5 de agosto de 2009

Pilato



Poncio Pilato era romano, de la orden ecuestre, o sea la clase media alta; no se conoce su praenomen, pero su nomen, Poncio, sugiere que era de origen samnita, y su cognomen, Pilato, puede haber provenido de antepasados militares. Poco sabemos de su carrera antes del año 26 d.C., pero en ese año (véase P. L. Hedley en JTS 35, 1934, pp. 56–58) el emperador Tiberio lo nombró quinto praefectus (hegemon, Mt. 27.2, etc.; el mismo título se aplica a Félix en Hch. 23 y a Festo en Hch. 26) de Judea. En 1961 se encontraron pruebas de este título en una inscripción en Cesarea, y E. J. Vardaman (JBL 88, 1962, pp. 70) piensa que se empleó este título en los primeros años de Pilato, pero que fue remplazado por el de procurator (el título usado por Tácito y Josefo) posteriormente. De acuerdo con un cambio de política del senado (en 21 d.C., Tácito, Anales 3. 33–34) Pilato llevó consigo a su esposa (Mt. 27.19). Como procurador ejerció un control total sobre la provincia, y estuvo a cargo del ejército de ocupación (1 ala—alrededor de 120 hombres—de caballería, y 4 ó 5 cohortes—entre 2.500–5.000 hombres—de infantería) apostado en Cesarea, con una guarnición en Jerusalén en la fortaleza Antonia. El procurador tenía plenos poderes de vida y muerte, y podía dejar sin efecto sentencias capitales decretadas por el sanedrín, que tenía que pedirle su ratificación. También nombraba a los sumos sacerdotes, y controlaba el templo y sus fondos: hasta las vestiduras del sumo sacerdote se hallaban bajo su custodia, y solamente se les dejaba llevarlas durante las festividades, época en la que el procurador residía en Jerusalén y traía tropas adicionales para patrullar la ciudad.

Hasta historiadores paganos mencionan a Pilato solamente en relación con su autorización para crucificar a Jesús (Tácito, Anales 15. 44); su única aparición en los anales de la historia se produce como procurador de Judea.

Josefo relata (Ant. 18.55; GJ 2.169) que la primera acción de Pilato al asumir su nuevo cargo fue antagonizar a los judíos al colocar los estandartes romanos, que llevaban imágenes del emperador, en Jerusalén; procuradores anteriores habían evitado usar estos estandartes en la ciudad santa. A causa de la resuelta resistencia de sus dirigentes, a pesar de las amenazas de muerte, cedió ante sus deseos después de seis días, y volvió a llevar las imágenes a Cesarea. Filón (De Legatione ad Gaium 299ss) relata la dedicación por parte de Pilato de un juego de escudos de oro en su propia residencia en Jerusalén. Dichos escudos no llevaban imágenes, sino solamente una inscripción con los nombres del procurador y el emperador, pero se hicieron peticiones ante Tiberio, quien con buen sentido ordenó que se colocaran en el templo de Roma et Augustus en Cesarea (cf. P. L. Maier, “The Episode of the Golden Roman Shields at Jerusalem”; HTR 62, 1969, pp. 109ss).

Josefo (Ant. 18.60; GJ 2.175) y Eusebio (HE 2.7) invocan otro motivo de queja de los judíos contra Pilato, en el sentido de que utilizó dinero del tesoro del templo para construir un acueducto para llevar agua a la ciudad desde un manantial ubicado a unos 40 km de distancia. Decenas de miles de judíos se manifestaron contra el proyecto cuando Pilato llegó a Jerusalén, presumiblemente en época de alguna festividad, y él a su vez envió sus tropas disfrazadas en contra de ellos, como resultado de lo cual murió gran número. Generalmente se considera que este tumulto fue causado por los galileos que menciona Lc. 13.1–2 (cuya sangre había mezclado Pilato con los sacrificios), y C. Noldius (De Vita et Gestis Herodum, 1660, 249) afirmaba que la enemistad de Herodes y Pilato (Lc. 23.12) se produjo a causa de que Pilato había matado a algunos de los súbditos de Herodes. Esto explica el cuidado posterior de Pilato (Lc. 23.6–7) de mandar a Jesús para que fuera juzgado por Herodes. No se sabe si la torre que se desplomó en Siloé (Lc. 13.4) formaba parte de este acueducto.

Pilato finalmente colmó la medida con la muerte de cierto número de samaritanos que se había reunido en el mte. Gerizim, convocados por un embaucador que había prometido mostrarles que Moisés había escondido allí los recipientes sagrados. A pesar de la obvia falsedad de esta declaración (Moisés nunca cruzó el Jordán; algunos consideran que hay un error textual, Moyseos por seos, y que Josefo se refiere a la tradición samaritana de que Uzi, el sumo sacerdote (1 Cr. 6.6), había escondido el arca y otros recipientes sagrados en el mte. Gerizim), una gran multitud acudió con armas al monte, y Pilato los rodeó y derrotó, capturando a muchos de ellos y ejecutando a sus instigadores. Una delegación de samaritanos fue a protestar ante Vitelio, que en ese entonces era gobernador de Siria, y este ordenó que Pilato respondiese a la acusación de los judíos ante el emperador, y que Marcelo fuese a Judea en lugar de Pilato (Jos., Ant. 18. 85–89). Pilato se dirigía a Roma cuando murió Tiberio (37 d.C.). (cf. E. M. Smallwood, “The Date of the Dismissal of Pontius Pilate from Judaea”, JJS 5, 1954, pp. 12ss.) Nada sabemos del resultado del juicio, pero Eusebio (HE 2.7) guarda un informe de analistas griegos que son, por lo demás, desconocidos, en el sentido de que Pilato se vio obligado a suicidarse durante el reinado de Cayo (37–41 (d.C.).

Todos estos incidentes fueron relatados por Josefo o Filón. E. Stauffer (Christ and the Caesars, trad. ing. 1955, pp. 119s) llama la atención a otro caso de provocación de los judíos por Pilato. Según G. F. Hill (Catalogue of the Greek Coins of Palestine, 1914), los procuradores hacían acuñar pequeñas monedas de cobre para satisfacer las necesidades locales en Palestina. Normalmente llevaban diseños simbólicos de rasgos naturales, como árboles y espigas de trigo, por consideración al segundo mandamiento. En 29–31 d.C. Pilato hizo acuñar monedas que llevaban insignias religiosas imperiales, el lituus, o bastón del augur, y la patera, o tazón de libación pagano. Estas monedas cesaron después del 31 d.C., y el Museo Británico tiene una moneda de Pilato que aparentemente su sucesor Félix hizo reestampar con una rama de palma encima del bastón, aunque Y. Meshorer (Jewish Coins of the Second Temple Period, 1967) afirma que Félix también hizo acuñar monedas con símbolos de naturaleza provocativa, como armas romanas, que hacían resaltar la subyugación romana de Judea.

En Filón no encontramos una sola palabra a favor de Pilato; en De Legatione ad Gaium 301 lo describe como “por naturaleza rígido y porfiadamente duro” y “de naturaleza rencorosa, y hombre excesivamente iracundo”; habla de “los sobornos, los actos de soberbia, los actos de violencia, los ultrajes, los casos de tratamiento basado en el rencor, los constantes asesinatos sin juicio, la incesante y sumamente agravante brutalidad” de los que podían acusarlo los judíos. El veredicto del NT es que fue un hombre débil, dispuesto a inclinarse hacia lo expeditivo antes que hacia los principios, cuya autorización del asesinato judicial del Salvador se debió menos a un deseo de satisfacer a las autoridades judías, que al temor de incurrir en el desagrado del emperador si Tiberio se enteraba de que se había producido más desasosiego en Judea. Esto se hizo mucho más evidente por su burla de los judíos al redactar el cartel que hizo colocar sobre la cruz (Jn. 19.19–22). Es sumamente lamentable que no sepamos más de él aparte de su período de gobierno en Judea, hacia cuyos habitantes aparentemente mostró poca comprensión y aun menos simpatía.

Para una interesante discusión de la significación de la inclusión de la frase “padeció bajo Poncio Pilato” en los credos cristianos véase S. Liberty, “The Importance of Pontius Pilate in Creed and Gospel”, JTS 45, 1944, pp. 38–56.
Hay un cierto número de Acta Pilati en existencia, ninguna de las cuales se considera genuina.


Bibliografía. J. M. Bover, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, 1956; X. León-Dufour, Los evangelios y la historia de Jesús, 1967; C.H. Dodd, La tradición histórica en el cuarto evangelio, 1978, pp. 106ss; id., Interpretación del cuarto evangelio, 1978; R. E. Brown, El evangelio según san Juan, 1979, t(t). II, pp. 1149ss.
P. L. Maier, Pontius Pilate, 1968.

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