Cronología del período.-
El tiempo transcurrido entre la ocupación de Canaán y el establecimiento de la monarquía hebrea es conocido como el período de los jueces. La cronología de este período depende de la fecha de la muerte de Salomón. La cronología adoptada en este comentario ubica la muerte de Salomón en 931/30 AC; es decir, durante el año hebreo calculado desde el otoño [del hemisferio norte] de 931 hasta el otoño de 930. Por consiguiente, la fecha dada para el comienzo de la construcción del templo de Salomón en el cuarto año de su reinado (1 Rey. 6: 1; cf. 11: 42) sería 967/66 AC, en la primavera de 966.
La construcción del templo comenzó 480 años después del éxodo (1 Rey. 6: 1). Gracias a este dato se puede fijar la fecha del éxodo en 1446/5 (la primavera de 1445), y el cruce del Jordán 40 años después (Jos. 5: 6, 10) en 1405 AC. De los 480 años de 1 Rey. 6: 1, deben restarse 40 del reinado de Saúl (Hech. 13: 21), 40 del reinado de David (1 Rey. 2: 11), y 4 del reinado de Salomón. Si se restan estos 84 años de los 480, se ubica la coronación de Saúl 396 años a partir del éxodo, ó 356 desde la invasión de Canaán, lo que nos da los años 1405-1051/50 AC para el período de Josué hasta Samuel.
Una declaración hecha por el juez Jefté al principio de su gobierno nos proporciona otro dato cronológico: que Israel entonces había "estado habitando por trescientos años" en "Hesbón y sus aldeas" (Juec. 11: 26). Estos 300 años se remontan a la conquista de esta región bajo la dirección de Moisés, durante el último año de su vida (ver Deut. 2: 26-37). Esta declaración exige que la conquista bajo el mando de Josué y los ancianos, junto con los períodos en que juzgaron Otoniel, Aod, Samgar, Débora y Barac, Gedeón, Tola y Jair, como también los períodos de opresión intercalados, sean incluidos dentro de los 300 años entre la conquista y el tiempo de Jefté.
Ubicar estos períodos en los 300 años no presenta grandes dificultades, porque es razonable suponer que algunos jueces gobernaron contemporáneamente -uno tal vez en la Transjordania y otro en Palestina occidental, o uno al norte y otro al sur. También es posible que algunas tribus en una parte del país gozaran de reposo y seguridad mientras otras tribus eran oprimidas. Por ejemplo, esto se indica en la opresión de Hazor hecha por el rey cananeo Jabín, que terminó con la victoria de Débora y Barac sobre Sísara, capitán del ejército de Jabín (Juec. 4). El canto de victoria de Débora reprende a varias tribus por haber dejado de ayudar a sus hermanos en la lucha por la liberación de la tiranía del opresor (Juec. 5: 16, 17). Estas tribus probablemente no vieron la necesidad de arriesgar la vida cuando disfrutaban de una existencia pacífica, como ocurrió durante 80 años después que Aod las liberó de la opresión de los moabitas y amalecitas (Juec. 3: 30).
Desde Jefté hasta la coronación de Saúl transcurrieron 57 años, según las declaraciones cronológicas de la Biblia. Mientras Jefté gobernaba sobre las tribus orientales, y ponía fin a una opresión de 18 años de parte de los amonitas, los filisteos comenzaron a oprimir a los del occidente. Capturaron el arca en los días de Elí, después que había estado en Silo durante 300 años (PP 550). Durante este tiempo de opresión de los filisteos Sansón hostigó al opresor pagano y comenzó a "salvar a Israel" (Juec. 13: 5). Samuel probablemente fue también contemporáneo de Sansón. Este actuó en el sudoeste, y aquél en las montañas de la Palestina central (1 Sam. 7: 16,17). Samuel fue el último juez que condujo sabiamente a Israel. Durante largo tiempo fue el único líder de su pueblo (PP 641) antes que fuese escogido Saúl, el primer rey.
La cronología relativamente fija de Egipto, de este período, y varias fechas claves de la cronología bíblica, permiten una reconstrucción provisional del período de los jueces que lleva a las siguientes sincronizaciones cronológicas:
CRONOLOGÍA SUGERENTE DEL PERÍODO DE LOS JUECES*
Los pueblos de Canaán y su cultura.-
La población aborigen más remota de Palestina no era semita. Esto es evidente por los nombres de las poblaciones más antiguas, que no son semitas. Hacia fines del segundo milenio AC los amorreos invadieron Canaán y durante siglos fueron su clase gobernante. Los primitivos hititas, de los cuales sólo se reconocen vestigios en los textos que provienen del período final de su imperio, también se establecieron en ciertas partes de Palestina, como también lo hicieron los hurrios, especialmente en el sur. De los once pueblos llamados cananeos en Gén. 10: 15-19, ya han sido mencionados los hititas y amorreos. En Siria y Fenicia vivían seis de los otros: los sidonios y los zomarcos, sobre la costa; los araceos con su capital lrqata -de las Cartas de Amarna-, al norte de Trípoli; los sineos, cuya capital Siannu se menciona en registros asirios, no han dejado información acerca de su ubicación geográfica; los aradios, con su capital Arvad, en el norte de Fenicia; y los hamoteos, en el interior de Siria. De las tres tribus cananeas restantes, los jebuseos, gergescos y heveos, nada se sabe de fuentes que no sean bíblicas.
Todos estos pueblos, por vivir en tierras situadas entre las dos grandes civilizaciones de la antigüedad -Egipto en el sur y Mesopotamia en el norte- fueron grandemente afectados por las culturas de esos países. Aunque Palestina y Siria habían vivido bajo el dominio político de Egipto durante siglos cuando se produjo la invasión hebrea, las influencias culturales de Mesopotamia incidieron más que las de Egipto. La razón de este extraño fenómeno puede estar en los vínculos étnicos. Como todos estos pueblos eran de lenguas semíticas estrechamente relacionadas con las que se hablaban en Babilonia y Asiria, pueden haber estado más apegados a la cultura oriental que a la de sus amos políticos. Por eso el idioma y la escritura de Babilonia se usaban en toda la correspondencia entre los gobernantes de las distintas ciudades, y entre ellos y la corte egipcia. Su material de escritura eran tablillas de arcilla, como también lo era de sus vecinos orientales. Es evidente que el arte de escribir estaba muy difundido, pues se han hallado textos cuneiformes en diversas excavaciones de Palestina, tales como Siquem, Taanac, Tell el-Hesi, y Gezer; otra prueba de ello son los centenares de Cartas de Amarna que, aunque fueron descubiertas en Egipto, procedían de Palestina y Siria.
Además, una nueva escritura alfabética, probablemente inventada en la región minera del Sinaí hacia fines del período patriarcal, se comenzó a usar más extensamente en el período de que nos ocupamos. Se han hallado inscripciones cortas en escritura alfabética en Laquis, Bet-semes, Siquem, y otros lugares. Por ellas se deduce que la gente de esa época estaba ansiosa de escribir y usaba la nueva escritura a causa de sus obvias ventajas sobre la escritura cuneiforme o la jeroglífica, difíciles e incómodas por sus muchos centenares de caracteres.
La excavación de ciudades palestinas que datan del período anterior a la entrada de los israelitas en el país, muestra que la población había alcanzado un alto nivel en artesanía, especialmente en la construcción de fortificaciones para las ciudades y en la construcción de túneles en las rocas. Por ejemplo, los jebuseos cavaron un túnel vertical dentro de la ciudad de Jerusalén, hasta el nivel de la vertiente de Gihón que se hallaba a cierta distancia fuera de la ciudad en el valle de Cedrón. Desde el fondo de esta perforación cavaron un túnel horizontal hasta la vertiente, por el cual, sin salir de la ciudad, podían obtener agua de la vertiente en tiempos de emergencia.
También en Gezer se excavó un magnífico túnel para agua que consistía en una escalera gigantesca de unos 67 m de largo, tallado en la roca viva. Este túnel tiene 7 m de altura en la entrada y unos 4 m de ancho, pero se reduce hacia el fin. El cielo raso tiene la forma de un barril, y sigue la inclinación de la escalera. Termina en un gran manantial a unos 28 m debajo de la superficie de la roca, y a unos 40 m debajo del nivel actual de la superficie. Las marcas de las herramientas muestran que el trabajo fue realizado con instrumentos de piedra, y el contenido de los escombros revela que el túnel cayó en desuso poco después de la invasión hebrea. No se explica aún cómo supieron los antiguos ciudadanos de Gezer que hallarían un abundante manantial al final de este túnel.
Estas hazañas de ingeniería, que demuestran el alto nivel de cultura material de los cananeos en la época de la invasión hebrea, son ejemplos de las muchas realizaciones cananeas descubiertas en las últimas décadas.
Religión y prácticas de culto de los cananeos.-
Aunque es verdad que la población preisraelita de Palestina ya había alcanzado un alto nivel cultural para el tiempo de la conquista, sus prácticas y conceptos religiosos eran sumamente degradantes. La excavación de templos y lugares sagrados cananeos ha sacado a luz muchos objetos de culto de origen cananeo. En Ras Shamra, la antigua Ugarit, se han hallado muchos textos cananeos de naturaleza mitológica. Redactados en una escritura cuneiforme alfabética, han vertido mucha luz sobre el idioma, la poesía y la religión de los cananeos de mediados del segundo milenio AC. Constituyen nuestra principal fuente de información sobre la religión del país que Israel invadió y conquistó.
Palestina parece haber tenido gran número de santuarios al aire libre, llamados bamoth, "altos", en la Biblia. Los israelitas fueron atraídos de tal manera por estos "altos" que los tomaron y dedicaron a Dios, a pesar de la terminante orden divina de que fuese adorado solamente en un lugar, el lugar en donde estaba situado el santuario (Deut. 12: 5, 11). Varios profetas condenaron estos lugares de culto pagano (Jer. 7: 31; 19: 13; 32: 35; Ose. 4: 12, 13, 15; 10: 8; Amós 2: 8; 4: 4, 5), pero fue sumamente difícil separar al pueblo de ellos. Inclusive, algunos de los mejores reyes -Amasías, Uzías y Joatam, por ejemplo- no los destruyeron (2 Rey. 14: 3, 4; 15: 4, 34, 35).
Uno de los altos mejor conservados, excavados en Palestina, fue hallado en Gezer, a mitad de camino entre Jerusalén y la costa. Era un lugar abierto, sin rastros de construcciones. Sin embargo, contenía varias cavernas, de las cuales algunas estaban llenas de cenizas y huesos, probablemente restos de sacrificios, pues los huesos eran de hombres, mujeres, niños, criaturas, ganado, ovejas, cabras y ciervos. Dos de las cuevas estaban conectadas mediante un túnel angosto y tortuoso, de manera que una de ellas podía usarse como lugar sagrado, donde el adorador que tenía algo que preguntar pudiese consultar a un oráculo. Cada palabra susurrada en la cueva más pequeña se puede oír claramente en la más grande. No es imposible que un objeto de culto, tal vez un ídolo, hubiese estado alguna vez frente al agujero de la pared que conecta las dos cuevas, y que los adoradores imaginasen que recibían respuesta a sus oraciones en este lugar. Se sabe que existieron lugares con oráculos similares en Grecia y Mesopotamia. En el centro de la cueva principal había un gran bloque de piedra sobre el cual yacía el esqueleto de una criatura, tal vez del último niño sacrificado en este lugar.
En la superficie se halló una hilera de 10 columnas de piedra. La más alta de estas columnas tiene casi 3,35 m de altura; la más chica 1,70 m. En hebreo, una columna de piedra tal se llama matstsebah, "imagen", "estatua" o "escultura" (ver Lev. 26: 1; Deut. 16: 22; Miq. 5: 13), más correctamente "estela" o "cipo" (BJ). No es seguro si estas estelas estaban relacionadas con la adoración del sol, o si eran símbolos de la fertilidad que representaban al "sagrado" phallus erectus. Había también varios altares relacionados con el alto, y sobre el piso rocoso había muchos agujeros en forma de copa, probablemente usados para la recepción de libaciones u "ofrendas de bebidas".
Otro alto bien conservado se halló en una de las montañas cerca de Petra, la capital de los edomitas. Aunque este lugar sagrado es de fecha muy posterior (del siglo I AC), probablemente difería muy poco de lugares semejantes de tiempos anteriores. Un gran altar fue tallado en la roca viva. Una escalera de seis escalones lleva hasta el lugar donde se encendía el fuego. En frente del altar hay un gran atrio rectangular, con una plataforma elevada en el medio, donde se hacía el sacrificio. Un tanque para agua, casi cuadrado, fue cortado de la roca, para usarlo en las abluciones rituales. Este alto también tiene tazas típicas para derramar las ofrendas de libaciones, y cerca hay columnas en pie en forma de obeliscos, sin las cuales un alto evidentemente habría estado incompleto.
También se han excavado templos cananeos en ciudades palestinas, tales como Meguido y Bet-seán. Estos edificios sagrados generalmente constan de dos piezas. La interior, con una plataforma elevada sobre la cual se hallaba originalmente la imagen adorada, servía como santuario principal. Sin embargo, el culto cananeo no se limitaba a templos y altos. Un gran número de altares pequeños de piedra hallados en Palestina muestran que la gente tenía santuarios particulares donde se ofrecían sacrificios. Estos altares eran tallados generalmente de un bloque de piedra. El fuego se encendía en su parte superior, y tenían cuatro cuernos en las esquinas. Se han hallado grandes cantidades de imágenes de culto en cada excavación hecha en Palestina. La mayoría de éstas son pequeñas figurillas que representan a una diosa desnuda con sus rasgos sexuales acentuados, lo que muestra que servían para el culto de la fertilidad, alrededor del cual se centraba gran parte de la adoración cananea.
Deidades cananeas.-
A la cabeza del panteón cananeo estaba El, llamado "el padre de los años", también "el padre de los hombres", simbolizado por un toro. A pesar de ser el más excelso dios tutelar, se creía que estaba viejo y cansado, y por lo tanto débil. Según un erudito fenicio posterior, Filón de Biblos, El tenía tres esposas, Astarté, Asera y Baaltis (probablemente Anat), que eran al mismo tiempo sus hermanas. También en los textos de Ugarit se confirma que Asera era esposa de El.
Como patrona del mar, Asera es llamada comúnmente "Asera del mar", pero también "creadora de los dioses" y "santidad", tanto en Canaán como en Egipto. Generalmente se la representaba en figuras y relieves como una hermosa prostituta desnuda, de pie sobre un león y sosteniendo un lirio en una mano y una serpiente en la otra. Parece haber sido adorada bajo el símbolo de un tronco de árbol, "imágenes de Asera" (2 Rey. 17: 10 RVR). Pronto fue aceptada entre los israelitas, quienes parecen haber adorado casi continuamente símbolos del culto dedicados a Asera durante el período anterior al exilio, porque se hallaban en un estado deplorable de apostasía la mayor parte del tiempo.
Otra importante diosa cananea era Astarté, en Heb. Ashtoreth, "la gran diosa que concibe pero no da a luz". Se la describe como una mujer desnuda sobre un caballo galopante, que lleva en las manos un escudo y una lanza. Los fenicios le atribuían dos hijos llamados, según Filón de Biblos, Pothos, "deseo sexual", y Eros, "amor sexual". Son muchas las medallas de Astarté de formas toscas encontradas en lugares excavados en Palestina, pero es significativo que no han sido descubiertas en ningún nivel israelita antiguo. Esto es así en las excavaciones realizadas en Bet-el, Gabaa, Tell en-Nasbeh y Silo, lo que demuestra que los antiguos israelitas rehuyeron los ídolos de los cananeos.
Anat, la tercera diosa principal de los cananeos, era la más inmoral y sanguinaria de todas sus deidades. Su violación, a manos de su hermano Baal, era un tema corriente de la mitología cananea, tema que halló cabida aun en la literatura de los egipcios. Sin embargo, siempre se la llamaba "la virgen", curiosa referencia sobre el degradado concepto cananeo de la virginidad. Su sed de sangre era insaciable, y sus hazañas guerreras se describen en una cantidad de inscripciones. Se afirma que había herido a los pueblos del oriente y del occidente, que había cortado cabezas como gavillas, y tantas manos que volaban a su alrededor como langostas. Luego se la describe atándose las cabezas a la espalda y las manos a la cintura, y regocijándose mientras se hundía hasta las rodillas en la sangre de los guerreros y hasta las caderas en la sangre de los héroes. Al hacer esto hallaba tanto deleite que el hígado se le hinchaba de risa. Más aún, se gozaba no sólo en matar a seres humanos sino también a dioses. Por ejemplo, se le atribuye la muerte del dios Mot. Fue partido por ella con una espada, aventado con un aventador, quemado en el fuego, molido en un molino de mano, y finalmente sembrado en los campos.
Baal, aunque no era el dios principal, desempeñaba un papel sumamente importante en el panteón cananeo. Era considerado hijo de El, el dios principal, y hermano de Anat. Como se lo tenía por responsable del relámpago, el trueno y la lluvia, se creía que traía la fertilidad a la tierra de Canaán, cuya agricultura dependía enteramente de la lluvia. Al principio de la estación seca, sus devotos suponían que Baal era asesinado por el dios maligno Mot, y la fiesta anual de su resurrección, cuando caía probablemente la primera lluvia, era una ocasión de gran regocijo y festejos. Baal es la figura principal de toda la poesía mitológico de Ugarit; en verdad, de toda la literatura religiosa. En tiempos de Elías, cuando Israel se volvió al culto de Baal, su falta de poder quedó claramente demostrada cuando no llovió durante tres años. Dios quería que su pueblo aprendiese que la introducción del culto de Baal no aumentaría la fertilidad de su tierra, sino que, al contrario, traería hambre. En el monte Carmelo Elías demostró terminantemente que Baal, como dios de la lluvia, no poseía poder alguno; de hecho, que no existía.
Además de los dioses nombrados había una hueste de otras deidades con funciones menores, pero el espacio hace imposible dar más que un breve resumen de la compleja religión de los cananeos, las diversas hazañas de sus dioses, su sed de sangre, sus vicios y acciones inmorales. Frente a eso, baste decir que la religión cananea no era sino un simple reflejo de la moral del pueblo: un pueblo no puede superar el nivel moral de sus dioses. Si éstos cometen incesto, adulterio y fornicación, si se regocijan en el derramamiento de sangre y en asesinatos sin objeto, sus adoradores no obrarán de manera distinta. Por lo tanto, no es extraño saber que en los templos se practicaba la prostitución ritual de ambos sexos, que en esos edificios "sagrados" los homosexuales formaban hermandades reconocidas, y que en los días de fiesta, en los templos y altos se celebraban las orgías más inmorales que puedan imaginarse. También hallamos que se sacrificaban criaturas sobre los altares o eran enterradas vivas para apaciguar a un dios airado, que el culto de la serpiente estaba muy difundido, y que los cananeos se herían y mutilaban en tiempos de dolor y duelo, práctica que les fue prohibida a los israelitas (Lev. 19: 28; Deut. 14: 1).
Efectos de la religión cananea.-
El relato de la muerte de Nabot por las maquinaciones de Jezabel cuando se negó a entregar su viña a Acab (1 Rey. 21), ilustra bien cómo el pensamiento religioso de los cananeos influía en su modo de vida. Cuando Nabot rechazó el pedido de Acab, éste quedó profundamente ofendido y herido, pero no vio razón alguna para hacer nada contra Nabot. Su esposa, sin embargo, princesa fenicia y adoradora apasionada de los dioses y las diosas de Canaán como Baal y Asera, inmediatamente propuso una manera de eliminar a Nabot y confiscar su propiedad.
En la literatura de Ugarit se halla un relato similar. La diosa Anat deseaba poseer un hermoso arco que pertenecía a Aqhat, a quien pidió que se lo diese a cambio de oro y plata. Cuando Aqhat se negó a desprenderse de su arco y le aconsejó que se mandase hacer uno igual, Anat trató de hacerlo cambiar de opinión prometiéndole la vida eterna. Como esto tampoco le dio resultado, tramó la destrucción de Aqhat y consiguió así el arco codiciado. No sabemos si Jezabel conocía este relato y si influyó en ella o no, pero no es extraño que una mujer educada en un ambiente donde se contaban relatos como éste referentes a los dioses, no tuviese escrúpulos para aplicar métodos similares a fin de alcanzar su propósito.
A causa de la depravación de los cananeos se ordenó a Israel que los destruyese. El conocer la religión y la inmoralidad relacionada con el culto cananeo explica la severidad de Dios para con la gente que la practicaba.
El cruce del río Jordán.-
Los críticos de la Biblia declaran que el relato del cruce del Jordán por los israelitas es un mito increíble; que sería absolutamente imposible que el río detuviese su corriente durante el lapso requerido para que una multitud tan grande lo cruzase. Sin embargo, la historia registra por lo menos dos casos durante los últimos 700 años en que el Jordán repentinamente dejó de correr y muchos kilómetros del lecho del río quedaron secos durante unas cuantas horas. Como resultado de un terremoto en la noche anterior al 8 de diciembre de 1267 DC, una gran sección de la orilla occidental, frente a Damieh, cayó al río y detuvo completamente su corriente durante 16 horas. Este es justamente el sitio donde, según el registro bíblico, "las aguas que venían de arriba se pararon como en un montón" (ver com. Jos. 3: 16). En Damieh (Damiyeh), la ciudad bíblica de Adam, no lejos del lugar donde el Jaboc desemboca en el Jordán, el valle del río se vuelve angosto y forma una garganta, de manera que un bloqueo completo del río sería un asunto comparativamente sencillo.
El 11 de julio de 1927 el río nuevamente se secó. Una avalancha cerca del vado de Damieh, cansada por un fuerte terremoto, se llevó una buena parte de la orilla occidental del río, lo cual bloqueó su corriente durante 21 horas e inundó gran parte de la llanura alrededor de Damieh. Finalmente las aguas volvieron a su lecho usual. Hay datos históricos acerca de estos dos casos en John Garstang y J. B. E. Garstang, The Story of Jericho [1940], págs. 136, 137; D. H. Kallner- Amiram, Israel Exploration Journal, t. I [1950-51], págs. 229, 236.
A la luz de estas evidencias, los críticos, invirtiendo su posición, sin duda querrán explicar el milagro del Jordán de los días de Josué como un simple fenómeno natural, resultado de un terremoto. Algunas personas prefieren aceptar cualquier explicación, por increíble que sea, antes que admitir que Dios realiza milagros. Preguntamos: ¿Cómo podía saber Josué con un día de anticipación que un terremoto bloquearía el paso del río a 32 km aguas arriba? Y aún más increíble, ¿cómo podía saber el momento exacto del terremoto y así ordenar a los sacerdotes que llevaban el arca que avanzaran de manera que llegasen a la orilla del agua justamente cuando ésta dejara de correr? (ver Jos. 3). ¿Pueden producir terremotos estos críticos de la Biblia? ¿O pueden siquiera predecir la hora o el día cuando se producirá alguno y controlar sus efectos a fin de realizar sus propósitos? La respuesta es ¡No!, y este No resonante despeja para siempre sus objeciones necias a la simple declaración bíblica de que ocurrió un milagro. Si Dios produjo o no un terremoto en esta ocasión, no lo sabemos; de lo que estamos seguros es que él sacude la tierra y la hace temblar (Sal. 60: 2; Isa. 2: 19, 21) y que los elementos cumplen su voluntad (Sal. 148: 8). Pero el mismo temblar de la tierra, aunque descrito por los hombres como un terremoto, es, en este caso del cruce del Jordán, un verdadero milagro.
La invasión de Canaán bajo el comando de Josué.-
Jericó era la primera ciudad que estorbaba el paso de los hebreos invasores. La Jericó de los tiempos de Josué ha sido identificada desde la Edad Media con el montículo de Tell es-Sultân, situado cerca de la Jericó moderna y no lejos del río Jordán. Al excavar las antiguas ruinas de la ciudad, el Prof. John Garstang halló restos de muros de una ciudad que mostraban rastros de destrucción que él atribuyó a un terremoto. Varias razones lo llevaron a la conclusión de que había hallado las ruinas de la Jericó de Josué. Pero exploraciones realizadas en la década de 1950 a 1960 bajo la dirección de la Dra. Kathleen M. Kenyon demostraron que esos muros correspondían a un siglo anterior, y no se descubrieron ruinas que pudieran atribuirse al tiempo de Josué, excepto parte de una casa y algo de alfarería de las tumbas de extramuros que indican que allí hubo tumbas del siglo XIV AC.* Por desgracia, los niveles superiores del montículo han sido tan destruidos, en particular por la erosión, que no se han hallado restos de la ciudad posterior. Se duda si dicho sitio proporcionará alguna vez pruebas arqueológicas que proyecten luz sobre el relato bíblico de la caída de Jericó (Jos. 6).
Sin embargo, por la Biblia sabemos que esta ciudad, la primera conquistada por los israelitas, cayó como resultado de un juicio divino que los cananeos atrajeron sobre sí mismos. La ciudad fuertemente fortificada fue destruida repentinamente, y ella y su población -con excepción de Rahab y su familia- fueron presa de las llamas.
La siguiente ciudad tomada después de la caída de Jericó fue el pueblecito de Hai (Jos. 8). Los arqueólogos han identificado a Hai con las ruinas de Et-Tell, excavada durante tres temporadas por Mme. Judith Marquet-Krause, desde 1933 hasta 1935. Sin embargo, esta identificación no puede ser correcta, ya que la ciudad descubierta era una de las más grandes de la antigua Palestina, mientras que la Biblia habla de Hai como de un lugar mucho más pequeño que Jericó (ver Jos. 7: 3). Además, la excavación ha demostrado que Et-Tell fue destruida varios siglos antes de la conquista israelita, y había estado en ruinas durante centenares de años antes de caer Jericó. Sin embargo, según lo propuso Vincent, es posible que las ruinas de la ciudad sirvieran como habitación para una población pequeña en tiempos de Josué, porque el nombre Hai significa "ruina". Esta opinión puede ser acertada, o quizá se descubra todavía la ubicación de la ciudad.
La conquista de la Canaán central.-
Con la caída de Jericó y Hai la parte central de Canaán quedó abierta ante los invasores. Cuando los israelitas avanzaron hacia el interior, para su consternación hallaron que habían sido engañados por los habitantes de Gabaón y de otras ciudades, con los cuales poco tiempo antes habían celebrado una alianza de ayuda mutua, sin saber que sus nuevos aliados eran habitantes de Canaán. Por lo tanto, los israelitas no podían tomar sus ciudades, y hasta se vieron obligados a ayudarlos cuando fueron atacados por reyes de ciudades vecinas que estaban disgustados por la alianza de los gabaonitas con Israel (Jos. 9).
A fin de cumplir un mandato dado previamente por Moisés, los israelitas fueron a Siquem, edificaron un altar e inscribieron la ley en un monumento de piedra revocado (ver Deut. 11: 29-32; 27: 1-8; Jos. 8: 32-35). La mitad del pueblo se paró sobre el monte Ebal y la otra mitad sobre el monte Gerizim, mientras se les leían las bendiciones y maldiciones prescritas por Moisés. La Biblia no explica cómo los israelitas lograron posesionarse de la región de Siquem, en la parte central del país. Sin embargo, tenemos la impresión de que no hubo hostilidades que precedieron a su toma de posesión de esta sección del país. Aunque la Biblia mantiene silencio respecto a los acontecimientos que llevaron a la rendición de Siquem una carta de Amarna escrita pocos años después por el rey de Jerusalén al faraón, probablemente contenga información respecto a cómo los israelitas se posesionaron de la región de Siquem. En esta carta, el rey de Jerusalén se queja de que los habiru (hebreos) se habían vuelto tan fuertes que había peligro de que él y otros reyes que aún los resistían tuvieran que rendir sus ciudades, así como Siquem se había rendido. El pasaje importante reza: "A nosotros nos sucederá lo mismo, después que Labaja y la tierra de Sakmi [Siquem] han dado [todo] a los habiru [hebreos]". Por lo tanto, hay razón para concluir que el rey de Siquem siguió el ejemplo de los gabaonitas y se rindió sin luchar.
A fin de castigar las ciudades que se habían rendido voluntariamente a los israelitas, el rey amorreo de Jerusalén hizo alianza con otros cuatro príncipes del sur de Palestina y amenazó tomar a Gabaón. Respondiendo a un urgente pedido de ayuda de los gabaonitas, Josué marchó contra los cinco reyes y derrotó sus ejércitos y en la batalla memorable de Azeka y Maceda, durante la cual el día fue alargado en respuesta a la oración de Josué. Los cinco reyes cayeron en manos de Josué y fueron muertos, y en la campaña siguiente fueron tomadas muchas ciudades cananeas del sur. Sin embargo, no se hizo esfuerzo por aniquilar las poblaciones derrotadas ni por ocupar sus ciudades. Por el contrario, después de tomar las ciudades cananeas, los israelitas evidentemente las devolvieron a sus habitantes y se retiraron a su campamento en Gilgal, cerca del Jordán (Jos. 10).
Más tarde se emprendió una campaña contra una alianza hostil que estaba bajo la dirección del rey de Hazor, en el norte. Luego en la batalla de Merom (Aguas de Merom) los israelitas volvieron a salir victoriosos. Aunque destruyeron a Hazor del todo y persiguieron a sus enemigos que huían, no ocuparon permanentemente esta parte del país, sino que la dejaron a sus enemigos derrotados como lo habían hecho con la parte meridional (Jos. 11).
Las únicas otras campañas militares llevadas a cabo durante el período de la conquista fueron las de Caleb contra Hebrón, la de su hermano Otoniel contra Debir (Jos. 14: 6-15; 15: 13-19; Juec. 1: 10- 15), y de las tribus de Judá y Simeón contra Jerusalén (Juec. 1: 3-8). Sin embargo, muchas de las ciudades tomadas durante las diversas campañas no fueron ocupadas, como por ejemplo Jerusalén (ver Juec. 1: 8; cf. vers. 21 y 2 Sam. 5: 6-9), Taanac (ver Jos. 12: 21; cf. Juec. 1: 27), Meguido (ver Jos. 12: 21; cf. Juec. 1: 27), Gezer (ver Jos. 12: 12; cf. 1 Rey. 9: 16) y otras. Los registros bíblicos relatan también que regiones enteras, tales como Filistea, Fenicia y la Siria septentrional y meridional (Jos. 13: 2-6) quedaron sin ocupar.
La conquista de Canaán fue gradual.-
La conclusión a que se llega de estas distintas declaraciones es que durante el período de la conquista sólo se intentó asentar el pie en Canaán. Fueron derrotados varios reyes y coaliciones locales porque se oponían a que los hebreos se radicaran en la parte occidental de Canaán. Sin embargo, los israelitas no parecen haber hecho ningún esfuerzo serio por desalojar a todos los cananeos de sus ciudades y fortalezas, aunque entonces tomaron posesión definitiva de algunas ciudades. Habiendo pasado los 40 años anteriores en el desierto como nómadas, los hebreos parecen haber quedado satisfechos con establecerse como moradores de tiendas en Canaán. Mientras hallaron pastos para su ganado y no fueron molestados por los habitantes oriundos de la región, no desearon vivir en ciudades fortificadas como los cananeos. Aunque Josué dividió el país entre las 12 tribus, esta división se hizo mayormente en anticipación de la ocupación plena de las respectivas regiones. Esto puede verse claramente al estudiar las listas dadas en Jos. 15 al 21, donde se menciona un gran número de ciudades de las cuales no se tomó posesión hasta siglos más tarde. Sin embargo, a medida que los hebreos se hicieron más fuertes subyugaron a los cananeos (Juec. 1: 28), y finalmente los desposeyeron.
Este proceso fue gradual; llevó siglos, y tan sólo se completó en el tiempo de David y Salomón. Es posible que en Hech. 13: 19, 20 Pablo se refiera a este largo período de conquista, desde Josué a Salomón. Según los manuscritos más antiguos del NT, estos vers. rezan: "Habiendo exterminado siete naciones en la tierra de Canaán, les dio en herencia su tierra, por unos cuatrocientos cincuenta años" (BJ), lo cual significa que transcurrieron unos 450 años antes de que todo el país fuera realmente tomado en posesión como herencia.
Este cuadro de una conquista gradual de Canaán por los hebreos, obtenido reuniendo todas las evidencias de las Escrituras, es sostenido por las evidencias históricas, según puede saberse por las Cartas de Amarna y otras fuentes de ese período y los siglos siguientes. Las Cartas de Amarna, todas escritas durante la primera mitad del siglo XIV AC, nos dan un cuadro fiel de lo que sucedió en ese tiempo. Muchas de estas cartas provienen de Palestina y testifican vívidamente de las condiciones caóticas que existían en el país, desde el punto de vista cananeo.
Son sumamente instructivas las cartas de Abdu-Jeba, rey de Jerusalén, el cual se quejaba amargamente de que el rey de Egipto se había hecho el sordo ante sus peticiones de ayuda, por cuanto los habiru -probablemente los hebreos (ver Gén. 10: 21; 14: 13)- estaban ganando poder en el país, mientras que él y otros gobernantes locales de la región estaban perdiendo en la lucha contra ellos. En una carta escribió: "Que el rey, mi señor, proteja a su país de la mano de los habiru, y si no, que el rey, mi señor, envíe carros para buscarnos, no sea que nuestros siervos nos hieran". Expresando su chasco porque no habían tenido éxito sus súplicas, y no había recibido ni armas ni fuerzas, preguntó con todo fervor: "¿Por qué amas a los habiru y tienes aversión por los [fieles] gobernadores?". Previene al faraón en la misma carta: Los "habiru saquean todas las tierras del rey. Si hay arqueros [enviados para ayudarlo en su lucha] en este año las tierras del rey, mi señor, permanecerán [intactas], pero si no son [enviados] arqueros, las tierras del rey, mi señor, se perderán". A continuación añadió algunas palabras personales al escriba que leería la carta al faraón, pidiéndole que presentase el asunto con palabras elocuentes al rey, pues se estaban perdiendo todas las tierras del faraón en Palestina.
Estas pocas citas de las cartas de Abdu-Jeba de Jerusalén, que podrían ser multiplicadas muchas veces, bastan para mostrar cómo consideraban los mismos cananeos las condiciones políticas de su país durante el tiempo de la conquista e inmediatamente después del período descrito en el libro de Josué. Estas cartas revelan que muchos príncipes cananeos, como los de Jerusalén, Gezer, Meguido, Aco, Laquis y otros, estaban todavía en posesión de sus ciudades-estados décadas después que los hebreos cruzaron el Jordán, pero que tenían un terrible temor de que sus días estuviesen contados y de que los odiados habiru tomaran sus tronos y posesiones.
Este cuadro armoniza muy bien con el que se obtiene de un estudio de los registros bíblicos. Sin embargo, los nombres de los reyes de las Cartas de Amarna no son los mismos que se mencionan en la Biblia como gobernantes de las mismas ciudades. El rey de Jerusalén es llamado Adonisedec en Jos. 10: 1, y Abdu-Jeba en las Cartas de Amarna. El rey de Gezer era Horam, según Jos. 10: 33, y Yapahu, según las Cartas Amarna, etc. Esta diferencia puede ser explicada fácilmente si se tiene en cuenta el factor tiempo. Los reyes cananeos mencionados en Josué fueron derrotados y muertos por los hebreos poco después de comenzada la invasión del país en 1405 AC, mientras que los reyes mencionados en las Cartas de Amarna vivieron varios años después, cuando los hebreos ya se habían establecido en el país y habían tomado posesión de varias regiones.
No sólo la Biblia, sino también otros registros, atestiguan que algunas de las ciudades ya mencionadas, tales como Jerusalén, Gezer, Meguido y otras, permanecieron en manos de príncipes autóctonos o gobernantes egipcios durante siglos después de la invasión de los hebreos. Por ejemplo, la importante fortaleza cananea de Bet-seán es mencionada en Juec. 1: 27 como ciudad sin conquistar entre las asignadas a Manasés por Josué. Este hecho es corroborado por una información de una Carta de Amarna, según la cual el gobernador de Gat tenía una guarnición en Bet-seán, lo cual significa que los israelitas no pudieron haberse apoderado de la ciudad en esa época. Hacia fines del siglo XIV Seti I de Egipto ocupó la ciudad durante su primera campaña asiática, y levantó estelas de victoria en sus templos. Una estela similar de Ramsés II y otros monumentos egipcios del siglo XIII AC, excavados entre 1921 y 1933 en las ruinas de Bet-seán, comprueban, además, que esta ciudad permaneció en manos egipcias durante un largo tiempo, mientras los hebreos ocupaban grandes extensiones del país. Lo mismo puede decirse de Meguido y algunas otras ciudades.
El período de los jueces.-
Este período de aproximadamente 300 años ha sido bien descrito en las palabras finales del libro de los Jueces (cap. 21: 25): un tiempo en el cual "cada uno hacía lo que bien le parecía". Fue un período en que alternaron la fortaleza y la debilidad, tanto política como religiosa. Habiéndose establecido en las partes montañosas de Canaán, el pueblo de Israel vivía entre las naciones del país. Establecieron su santuario en Silo, en donde permaneció durante la mayor parte de este período. La mayoría del pueblo vivía como nómada en tiendas, y poseían pocas de las ciudades del país. Los israelitas estaban divididos en unidades tribales y carecían de unidad nacional, lo que les hubiera dado la fuerza necesaria para resistir a los muchos enemigos que los rodeaban. El canto de Débora muestra claramente que aun en tiempo de crisis y extrema necesidad algunas tribus se mantenían indiferentes ante sus hermanos afligidos, a menos que ellas mismas no fueran afectadas por los opresores.
Viviendo así entre los cananeos, los hebreos se relacionaron estrechamente con la religión del país y su sistema de culto. Este les pareció tan atrayente a muchos, que grandes sectores del pueblo aceptaron la religión cananea. Los repetidos períodos de apostasía siempre fueron seguidos por períodos de debilidad moral, situación que proporcionó a sus enemigos más poderosos la oportunidad de oprimirlos. En tales períodos de aflicción siempre surgía un fuerte dirigente político que, guiado por el Espíritu de Dios, lograba que el pueblo en su -totalidad o en parte- se volviera a Dios mediante el arrepentimiento. Puesto que el juez era generalmente también dirigente militar, reunía a su alrededor una o más de las tribus y liberaba a los oprimidos. Cada uno de estos grandes caudillos era llamado "juez", en hebreo shofet. Este título incluía más poder y autoridad de lo que sugiere la palabra castellana. Ejercían la dirección espiritual y política, y también desempeñaban funciones judiciales y militares.
Los primeros jueces.-
El primero de estos jueces fue el hermano menor de Caleb, Otoniel, quien liberó a su nación de la opresión de ocho años ejercida por el rey Cusan-risataim de Mesopotamia. Este era probablemente uno de los príncipes mitanios cuyo nombre no se ha hallado aún fuera de la Biblia, lo cual no es extraño en absoluto, en vista de que las fuentes mitanias son fragmentarias. Este período coincidió probablemente con los últimos años de la XVIII dinastía de Egipto -los reinados de Smenjkare, Tutankamón, Eye y Haremhab- cuando un rey siguió a otro en rápida sucesión.
Aod, el segundo juez, liberó a las tribus meridionales de una opresión de 18 años -impuesta por los moabitas, amonitas y amalecitas - cuando mató al rey moabita Eglón. Fue probablemente alrededor de este tiempo cuando Seti I, el primer rey fuerte de Egipto en muchos años, invadió a Palestina y aplastó una rebelión cananea en la parte oriental del valle de Esdraelón. El que las ciudades cananeas quedaran nuevamente bajo el dominio egipcio no afectó a los israelitas, quienes probablemente no habían tomado parte en la rebelión y no poseían ciudades que los egipcios pudieran reclamar como suyas. Sin embargo, es posible que Seti I tuviese un encuentro con algunos hebreos de la tribu septentrional de Isacar, porque él menciona en un monumento mal conservado, hallado en Bet-seán, que los "hebreos ['apiru] del monte Jarmut, con los Tayaru, estaban ocupados en atacar a los nómadas de Ruhma". Aunque Tayaru y Ruhma no han sido aún identificados, Jarmut fue una de las ciudades que Josué destinó a los levitas en el territorio de Isacar (Jos. 21: 29). Por lo tanto, Seti I pudo haber luchado contra algunos hebreos de la tribu de Isacar, tal vez para castigarlos por haber atacado a sus aliados; pero las consecuencias para los hebreos no parecen haber sido de gran alcance, pues de lo contrario los registros bíblicos lo habrían indicado. Sin embargo, nunca debe olvidarse que el libro de los Jueces, que relata la historia de Israel durante casi 300 años, contiene sólo un registro fragmentario de todo lo que sucedió durante este largo período.
Los 80 años de reposo de que disfrutaron las tribus meridionales después de la acción heroica de Aod, coincidieron en parte con el largo reinado de Ramsés II de Egipto. Este faraón marchó a través de Palestina por el camino costero, que no estaba en manos israelitas, a fin de encontrarse con el rey hitita en Cades, sobre el Orontes, en la famosa batalla de Cades (Kadesh). Allí ambos, Ramsés y los hititas, se atribuyeron la victoria. No obstante, Ramsés no parece haberse preocupado seriamente acerca de sus posesiones asiáticas. Mantuvo guarniciones en las ciudades palestinas de Bet-seán y Meguido, que se hallaban en el valle de Esdraelón, y probablemente también en ciertas ciudades estratégicas de la costa. Mientras los israelitas no le disputasen la posesión de esas ciudades, no le preocupaba al faraón que estuviesen establecidos en las regiones montañosas de Palestina.
En varias inscripciones, Ramsés II menciona que esclavos hebreos ('apiru) estaban ocupados en sus diversos proyectos de construcción en Egipto; de esto deducimos que algunos hebreos caían ocasionalmente en manos de los comandantes del ejército de Ramsés en Palestina. También es posible que esos israelitas fueran hechos esclavos por el rey cananeo Jabín, de Hazor, quien por 20 años, durante el reinado de Ramsés II, oprimió a los hebreos. Los heroicos caudillos Débora y Barac pusieron fin a esa triste situación.
Gedeón como juez.-
Los 80 años de reposo que habían seguido a la liberación de Israel de la opresión moabita en el sur, mediante Aod, fueron interrumpidos por los madianitas, que oprimieron a Israel durante siete años. Fue probablemente también durante este período cuando Mernepta, hijo de Ramsés II, hizo la incursión en Palestina de la cual se jacta en la famosa estela de Israel. En ella pretende haber destruido a Israel, de tal manera que ya no le había quedado "simiente". Es obvio que su registro refleja la tendencia general egipcia de exagerar, y, por lo tanto, su pretensión de haber destruido completamente a Israel no debe tomarse en serio. Sin embargo, parece cierto que tuvo un encuentro con los israelitas en algún lugar de Palestina en esa ocasión.
Gedeón, uno de los jueces más destacados, liberó a su pueblo de la opresión madianita hiriendo a un gran ejército extranjero con un pequeño conjunto de guerreros israelitas fieles, activos y osados. El relato de sus hazañas y del período cuando fue juez revela también que de tiempo en tiempo surgían luchas intertribales, y que el pueblo anhelaba tener una dirección unificada; esto fue expresado cuando se ofreció el reino a Gedeón, honor que él sabiamente rechazó.
Durante los 40 años del pacífico gobierno de Gedeón ocurrieron sucesos trascendentales. Mientras Israel vivía en la parte montañosa de Palestina, los pueblos del mar recorrieron las regiones de la costa durante el reinado de Ramsés III, en su fracasado intento de invadir a Egipto. Durante este período se libraron sangrientas batallas en tierra y mar. Las victorias egipcias sobre estos invasores finalmente resultaron en el rechazo definitivo de esta gran migración de pueblos y salvaron a Egipto de uno de los peligros más graves que amenazaron su existencia nacional antes de la invasión asiria. Algunas de las tribus derrotadas se volvieron al norte, hacia el Asia Menor, de donde habían venido. Sin embargo, otras se establecieron en las fértiles regiones costeras de Palestina. Entre éstas estuvieron los teucros, en los alrededores de Dor, al sur del monte Carmelo en la hermosa llanura de Sarón; y los filisteos, que fortalecieron a las tribus emparentadas que habían ocupado algunas ciudades costeras del sur de Palestina durante mucho tiempo. Los israelitas, que pueden haber seguido con gran ansiedad los sucesos trascendentales que ocurrieron tan cerca de sus moradas, no comprendían aún que esos filisteos pronto llegarían a ser sus más encarnizados enemigos.
Cuando Gedeón murió después de haber juzgado a Israel durante 40 años, su hijo Abimelec, con la ayuda del pueblo de Siquem, usurpó el poder matando a todos sus hermanos y proclamándose rey. Sin embargo, su reinado sólo duró tres años y terminó como se había iniciado: con derramamiento de sangre. Es dudoso que hubiera extendido su así llamado reino más allá del vecindario de Siquem.
Los últimos jueces.-
Después de Abimelec vinieron dos jueces: Tola de Isacar (23 años) y Jair de Galaad (22 años). No se registran sucesos importantes de este tiempo, lo que parece indicar que estos años fueron tranquilos.
Después de la muerte de Jair comenzaron dos opresiones aproximadamente al mismo tiempo: una de los amonitas en el este, que duró 18 años y a la que puso fin Jefté, el general saqueador; y otra de los filisteos en el oeste, que duró 40 años. Esta opresión filistea tuvo efectos más desastrosos sobre los hebreos que cualquier otro período de aflicción anterior.
Como ya se ha hecho notar, Jefté hizo una importante declaración cronológica (Juec. 11: 26) al iniciar su guerra de liberación contra los amonitas. Declaró que para ese tiempo Israel había vivido 300 años en Hesbón, y que los amonitas no tenían ningún derecho de disputar a Israel la posesión de las ciudades cercanas que habían sido quitadas al rey amorreo Sehón, bajo la dirección de Moisés. Los seis años que Jefté juzgó a Israel deben haber comenzado aproximadamente 300 años después del fin de los 40 años de peregrinación en el desierto; por lo tanto, habrá sido alrededor de 1106 AC.
Mientras que las tribus del oriente eran afligidas por los amonitas, las del occidente soportaron los embates de los filisteos. Habiendo consolidado su posición en la región costera del sur de Palestina, donde no fueron molestados por los debilísimos sucesores de Ramsés III de Egipto, los filisteos dirigieron su atención al interior del país y subyugaron a las vecinas tribus israelitas, especialmente Dan, Judá y Simeón. Esta opresión comenzó en el tiempo cuando Elí era sumo sacerdote, en cuyo hogar se crió el niño Samuel. Poco después del comienzo de esta opresión nació Sansón, quien, al alcanzar la virilidad, comenzó a hostigar a los opresores de su nación, y lo hizo durante 20 años, hasta que lo aprisionaron. Dotado de fuerza sobrenatural, Sansón causó mucho daño a los filisteos. Si hubiese disciplinado su carácter, podría haberse convertido en el libertador de Israel en vez de morir de una muerte ignominiosa. Puede haber sido durante esos años cuando los filisteos ganaron la batalla de Afec, tomaron el arca y mataron a los dos hijos del sumo sacerdote Elí. Esta batalla señaló el punto más bajo de la historia de Israel durante el período de los jueces, unos 300 años después que el tabernáculo fuera trasladado a Silo por Josué (PP 550). Por lo tanto, la fecha de este acontecimiento es alrededor de 1100 AC.
Después del desastre de Afec, Samuel comenzó su obra como dirigente espiritual de Israel. Sin embargo, no estuvo listo inmediatamente para guerrear con éxito contra los filisteos, que poseían fuerzas y técnica militar superiores. La opresión continuó otros 20 años, pero terminó con la victoria de los israelitas capitaneados por Samuel en la batalla de Eben-ezer (1 Sam. 7: 13; PP 641). Después de Eben-ezer, Samuel comenzó un gobierno pacífico y próspero sobre Israel. Esto debe haber continuado unos 30 años, hasta que el profeta accedió a la demanda popular que pedía un rey. Los hijos de Samuel, a quienes él había nombrado como sus sucesores, no resultaron aptos como dirigentes y fueron rechazados por el pueblo.
Con la coronación de Saúl como rey de toda la nación finalizó la época heroica y comenzó una nueva. Antes de este tiempo la forma de gobierno de Israel era una teocracia, pues se esperaba que los gobernantes fueran nombrados por Dios mismo y dirigidos por él en la realización de su tarea. La nueva forma de gobierno comenzó como una monarquía cuyo rey fue señalado por Dios, pero pronto se convirtió en monarquía hereditaria. (La teocracia finalizó formalmente con la cruz. DTG 686, 687.)
Condiciones durante el período de los jueces.-
Las tristes condiciones que prevalecieron en Palestina durante la mayor parte del período de los jueces también se reflejan en dos documentos literarios de Egipto. Estos son tan interesantes e informativos que debe presentarse aquí una corta descripción de su contenido. El primero es una carta satírica en la cual se describe el viaje de un mahar (un enviado egipcio) por Siria y Palestina. Dicha carta proviene de la segunda mitad del siglo XIII AC, quizá del tiempo de la opresión madianita, a la cual puso fin Gedeón.
Este documento describe los caminos de Palestina cubiertos de cipreses, encinas y cedros que "llegaban hasta los cielos", lo cual hacía dificultoso el viaje. Se declara que abundaban los leones y leopardos, detalle que recuerda los incidentes de Sansón y David (Juec. 14: 5; 1 Sam. 17: 34). Dos veces el enviado se encontró con ladrones. Una noche le robaron el caballo y la ropa; en otra ocasión, su arco, cuchillo y aljaba. También se encontró con beduinos, de los cuales dice que "sus corazones no eran apacibles". Le sobrevino un temblor y su cabello se le erizó, mientras que su alma "estaba en sus manos". Sin embargo, no siendo él mismo un modelo de moralidad, fue pillado en tina aventura con una niña oriunda de Jope, y sólo pudo comprar su libertad con la venta de su camisa de fino lino egipcio.
Este relato, escrito en forma de carta, sea cierto o ficticio, muestra tan conocimiento notable de la topografía y la geografía de Palestina. Entre muchos otros lugares bien conocidos menciona a Meguido, Bet-seán, Aco, Siquem, Acsaf y Sarepta. El relato ilustra vívidamente el estado de inseguridad en que se hallaba el país, donde abundaban los caminos malos, los asaltantes y los beduinos de aspecto feroz. La descripción de las condiciones tristes halladas en Palestina nos hace recordar una de las vicisitudes del levita viajero descritas en Juec. 19, y la declaración de que "cada uno hacía lo que bien le parecía" (Juec. 21: 25).
El segundo relato, escrito en la primera mitad del siglo XI AC, durante el apogeo de la opresión filistea después que el arca fue tomada en la batalla de Afec, describe el viaje de Wenamon, un agente real egipcio, hasta la ciudad portuaria fenicia de Biblos, a fin de comprar madera de cedro para la barca de Amón. Wenamón (o Wen-Amón) fue enviado por el rey sacerdote Heri-Hor, de Tebas, y había recibido una estatua divina del dios Amón para protegerlo durante el viaje y darle éxito en su misión. Sin embargo, sólo se le dieron aproximadamente unos 600 g de oro y algo más de 31/2 kg. de plata como dinero para comprar la madera de cedro deseada.
Wenamón salió de Egipto por barco, pero cuando llegó a la ciudad portuaria de Dor que estaba en manos de los teucros, le robaron el oro y la plata. Presentó su queja al rey local, quien se negó a asumir responsabilidad alguna por el robo. Después que Wenamón hubo pasado nueve días en Dor sin hallar ni su dinero robado ni al ladrón, robó unos 3 1/2 kg de plata y zarpó hacia Biblos. Sin embargo, el rey de Biblos se negó durante 29 días a verlo, y le ordenó que saliera de su ciudad. El 29.º día después de su llegada, uno de los pajes del rey experimentó un arrebato místico en el nombre de Amón y aconsejo al rey que concediera una entrevista a Wenamón. Durante esta entrevista el rey fue sumamente descortés con Wenamón: le pidió credenciales oficiales, y le dijo que por un cargamento anterior de cedros se habían pagado 250 libras de plata (unos 120 kg). Le manifestó claramente que él era el amo del Líbano, que no tenía ninguna obligación para con Egipto, aunque admitió que su pueblo debía mucho a la cultura de la tierra del Nilo.
El rey de Biblos convino finalmente en enviar un cargamento de cedro a Egipto, y recibió en pago un cargamento de cueros, rollos de papiro, lino real, oro, plata, etc. Los cedros deseados entonces fueron cortados y cargados, al mismo tiempo que el rey fenicio recordaba a Wenamón que un emisario anterior había esperado 17 años en Biblos, y finalmente había muerto allí sin conseguir su madera de cedro. Con esto se proponía hacerle notar a Wenamón que en Asia el prestigio de Egipto se había reducido a la nada, y que sus embajadores ya no merecían el respeto que anteriormente habían estado acostumbrados a recibir.
Cuando Wenamón estuvo finalmente listo para salir del puerto de Biblos y navegar hacia Egipto, halló que los teucros lo esperaban con sus naves para atraparlo y quitarle su cargamento de madera de cedro. Sin embargo, logró huir con su barco a Chipre, donde apenas escapó de la muerte a manos de los desconsiderados isleños. Por desgracia, el papiro está roto en este punto de la narración y no se conoce el resto. Sin embargo, debe haber tenido un desenlace feliz; de lo contrario, los egipcios no lo habrían escrito y conservado.
El relato de la misión de Wenamón ilustra las caóticas condiciones políticas de Palestina durante el período de los jueces. Muestra que Egipto había perdido toda autoridad en Siria, y que un emisario egipcio, cuya llegada en épocas anteriores habría sido respetada, ahora podía ser tratado con desprecio y desdén. Vemos además que los viajes eran inseguros, que la gente robaba y era asaltada, y que nadie tenía segura la vida.
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