10 de agosto de 2009

El Papado desde el año 313-590 d. C.



Cuando Constantino el Grande se convirtió en emperador en el año 311, el imperio se hallaba aquejado por un sistema administrativo difícil de manejar, un ejército desorganizado y una economía que desfallecía. Además, la moral de la población multilingüe, de orígenes y costumbres múltiples, estaba en bancarrota ética y espiritualmente. La estrategia política de Constantino, gobernante de amplia visión, fue la de movilizar la población del imperio para reconstruir sus instituciones y lograr una unidad de la cual no había disfrutado en los últimos dos siglos.

Comenzó a reorganizar el ejército, a fortalecer la vida económica del imperio y a buscar el remedio para los males sociales, morales y espirituales de la población. Procurando salvar la integridad del imperio, trató por todos los medios de unificar al pueblo, y uno de los recursos que utilizó fue su intento de cristianizar el Imperio Romano. Se ha debatido si verdaderamente Constantino se convirtió al cristianismo, como lo sugieren la visión que pretendió haber visto antes de la victoria del puente Milvio y la estatua de sí mismo con cruz en mano que poco después hizo levantar en Roma, o si permaneció pagano, como lo indicaría su conducta.

En todo caso, Constantino favoreció a los cristianos con una serie de leyes, a partir del año 311 cuando junto con Galerio y Licinio les dio a aquéllos permiso de rogar a su dios en favor del bienestar del emperador. En el año 313, junto con Licinio proclamó el edicto de Milán, por el cual se daba libertad religiosa a todos los ciudadanos del imperio, pero que especialmente beneficiaba a los cristianos. Con todo, el propósito de este edicto era egoísta: Constantino quería recibir los beneficios de las oraciones de todos los fieles a sus dioses, entre ellos el Dios de los cristianos. Más tarde eximió al clero cristiano del servicio militar y de los impuestos a la propiedad (313 d. C.). Abolió en 315 diversas costumbres paganas que resultaban ofensivas a los cristianos y facilitó la emancipación de los esclavos cristianos.

En el año 321 promulgó la primera ley dominical, que mandaba que todos se abstuvieran de trabajar en día domingo. Si bien ya hacía más de siglo y medio que buena parte de los cristianos de Occidente observaban el domingo, esta ley no hacía necesariamente del domingo un día santo cristiano. Más bien era otro indicio del gran afán de lograr unidad en el imperio. Los adoradores del sol y de Mitra también respetaban el día domingo. Por esto, la gran mayoría de los ciudadanos de Roma podía fácilmente ponerse de acuerdo en un día común de descanso.

En el año 323, Constantino derrotó a Licinio y se convirtió en emperador único. Desde esta fecha puede decirse que el cristianismo conquistó al Imperio Romano. Constantino se hizo rodear de cristianos, otorgó enormes sumas de dinero para construir templos cristianos, e hizo educar como cristiano a su hijo Crispo. Parece haberle preocupado grandemente el que la aristocracia romana se resistiera a aceptar el cristianismo y en el año 325 exhortó a todos los ciudadanos a hacerse cristianos. Sin embargo, Constantino siguió con sus intrigas políticas y asesinatos, y sólo se bautizó como cristiano poco antes de morir en el año 337 d. C.

Como emperador, Constantino era pontífice máximo del culto pagano del Estado. Era natural que, al cristianizarse el imperio, pensara que debía ser el dirigente de la iglesia cristiana. Además, su gran afán de lograr la unidad en su imperio y sus dotes administrativas lo inducían a querer dominar también este aspecto de la sociedad. Y los cristianos, cansados por la persecución de Diocleciano y felices de recibir los privilegios que les brindaba ahora el Estado, le concedieron a Constantino más autoridad en asuntos eclesiásticos de la que convenía que tuviera un emperador que no era ni siquiera bautizado.
En esta nueva relación de la Iglesia con el Estado, los cristianos se estaban apartando de la tradicional política cristiana de no dejarse envolver en asuntos políticos. Hasta ahora los cristianos no habían ejercido el poder político. Con frecuencia habían sido perseguidos por las autoridades civiles y religiosas. En estos asuntos se habían guiado por la instrucción de Jesús de darle a César lo que era de César (Mat. 22:2l), respetando a los magistrados como instituidos por autoridad divina (Rom. 13:1-4). Y cuando las autoridades les habían exigido transgredir los mandatos de su religión, habían repetido vez tras vez la admonición de Pedro: "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech. 5: 29). Tertuliano (c. 200 d. C.) escribió en su Apologeticus que la libertad religiosa era uno de los derechos inalienables del hombre. También afirmó que los cristianos no tenían por qué adorar al emperador, pero que hacían algo más útil: oraban por él. Como un siglo después, Lactancio, uno de los padres de la iglesia latina y maestro del hijo de Constantino, subrayaba la providencia divina que había llevado a Constantino a ocupar el más alto puesto del imperio.

Con todo, Constantino no hizo del cristianismo la religión del Estado; pero sí, en algunos aspectos, una rama o división del Estado. La iglesia aceptó estos aparentes beneficios con agradecimiento, y no se dio cuenta de los peligros que acarreaban consigo hasta que se presentó el dilema de quién debía dirigir a la iglesia: sus propios líderes o el Estado que se había entrometido en los asuntos de la iglesia.

La muerte de Constantino puso de manifiesto lo que fue siempre una debilidad de la constitución romana: la falta de una disposición establecida para la sucesión imperial. El gobierno del imperio pasó a manos de los tres hijos de Constantino: uno tomó la parte occidental; otro, la central; y el tercero, la oriental. El imperio no fue oficialmente dividido; pero sí lo fue su administración, siguiéndose el ejemplo de Diocleciano, predecesor de Constantino, de una distribución ineficaz. De los tres hijos de Constantino, uno era arriano; y la iglesia del occidente, muy adversa al arrianismo, soportó sólo durante un tiempo el gobierno de un emperador arriano.


Compromiso y apostasía.

Durante el reinado de Constantino, como también más tarde, la iglesia, aliviada de su preocupación en cuanto a su relación con el Estado que la había perseguido, se vio envuelta en una sucesión de controversias doctrinales que cristalizaron en dogmas apoyados con frecuencia mucho más por la tradición, la filosofía y las prácticas paganas, que por las Escrituras. El cristianismo se convirtió entonces en un sistema fundado en credos. La iglesia aparentemente había alcanzado éxito delante de los hombres; pero a la vista de Dios había apostatado. El paganismo se había cristianizado; pero simultáneamente el cristianismo había absorbido muchísimos elementos de origen pagano. La iglesia parecía ante el mundo que había triunfado; pero no fue así. El emperador Juliano, sobrino de Constantino, llamado "el apóstata" porque dejó el cristianismo, se propuso resucitar el paganismo. Se dice que cuando estaba moribundo a causa de heridas recibidas en una batalla, exclamó: "Venciste, Galileo". Cuando lo dijo no comprendía que la corrupción de los seguidores del Galileo era lo que había hecho que él se apartara de Jesús, a quien él llamaba "Galileo".

Agustín (354-430), el teólogo de Hipona, cerca de Cartago, osadamente tomó y magnificó la enseñanza de Orígenes de Alejandría (siglos II-III), quien sostenía que, para triunfar, la iglesia ya no necesitaba esperar que el mundo terminara con un cataclismo debido a la segunda venida de Cristo. Agustín enseñaba que la iglesia debía esperar una victoria gradual porque es la victoriosa "ciudad de Dios" en la tierra, vencedora de la "ciudad" satánica de este mundo. La cristalización de este triunfo se convirtió en la esperanza y el propósito de una iglesia que apostataba continuamente y se transformaba en un gran sistema eclesiástico-político. Desde entonces ésta ha sido siempre su meta. La iglesia se convirtió más y más en la institución que infundía esperanza a los hombres a medida que declinaba el imperio.

Los decretos de Constantino y la forma activa en que apoyó a la religión no detuvieron la fatal enfermedad que estaba carcomiendo el corazón mismo de Roma. Continuaba la decadencia política, económica, social y moral. No hay una causa aislada que pueda explicar la caída de Roma. Se desmoronó principalmente como resultado de la decadencia interna.


La incursión de los bárbaros.


Durante siglos las tribus bárbaras del norte habían estado observando a Roma, más allá de sus fronteras, asombrados por su riqueza y por las comodidades que disfrutaba su pueblo. En las guerras fronterizas de Roma fueron tomados cautivos grupos numerosos de guerreros de las tribus del norte, quienes fueron vendidos como esclavos y usados como gladiadores en el circo, o como soldados auxiliares en el ejército de Roma. Esos hombres regresaban a sus hogares contando historias de la riqueza de Roma, y los bárbaros comenzaron a desear compartir dichas riquezas. Los bárbaros veteranos de legiones auxiliares se establecieron como guarniciones a lo largo de las fronteras para detener los ataques de sus propios coterráneos que intentaban cruzar los límites. A medida que aumentaba más y más la presión de esas tribus, grupos de guerreros se juntaban alrededor de un jefe, y familias y clanes, y finalmente tribus enteras, irrumpieron a través de las fronteras. Roma pudo durante algún tiempo absorber tales inmigrantes estableciéndolos en tierras baldías para aumentar la muy disminuida obra de mano. Algunos líderes de esas tribus teutónicas, también llamadas germánicas, ocasionalmente obtenían poder político en el imperio, y comenzaron a casarse con los nativos a pesar de que había leyes que prohibían tales matrimonios. Así comenzó a formarse a comienzos del siglo IV una nueva cultura romano-teutónica al oeste del Adriático y en el valle del Danubio.


Las invasiones de los bárbaros.


La infiltración pacífica de los germanos fue seguida por las invasiones. Tribus enteras procedentes del norte cruzaban las fronteras y penetraban en el imperio. A veces seguían los valles de los ríos y parecía que lo inundaban todo. Los invasores germanos llegaban no para ver sino para poseer, y cuando sus propósitos eran resistidos, combatían, saqueaban y destruían. No sólo fueron sitiadas las ciudades de las provincias, sino que aun Roma fue atacada. En el año 430, mientras Agustín estudiaba el gran tema de su libro La ciudad de Dios, los vándalos cercaban a Cartago, en el norte de África. A los habitantes del Imperio Romano les costaba creer que Roma y otras grandes ciudades estuvieran siendo atacadas.

Los visigodos, que ya eran cristianos arrianos, penetraron en Italia y saquearon a Roma (410), después se trasladaron cruzando el litoral norte del Mediterráneo e invadieron las Galias (Francia), y finalmente entraron en España, donde establecieron un reino; sin embargo, ese reino no pudo sobrevivir a una posterior invasión de los musulmanes del norte de África (711-719), y de sus ruinas emergió la España actual. Parte de la tribu de los suevos permaneció en Suabia (o Suevia); los demás cruzaron las Galias (406) y ocuparon el rincón noroeste de la península ibérica, donde se estableció el fundamento de lo que es ahora Portugal. Los burgundios, que también eran cristianos arrianos, emigraron a Suiza y también ocuparon el valle del Ródano en las Galias. La "Canción de los Nibelungos" es un poema épico que narra sus luchas. Los alamanes pasaron por lo que ahora es Alemania, y se establecieron en la zona occidental. Los francos, pueblo pagano germánico, ocuparon las Galias, donde pronto aceptaron el cristianismo católico romano. Los anglos, sajones y jutungos cruzaron el mar del Norte saliendo de las islas Frisias, de Holanda y Dinamarca, desembarcaron en Bretaña, rechazaron a los habitantes británicos y establecieron los fundamentos de la monarquía inglesa (c. 450-455). Ellos también se hicieron católicos. Los lombardos cruzaron los Alpes y entraron en Italia (568), donde fueron una verdadera pesadilla para los gobernantes bizantinos de Italia y para los papas de Roma. También se incorporaron a la iglesia romana.

Otros pueblos también participaron en este proceso histórico. Los vándalos arrianos, que precedieron a los visigodos, cruzaron las Galias y entraron en España (409); después cruzaron el estrecho de Gibraltar, penetraron en el norte del África y prosiguieron hacia el este ocupando las prósperas ciudades (430), centros de cultura de la colonización de Roma. El norte del África era un centro de cristianismo católico romano; pero los vándalos, dados a la persecución, decidieron que los católicos romanos se convirtieran a la fe arriana. Los resultados fueron muy tristes para los cristianos católicos romanos que no estaban en condiciones de defenderse en esa región. El emperador Justiniano, cuya sede estaba en Constantinopla, pero que tenía a todo el Imperio bajo su dominio nominal, finalmente envió ejércitos al norte del África, y hacia el año 534 venció completamente a la raza vándala. Así fue desarraigado, debido a la influencia de la iglesia de Roma, uno de los "diez cuernos" de Daniel, símbolo de las tribus germánicas de la Europa occidental (ver com. Dan. 7:8).

En el siglo V, antes de que los lombardos entraran en Italia (568), muchos germanos de las diversas tribus del norte se habían convertido en auxiliares del ejército romano que estaba en las proximidades de Roma. Odoacro, un caudillo de esas tribus germánicas, fue nombrado general de los auxiliares. El emperador Nepote fue enviado al exilio en el año 475, y Orestes, el rebelde vencedor, dio el trono imperial a Rómulo Augústulo, hijo de Nepote, de 14 años de edad. Orestes provocó un motín entre sus mercenarios porque no accedió a la petición de ellos de que se les entregara un tercio de Italia. Entonces Odoacro se hizo cargo de la situación; el 23 de agosto de 476 fue proclamado rey, y Orestes fue encarcelado y decapitado. Augústulo fue depuesto del trono, pero se le preservó la vida. Esta revolución, que ocurrió en el año 476 d. C., suele considerarse como el punto final del Imperio Romano de Occidente.

Debe destacarse que Odoacro no pretendió ser emperador, ni tampoco lo hizo ninguno de los reyes germanos de esa época. Odoacro tomó las diversas insignias del gobierno imperial que encontró en Roma, y las envió a Constantinopla con el mensaje de que él no las usaría ni tampoco ningún otro, pues no habría otra vez nadie que gobernara como emperador en el Occidente. Desde entonces el emperador de Oriente fue el gobernante nominal de todo el Imperio Romano.


Pero Odoacro y sus seguidores arrianos pronto entraron en pugna con las autoridades católicas romanas y más tarde con las hordas invasoras de los ostrogodos procedentes del este, las cuales ocuparon a Italia bajo la dirección de Teodorico. Después de menos de veinte años del gobierno hérulo-rugio de Odoacro, éste fue muerto por Teodorico, y los ostrogodos quedaron como amos absolutos de la situación. Los ostrogodos arrianos tuvieron dificultades con el poder católico romano en los años de los sucesores de Teodorico. Entonces Justiniano, emperador en Constantinopla, vino en ayuda de la Iglesia Católica, cuyo obispo él ya había reconocido como "cabeza de todas las iglesias". Poco antes había conquistado a los vándalos, y entonces envió sus ejércitos a Italia, los cuales combatieron contra los ostrogodos durante veinte años. En el año 538 los ostrogodos fueron expulsados de Roma, la que ocuparon después sólo transitoriamente, y alrededor del año 554 dejaron de existir como pueblo. Así llegó a su fin la tercera y última de las tribus que les fue imposible vivir en paz con la iglesia de Roma.

Las tribus que quedaron llegaron a ser precursoras de las naciones europeas actuales. O se convirtieron del paganismo al catolicismo romano, o dejaron el arrianismo para aceptar el catolicismo.

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