" (Hech. 16: 14). Es indudable que esta ciudad de Anatolia tenía representantes comerciales en países extranjeros como Macedonia, donde estaba Filipos.

En la antigua Tiatira había un templo dedicado a una deidad llamada Sambate, donde una profetisa daba sus oráculos. Algunos comentadores de la Biblia han pensado que las palabras de Juan, "toleras que esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos" (Apoc. 2: 20), se refieren a esa profetisa que daba los oráculos en el templo de Sambate. Sin embargo, es dudosa la exactitud de esta interpretación; tampoco es seguro si W. M. Ramsay tiene razón cuando ve referencias en esta cuarta carta del Apocalipsis (cap. 2: 18-29) a los claudicantes cristianos, miembros de ciertos gremios. El piensa que muchos miembros de iglesia vivían todavía bajo la disciplina de sus respectivos gremios, a los que habían pertenecido antes de hacerse cristianos, y que continuaban tomando parte de algunas prácticas inmorales y dudosas durante las festividades y en otras reuniones.

Que la iglesia de Tiatira perdió su pureza y experimentó dificultades en los primeros siglos de la era cristiana, parece evidente por una observación de Epifanio, padre de la iglesia, quien afirma que a comienzos del siglo III toda la ciudad y sus alrededores habían abrazado la herejía montanista. Fuera de esto no es mucho lo que se sabe de la historia de la iglesia cristiana de esta ciudad, cuya condición espiritual se convirtió en un símbolo de la iglesia apóstata de toda la Edad Media.

Sardis.

Sardis, la capital del reino de Lidia, estaba a unos 80 km al noreste de Esmirna y a unos 5 km al sur del río Hermos. Su acrópolis estaba construida sobre una estribación de las laderas del norte del monte Tmolo, en torno al cual el río Pactolo, tributario del Hermos, formaba un foso natural en dos lados. La ciudad más antigua había estado enteramente dentro de los fuertes muros protectores de la acrópolis; pero más tarde se extendió a la llanura que está al pie del cerro.

La ciudad aparece en la historia en el siglo VII como la capital del reino de Lidia. Aquí y en ese tiempo se inventaron las monedas y se usaron como dinero por primera vez en la historia. Los antiguos lidios merecen, pues, el honor de haber hecho un invento de importancia mundial y duradera.

En cuanto a la historia del reino lidio y la forma como Ciro el Grande conquistó a Sardis, ver t. III, pp. 52-56. Después de que Ciro conquistó a Sardis, la orgullosa y rica capital de un reino se convirtió en la sede de una satrapía, y en el palacio donde una vez habían residido los reyes fabulosamente ricos de Lidia se establecieron los sátrapas persas. Alrededor del año 500 a. C. Sardis sufrió su primera tragedia importante, cuando los jonios se sublevaron contra el gobierno persa y quemaron la ciudad baja. Darío el Grande se enfureció y quiso vengar ese crimen. Ordenó a sus servidores que cada mañana le recordaran el incendio de Sardis. Las guerras persas contra Grecia fueron el resultado de la ira de Darío, y Artafernes, hermano de Darío, partió de Sardis en la primera campaña persa contra Grecia en 490 a. C. Sardis fue también la sede de Ciro el Joven, quien como sátrapa libró la famosa batalla de Cunaxa en 401 a. C. contra su hermano Artajerjes II, después de la cual Jenofonte y sus 10.000 griegos ganaron fama inmortal.

La ciudad con frecuencia cambió de dueño después del período persa. Alejandro Magno la tomó en 334 a. C., y Antígono, uno de sus generales, la tomó otra vez 12 años más tarde. A partir de 301 a. C. Sardis estuvo en manos de los seléucidas durante un período de más de 100 años. Durante este lapso fue tomada la acrópolis en la misma forma como lo había sido en el tiempo del rey Ciro. En el año 218 a. C., mientras la asediaba Antíoco el Grande, un soldado cretense escaló el muro y abrió la ciudad a las fuerzas sitiadoras.

En el año 190 a. C. la ciudad llegó a ser parte del reino de Pérgamo. Cuando ese reino pasó a manos de los romanos, Sardis compartió su suerte y perdió importancia en comparación con ciudades como Efeso y Esmirna. En el año 17 d. C. Sardis sufrió un fuerte terremoto. El emperador Tiberio ayudó en su reconstrucción exceptuándola de impuestos durante cinco años y proporcionándole otras ayudas.

La Sardis del tiempo de Juan estaba en proceso de reconstrucción. Su gloria parecía ya haberse esfumado cuando Juan le recordó a la comunidad cristiana en ella que la ciudad había tenido el nombre o la reputación de que estaba viva, pero que en realidad estaba muerta (Apoc. 3: 1). Sardis volvió a prosperar, llegando a la cúspide de su crecimiento por el año 200 d. C. Se calcula que por ese tiempo tenía más de 100.000 habitantes. Con el desmembramiento de la provincia romana de Asia en el año 295 d. C., Sardis volvió a ser capital de Lidia. A través de los siglos siguientes fue dominada por bizantinos, árabes y turcos. En 1402, Sardis fue destruida por Tamerlán, el feroz líder de los mongoles. En 1595 sufrió un devastador terremoto. Desde entonces la ciudad que una vez había sido una de las grandes e imponentes metrópolis del mundo quedó reducida a casi nada.

Quien visita hoy la antigua ciudad de Sardis encuentra una pequeña población de agricultores y comerciantes, llamada Sart, corrupción del antiguo nombre de Sardis. En una estribación del monte Tmolo se ven los restos de los muros de las fortificaciones de la antigua, acrópolis, destrozados por efectos de guerras, terremotos y el correr del tiempo. En la ladera del monte y en la llanura se aprecian restos de diferentes edificios, de los cuales tres son dignos de descripción:

El gran templo de Cibeles, la antigua diosa madre del Asia Menor, a veces comparada con Artemisa o Diana, y cuyo culto era similar al de Diana, constituye una ruina monumental. Este templo estaba cubierto de escombros cuando una expedición norteamericana de la Universidad de Princeton, dirigida por H. C. Butler, comenzó sus excavaciones (1910-1914, 1922). De las muchas columnas del templo mencionado sólo sobresalían de la tierra los capiteles de dos de ellas, lo cual señaló a los exploradores el sitio del antiguo templo. Después de que removieron una capa de tierra y escombros de unos 15 m quedó al descubierto todo el templo, y se pudo ver que las partes bajas de su construcción estaban bastante bien conservadas, por lo que podemos tener una idea exacta de la planta del edificio y de los detalles arquitectónicos de este gran templo que medía unos 100 m por 50 m. Las columnas eran más o menos del mismo tamaño que las del Artemision de Efeso, y dos de ellas todavía están en pie con sus capiteles, conservando su altura original de algo más de 20 m. Muchas de las otras se conservan hasta una altura de unos 10 m. Las columnas, con un diámetro de cerca de 2 m, descansan sobre bases en las que hay dibujos de hojas exquisitamente talladas, cada una de las cuales es diferente a las otras.

A la sombra de este templo están las ruinas de una pequeña iglesia de ladrillo del período después de Constantino.

De 1958 a 1971 las universidades de Harvard y Cornell excavaron en Sardis bajo la dirección de G. M. A. Hanfmann. Se desenterraron muchos edificios, obras de arte, artefactos e inscripciones que arrojan luz en cuanto a la vida de la ciudad desde los tiempos prelidios hasta los islámicos. Dos de estos edificios interesan especialmente al estudioso de la Biblia.

El gimnasio es de un período posterior al del Nuevo Testamento, pero revela con cuánta dedicación los antiguos fomentaban los deportes y la cultura. La fachada y algunos pabellones han sido reconstruidos. Tienen unos 18 m de alto. Dentro del gimnasio se puede ver claramente una pila para natación. El conjunto es imponente.

Una enorme sinagoga, reconocida por los típicos símbolos judíos y por más de 80 inscripciones en griego y en hebreo, indica claramente la presencia de judíos en Sardis en los primeros siglos de la era cristiana. El pavimento de mosaicos y la elegante antesala hablan de la prosperidad material de quienes se reunían allí. Ha sido parcialmente restaurada.

Filadelfia.

Filadelfia estaba a orillas del río Cogamo, rama sur del Hermos. Ciudad del interior de Anatolia, estaba a 120 km al este de Esmirna. Fue construida a 198 m sobre el nivel del mar en las estribaciones orientales del monte Tmolo. Detrás de la ciudad hay farallones volcánicos que se formaron en tiempos históricos, aunque no contamos con ningún registro escrito de actividad volcánica. Como en otras zonas volcánicas, el suelo alrededor de Filadelfia es sumamente fértil, lo que hace que las mejores viñas del Asia Menor se encuentren en sus proximidades.

Filadelfia era la más joven de las siete ciudades a las cuales fueron dirigidas las cartas del Apocalipsis. Fue fundada por el año 150 a. C. durante el reinado del rey Atalo II Filadelfo, de Pérgamo, y se le dio el nombre de Filadelfia, "amor fraternal", en honor a la lealtad del rey Atalo a su hermano mayor Eumenes II, que lo había precedido en el trono de Pérgamo. Filadelfia recibió varios nombres en diferentes períodos. A principios del siglo I d. C. fue conocida durante un tiempo como Decápolis, debido a que era una de las diez ciudades de la llanura en que estaba situada. Un poco más tarde aparece con el nombre de Neocesarea, en honor del emperador Tiberio que ayudó a que la ciudad se restableciera del destructor terremoto del 17 d. C. En el tiempo de Vespasiano tuvo el nombre de Flavia, conforme a la familia del emperador; pero posteriormente volvió a ser llamada Filadelfia, y así era conocida cuando Juan escribió la carta del Apocalipsis (cap. 3: 7-13) a la iglesia de esa ciudad. El nombre moderno de la localidad que ha reemplazado a Filadelfia es Alashehir. Este nombre ha sido explicado por algunos visitantes, engañados por su insuficiente conocimiento del turco, como la abreviatura de Allah-shehir, "la ciudad de Dios". El nombre en realidad significa "la ciudad rojiza", debido al color rojizo de la región volcánica en que está construida la ciudad.

Como Filadelfia estaba en un camino principal entre la alta Frigia y Esmirna, se convirtió en una importante ciudad del interior y acumuló suficiente riqueza para edificar suntuosos templos y otros magníficos edificios públicos. Por esa razón, escritores antiguos se referían a Filadelfia como a la Pequeña Atenas; sin embargo, nunca alcanzó la importancia política, económica o religiosa de algunas de las otras ciudades ya descritas.

El cristianismo parece haber llegado a Filadelfia en el período apostólico, lo que se deduce del hecho de que el Apocalipsis incluye una carta a la iglesia de esa ciudad. Además, nada se sabe de la primitiva historia de esa iglesia. En tiempos posteriores Filadelfia llegó a ser sede de obispado, y en el siglo XIII fue el centro cristiano de toda la región de Lidia, y la residencia de un arzobispo. Durante los siglos siguientes aparece como un baluarte del cristianismo con mucha fuerza moral para resistir los asaltos de las naciones bárbaras que repetidas veces asolaron el Asia Menor. Los ciudadanos de Filadelfia tenían razón de estar orgullosos de su historia en ese respecto. Resistieron con éxito un asedio de los selyúcidas en 1306 d. C. y obligaron al enemigo a retirarse. Nuevamente resultaron victoriosos en 1324 d. C., cuando los selyúcidas hicieron una segunda tentativa por tomar la ciudad. Ninguna otra ciudad del Asia Menor podía jactarse de anales tan llenos de heroísmo. Pero después de una larga resistencia la ciudad cayó ante los turcos en 1390 d. C., y después fue conquistada por Tamerlán en 1402. Sus habitantes no pudieron competir con las feroces hordas mongólicas de Tamerlán, aunque opusieron una heroica resistencia. La ciudad fue tomada por asalto, y Tamerlán construyó un muro con los cadáveres de las valientes víctimas de Filadelfia, como había levantado una torre con los cráneos de los esmirnenses capturados durante el asedio de su infortunada ciudad. El lugar donde tuvo lugar este terrible suceso todavía es señalado por los ciudadanos de Alashehir.

Esta catástrofe no destruyó la voluntad de sobrevivir de los cristianos de Filadelfia ni apagó su determinación de permanecer fieles a su religión. Parece que recordaban la admonición de retener lo que tenían para que nadie les quitara su corona (Apoc. 3: 11). Aunque toda la región cayó finalmente en poder de los turcos y el cristianismo en el Asia Menor murió lenta pero seguramente. Filadelfia, como Esmirna, permaneció siendo una ciudad cristiana. Es una notable coincidencia que las dos ciudades -Esmirna y Filadelfia- que retuvieron por más tiempo que cualquier otra ciudad del Asia Menor su carácter cristiano y su población cristiana, son las mismas ciudades cuyas iglesias eran tan puras e intachables en los días de Juan, que merecieron que se les hubiera escrito las únicas cartas que no tienen palabras de reproche.

Al concluir la Primera Guerra Mundial todavía era cristiana la mayoría de la población de Alashehir; sin embargo, la ciudad compartió entonces la suerte de Esmirna y vio a su población cristiana expulsada por los turcos de Kemal en 1923. Por esta razón, en esta ciudad sólo se encuentran ahora las ruinas de los contrafuertes y muros de una gran catedral en el centro de la ciudad, junto a una mezquita musulmana bien conservada; y en lugar de las campanas de una iglesia cristiana se oye la voz del almuédano que llama a la oración desde lo alto de un alminar.

Una visita a la antigua Filadelfia no sólo produce tristeza al cristiano, sino que también desanima al arqueólogo que busca restos del glorioso pasado de la ciudad. Encuentra los lastimosos restos del antiguo muro de la ciudad convertidos en habitación de cigüeñas y llenos de malezas y hierba. Quedan unas pocas ruinas que no se pueden identificar; pero nada de los gloriosos templos, los majestuosos gimnasios y los grandiosos teatros de la antigüedad por los cuales una vez Filadelfia se ganó el nombre de Pequeña Atenas. La obra destructiva de los siglos ha sido tan completa que apenas se pueden hallar vestigios de su grandeza anterior.

Laodicea.

Laodicea, la última de las siete ciudades a cuyas iglesias Juan dirigió las cartas del Apocalipsis, se hallaba a unos 160 km al este de Efeso. Estaba en el valle del río Lico, que corre entre montañas que se elevan hasta 2.500 y 2.800 m. Este río Lico de Frigia, tributario del río Meandro, no debe ser confundido con el Lico a cuyas orillas estaba Tiatira, tributario del Hermos. Laodicea estaba a algo más de 3 km al sur del Lico de Frigia, a una altura de unos 250 m sobre el nivel del mar, en el camino principal de Efeso al Eufrates. Probablemente fue fundada por Antíoco II (261-246 a. C.), uno de los gobernantes seléucidas de la era helenística, quien dio a la ciudad el nombre de Laodicea en homenaje a su hermana y esposa, y la pobló con sirios y judíos traídos desde Babilonia. Laodicea fue una población insignificante durante el primer siglo de su existencia; pero aumentó su importancia rápidamente después de la formación de la provincia romana de Asia en el siglo II a. C.

Laodicea estaba situada en una región donde hay grandes rebaños de ovejas negras, y por eso se convirtió en el centro comercial de la lustrosa lana negra y de las vestiduras negras confeccionadas en la ciudad. Ambos, la lana y los vestidos, se exportaban a muchos países. La ciudad también era renombrada como centro exportador del famoso polvo frigio para los ojos, y como un firme centro financiero con varias casas bancarias que atraían mucha riqueza. También logró fama por estar cerca del templo de Men Karou, donde funcionaba una bien conocida escuela de medicina.

Por tales razones Laodicea fue conocida durante la era romana como una de las ciudades más ricas del Cercano Oriente. El emperador Nerón la llamó "una de las ilustres ciudades del Asia" cuando ofreció a los laodicenses ayuda financiera para la reconstrucción de su ciudad después de que un gran terremoto la destruyó en el año 60 d. C. Sin embargo, los orgullosos y ricos ciudadanos de Laodicea no aceptaron esa ayuda, y respondieron a quien deseaba beneficiarlos que tenían suficientes recursos financieros para reedificar su ciudad sin ayuda externa.

Conocer la historia de Laodicea, su riqueza y principales productos, da más significado a ciertas declaraciones de la carta de Juan dirigida a su comunidad cristiana (Apoc. 3: 14-22). Sus miembros creían que eran ricos, que se habían "enriquecido" y que "de ninguna cosa" tenían "necesidad"; pero en realidad espiritualmente eran desventurados, miserables y pobres (vers. 17). Sin embargo el Señor les aconsejaba que no confiaran en el oro de sus bancos, sino que compraran de él "oro refinado en fuego" para que fueran ricos (vers. 18). También les aconsejaba que compraran de él "vestiduras blancas" para vestirse a fin de que no se descubriera la "vergüenza" de su "desnudez" (vers. 18). Algunos comentadores ven en estas palabras una referencia al hecho de que los laodicenses estaban orgullosos de sus brillantes vestidos negros confeccionados en su ciudad y exportados a muchos países. ¿Por qué, pues, alguien podía decir que estaban desnudos (vers. 17)? También creen los comentadores que el orgullo de los laodicenses por su famoso polvo frigio para los ojos fue el motivo del consejo de que compraran de Cristo "colirio" para que vieran (vers. 18).

Que la iglesia cristiana de Laodicea fue fundada a comienzos del período apostólico, está confirmado por el apóstol Pablo, quien dirigió una carta a esa iglesia, aunque la carta parece haberse perdido (ver com. Col. 4: 16). Al parecer la iglesia creció con rapidez, y Laodicea llegó a ser sede de episcopado en el siglo II d. C. Uno de sus obispos, Sagaris, murió allí mártir en 166 d. C. En varios registros se mencionan los nombres de otros mártires cristianos de Laodicea, que ofrendaron sus vidas durante las persecuciones de los primeros siglos de la era cristiana. En el siglo IV la ciudad fue la sede de un importante concilio eclesiástico.

En el siglo XI la ciudad fue conquistada por los selyúcidas; pero los cruzados cristianos la recuperaron en 1119 d. C. Sin embargo, dos siglos más tarde fue destruida por los turcos y nunca ha sido reconstruida. En su lugar fue fundada una nueva ciudad denominada Denizli, cerca de un manantial en las proximidades de Laodicea. De las ruinas de la antigua Laodicea, usadas como cantera, se extrajo material para la edificación de esta nueva ciudad. El nombre turco del sitio de las ruinas es ahora Eski Hisar, que significa "Viejo Castillo".

En este lugar nunca se han efectuado excavaciones sistemáticas, aunque una gran zona cubierta de ruinas promete ricas recompensas a cualquier expedición arqueológica que use la pala en ella. Dos teatros romanos se hallan en bastante buen estado, y además se puede reconocer un gran estadio. También son visibles columnatas, acueductos que llevaban agua a la ciudad y las ruinas de antiguas iglesias, aunque la identificación definida de las diversas ruinas sólo podría hacerse después de las excavaciones.

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