13 de enero de 2010

Sebastián Piñera ¿Lúculo o Catilina?



Catilina fue un famoso tribuno de la plebe el año 64 a.C, en plena decadencia de la “virtud” que caracterizaba a la república romana - cualquier parecido con el imperio de Julio César, profesor Lagos, es pura casualidad-. El enemigo de Catilina era el famoso orador Cicerón, admirado por nuestro conde, Gabriel Valdés, quien lanza catilinarias contra el colorín Zaldívar. Catilina se caracterizaba por ser un gran demagogo que adecuaba sus discursos a las pasiones de los electores romanos, jugaba fútbol con los niños pobres y asesoraba a los apostadores
de la bolsa; si ganaba, prometía abolir todas las deudas de los mezquinos agricultores de la república romana. Los comicios romanos se caracterizaron, en el año 69 a.C., por las amenazas a los vocales de mesa y robo de las urnas
por parte de los jóvenes envalentonados por las prédicas demagógicas de este famoso tribuno de la plebe.

Lúculo era un legionario afortunado del imperio que se hizo millonario en base a la acumulación de los botines de guerra. A Lúculo le gustaba hacer alarde de sus riquezas y lo manifestaba en grandes bacanales, con vomitorio y todo lo demás. Para poder ganar en la segunda vuelta, Sebastián Piñera tendrá, necesariamente, que mezclar las características personales del legionario Lúculo y el tribuno de la plebe, Catilina. Por cierto, que está mucho más cercano del legionario adinerado: es dueño de Lan-Chile, empresa mucho más poderosa que las alas de Ícaro; además, posee un canal de televisión que entretiene a los súbditos romanos con crímenes monstruosos, que dominan los principales noticieros; también posee innumerables acciones en las principales compañías que se transan en el capitolio (la bolsa de comercio). Los millones de Lúculo - me refiero a los romanos -, pueden llenar la Vía Apia de palomas publicitarias, tener el monopolio de los mensajeros, comprar páginas completas en los Diarios y Gacetas y llevar regalos a los esclavos que han invadido el imperio. La república chilena, al igual que la romana, hace ya tiempo que murió: en nuestro caso, su fallecimiento se produjo con el bombardeo de La Moneda y el suicidio heroico de Salvador Allende. Por consiguiente, las elecciones que en la república romana eran tragedia y lucha de clases entre patricios y plebeyos hoy, en nuestro imperio, son un verdadero sainete farandulero. Lúculo Piñera no necesita andar en bus o en metro, pues tiene, además de los lujosos aviones, un helicóptero y, en poco tiempo, podrá adquirir un crucero para pasear a su contendora, Michelle Bachelet. Lúculo Piñera podría ser adorado por los accionistas de la Bolsa, por los servidores del becerro de oro y por los ilusos borregos que sueñan con ser ricos por el solo hecho de votar por nuestro legionario; pero en Roma, como en todas partes del mundo, hay leprosos, mendigos y, sobretodo, envidiosos a quienes no les gusta nada que el mando del imperio esté en manos de un empresario, aunque la verdad, es que hace mucho tiempo, los tribunos de la plebe se olvidaron de los Gracos: ya nadie habla de reforma agraria, ni de la distribución equitativa del ingreso, ni de la salud, ni de educación de calidad; se ha comprobado que los socialdemócratas son mucho mejores administradores del capital que los famosos patricios romanos. Nuestro plebeyo Julio César, profesor Lagos, ha convertido al imperio chilensis en el más próspero del mundo conocido y los nobles romanos están felices con él, seguidos por los esclavos que, en sus sueños nocturnos, también se sienten libres amados por sus
amos. Lúculo Piñera no puede acortar distancia respecto a Michelle Bachelet sin adoptar el carácter de Catilina: en la primera vuelta de los comicios, el papel de Catilina fue representado por el actor jubilado el 11 de diciembre, a las
10 p.m., Jerry Lewis Lavín. Hay que reconocer que a nuestro comediante le alcanzaron las alas para lograr una buena votación: apenas dos puntos menos que Popeye Piñera. Como los lectores sabrán, en el teatro romano los actores debían morir si el libretista incluía una crucifixión en la obra representada; en este caso, sólo se pegaron un tremendo costalazo el pájaro Sergio Fernández y el “adonis” Carlos Bombal, ambos cultores del leviatán Daniel López Pinochet. Entre los seguidores de nuestro actor hay tribunos terribles de la plebe, como el guatón Moreira, que odia al millonario Lúculo por haberse apropiado del botín de guerra sin repartirlo entre los soldados y, sobretodo, denigrar a mi general Daniel López Pinochet que, cuando pasó el Rubicón, no dejó a esclavo rogelio por degollar; el Cristo de Elqui, Pablo Longueira, que estuvo a punto de ser lapidado como una mujer adúltera cualquiera por una turba enardecida del suburbio romano de la Pintana, también amenaza a los ricos con ser expropiados. Sebastián Piñera, para ganar en los comicios de enero, tiene que hacer como Catilina: ofrecer a un millón de romanos empleos bien remunerados.

Estoy seguro de que éstos no están muy contentos, pues no tendrán tiempo para asistir al banquete de los leones respecto a los pobres humanistas cristianos que están, cada día, más famélicos por la negativa de los ciudadanos a
darles el pan de sus votos; además, ofrece a las esclavas germánicas liberarlas de sus tareas domésticas: ya no tendrán que lavar los vomitorios, ser objeto de placer de los patricios; recibirán una pensión vitalicia del Estado que les permitirá asistir a la castración de los fornidos machos germanos e, incluso, alguna golosa podrá gozar acariciándole sus músculos. Sebastián, como Catilina, es un gran proyectista: quiere transformar el Tíber, es decir, el Mapocho, de un receptáculo de mierda, en el Támesis o el Sena, con barcos para la esparcimiento de los proletarios, más refinado que el otrora playa y centro de sky del famoso actor jubilado. Chiloé será un gran parque, donde los turistas extranjeros podrán solazarse mirando auténticos indios, vivitos y coleando y no embalsamados. Como además debe conquistar alas para la segunda vuelta, ha decidido convertirse en sacerdote de la venus boquita de paloma, Soledad Alvear, ante el desagrado de Júpiter Gutenberg Martínez que, el muy egoísta, la quiere sólo para él. Los chismosos cuentan que Sebastián está preparando una gran ceremonia en honor de venus, con salmos del poeta Charles Peguy y de lectura de evangelios apócrifos de Jacques Maritain y de Emmanuel Mounier. ¿Terminará Sebastián siendo Lúculo o Catilina? Dejo la respuesta a la creatividad y buen juicio del lector. Como en el imperio hay muchos tontos, estas locas comparaciones son pura fantasía y no tiene nada que ver con la realidad: cualquier parecido con personas vivas es mera coincidencia. La comedia ha terminado, perdonad sus muchas faltas.

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