La confesión no produce perdón
¿Qué harían Uds. si tuviesen solamente cinco minutos de vida, y lo supiesen? Si Uds. supiesen que solamente les quedan cinco minutos de vida, ¿qué harían?
Yo creo que puedo predecir lo que harían.
En primer lugar, confesarían todos sus pecados a Dios; y en segundo lugar le pedirían más tiempo de vida, porque cinco minutos no son suficientes, ¿verdad? Ahora, no digo esto porque creo que Uds. sean un grupo de cristianos no muy buenos. No, no lo digo por eso. Al contrario, lo digo porque sé que Uds. son cristianos concienzudos, que están deseando vivir de acuerdo a la voluntad de Dios; y ninguno quisiera encontrarse con la muerte, sin haber confesado todos sus pecados a Dios. ¿No es así?
Ahora, cuando pensamos de esta manera, estamos presuponiendo dos cosas:
En primer lugar, presuponemos que entre un acto pecaminoso y la confesión de ese pecado, estamos perdidos.
La segunda suposición, es que la confesión de nuestros pecados nos asegura el perdón de ellos. En otras palabras, si muero sin confesar mis pecados, estoy perdido; pero si los confieso, me son perdonados. ¿Correcto? ¿Sí o no? Siento decirles que ninguna de las dos suposiciones es correcta; las dos son falsas; están completamente equivocadas. ¿Le sorprende?
En primer lugar, el hecho de que un cristiano peque, no significa que está perdido. No significa que ha sido rechazado por Dios.
Voy a leer una cita del libro Obreros Evangélicos, página 277:
“Si en nuestra ignorancia damos pasos en falso, y erramos, Cristo no nos abandona”.
Leamos ahora el libro Camino a Cristo, en la página 64: “Aún si somos vencidos por el enemigo, no somos desechados ni abandonados por Dios”.
Si no somos desechados ni abandonados, eso quiere decir que pertenecemos a El, que somos salvos aún si somos vencidos por el enemigo. El Señor Jesús es el que nos dice en Su Palabra, en el libro de Hebreos 13:5
“No te desampararé, nunca te dejaré” .
Noten Uds. lo que dice el Señor Jesús: no te desampararé, nunca te dejaré. El Discurso Maestro de Jesús, página 100:
“Cristo nunca abandonará el alma por la cual murió. Ella puede dejarlo a El, y ser vencida por la tentación, pero nunca puede apartarse Cristo de uno a quien compró con Su propia vida”.
Noten Uds. lo que dice, ella puede abandonarlo y dejarlo a El. Pero Cristo nunca abandona a aquel a quien El compró por Su propia vida.
Es obvio, por lo tanto, que hemos hecho algunas suposiciones erróneas acerca del pecado imperdonable.
Algunos piensan, que Dios puede llegar a cansarse de nosotros. Creen que Dios se enoja con nosotros, y después de aguantar tanto, siempre cometiendo los mismos pecados, y pidiendo perdón por lo mismo, que finalmente Dios se cansa, y nos abandona. Algunos piensan que el pecado imperdonable es cuando Dios finalmente ya deja de interceder por nosotros, porque seguimos en lo mismo, tanto, que finalmente Dios dice: ya basta, no vale la pena. Siempre está pidiendo por el mismo pecado, y vuelve y cae en lo mismo. Eso, piensan algunos, que es el pecado imperdonable. Nada podría estar más lejos de lo que enseña la Escritura, que esa falsa suposición. Dios jamás nos abandona. Cuando Pedro le preguntó al Señor Jesús, cuántas veces debo perdonar a mi hermano, hasta siete? No se estaba refiriendo a siete veces en toda la vida que debo perdonar a mi hermano.
El Talmud decía que cuando alguien comete el mismo error, hasta siete veces se lo puede perdonar. Por eso Pedro le dijo, Señor, cuántas veces debo perdonar a mi hermano ? Y Cristo le dijo: No siete, sino setenta veces siete. El mismo error. ¿Creen Uds. que Dios nos va a pedir algo que El mismo no está dispuesto hacer? Dios nunca nos abandona. Cuando un cristiano peca, eso no quiere decir que es rechazado por Dios, o que se pierde. Y vamos a hablar más de esto.
La segunda suposición errónea es que la confesión de nuestros pecados nos consigue el perdón de ellos. En otras palabras, si yo confieso mis pecados, éstos me son perdonados; pero si no los confieso, entonces no pueden ser perdonados.
Noten esta cita del Discurso Maestro de Jesucristo, en la página 97:
“No debemos pensar que, a menos que confiesen su culpa los que nos han hecho daño, tenemos razón nosotros para no perdonarlos”.
¿Cómo fue eso? “No debemos pensar que, a menos que confiesen su culpa los que nos han hecho daño, tenemos razón nosotros para no perdonarlos. Sin duda, es el deber de ellos humillar sus corazones por el arrepentimiento y la confesión. Pero nosotros hemos de tener un espíritu compasivo hacia los que han pecado contra nosotros, confiesen o no sus faltas, hemos de perdonarlos. Por mucho que nos hayan ofendido, no debemos pensar de continuo en los agravios que hemos sufrido, ni compadecernos de nosotros mismos. Así como esperamos que Dios nos perdone nuestras ofensas, debemos perdonar a todos los que nos han hecho mal”.
Ahora, ¿podemos imaginarnos a Dios demandándonos perdonar a otros, confiesen ellos sus faltas o no, si El mismo no estuviese dispuesto a hacer lo mismo por nosotros? Si El quiere que yo perdone a mi hermano antes que él me pida perdón; y aún si no me pide perdón, que yo lo perdone. ¿No hará El lo mismo con nosotros?
Uds. se preguntarán: ¿Qué está diciendo este predicador?
¿Recuerdan Uds. al ladrón en la cruz, que le pidió a Cristo: acuérdate de mí cuando estés en tu Reino?
¿Cuántos pecados confesó el ladrón en la cruz? ¿Cuáles?
Claro, si hubiese vivido más tiempo, sin lugar a dudas hubiese confesado todos sus pecados. Pero el caso es que no vivió más tiempo; y no hay registro alguno en la Biblia, de que haya confesado sus pecados en forma específica. Sin embargo, fue perdonado, y estará en el paraíso como Cristo le prometió.
Y ¿qué del hijo pródigo? De aquel que se fue lejos de su padre y despilfarró su herencia. Cuando se dio cuenta de su condición, decide volver a su padre. Y allá se aprende de memoria la confesión que le va a decir a su padre. Dice, cuando lo vea le diré: padre he pecado contra el cielo y contra ti; no soy digno de ser llamado tu hijo. Hazme como uno de tus jornaleros. Acéptame de vuelta señor. Sin embargo, cuando se acerca a su padre, dice Lucas 15, que el padre lo vio de lejos, y corrió a abalanzarse a sus brazos. Y el hijo comienza a repetir la confesión que se había aprendido de memoria para decirle a su padre; y ahí encontramos nosotros en la Biblia una de las interrupciones más hermosas de toda la Biblia. El padre no le deja terminar la confesión.
Antes que el joven termine su estudiada confesión, el padre lo abraza y lo recibe con gozo. ¿Por qué no le permitió terminar la confesión? Ah, porque el padre lo había perdonado mucho antes de que el joven pensase en regresar. El padre lo había perdonado desde el mismo momento que él pecó en contra de su padre. Y la prueba está, que dice la Escritura, que lo estaba esperando. Palabras de Vida del Gran Maestro, dice: todos los días salía a la puerta mirando el camino para ver si regresaría su hijo. Ya lo había perdonado. O ¿van a decirme Uds. que lo perdonó cuando el joven le confesó su falta? ¿Cuándo lo perdonó?
Estos dos casos, y otros más registrados en las Escrituras, me llevan a mí a concluir que el perdón no depende de nuestra propia confesión.
Sinceramente, creo que debemos re-estudiar este asunto del perdón de los pecados. Y en segundo lugar, debemos comprender mejor lo que significa la confesión. En primer lugar, hoy estudiaremos nuestro concepto del perdón de los pecados. Y en un tema sub-siguiente, estudiaremos más a fondo el verdadero significado, el motivo correcto de la confesión.
Veamos, pues, el perdón de los pecados. Hay tres cosas fundamentales que yo quiero dejar en claro, con respecto al perdón de los pecados.
La primera. El perdón ya fue provisto por Cristo. Lo repito, el perdón ya fue provisto por Cristo, sin que nosotros lo hayamos pedido, o hayamos hecho nada para conseguirlo.
Saben Uds. que es muy fácil pensar, que son nuestras confesiones la base por la cual somos perdonados. Es muy fácil decir, yo confieso mis pecados y porque yo me arrepiento y confieso mis pecados, Cristo me perdona. Pero el perdón de nuestros pecados, queridos hermanos, no está basado en nuestra confesión. No está basado en nuestra oración. El perdón de nuestros pecados está basado en la oración de Cristo. En la que El oró cuando estaba siendo crucificado.
¿Se recuerdan Uds. de la oración que hizo el Señor Jesús? Se encuentra registrada en Lucas 23:34. Mientras estaban crucificando al Hijo de Dios, Jesús decía: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Es la respuesta a esta oración, lo que trae como resultado el perdón de nuestros pecados. No la respuesta a mi oración.
Noten Uds. lo que dice El Deseado de Todas la Gentes:
“La oración de Cristo por sus enemigos, ´Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen´, abarca al mundo entero”.
No estaba orando solamente por los que lo estaban crucificando. Dice que esa oración incluía al mundo entero. “Abarca a todo pecador que hubiera vivido desde el principio del mundo, o llegase a vivir hasta el fin del mundo”.
¿A quién incluye la oración de Cristo? A todos. Contéstenme Uds.: ¿Creen que Dios respondió la oración de Cristo, o no la respondió? Ya lo creo que la respondió. El Calvario es la prueba de ello.
Dios respondió la oración del Señor Jesús, perdonando a todos los pecadores, como dice la cita. Todo pecador que hubiese vivido desde el comienzo del mundo, hasta el fin del tiempo, ya ha sido perdonado por la oración de Cristo. Si mis pecados son perdonados hoy día, es como respuesta a la oración de Jesús. Y esa oración te incluye a ti, y me incluye a mí también. Ahora, el hecho de que la oración ya haya sido contestada, no quiere decir que todos acepten el perdón que ya ha sido dado. Y este es nuestro primer punto.
El perdón ya ha sido concedido. Ya estamos perdonados en Cristo. Sin embargo, para que ese perdón se haga efectivo en nuestra vida, tenemos que hacer algo. Y ese será el segundo punto.
Pero déjenme repetir el primero una vez más. El perdón no está basado en nuestras oraciones. Está basado en la oración de Cristo. Aún más, el perdón es un acto consumado para toda la raza humana. Sin tener en cuenta, en absoluto, la reacción del hombre al respecto. Noten lo que estoy diciendo. Toda la raza humana ya ha sido perdonada por Dios. Este es un acto completo, terminado, concluido, absoluto. La reconciliación se efectuó independientemente de respuesta alguna de nuestra parte. Aún más, este era un asunto que envolvía mucho más que el perdón de los pecados, mucho más que la salvación de la raza humana. ¿Qué cosa estaba en juego? La vindicación del carácter de Dios ante todo el universo.
El perdón de los pecados, la reconciliación de Dios con la raza humana, fueron hechas no solamente en favor del hombre, sino también para vindicar el carácter de Dios frente a las acusaciones de Satanás; para manifestar y revelar el verdadero carácter de Dios. Y esto, Dios lo resolvió, lo dejó acabado sin que yo tuviese nada que ver al respecto. El hombre no tiene nada que ver en esto.
El apóstol Pablo nos dice claramente en Rom. 5:8 = “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Y en el versículo 10 dice: “Pues si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios, por la muerte de Su Hijo”.
Siendo enemigos fuimos reconciliados. Y la reconciliación incluye el perdón, por medio de la muerte de Su Hijo.
Así que el perdón no tiene nada que ver con lo que yo hago hoy en día. No tiene nada que ver con mis oraciones, ni con mis confesiones. Y Uds. dicen: Entonces ¿para qué es la confesión? Ya les dije, vamos a estudiar qué es la confesión. Pero no pensemos hermanos, que Dios nos perdona porque yo le estoy confesando los pecados, porque yo le estoy pidiendo perdón. El mismo dice en Isa. 43:25 =
“Yo soy el que borro tus rebeliones y no me acordaré más de tus pecados”.
Sí, Dios perdona y borra las rebeliones, pero ¿por qué las borra? La razón que El da, dice: “Yo soy el que borro tus rebeliones por amor a mi mismo”.
Lo que está en juego es el carácter de Dios ante el universo. Si El puede perdonar mis pecados hoy en día, es porque ya el pecado fue cancelado, pagado, por lo que Cristo hizo. Y por amor a Cristo, Dios puede perdonarme. Yo no sé cómo enfatizar más este punto en la mente de cada uno. No importa que yo le confiese mis pecados a Dios un millón de veces. Si Cristo no hubiese muerto para pagar esos pecados, de nada serviría mi confesión. No podría ser perdonado. Aunque me arrepintiese y rasgase mis vestiduras, y me vistiese en saco y ceniza, y le pidiese a Dios llorando en lágrimas que me perdonase, si Cristo no hubiese muerto en la cruz, Dios no me podría perdonar. Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecado.
Vamos al segundo punto ahora. Creo que quedó claro el primero, ¿verdad?
Segundo punto. El perdón debe ser aceptado individualmente antes que produzca nuestra salvación. Aunque todos estamos perdonados, yo tengo que aceptar el perdón que Dios me da, para que esto sea efectivo en mi vida. Noten esta cita: “La justificación es un perdón completo y absoluto del pecado. En el momento en que el pecador acepta a Cristo por la fe, en ese mismo momento es perdonado. La justicia de Cristo le es imputada y no debe dudar ni un momento más la gracia perdonadora de Dios”. Para que el perdón tenga eficacia en mi vida, necesito aceptarlo. Necesito aceptar que Cristo murió por mí. Aceptar que El ya me perdonó. ¿Saben por que? Porque la libertad de conciencia es de suma importancia en los planes de Dios. Dios le dio al hombre el libre albedrío. Dios no puede obligarnos a aceptar el perdón. ¿Es Dios Todopoderoso, Sí o no? S í .
¿Hay algo que Dios, siendo Todopoderoso, no puede hacer? Sí, también. ¿Qué es lo que Dios no puede hacer, aunque todo lo puede hacer, porque Todopoderoso quiere decir poder hacerlo todo?
Dios no puede salvar a una sola alma en contra de la voluntad de esa alma. Dios no puede salvar a nadie por la fuerza. Dios no puede perdonar a nadie que no quiera ser perdonado. Aún cuando ya hemos sido perdonados por Dios. Aún cuando ya estamos reconciliados. Yo tengo que aceptar el perdón en forma individual, para que a través de esa aceptación reciba la salvación.
Permítanme ilustrar este hecho, con una historia que apareció en el periódico Arlington Time del 26-08-1854. Les voy a leer la historia directamente como fue tomada del periódico, para no perder ninguno de sus detalles. Quizás la tendré que resumir un poquito. Un joven que vivía en una pequeña ciudad de California, en cierta oportunidad, bajo los efectos del alcohol, en medio de un juego de naipes, perdió el juicio, y tomando el revólver disparó contra su mejor amigo causándole la muerte. Fue apresado, juzgado, declarado culpable y sentenciado a la pena capital: la muerte en la silla eléctrica. Como nunca antes había cometido un hecho tal, y por el buen testimonio de quienes lo conocían, sus amigos y familiares levantaron una petición, pidiendo su indulto. Parecía que todo el mundo quería firmarla. Aún la esposa del amigo muerto, firmó la petición, reconociendo que fue un hecho sin intención, lamentable. La voz se corrió por otros pueblos y ciudades, y antes de mucho comenzaron a llegar cartas de todas partes del Estado al Gobernador. Cuando el Gobernador, impresionado por la cantidad de cartas y firmas, estudió el caso, conmovido, decidió perdonar al joven y extenderle el indulto. Y así, con el perdón por escrito en su bolsillo, se dirigió personalmente a la prisión, para entregarle él mismo el perdón. Al acercarse a la celda, en la sección de los que esperaban la pena capital, el joven de nuestra historia lo vio venir, y confundiéndolo por su apariencia con un ministro (venía con un traje negro), le gritó: Váyase, no quiero verlo. Ya tuve bastante religión en mi casa, desde chico. Pero, interrumpió el Gobernador, espere un momento joven; tengo algo para Ud.; permítame hablarle. Mire, exclamó enojado el joven, ya han venido siete de su clase a hablarme. Mejor es que se vaya por Ud. mismo. No necesito hablar con nadie más. Se va por favor. Pero joven, insistió el Gobernador, yo tengo buenas nuevas para Ud.; las mejores noticias; permítame decírselas. Ya le dije que no quiero escuchar nada. Váyase, o llamo al guardia.
El Gobernador se dio vuelta con el corazón apesadumbrado, y se fue por donde vino. Por lo que veo has recibido la visita del Gobernador, le dijo el guardia. ¿Que? ¿Ese hombre que parecía un pastor era el Gobernador? No solo eso, le dijo el guardia, traía en su bolsillo tu carta de perdón, tu indulto; pero tu, ni le dejaste hablar. Oh, Dios mío, por favor, dijo el joven, tráigame papel y lápiz. Y sentándose rápidamente escribió: Apreciado Señor Gobernador, le debo mis más sentidas disculpas. Fue una tremenda confusión, etc., etc...
Cuando el Gobernador recibió la carta, dándola vuelta, escribió en la parte de atrás: No más interesado en este caso.
Cuando llegó el día en que el joven debía cumplir su sentencia, antes de pasarlo a la silla eléctrica le preguntaron, como es la costumbre, ¿hay algo que Ud. desea decir? Sí, respondió el joven. Estaban presentes sus familiares, sus amigos, todos los que habían firmado esa petición pidiendo su indulto. Una gran muchedumbre se había reunido en el patio de la cárcel. Quiero decirles a todos mis amigos y seres queridos, a todos los ciudadanos de este Estado y del país, que hoy no muero por mi crimen. No muero por ser asesino. De eso ya fui perdonado. El Gobernador ya me había perdonado. Podría vivir y ser libre. Si muero hoy, continuó, es porque no quise aceptar el perdón.
Queridos hermanos que me escuchan, nadie, absolutamente nadie se perderá por los pecados que haya cometido. De esos pecados ya hemos sido perdonados. Cristo mismo escribió con Su propia sangre el indulto de nuestros pecados. Ya está escrito. Si alguno de los que están escuchándome, se pierde, se quema en el día del juicio final, no será por ser pecador. No será por ninguno de los pecados que Ud. haya cometido. Si tú y yo nos perdemos, será simplemente porque no quisimos aceptar el perdón provisto.
Y vamos ahora al tercer punto. Lo que hemos visto hasta aquí, es fácil de entender y aceptar. Repasemos; primero, el perdón fue provisto por Cristo sin que nosotros lo hayamos pedido o hubiésemos hecho nada para conseguirlo. Y para que este perdón sea efectivo en mi vida, en segundo lugar tengo que aceptarlo individualmente. En palabras teológicas, el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley. En palabras claras y directas, nuestras obras, sean buenas o malas, no tienen relación directa con nuestra salvación. Hasta allí, es fácil de aceptar, ¿verdad? ¿Todos están de acuerdo que para que el perdón sea efectivo en mi vida, yo tengo que aceptarlo? Porque el tercer punto es un poquito más controversial. Y aquí viene el problema. El perdón, cuando es aceptado, llega a ser un estado permanente para el cristiano. En otras palabras, vive siempre perdonado. Aún antes que confiese sus pecados a través de la oración de confesión, ya está perdonado. Es más, si muere sin tener tiempo de confesar sus pecados, no se pierde porque al estar en Cristo ya está perdonado.
Les dije que los primeros dos los iban a aceptar fácil, pero el tercero es un poquito más difícil de aceptar. Sin embargo, es tan importante, que le vamos a dedicar un estudio completo a este tercer punto. Eso será en el próximo estudio. Aún antes que tú confieses tus pecados, ya estás perdonado. Claro, las preguntas inmediatamente surgen.
Entonces ¿para qué sirve la confesión, si Dios me perdona sin que yo confiese? ya estoy perdonado; entonces no hace falta la confesión. Esto lo contestaré en el próximo tema.
Mientras tanto, podemos estar seguros de nuestra salvación, aquí, hoy y ahora. El hecho, de que si somos o no pecadores, no determina si me salvo o me pierdo. Lo que Dios se fija es si tengo o no tengo a Cristo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida eterna. ¿Qué tengo que hacer, pues, para tener la seguridad de mi salvación? Primero, creer. Comprender el significado del sacrificio de Cristo. Leo: “El Señor quiere que los suyos sean sanos en la fe; que no ignoren la gran salvación que les es tan abundantemente ofrecida. No han de mirar hacia adelante, pensando que en algún tiempo futuro se hará una gran obra en su favor; porque la obra ya ha sido completada”.
“No hay ningún pecado que pueda cometer el hombre para el cual no se haya hecho provisión en el Calvario”.
Saben, hablamos de alcanzar la salvación, de conseguir la salvación. Déjenme decirles lisa y llanamente, no está en nuestro poder alcanzar la salvación, obtener la vida eterna. Pero no tenemos que hacerlo. Eso ya fue obtenido por Dios. Independiente de la actividad humana. Tiene que quedar claro. Si no lo captas, nada de lo que yo diga en esta serie, va a tener significado alguno. Tiene que quedar claro este punto.
En segundo lugar tienes que aceptar el perdón provisto.
“El pecador que perece puede decir: no necesito permanecer un solo momento más sin ser salvado. El murió y resucitó para mi justificación, y me salvará ahora mismo. Acepto el perdón que ha prometido”. Mensajes Selectos tomo 1 es eso. “El venir a Cristo no requiere un tremendo esfuerzo mental y agonía. Es simplemente aceptar las bases de la salvación que Dios ha dejado bien claras en Su Palabra”. Review and Herald.
Esa cita es fácil querido amigo. Es tan simple que parece increíble. Todo lo que tienes que hacer es decir: Señor, quiero ser salvo. ¡Sálvame! Eso es todo. No hay nada más. Te acepto. Te quiero a Ti mi Señor como mi Salvador. No hay una angustia dolorosa, una lucha por obtener la salvación. No! Este asunto de luchar por obtener la salvación me deja a mí con sentimientos encontrados. ¿Es la vida del cristiano una lucha? ¿Si o no? El decir que la vida del cristiano no es una lucha, sería engañarnos. Pero ¿una lucha sobre qué? ¿Para obtener la salvación? No! ¡Mil veces no! ¿Y qué me dices tú de la lucha cristiana? Si, hay batallas que tenemos que librar. Las batallas contra el yo. Esas sí. Pero un cristiano inseguro de su salvación, no! Tendrás que luchar, tendrás que batallar y pelear duramente. Pero nunca lo tienes que hacer con incertidumbre. Eso es justamente lo que te da fuerzas para luchar y salir victorioso. Perteneces a Dios. Puedes tener esa confianza. Si has aceptado al Señor Jesucristo como tú Salvador, entonces eres salvo. Puedes decirlo ahora mismo sin miedo alguno.
Y el tercer punto, confiar. Si mantenemos nuestra vista fija en el Salvador, y confiamos en Su poder, nos sentiremos llenos de tremenda seguridad, porque la justicia de Cristo será nuestra propia justicia. La inseguridad trae como resultado el desánimo.
Y termino, leyéndote una cita del libro El Camino a Cristo. El diablo quiere que tú no estés seguro de tu salvación. Es más, esta es una de las tentaciones más tremendas que vendrán al pueblo de Dios en el tiempo del fin. Hacerles dudar de su salvación. Dice El Camino a Cristo, en la página 71:
“No nos dejemos engañar por las maquinaciones de Satanás. Con demasiada frecuencia logra que muchos, realmente concienzudos y deseosos de vivir para Dios, se detengan en sus propios defectos y debilidades; y separándolos así de Cristo espera obtener la victoria. No debemos hacer de nuestro yo el centro de nuestros pensamientos, ni alimentar ansiedad ni temor acerca de si seremos salvos o no”.
El diablo quiere que pensemos en nuestros defectos, dice aquí, y debilidades, para que esto nos dé miedo sobre nuestra salvación. Soy tan malo; me equivoco; voy a perder mi salvación. Cuando hace eso, logra desviar la mente de la fuente de nuestra fortaleza, de Cristo Jesús.
Encomendemos a Dios la custodia de nuestra salvación, y confiemos en El. Desterremos toda duda sobre si seremos o no salvos. Disipemos nuestros temores. Reposemos en Dios. El puede guardar lo que le hemos confiado. Si nos ponemos en Sus manos, nos hará más que vencedores, por medio de Aquel que nos amó. Creer, aceptar y confiar. ¿Puedes estar seguro de tu salvación? Sin lugar a dudas. Claro que sí. Sal feliz, agradeciéndole porque El te ha redimido. Amén.
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