27 de agosto de 2009

Los Reformadores dan varias Fechas para la Crucifixión



En los días de la Reforma, Lutero y Melanchton llamaron la atención a la aceptación universal de las 70 semanas como "semanas de años". El primero las hacía arrancar del 2.º año de Darío, pero colocaba la muerte de Cristo al comienzo de la 70.ª semana. Algunos lo imitaron en esto. Sin embargo, Melanchton las computaba desde el 2.º año de Artajerjes Longímano. Las 69 semanas llegaban hasta el bautismo de Cristo, con la crucifixión en medio de la 70.a semana, tres años y medio después del bautismo de Jesús.

Johann Funck (m. 1566), capellán de la corte de Nuremberg, escribió el más completo y cabal tratado acerca de las 70 semanas que se hubiera compuesto hasta ese tiempo; y quizá fue el primero, en los días de la Reforma, que hizo comenzar las 70 semanas en 457 a.C. y las terminó en 34 d.C. Esto marcó época. Las consideraba como 490 años solares a partir del 7.º año de Artajerjes; y esto lo computaba y lo explicaba. Georg Nigrinus (m. 1602), teólogo evangélico, ubicaba el período entre 456 a.C. y 34 d.C.; también colocaba la crucifixión cerca del fin.

Heinrich Bullinger, de Zurich (1504-1575), también contaba las 70 semanas desde el 7.º año de Artajerjes, cerca de 457 a.C., hasta cerca de 33 d.C., con la crucifixión de Cristo al final. Jacques Cappel (1570-1624), teólogo francés, también comenzaba los 490 años en 457 a. C., en el "año séptimo de Artajerjes". Joseph Mede, en 1638, teniendo en cuenta la destrucción de Jerusalén, computaba las 70 semanas desde 421 a.C. hasta 70 d.C.; pero colocaba la cruz en 33 d.C. Por el contrario, John Tillinghast contaba 486 años hasta la crucifixión en 34 d.C.

Hay pocos cambios en el énfasis y escasos debates en el período posterior a la Reforma. Johannes Koch, teólogo alemán (1603-1669), terminaba las 70 semanas en el año 33 d.C. William Whiston (imitado por el obispo William Lloyd) extrañamente computaba el período con años de 360 días (que él suponía que eran los que usaban los persas). De esa manera calculaba los 490 años desde 445 a.C. hasta algún tiempo después de 33 d.C. Sir Isaac Newton los hacía terminar en 34 d.C. Heinrich Horch, la Biblia de Berlenburg, Johann Bengel y Johann Petri, unánimemente colocaban la cruz a la mitad de la 70.ª semana. Petri calculaba el período desde 453 a.C. hasta 37 d.C. Hans Wood (imitado por William Hales) lo extendía desde 420 a.C. hasta 70 d.C. El alemán Christian Thube ubicaba la cruz al comienzo de la última semana, en 30 d. C., haciendo terminar las 70 semanas en 37 d.C. Tal era la diversidad de interpretaciones.

Opiniones de los expositores norteamericanos.

Entre los intérpretes norteamericanos de la colonia, el primer expositor sistemático, Efraín Huit, en 1644 computaba las 70 semanas desde Artajerjes, y fijaba la cruz a la mitad de la 70.ª semana. John Davenport (1597-1670), pastor puritano de Boston, comparaba las divisiones de las 70 semanas de Daniel con los eslabones consecutivos de una cadena. Samuel Langdon (1723-1797), rector de Harvard, usaba las 70 semanas como una prueba de la solidez del principio de día por año para todos los lapsos proféticos. Samuel Osgood computaba el período desde el año 7.º de Artajerjes hasta la crucifixión.

Predominan las fechas 457 a.C. y 33 d.C.

En el despertar del Viejo Mundo de las primeras décadas del siglo XIX, una veintena de expositores identificaron el año 457 a.C. el 7.º año de Artajerjes- con el comienzo de las 70 semanas. La mayoría las hacía terminar en 33 d.C. (algunos en el 34). William Hales (1747-1831), el cronólogo posteriormente citado por los milleritas, colocaba la "una semana" entre 27 d.C. y 34, situando la crucifixión en "la mitad" de esta 70.ª semana, en 31 d.C. Escribiendo en 1820, Archibald Mason de Escocia aceptaba 457 a.C. y 33 d.C., en tanto que J. A. Brown se definía por 457 a.C. hasta 34 d.C. Ambos expositores entendían que las 70 semanas eran la primera parte de los 2.300 años, lo que hacía que terminaran el período más largo en 1843 y 1844 respectivamente.

Por otra parte, unos pocos expositores, como el obispo Daniel Wilson, de la India, escribiendo en 1836, prefería 453 a.C. a 37 d.C., con la cruz en la mitad de la semana. Pero el arquitecto Matthew Habershon, Edward Bickersteth y Louis Gausen, de Ginebra, unánimemente ubicaban el período de las 70 semanas entre 457 a.C. y 33 ó 34 d. C.
Este es el comentario de Hale sobre la ubicación de la crucifixión en 31 d. C.:

Y después de las sesenta y dos semanas, antes especificadas como la división más larga de las 70, el UNGIDO [LÍDER] fue "cortado" por una sentencia judicial inicua en la mitad de la una semana, que constituía la tercera y última división, y que empezó con el bautismo de nuestro Señor alrededor del año 27 d.C.-cuando "Jesús . . . era como de treinta años"- y dio comienzo a su misión, la cual duró tres años y medio, hasta su crucifixión, aproximadamente en 31 d.C.

27. Durante esta semana, que terminó en el año 34 d.C. (época del martirio de Esteban), se estableció un nuevo pacto con muchos de los judíos de todas clases, en la mitad de la cual el sacrificio del templo fue virtualmente abrogado por el sacrificio plenamente suficiente del Cordero de Dios que quita los pecados del [arrepentido y creyente] mundo.
El Dr. Mason defiende su elección del 7.º año de Artajerjes como el comienzo de las 70 semanas, en vez de los decretos de Ciro y Darío, con estas palabras:

El decreto del rey persa, mencionado en esta profecía, tiene que ser el decreto de Artajerjes dado a Esdras, en el séptimo año del reinado de este monarca. Los decretos de Ciro y de Darío fueron demasiado prematuros, y el decreto de Artajerjes, en el vigésimo año de su reinado, dado a Nehemías, fue demasiado tardío, para responder a la predicción. Artajerjes dio su decreto a Esdras en el año 457 a.C. Si añadimos a este número 33 años, que era la edad de nuestro Redentor en su crucifixión, tenemos 490 años (Two Essays on Daniel's Prophetic Number of Two Thousand Three Hundred Days [Dos ensayos sobre la cifra profética de Daniel de los dos mil trescientos días], p. 16).

La elección de 453 a.C., hecha por William Pym y unos pocos más, se basaba en la suposición de que la 70.a semana comenzó en 30 d.C., "cuando Cristo tenía treinta años". Esta es la fórmula de Pym:

Por lo tanto, el pacto es el pacto evangélico, y la última semana de las setenta son aquellos siete años que comenzaron cuando Cristo tenía treinta años, y terminaron en 37 d.C. cuando se convirtió Cornelio. Sesenta y nueve semanas, o 483 años, deben, pues, computarse regresivamente desde el año 30 d.C. para el comienzo de las setenta semanas. Restando 30 de 483 nos da 453 antes de Cristo, o lo que es lo mismo, 490 años, es decir 70 semanas desde 37 d.C. (A Word of Warning in the, Last Days [Una palabra de advertencia en los últimos días], p.26).

La relación de las 70 semanas con los 2.300 días o años es presentada por Bickersteth de esta manera:
Del período completo de 2.300 años, 70 semanas estaban determinadas o cortadas, a partir de la restauración del continuo sacrificio hasta que se completara el perfecto sacrificio de Cristo, cuando fue levantado el templo espiritual (Juan ii, 19-2 l) y fue ungido el Santísimo. Heb. i.9, ix.24. Tenemos aquí, pues, el período eclesiástico de 70 semanas o 490 años, nítido y perfecto (A Practical Guide to the Prophecies [Una guía práctica para las profecías], 5.ª edición, 1836, p. 191).

Discrepancia de los escritores norteamericanos sobre las 70 semanas

Por lo menos 14 expositores que no eran milleritas, o bien que eran anteriores a ellos -de 1800 a 1844- ubicaron las fechas del comienzo y la terminación de los 490 años en 457 a.C. y 33 d.C., respectivamente (con la crucifixión al fin de la 70.ª semana), o 453 a.C. y 37 a.C. (con la crucifixión en la mitad de la 70.ª semana). De modo que la fecha de la crucifixión era el meollo del problema y el factor determinante para ubicar cronológicamente las 70 semanas.

William Miller colocaba la cruz -que entonces generalmente se situaba en 33 d.C.- al fin de la 70.ª semana. Al principio sus primeros colaboradores también dieron esto por sentado, como lo, habían hecho la mayoría de los eruditos que no eran milleritas, tanto en Europa como en Norteamérica. Pero varios doctos escritores milleritas llegaron a comprender la inconsecuencia e inexactitud de esta posición. Basándose en un estudio hecho por William Hales y varios escritores en cuanto al calendario judaico, se dieron cuenta de que la crucifixión se efectuó en la primavera [entre marzo y junio] de 31 d.C., en la "mitad" de la 70.ª semana. De modo que la 70.a semana se extendía desde el otoño [entre septiembre y diciembre] del año 27 hasta el otoño del 34. Este fue un factor para trasladar la fecha terminal de los 2.300 años de 1843 a 1844. Además, por su estudio del simbolismo de las festividades judaicas, los milleritas llegaron a la conclusión de que los 2.300 años terminaban en el 7.º mes judaico, es decir en septiembre- octubre.

Este reajuste de 1843 a 1844 como el fin de los 2.300 años, se produjo porque se comprendió (1) que los 2.300 años completos debían extenderse desde 457 a.C. hasta 1844; (2) que, por lo tanto, las 70 semanas (490 años) debían terminar en 34 d.C.; (3) que la cruz debía ser ubicada en la "mitad" de las 70.ª semana (27-34 d.C.), es decir en 31 d.C. Ahora bien, si la "mitad" de la 70.ª semana era la primavera [entre marzo y junio] del 31 d. C., el fin de la 70.ª semana caía en el otoño [entre septiembre y diciembre] del 34 d.C. Por lo tanto, los 1.810 años que quedaban más allá de la terminación de los 490 años, que terminaron entre septiembre y diciembre del 34 d.C., necesariamente llevarían al otoño de 1844.

Respuesta frente a la crítica por fijar una fecha.

Si bien es cierto que ha habido muchísimas críticas y mofas debido al completo fracaso de la expectativa de los milleritas que aguardaban la segunda venida de Cristo en 1844, y una acre censura por el atrevimiento de fijar esa fecha, esta es una apreciación parcial. El error de ellos no fue mayor ni más digno de censura que la fijación de una fecha por muchos prominentes clérigos de diversas iglesias principales, de Europa y América, que creían firmemente que el año 1843, 1844 ó 1847 señalaría el comienzo de un milenio terrenal o de algún importante suceso que conduciría a él, tal como la caída del papa o de Turquía, el regreso de los judíos o la purificación de la iglesia.

Muchos fijaron aproximadamente la misma fecha de los milleritas, esperando que aconteciera algún suceso trascendental; y lo hicieron empleando como base la misma profecía inspirada de Dan. 8: 14: los 2.300 días o años hasta la purificación del santuario, confirmados por los acontecimientos de las 70 semanas. Sin embargo, todos estaban igualmente equivocados en cuanto a lo que debería acontecer.

Los que criticaban a los milleritas, pero al mismo tiempo abandonaban la antigua plataforma apostólica del premilenarismo, auspiciando la falacia del postmilenarismo de Whitby, del siglo XVIII -y sin embargo procuraban vincularla con una profecía cronológica invulnerable a fin de darle firmeza-, no debieran quedar ilesos. El registro histórico no permite que estos que fijaron fechas critiquen a otros que también lo hicieron, o asuman frente a ellos la actitud de ser mejores.

La cuestión en disputa era el significado de la expresión profético: "Luego el santuario será purificado" (Dan. 8: 14). Los primeros milleritas habían creído que la purificación del santuario equivalía a la purificación de la tierra con fuego, en el esperado regreso de su Señor en 1843. Por el contrario, los expositores no milleritas, por lo general habían considerado el santuario como la iglesia, destinada a ser purificada de las contaminaciones de la apostasía, falsas doctrinas y apartamiento de Dios o como la tierra santa, que debía ser liberada de los mahometanos para permitir la restauración de los judíos. Muchos de ellos pensaban que esa purificación comenzaría en torno de 1843, 1844 0 1847, y que se propagaría triunfalmente durante el milenio. Pintaron así en cuadro brillante.

El sueño de los postmilenaristas que fijaron fechas, su acariciada esperanza de la conversión y transformación pacífica de toda la humanidad, no se realizó, y desde entonces esperanzas similares han sido destruidas por los indecibles horrores de dos guerras mundiales y los paralizantes temores de una tercera. Así también fueron chasqueados los que esperaban que Cristo viniera al comienzo del milenio y estableciera un reino terrenal. El completo fracaso de esos fijadores de fechas no milleritas debiera silenciar las críticas dirigidas a un grupo que creía en las Escrituras, y que salió de una verdad parcial para llegar a una luz mayor acerca de la purificación del santuario celestial.

Tanto los milleritas como los que no lo eran estuvieron equivocados en cuanto a la naturaleza del acontecimiento que sucedería. Y sólo podría entenderse el verdadero significado del movimiento de 1844 como heraldo del juicio, a medida que brillase mayor luz sobre la fase final del ministerio de Cristo como sumo sacerdote en el verdadero santuario celestial, y sobre la profetizada purificación de ese santuario en el verdadero día de la expiación. La expectativa de los milleritas era defectuosa en cuanto a la naturaleza del suceso anticipado. Pero ciertamente algo trascendental ocurrió en el otoño (septiembre-noviembre) de 1844.

En la fase final o del "séptimo mes" del movimiento millerita de 1844, se aclaró en el entendimiento de los milleritas un nuevo concepto de la purificación del santuario (Lev. 16: 29-30). Un estudio más detenido de los símbolos mosaicos de las ceremonias del santuario terrenal les hizo ver que eran la sombra de las realidades celestiales (Heb. 8-9). Este fue un gran adelanto. En esta fecha del movimiento de 1844, los milleritas vieron a Jesucristo como divino Sumo Sacerdote -ministrando en el lugar santísimo celestial, el cielo de los cielos, como al principio comenzaron a concebirlo-, quien según creían ellos, saldría del cielo al terminar su servicio de expiación en el día décimo del séptimo mes, para bendecir a su pueblo que lo aguardaba. Y esto implicaría y constituiría su segundo advenimiento, pues aparecería "por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan" (Heb. 9: 28).

El concepto del "séptimo mes" fue un paso de transición esencial para la verdad más plena que alboreó después del gran chasco del 22 de octubre: que en vez de que Jesucristo viniera del cielo en ese día para bendecir en su segundo advenimiento a su pueblo que lo esperaba, el Señor se había ocupado por primera vez de la segunda fase de su ministerio como Sumo Sacerdote simbolizado por el servicio en el lugar santísimo-, y que él tenía que realizar la obra de la hora del juicio antes de venir a esta tierra en su segundo advenimiento.

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